PALABRAS DEL POETA Víctor
Vielma Molina
EN LA PRESENTACIÓN DE LAS DOS ULTIMAS NOVELAS DE
JORGE GARCÍA TAMAYO
El jueves 5 de
septiembre durante el II FESTIVAL DE POESÍA de Maracaibo.
Todo
escritor es, de alguna manera, un veedor del orden y un desvelador del caos;
pero, es a su vez, un proponente de cambios. Allí empieza, un empecinado hito
que viaja, subrepticiamente, en el relato. Este hito siempre será original e
inusitado. Y en su dinámica crítica, lucha por mantener el orden ético. En consecuencia, la creación literaria tiene
un algo de divino, que de alguna manera conjura contra el mal. En el Egipto de
hace 5.000 años, dioses y hombres tenían que asegurarse que el desorden no
venciera a la justicia y al orden. En el mundo religioso egipcio, el orden “se
manifiesta en la naturaleza como la normalidad de los fenómenos”[1] y
para ellos «maat» era el orden. Y este orden, estaba conectado “con los eventos
cósmicos que revelaron la naturaleza de la vida divina”.[2] De tal manera, la novela, pareciera colocarse
entre los dioses y los hombres para preservar los preceptos de justicia y orden. Y para ello, parte desde
su contexto, hacia lo suyo, universal.
Si
hablamos de un novelista, es para retrotraer al recuerdo más extraordinario que
pueda tener la humanidad acerca del intento más despiadado, que se haya hecho
contra la poesía. Esta negación hace que la poesía insurja, de manera más
creativa, para fruición de lectores.
Hace
aproximadamente 2.300 años Sócrates, conminó a su discípulo Platón, a echar su
poesía al fuego; pero el discente, en disimulada desobediencia, entrega a la
posteridad sus Diálogos. Que vienen, sin más, a ser el preludio de la
novela. Es por ello, que nos
encontramos en el II Festival de Poesía, hablando y disertando sobre este
género literario, que también es «poiesis».
Traigo
la intención de agitar banderas a favor de la narrativa del país. Me manifiesto
en contra del abandono, en que la crítica literaria y la sociedad venezolana, mantiene a los novelistas de provincia.
Pareciera que en Venezuela, sólo se es, si se vive y crea en Caracas. Y aquí,
para contradecir a los centralistas, he de referirme a una sentencia de Siéyès,
que colocara como epígrafe
Stendhal, en su novela Rojo y
Negro: “En la capital está la elegancia y en provincias, el carácter” Pero,
para alejarme de esta sentencia, digo: en provincias, nuestro carácter es la
elegancia.
El
crítico literario uruguayo Ángel Rama, a decir de Ludovico Silva, solía
quejarse de: “… que los venezolanos no le damos a nuestros valores literarios
el sitio que merecen, ni les consagramos los dantescos «largo estudio y largo
amor» que sin duda necesitan”.[3]
Ciertamente, poca notoriedad dan los críticos venezolanos a nuestros
novelistas. Este acto, sin más, es justicia a favor, de uno de los hombres, que
de verdad, han hecho y hacen nación desde la provincia. Hablamos, del novelista
zuliano Jorge García Tamayo. Y para él van las siguientes palabras:
Un
texto literario es un llamado singular de una o varias intenciones nacidas de
su autor. Leerlo es un acto re-creativo. Pero, “…escribir sobre un texto es
producir otro texto; desde la primera frase que el comentador articula queda
falseada la tautología que sólo podía subsistir al precio de su silencio”.[4]
Relatar es darle vida a la existencia de algo. La existencia, pareciera tender
una inevitable celada a los seres humanos. Su rostro enfático los lanza a ser
partícipes de su tragicomedia. Y éstos,
acosados por el empuje de las circunstancias, toman decisiones, que habrán de
marcar sus destinos. Y ante este acontecer ineludible, el escritor, siempre
está a la caza de la trayectoria y del resultado de estas decisiones. Jorge
García Tamayo, como novelista, no es una excepción. Cumple este papel a
cabalidad. Producto de esta caza y bajo el sello de la Editorial: el otro@el
mismo; nos entrega dos nuevas novelas: Ratones desnudos y El año de la lepra.
