viernes, 6 de septiembre de 2013

Fragmento de música y cine en "Escribir en La Habana"



Marcelo no regresa. Las teclas bajo las manos de Anabella hacen surgir la música y esta fluye e inunda la mansión de protocolo, se difumina por la casa, penetra por la puerta entreabierta de mi cuarto y yo allí estoy, sigo esperándolo. Sobre el piano puede que esté colocada la estatuilla, o tal vez sobre la mesita, al lado de Marito, quien debe estar sentado en el sillón. Es, el Halcón Maltés, se hará presente, él aparecerá, sonriendo con ese gesto suyo, expresión tan de Bogart, su rostro pétreo y rudo, en blanco y negro, puede que iluminado con tonos de pastel rosado, azul celeste, amarillo pollito, como pintan ahora en la televisión a las viejas películas, colores por computadora, tenues tonos, rosa vieja, si. Agujetas de color de rosa y un sombrero grande y feo, el sombrero tiene plumas, de color azul pastel, oh, ou, guo, oh... ¡Ay Nelson! Pantalón bota ancha, la camisa entreabierta, y cadenas de oro sobre el pecho, Nelson bailando rock, Nelson yeyé y gogó... ¡Oh si ella usa malla también! Éramos miembros de la cofradía de los hermanos de la cristiandad, pero no por eso dejábamos el baile, porque había que ver como nos gustaba un bochinche organizado y una fiesta decente. En esos tiempos, en aquellos años. Dejábamos los chiquitos en la casa de papaito y mamaita y salíamos a discotequear. ¡Que contraste! Antes todo era angelical, cristiano, fanáticamente hermoso y, ¡que curioso!, éramos dos modelos, la pareja ideal, la sensación y envidia de mucha gente, de misa y comunión semanalmente, bendición papal y demás, siempre en las nubes, soñando con el cielo, las reuniones del Colegio de los niños, las ultreyas de la cofradía. La cosa comenzó a modificarse con mis embarazos, era indudable, siempre estaba preñada y Nelson… Yo no me percaté, pero sé que fue él quien empezó a enfriarse. ¿Como imaginar que estaba haciendo de las suyas? ¿Tal vez hubiese sido saberlo?, o mejor no saber nada. Tal vez sería mejor que lo olvidara... No lo sé, claro yo enferma y engordando, llegué a ponerme como una vaca. Todo vino después del nacimiento de Hercilita. Ana y Luz María, mis mejores amigas se atrevieron y me lo dijeron, pero yo no les creía. Ellas insistían en que ya no podían seguirlo soportando aquello, y yo las juzgaba envidiosas, chismosas, ellas parecían persuadidas de su misión redentora, se les salía la piedra al verlo vivir conmigo, con tanta hipocresía, eso decían, ellas. Pero la última en saberlo siempre es una, siempre es así. Luz Marina toda la vida estuvo enamorada de Nelson José y eso yo lo sabía, después el tiempo me dio la razón, pero tampoco ella lo supo retener. ¡Jajaja! Quizás he debido hacerme yo la tonta. ¿Saber llevar ese sacrificio?, ¿por mis hijos? Sí, tal vez. En realidad él no les ha hecho mucha falta, un padre así de irresponsable. Fuimos en el Hillman Hunter de Ana. Ella manejaba, en realidad me llevaron. Yo me sentía muy mal, estaba aún convaleciente, soportando la terrible dieta sin sal, los diuréticos, el Inderal, no valió de nada. Me dijeron que lo viera yo misma para que me convenciera y pude verlo llegar, andaba de lo más orondo, él tranquilo. ¡Un hijo y la enfermera preñada por segunda vez! ¡Era inaudito! Cuando salió, pude ver como se besaban en el porche, entre matas de isora y berberías, entre los crotos, ella lo despedía amorosa y claro está, se me subió la sangre a la cabeza, por poco y no me muero allí mismo, casi quedo en el sitio. ¿Como podría creérselo a ninguna de mis amigas? ¡Ni a mi peor enemiga! Éramos tan felices, éramos un hogar modelo, pareja de cristianos practicantes. Perdí la fe en el mundo y en la gente, pero creo que fue mejor así. Todo ocurrió hace tantísimos años, que es un disparate encontrarme recordando estas cosas ahora. ¿Será por los boleros y el piano de Anabella? ¡Bendito seas Marcelo! ¡Ay Dios Santo! Anabella ahora interpreta una contradanza, es "Soberana"... Si, Marcelo se largó después del almuerzo de hoy, se escapó con Natasha, y cualquier locura en él yo me la puedo figurar. Se perdieron de vista. La rusa, la misteriosa, ¿Greta