martes, 23 de noviembre de 2021

Elegía de Ligia…

Elegía de Ligia…


Hace ya casi seis años que aprovechando la circunstancia de que estaba recién publicada una segunda edición de mi novela “Para subir al cielo…” por AstroData de Maracaibo (2016) se me ocurrió extraer algunos retazos y un 6 de abril, los copié en este blog lapesteloca titulando aquel ensamble como “Ligia”. Hoy voy a regresar a segmentos de ese artículo para recordar a Ligia, un personaje de mi novela.

Hoy en noviembre del 2021, traigo de nuevo estos retazos de una novela que habla de mi tierra y de la capital, de la religión y de sus fracturas, de la morgue, la ley y el narcotráfico y también de la muerte, mientras paralelamente relatará la vida en el medioevo del pintor Hyeronimus Bosch. Al final veo este artículo como una verdadera elegía para uno de mis personajes: Ligia.

En aquella casita lechada de cal, sobre la misma tierra apisonada y rodeada de matas de mango, en el calor del Barrio Sierra Maestra, en el propio Maracaibo de sus tormentos, allí vivió él empeñado en organizar la comunidad del barrio, pensando que sería el final de su vida, y al crearse la junta defensora de los derechos de los pobres, todos sintieron que estaban embarcados en una aventura de trabajo y de fe inquebrantable…

Casuchas de cartón y de hojalata, techos de zinc acanalado refulgiendo al sol. Callejuelas de arcilla rojiza que ven nacer nubes de polvo dorado hasta ir creando remolinos con la brisa tibia del mediodía. Cerros y cañadas llenas de cascajos y terrones de barro, con cardones y cujíes retorcidos separando destartaladas covachas y tugurios, o grupos de casitas de paredes de adobes, techadas de zinc o de asbesto, siempre sin agua, sin cloacas, sin luz... -…una maraña de hilos que iban y venían contra el azul del cielo entre rabos multicolores de viejos volantines empolvados y descoloridos por el tiempo, para que existiese una nevera produciendo agua helada, y unos bombillos atrayendo taritas en la noche, o un picó aturdiendo con ritmos vallenatos.

Trató de serenarse. Notó que sudaba copiosamente, estaba frío, prácticamente helado. Pedir ayuda sería lo más lógico, ¿pero a quién? …y después de todo, ¿no sería acaso mucho más decente comportarse con serenidad y enfrentar la muerte cara a cara? Él era un fenómeno, sin ser cura y sin usar sotana, sin tener mujer, no confesaba pero avivó la fe de la barriada logrando la presencia masiva en los oficios dominicales en la iglesia del asombrado párroco. Conversaba en la calle, en las taguaras, en los abastos, en el solar de las casas, él era amigo de todos. Cuando detuvieron el tráfico en la autopista del puente exigiendo reivindicaciones, agua, luz eléctrica y cloacas para el barrio, otra promesa electoral incumplida, ante la brutalidad policial, él fue a parar con sus huesos molidos a la cárcel con toda la dirigencia vecinal…

Él obligadamente se mudó a la capital. Catia y la parroquia Jesús Obrero parecían haber pasado la vida esperando por él... En Catia su acción social se extendió desde las Lomas de Urdaneta y ProPatria hasta Los Magallanes, el 23 de Enero y Lídice. En ese momento Iñigo se despertó. El dolor en el pecho era insoportable. Sentía náuseas y una gran sed, pero no quería ni moverse. Respiraba con dificultad. Lo sabía, estaba seguro de que esta vez sí se estaba acercando a la hora de la verdad…- …Los muchachos se quedarían viviendo con su abuela, al menos hasta que amainase la tormenta. Ellos, Ligia y él, huyeron de la ciudad de fuego. Llegaron a la calurosa península de Paraguaná, para ascender en línea recta hacia el sur. Así fue Churuguara al comienzo, después un hogar en medio de las montañas de San Luis, en Curimagua, Distrito Petit, Estado Falcón... Perros ladrándole a la luna. Lluvia cerrada y campesinos y pinturas y mucho amor. Fueron más de diez años de felicidad en medio de aquellas gentes de la serranía, tan campechanas, tan queridas, hasta que Ligia notó un endurecimiento en el seno derecho... Cuando la operaron, en Coro, ambos decidieron bajar de la sierra e instalarse en Puerto Cumarebo. El clima favorecería su recuperación.