La
novela Ratones desnudos, empieza por relatar el viaje a Ciudad Bolívar del
periodista Hernando Salazar. Busca al testigo clave que pueda informarle de las
causas de la desaparición del Instituto de Neurología y Psiquiatría creado en
la “ciudad de fuego”. Va al encuentro del científico Eduardo Soriano y sólo
halla a un anciano hundido en sus pesares y el alcohol. Al parecer en Soriano:
“(…) existía una extraña historia sobre unos ratones desnudos, sin pelos.”[5]
Hernando Salazar, a través de lo que queda de este personaje; viaja a otros,
que van dando pistas, testimonios y puntadas hasta pegar, retazo a retazo, la
historia del INP. Y, todo aparece, a manera de interesantes y excitantes
biografías, de relatos amenos, sustanciados con inusitada belleza literaria.
Así es, esta magnífica novela.
En
la novela: El año de la Lepra,
Jorge García Tamayo nos presenta al inseguro escritor Alejo Plumacher, que
tiene en mente una o varias historias por narrar. Plumacher, busca los aportes
de las narrativas de escritores reconocidos como: Carlos Fuentes, Julio
Cortázar, Stefan Zweig, Sergio Ramírez, Ednodio Quintero, Auster, Puig, Oswaldo
Trejo, entre otros. Los analiza y conoce de sus variadas técnicas y
conocimientos; hasta que por fin, después de dudas y escarceos del cómo iniciar
la narración de esta novela, se lanza a contarnos la historia o, para mejor
decir, las historias que se entrecruzan en un festín narrativo sin par.
El
año de la lepra, es un recorrido subyugante, acarreado por las experiencias de
médicos investigadores y de sus vidas henchidas de inusitadas historias
personales. Es el prodigioso y tortuoso viaje, hacia los procesos
investigativos del paludismo, la fiebre
amarilla y la lepra. Estos personajes están imbuidos dentro de la atrayente
narración de los impredecibles amores entre el médico judío-polaco Silvestre
Korzeniowski y Nadja Kovac. La vida azarosa de los amores de la médico zuliana
Ruht Romero y del frustrado escritor Alejo Plumacher. O la insultante
conspiración del espía bielorruso Dimitri Yakolev, quien quiere apropiarse, para
fines bélicos, de los resultados de las investigaciones de médicos venezolanos
en torno al micobacterium leprae. Toda
la obra es un viaje que nos lleva de la caribeña isla de Guadalupe a la isla
Kaow, situada en la región oriental de la Guyana Inglesa. Desde
El Esequibo al lago Coquivacoa, justo al Leprocomio de la isla de Providencia.
Del Zulia a Caracas. De Caracas a Táriba, la “Perla del Torbes” o a Ciudad
Bolívar. Y en estas singladuras, bajo apasionantes descripciones y narraciones
literarias de gran esplendor, atraviesa, entre otras ciudades europeas, a
Polonia, Roma, Venecia o París. Así,
este magistral relator venezolano, narra la conflagración de hombres que vivieron de la II Guerra Mundial, el
Holocausto judío y a los grandes
sacudones psíquicos que estos acontecimientos causan. En consecuencia, esta
novela, relata la trayectoria fascinante de personajes, que al huir de sus
propias tragedias, llegan a confundirse con la idiosincrasia de los pueblos; en entrega abnegada y pasión
a favor de la humanidad.
La
novela Ratones desnudos, está narrada con claridad y corrección. Sus personajes
aparecen descritos bajo el expresivo retrato de lo contextual y situacional. El
controvertido Carloni-Corso, médico, que escala la posición de presidente del
Instituto de Investigaciones en Neurología y Psiquiatría (INP), embriagado por
el poder político, deja al instituto, gana la senaduría de la República, para terminar
enredado en su propia trampa, en detrimento de sí mismo y del INP.
Seguidamente, aparece el doctor Diego Carías, quien lo sustituye como director
del INP. Diego Carías, después de estar con su equipo, cercanos al éxito de la
investigación científica en torno a lo ratones desnudos, lo encontramos secuestrado en la cajuela de un coche.