Garbo? Se parece a la Bergman, ¿en Stromboli?, no sé pero rusa ella no es, se hace la sueca, aunque al mirarla, más bien me recuerda a Ana Karenina. Ella es en realidad, por el hablar, demasiado cubana. Mi sobrina Anabella, es una virtuosa con el piano, ha regresado a otro bolero. No sé si podré olvidarte, no sé si me moriré, mi luna y mi sol… ¿Será dedicado al compañero Marito el recital que nos está brindando? Él está sentadito, casi se ha dormido. Es tan nostálgica esta música. Marcelo se fue con Natasha, se escaparon  y hay algo extraño, yo no sé que será, pero es curioso, estoy segura de que él está viviendo un episodio peligroso, algo tiene esa mujer y siento que Anabella bien conoce el secreto, estoy segura, pero no me quiere soltar prenda. Es que te has convertido, en parte de mi alma, ya nada me consuela, si no estás tú también. Nada, nothing, si acaso llegaras ahora mismo, si vinieras, si me hablaras, ay Marcelo, si me dijeras la verdad. Si me comprendieras tan siquiera un poco. Aparecerías en la puerta, en blanco y negro, o con un tono sepia como un film del pasado, o si quieres con colores pastel. Por la hendija de la puerta del cuarto está entrando la música, entonces tú te asomarías, como si fuese una película, todo irreal, y de mentiritas. Tan siquiera un poco, así tú verías, tú comprenderías, y me cantarías. El día que me quieras... Como un Gardel engominado. Tú cantándome... El día que me quieras tendrá más luz que junio, Marcelo amor, el día que me quieras alegrará la vida el pájaro cantor, renacerá la vida, no existirá el dolor. La noche que me quieras será de plenilunio y en el estanque, nido de gérmenes ignotos, florecerán las místicas corolas de los lotos...
Alicia suspiró oyendo las notas del piano y recordando sus días de juventud, los tiempos cuando empezaba a estudiar Medicina y su padre había llevado a la casa un gran televisor. Estaba la tele comenzando en el país, era en blanco y negro y todo el santo día en su casa se la pasaban mirando los programas de la capital, las canciones de moda, vecinos y familiares querían ver a las cantantes en el show de las doce del mediodía y ni que decir de las películas en las noches, o las películas aquellas que se veían después de terminar el estudio de los gruesos textos de Anatomía, siempre estaba la tele...
Entonces me hice aficionada al cine argentino, eran mis películas favoritas, en la noche, hasta muy tarde, reconocía a Catita por su inconfundible acento, los gestos del viejito Serrano, Hugo del Carril, Gardel cantando "sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando", reía con Luis Sandrini y me emocionaba con la voz de la novia de América, linda y joven aparecía Libertad Lamarque con aquello de, "déjame no quiero que me toques no quiero que me beses me tortura tu presencia". El cine sureño me encantaba, y quizás, pienso yo ahora, tenía que ver con el dominio que ejercían en él las catiras. Rubias platinadas, altas, elegantes, en trajes de seda, con sus cabelleras peinadas en una onda ascendente, rodeadas de caballeros apuestos siempre de frack. A las once por Florida muy bien vestida, pasa Isabel, allá va la catirita, la porteña bonita, figura exquisita de gracia sin par, la gente la admira, murmura y se agita al verla pasar. Isabelita, como la que suplantó a Evita. Su silueta distinguida, es preferida como la miel. ¡Que impresión! Que de años hace y la vida y las modas han pasado pero siempre las rubias con los bucles hacia arriba o de lado a lo Grace Kelly, las catiras, imponemos la moda. Suben y bajan las faldas, hasta los tobillos, se usaron y regresan los vestidos floreados con hombreras, vuelven las plataformas, poco falta para que aparezcan los armadores, pero lo que somos las rubias, siempre estamos dando la hora. ¡Hasta en el cine mexicano dominado por María Felix hubo rubias!, allí estaba Silvia Pinal, la Viridiana de Buñuel. El Cine Landia era especial para ver las películas mexicanas. Desde la casa se escuchaba el timbre anunciando cuando ya iba a iniciarse la función y oíamos la música y el griterío, cada vez que se cortaba la película, se podía oír clarito porque no tenía