El aroma de peces asoleándose, de márgenes hirvientes, burbujeantes, seguramente son salinas, lucen un halo de verdín circunvalando las charcas, brillan bajo el sol, debe ser inclemente la canícula, y sabes que no puede ser él, ¿en Cumarebo?, ¡joder!, escucha Ligia...-…Pedrito Colina, ¡no puede ser!, como un bendito firi fire, y envuelto en ese aura de Jan Marie Farina para mezclar el golpe de la colonia con los efluvios de las charcas, el aroma de los pescados salándose y en el embrujo del atardecer te llega el viento salobre y yodado del mar… ¡Escucha Ligia! ¿Dónde estás amor? A lo lejos los bronces del campanario susurran un aire tristón. El sol de Puerto Cumarebo fragmentado en el piso hace brillar su cabellera incandescente. Ella entra secándose las manos en el delantal, seguramente freiría unas ruedas de carite con mucho ajo en la cocina y escuchó su llamado, pero el sol la enciende y Ligia resplandeciente, es un crepúsculo en vida convertida en flor…

A su mente le llegaban estrofas cortas de un Nocturno de José Asunción Silva y él no hizo nada por desecharlas... Recordó los rayos de la luna y Ligia ante la ventana, en el tibio ambiente de aquella habitación olorosa a éter, a alcanfor, a medicinas, y ella respirando con dificultad... “...y mi sombra por los rayos de la luna proyectada, iba sola, iba sola, iba sola, por la estepa solitaria”... Arenas tibias de Puerto Cumarebo, resonar del oleaje a lo lejos, el mar Caribe entumecido y Ligia en aquel camastro frente a la ventana, mirándolo, amorosa, por última vez... “...Sentí frío, era el frío que tenían en tu alcoba tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas, entre las blancuras níveas de las mortuorias sábanas”...

Cuando falleció, Ligia tenía 45 años y a su lado estaba él y sus hijos, Braulio y Ana Lía. Le mintieron haciéndole creer que Régulo estaba en Europa exponiendo sus pinturas. No hubiese resistido saber que él siempre se había negado a visitarlos. Iñigo suspiró. ¿Dolor de corazón?, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor... Cuán duro había resultado cumplir la penitencia... Cinco años en el Alto Ventuari, cuatro años en Bobures, desde el ochenta y durante ocho largos y calurosos años vivió en el barrio Sierra Maestra de Maracaibo, hasta que la cooperativa terminó encarcelada. A los 64 años había llegado a Catia y le pareció entonces que su vieja familia lo había acogido en su seno.

En las sierras de Falcón se había ilustrado sobre el Concilio Vaticano II, supo de la reunión de Puebla y se volvió un fanático de la Teología de la Liberación. Desde su destierro le siguió la pista a los Obispos en Medellín y aplaudió desde la selva con sus makiritares y entre los negritos del sur del Lago “La opción de los pobres” propuesta en la carta de Río por el viejo General Pedro Arrupe. En la Escuela Nocturna de “Jesús Obrero”, se reencontró con los viejos ideales ignacianos... ¡Oh Ligia! ...” y tu sombra, esbelta y ágil, fina y lánguida, como en esa noche tibia de la muerta primavera”... Si pudiese conciliar el sueño, tal vez no soñaría más, ¿más nunca?, oscuridad, sombras, tu sombra Ligia, sombra lejana... “...se acercó y marchó con ella...Oh las sombras enlazadas!, ...las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas.” Creyó poder dejarse arrastrar por el sueño durante unos minutos...

Estás en… Un recinto muy amplio, hay camas y sábanas verdes y blancas, ellas separan unas figuras de las otras, son seres vivos pero están todos conectados a tubos, a mangueras, hilos trenzados y cientos de cables. Casi nadie se mueve. Tan solo corren de un lado a otro varias figuras blancas, flotan en el aire, son las enfermeras, ¿o las ánimas? Escuchas un pitido muy fuerte, fino, agudo y giran todos como en un tiovivo, los caballitos van rodeando el estanque, ¿el carrusel del furo? Así, suba usted señor, anímese, cuelgue el pellejo en la acera, súbase, al tordillo de madera. Todo da vueltas, y más vueltas, gira y tú piensas que debe ser por la inyección que te aplicaron... Súbase, tan solo dos boletos por un duro...

Cierras los ojos. Piensas en ella, prototipo de la madre perfecta, la imagen dulce de la esposa abnegada, devota, sacrificada, cariñosa, blanca, hermosa, de ojos claros y la cabellera como un incendio, Ligia, la de la risa espontánea y cantarina, como riachuelo entre peñas blancas, siempre sonriendo, en medio de todas las dificultades, Ligia... Terminó todo en un hospital, finalizó pobre, insolvente. Estás, agonizando. Morirás en la indigencia y peor aún, pues no tendrás a Ligia para defenderte. ¡Ligia! ¿Cuánto hace que se te fue? ¡Hace ya tantos años! Ella partió... Tal vez ahora, ella está esperándote...

NOTA: todo lo aquí escrito es copia casi textual de algunos retazos de los Capítulos XIV y V de la novela “Para subir al cielo…”(1978), Premio de Narrativa del año 1967 en la Bienal Elías David Curiel del Instituto de la Cultura del Estado Falcón, y reeditada en Maracaibo en 2016. 

Maracaibo, martes 23 de noviembre del año 2021

 

 

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