Allí, se nos aparece como la conciencia
que va surgiendo y revelando pormenores, de los por qués, de su situación
comprometida y sufriente. En esta novela, algunos personajes parecieran
decirnos que hay que vivir para la vida.
Hay que verla, olerla y saborearla en su médula, en su goce espléndido.
Otros, aparecen hundidos en problemas, errores personales, intrigas políticas o
en la esclavitud de sus sentidos. Son como seres desgastados, echados al rincón
kafkiano, mascullando la frustración y la soledad frente a una botella de licor
para anestesiar la memoria y al pasado. El viejo científico Eduardo Soriano, se
nos presenta como consciente evidencia, de lo que pudo suceder con el Instituto
de Investigaciones en Neurología y Psiquiatría (INP), de los escándalos y del caso de las investigaciones científicas
sobre ratones desnudos y festeja la visita del periodista Hernando Salazar,
diciéndole: “Estamos vivos, sí. (…) Cada uno con su drama, ha podido ver como
todo ha desaparecido, se ha hecho escombros, ruido, moho. Hemos llegado a un
deterioro abominable, y con nosotros como si fuéramos chatarra, más de un
centenar de costosísimos equipos supersofisticados, todos ahora inservibles,
hum, ¡jajá! Sí, pero estamos vivos ¡Maldita sea! Sí. Respiramos, y al menos
esta vaina de sobrevivir, vale para que le pueda relatar esta historia…”[6] Más
adelante, el doctor Soriano, nos narra las vicisitudes que sufrió el científico
Fernández Morán, a causa del sin sentido de las diatribas políticas, la
incomprensión y del exilio que acabaron con los sueños y proyectos, de este venezolano ejemplar, a
favor de la medicina investigativa del país.
En
El año de la lepra, aparecen personajes, marcados por lo trágico. Pareciera, que cada uno fabricara sus propias
trampas, para caer en ellas. Como el caso del cura Omar Yagüe Oliva ante el
inconveniente general retirado Alcides Henares.
En este tráfago, en esta agonía, encontramos la conspiración y el
espionaje del bielorruso Dimitri Yakolev. Al enigmático Jaim Grudzinsky, agente
de la CIA,
traficante de armas, desleal amigo y rival del doctor Silvestre
Korzeniowski. O la sublime, dolorosa y
seductora historia de amor del joven oficial Monsieur ¨Papillón¨ y Cristina,
ocurrida en la paradisíaca isla de Guadalupe.
La
novela, El año de la lepra, está promediada de personajes que se dan al trabajo
creador, al servicio del prójimo y crecen como seres auténticamente útiles. Y
los menos, desde la perfidia, destacan por su ambición y codicia. Esto es, se
aprovechan de la dominante “ética del individuo”, de la que nos habla el
filósofo Franz Hinkelammert. Enfermedad social del sujeto que se abre para
destruir nuestras formas de ser, dar campo al egoísmo, al delito y al
desarraigo, “que tienen como principio axial aquello de: yo vivo si te derroto
a ti.”[7] Pero seguidamente, surgen los personajes, que
por su ejemplo moral, militantes del amor y de las virtudes, confrontan lo
antiético. Qué como figuras emblemáticas, se sitúan en “La ética del sujeto”.[8] Que
no es más que aquella virtud que rompe el “ensimismamiento del individuo y su
ética” con el depurativo actuar del: “yo vivo si tu vives”.[9] Así
se centran los casos de los médicos investigadores: Luis Daniel Beauperhuy,
conocido como: “el médico de Cumaná”, del judío Silvestre Korzeniowski, de
Arístides Sarmiento, de Víctor Pitaluga y la doctora Ruth Romero. Su tiempo
narrativo se desplaza desde el primer tercio del siglo XIX al presente, donde
muchos personajes de la vida real saltan al espacio novelesco por sus
atrayentes ejecutorias. Pero, hemos de advertir, que en la atmósfera y espacio
donde se mueven los personajes, está la tentación de un sistema político
corrompido que impele al vicio. Allí no está la realidad al calco. Y con ello,
pretendemos decir, que si la realidad es inimitable, ésta, sólo en la ficción
novelesca, puede, con el ímpetu de la imaginación del narrador, ser superada.