techo. Sí. El Landia fue el primer cine que conocimos. Fuimos con papaito a ver a Romeo y Julieta y recuerdo que me impresionó tanto aquello de la muerte por amor, con Leslie Howard y el cementerio y los frailes, en blanco y negro, pero fue tanta la emoción de nosotras que esa noche dormimos todas las tres hermanas en la cama con mamaita. Fue en el Landia donde vi a Casablanca, no tenia ni doce años pero como ya me había desarrollado, yo era una catira corpulenta y me dejaron pasar con mis dos hermanas mayores y mi tía Mercedes. Durante años yo fui Ingrid Bergman y siempre había un Humphrey Bogart imaginario. Después pasé a ser Juana de Arco dentro de una armadura azul, postrada ante su majestad el rey José Ferrer y luego reviviría con Gary Cooper las aventuras de Heminway entre los riscos de España sin saber exactamente por quien doblaban las campanas. Pero la melodía de Casablanca nunca dejó de sonar en mis oídos, desde niña, por eso cuando vi Stromboli con el Vesubio lejano y supe del escándalo de Rosellini, ya en el Colegio comenzaron a hablar muy mal de la sueca, y yo entendí que ella estaba vetada para todas, y sin embargo nunca dejé de admirarla. Éramos Bergman and Bogart, mejor que Bogart and Hepburn, también fue en el Cinelandia donde los pude ver por primera vez como pareja, metidos en un manglar, en el Reina Africana, él lleno de sanguijuelas que se le pegaban como corronchos en la espalda, y ella flaca como una espátula, con sus crespitos rojos y más pecas que un huevo de chocorocoy. De nuevo Anabella regresó sobre el piano a la melodía de Casablanca, ¡que de recuerdos! ¡Es increíble mi sobrina en el piano! ¿Como pude pensar que estaba conquistándome a Marcelo? Que loca soy. Lo cierto es que él no llega. Es muy tarde y me parece ver a Peter Lorre con sus ojos saltones diciéndole a Ingrid, no hay nada que hacer, él no regresará. Bogart and Bergman, ¡que de cosas! ¿Bogart and Bacall? La flaca Laureen con su mirada oblicua, sería su verdadera mujer, pero yo no sé si sería por celos, pero siempre la sentí como una patada. Gringa esperpéntica, ella me caía tan mal como la Dorothy Mc Guire del cinemascope, con todo y su Fontana de Trevi, o como la Juliette Greco con la barriga pelada, sus pantalones de bota ancha y luces estroboscópicas girando en un ambiente lleno de humo, y ella con su voz cavernosa. Todas tienen un común denominador, son flacas, ¡todas! Como las dos Hepburn, Audrey desayunando en Tiffany bajo una lámpara Deco, y la otra, la Katherine, ¡disfrazada de Eleonor de Aquitania!, pero ¿como voy a dejar por fuera a Julie Harris?, entre violetas y jazmines, gimoteando bajo un árbol llorón, encima de James Dean, always a rebel without a cause, el Abel de Al Este del Paraíso, ¿o era acaso Caín? Si no hubiese sido por la dirección de Elia Kazán, la novela de Steinbeck, tan pesada, nunca hubiese sido tan famosa. Cosas del cine. ¿Qué me dirá Anabella si le comento ese ejemplo? El cine promoviendo la literatura. ¡Jajaja! ¿Qué suena ahora? ¿Es una melodía italiana? ¡Oh Marcelo! Como Marcelo Mastroianni, con Federico Fellini dirigiendo a la rubia Anita Ekberg en La Dolche Vita, Anita repartiendo leche, la inglesa Diana Dors también tenía sus dotes encantadoras, ¿y Doris Day?, todos los suéteres de mi juventud, los pijama games, las medias tobilleras con sus mocasines, ella, ¿sobreviviría a la mastectomía? ¡Oh, casi olvidaba a Lana Turner! Vestida de seda negra, tan elegante y refinada, no tan suave como Eleanor Parker, una divina diva, aunque fuese casi de la época de Virginia Mayo. La Parker en la marabunta. Ese bachaquero comiéndoselo todo y ella allí, envuelta en Opium o quizás en LouLou de Cacharell, ante el Moisés, Ben Hur o el comandante astronauta del planeta de los simios, el bello y joven Charlton Heston con su sonrisa imperecedera, una dentadura perfecta, sonrisa pepsodent, tan sólo comparable con la de Burt Lancaster, el pirata hidalgo, el gatopardo, se ha puesto viejo, con los años, ahora ha quedado para extasiarse mirando a Susan Sarandon mientras ella se lava los senos con jugo de limón desde una ventana indiscreta en Atlantic City, ¡viejo verde! ¡Ay