Así es la virtud narrativa de García Tamayo. Puesto que una novela es, como
quererse mirar al espejo, mirando a los demás. Es un espejo que se busca
inagotablemente; para verse instalado en otro mundo. Es, a su vez, un cambio de
espejo; que acepta la alteridad. Es una total búsqueda para despertar
despierto. Para decir verdad, toda novela, de algún modo, plantea una utopía;
para llegar a la topía, que es el mundo del autor; que jamás será el narrador.
En
las novelas Ratones desnudos y El año de la lepra, la intriga se hace una
infatigable presencia en la trama. Ésta navega sin dejar incólumes a sus
personajes. Pasa por el minucioso quehacer de los seguidores de Hipócrates y
los avatares de la investigación científico-médica. Allí, donde unos buscan,
desde el resultado del avance de sus investigaciones, servir a la humanidad.
Por paradoja, otros, están a la saga, para la burla previa ante el éxito o el
fracaso de los avances científicos; porque es cuesta arriba sopesar que el
vecino sea un genio. Los más perversos buscan sus resultados para utilizarlos
como arma bacteriológica. Y quienes no pueden resolver sus conflictos
personales, se precipitan en el paroxismo de la caída cierta de sus destinos.
Pero aparecen, aquellos que, desde sus investiduras políticas, militares,
sociales o religiosas se aprovechan del desorden gubernamental, para atesorarse
de lo indebido. O para hundirse en la molicie, el vicio y los desdenes de no
llegar a nada como muchos de los personajes de la novela Ratones desnudos, que
al entrar al cargo del Instituto de Investigaciones, se van perdiendo entre la
política mal asimilada, sus debilidades y problemas personales, hasta propiciar
el estancamiento o destrucción de lo que administran.
El
autor, en cada novela inserta varios relatos, que pudieran por sí mismos, ser
una novela; De esta manera se conjugan en lo medular, hasta constituirse en un
solo cuerpo literario. Así, son las estructuras de: Ratones desnudos y El año
de la lepra. En ellas van de la mano la
ficción y la supuesta realidad. Cruce de intrigas amorosas y políticas.
Espionaje, conspiraciones, vidas refutables de tránsfugas y saltimbanquis de la
política y de la iglesia. Buscadores de fortuna fácil en connivencia con
políticos y burócratas laxos y proclives a la complicidad maleva. Y entre la
mixtura de traidores, estafadores y operadores de la corrupción, -todo no está
perdido-. En ese marasmo de disolutos, crápulas y licenciosos, surgen otros personajes, que a duras penas,
viven en la virtud del término medio, casi aristotélico, sin caer en la
decadencia. En otras palabras: en medio del lastre y las miserias humanas
encontramos personajes de alto contenido ético, amantes de la vida, el trabajo,
el estudio y la investigación, que intentan pasar el pantano sin mácula y
ser útiles al prójimo. Son la expresión
de la “Ética del sujeto”[10]
El
año de la lepra, es ficción que recoge el acontecer socio-político nacional y
mundial, sin desprenderse del registro literario. Si la realidad es comparable
a novela; la ficción la sustrae. Allí, la ficción es un girar, un ir y venir
por la tragedia y las grandes conflagraciones mundiales y los asuntos
domésticos del hombre dentro de su entorno social. Donde algunos personajes,
parecieran quedarse debajo de un cedazo y pocos lo atraviesan para ascender a
otro escenario. A ese, casi imposible escenario, donde milagrosamente se puede
salir indemne y resurgir desde las mismas cenizas. La ficción, juega a los vericuetos de la
cicuela, que es ese juego venezolano,
donde el narrador se coloca a distancia, para atinar a que la bola
creativa entre en la abertura que tiene el número más alto de los andamios de
la imaginación. Es justo allí, donde la narración, lo reiteramos, se hace más
que la realidad. Este es el estilo narrativo de Jorge García Tamayo.
En
las novelas Ratones desnudos y El año de la lepra, los personajes lastiman las
llagas del cuerpo político-social. Puesto que, los personajes, al encontrarse
con la deflagración de sus vidas, van más allá de su propio infierno e impactan
al lector. Todo su cuerpo literario, es recuperación de la memoria o,
simplemente, rememoración y reconocimiento. En otros casos la narración se
torna en acerba denuncia contra los grandes proyectos gubernamentales que no
llegan a nada. Los personajes virtuosos demuestran, desde sus vidas ejemplares,
que en mucho, son víctimas de quienes viven de la apariencia y de la
perversidad. Señalan, los meandros sociales y políticos que siembran la decadencia.
Parte
de la tragedia de los escritores está, en no poder eludir en sus reacciones, el
acontecer de sus vidas personales con su entorno vital. Nuestro novelista, en
su bienaventurado semblante como narrador, no deja de desvelar lo
autobiográfico ni de simular la ocultación de personajes que se movieron o
moran en su realidad, sumidos en el olvido o en el anonimato. Por ello, el
mismo novelista expresa, que todo: ¨... conviene catalogarlo como una novela y
por lo, tanto, en su mayor parte pertenece al territorio de la ficción.¨
El novelista Jorge García Tamayo, a lo largo de su vida
como médico, científico, cuentista, columnista, pintor, cinéfilo y melómano.
Sabe, como J.A. Greimas, “que las estructuras lingüísticas del relato resultan
ser, en el plano de las manifestaciones narrativas, la transposición o el correlato de las estructuras narrativas
fundamentales.”[11]
Por ello, no hace más que valerse de la narración, para contarnos, a través de sus
personajes, el mundo que ama y el infierno que rechaza. Como en el caso de su
galardonada novela Escribir en La
Habana (1994), o en su intrincada obra, La peste loca (1977).
La vida de investigador científico y médico en ejercicio, de docente y pintor
que destaca en su laureada obra Para subir al cielo… (1998). La condición de
cronista de la medicina, escritor y amante de la historia política del país se
siembra como contenido en El Movedizo encaje de los uveros (2003), la Entropía tropical (2003),
y en estas dos novelas recientes, Ratones desnudos (2012) y El año de la lepra
(2012). Allí, en cada una de sus novelas, la audacia del narrador, se impone y
borra al cronista. Es así, como Jorge García Tamayo, nos brinda su interesante
talento de novelista
Bibliografía:
1-[1]
BERIAIN, Josetxo. La lucha
de los dioses en la modernidad. Del monoteísmo religioso al politeísmo
cultural. Anthropos Editorial. 2000. Caracas. P. 34
2-[1]
Ídem.
3-[1]
SILVA, Ludovico. Belleza y Revolución. Fondo Editorial
Fundarte. Alcaldía de Caracas. 2011. Caracas. P.54.
4-[1]
TODOROV, Tzevetan. Literatura
y significación. Editorial Planeta. S. A. 1971. Barcelona. España. P. 175.
5-[1]
GARCÍA TAMAYO, Jorge. Ratones desnudos. Ediciones El otro, el
mismo. Colección Salvador Garmendia. 2012. Colombia. Pp. 13-14.
6-[1]
GARCÍA TAMAYO, Jorge. Ratones desnudos. Ediciones El otro, el
mismo. Colección Salvador Garmendia. 2012. Colombia. P. 97.
7-[1]HINKELAMMERT, Franz. Hacía una
crítica de la razón mítica. El laberinto de la modernidad. Materiales para
la discusión. Fundación Editorial el perro y la rana. Caracas. 2008. P. 46.
8 [1]Ídem.
9 [1]
Ídem.
10-[1]
HINKELAMMERT,
Franz. Hacía una crítica de la razón mítica. El laberinto de la
modernidad. Materiales para la discusión. Fundación Editorial el perro y la
rana. Caracas. 2008. P. 46.
11-[1]
GREIMAS, Algirdas Julien. En
torno al sentido. Editorial Fragua. 1973. Madrid. P. 186-187.
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