Marcelo es ya tan tarde!. Anabella dejó de tocar el piano. Terminó el concierto y ahora ya casi es medianoche, creo que tendremos que irnos a dormir, a dor m i r r…    Alicia caminaba por la calle derecha. Al fondo se veía la basílica de la Chinita y el sol caía vertical haciendo brillar los colores de las paredes de las casas con sus ventanales llenos de barrotes protruyendo hacia las aceras y sus medias puertas entreabiertas que permitían atisbar tras los zaguanes oscuros el sol reventando dentro de los patios centrales, llenos de matas. La detuvo una señora anciana con un vestido largo negro con florecitas blancas. Ella estaba llena de arrugas y le dijo tomándola de un brazo. Mijita, Nelson está muerto. Entonces entraron por una de las puertas y en la penumbra del zaguán se detuvo Alicia y le respondió a la señora. Él estará muerto pero yo estoy bien viva. No me mire así misia, que yo no tengo remordimientos. ¿Por qué voy a tener que hacer el papel de muerta? En todo caso seré viuda. The merry widow. Jajajá. Ay, es que estar divorciada es casi como ser una viuda. ¿Es que nadie pone la mano donde ya la puso el muerto? ¡Misia Carmen! Que locura es esa... ¿Estaré enloqueciendo? No hay locos en mi familia... Todo esto es como una crisis esquizofrénica, como las que provocaba el LSD. Lo usaban en Berkely, uno de mis créditos en UCLA fue a estudiar la mariguana y sus efectos. ¡Oh la California de Warren Beatty!, el hermanito de Shirley Mac Laine. ¿Qué pasó con él y conmigo? Pura química, fue desde su primera película, la de Elia Kazán con Natalie Wood, splendor on the grass, entonces yo sufrí con aquel dramón sureño. Estaba para la época terminando de estudiar Medicina y me fascinó el tema de la locura y aquel amor por Warren, esplendoroso sobre la hierba. Ese querer lo derivé hacia la psiquiatría. No era la primera vez, ya unos años antes con Joan Crawford en blanco y negro, en aquella inolvidable película de Robert Altman, quizás también influyó la música, sin duda. Con que pasión, me acariciabas, te acaricié, cuanto me amabas, que triste fue nuestro querer, pero un viento gris. Autumn leaves y la locura, sí... Ahora, yo no estoy loca, sólo que Marcelo me está fastidiando otra vez, me está haciendo sentir como si fuese una viuda. ¿Yo viuda? ¡Paso! Ni por asomo. Viuda no, asediada, atacada, perseguida quizás por las miradas y las lenguas de los hombres, las lenguas viperinas de las mujeres, envidiosas, yo en boca de todas ellas, ¡jajajá! Pero están equíferas si creen que voy a perder mis objetivos. Con o sin rusa, con o sin mujeres, contra toda una manada que se interponga, todas las que se atrevan, que vengan como un cardumen, una turba de mujeres furiosas, chismosas, no me vencerán. Que lleguen ellas graznando, como los pájaros de Hitchcock, como aves agoreras, como en el film de Kazantzakis el griego, las viejas vestidas de negro destrozándolo todo. El griego, Zorba sí, y yo, Irene Pappas, yo quien sólo ando buscando mi cabra perdida, bajo el aguacero y los hombres en la puerta mirándome, deseándome y el chaparrón cayendo, y ellos extasiados deseándome, quisieran poseerme, pero yo soy Irene, la viuda y los miro altiva y los desprecio a todos. ¿Yo Irene Pappas?, ¿con esta papada?, ¿con este aspecto de rubia regordeta? No se puede. Irene es angulosa, de grandes ojos negros, con cara de pepa de mango, yo no. Soy una gorda papuja, quizás deba tomar el papel de Bubulina, la señora gorda que suspiraba añorando el perfume del pasado. ¡Oh Marcelo! ¿Donde iba yo a conocer a cuatro viejos almirantes que bebiesen champaña en mi bañera? Ay no Marcelo, el papel de Bubulina para mí sería degradante, ¿estás loco? ¿Marcelo donde estás? Entonces Alicia notó que la señora del vestido de florecitas se había ido y el zaguán era un túnel interminable. Temerosa de tropezarse con algún conejo, marchó paso a paso y luego corriendo desesperadamente, hasta despertar.

Con ligeras modificaciones este es un fragmento del Capitulo X de “Escribir en La Habana” novela ganadora de la Bienal José Rafael Pocaterra del Ateneo de Valencia, en 1994.

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