lunes, 25 de febrero de 2013

Fernando C. Tamayo. Poeta tachirense.



  FERNANDO C TAMAYO, POETA TACHIRENSE

   Fernando Carlos Tamayo fue uno de los poetas líricos más firmes y expresivos del Táchira. Hijo primogénito de Don Lorenzo Tamayo de la Madriz y de Doña Albina García de Tamayo, Fernando, nació en Valencia el año 1890 y antes de cumplir el año se trasladó con sus padres a San Cristóbal.

            Tuve la suerte de conocer personalmente a mi tío Fernando,  en Maracaibo el año 1947. En aquel entonces yo era un niño de ocho años, pero recuerdo perfectamente su visita a nuestra casa, “Los Arrayanes”. Mis hermanos y yo, sabíamos que era el mayor de nuestros tíos, que era poeta y que había combatido en la guerra del catorce. Estuvo unos meses en Maracaibo, antes regresar a Los Estados Unidos, donde fallecería al año siguiente, en agosto de 1948.  No podía imaginarme, a la edad de ocho años, la importancia de mi tío como poeta, pero si comprendimos, mis hermanos y yo, que él era un personaje de esos que solo se encuentran en los libros de aventuras.
Fue en la revista literaria “La Idea” donde Fernando dio a la luz pública su primer poema titulado “Parábola”. Esta poesía con un cierto sabor bíblico, fue reproducida en 1908 en diversas publicaciones de los círculos literarios de Caracas, Maracaibo y de Quito.        
 Fernando Tamayo formó parte de un  grupo de jóvenes tachirenses, inquietos y talentosos, muchos de ellos agrupados en torno a la revista “Bloques”, escritores de poemas y de ensayos quienes mantenían viva la actividad cultural en la San Cristóbal de comienzos de siglo.  En aquellos duros días, en una Venezuela rural, acogotada por guerras y dificultades económicas, Fernando Tamayo, con José Abel Montilla, Ramón Leonidas Torres, Eduardo López Vivas, y su hermano Francisco Tamayo, comenzaban a descollar en la actividad literaria del Estado Táchira y del país nacional..
Se vivían los últimos años del régimen de Cipriano Castro y alboreaba la larga dictadura gomecista. En el año de 1907 tenía Fernando 17 años y un panorama imprevisto se abrió ante él. La posibilidad de abandonar el suelo nativo agitaría sin duda su corazón de soñador y poeta, seguramente él sopesaría la idea, posiblemente pensaría en sus padres, en sus hermanos, en Inés Dávila y decidiría aceptar el reto. A finales de ese mismo año, a lomo de mulas, en tren y luego embarcándose en varios vapores, marcharía lejos de su patria, para irse a estudiar en Norteamérica. 
En el Colorado College, de Colorado Springs habría de iniciar Fernando su periplo de personaje novelesco. Fue estudiante de ingeniería civil, profesor de español, deportista, dibujante, se fue a la guerra del 14 con sus compañeros y sus discípulos, y ya en el frente de batalla estuvo dirigiendo una compañía de Infantería siendo condecorado por servicios de guerra. Regresaría a Norteamérica y en el Colorado College volvería a ser profesor de español y se graduaría de Filosofía y Letras. Casó con una norteamericana, fue obrero en molinos para la extracción de oro, lavaplatos en un restaurante neuyorkino, actor de cine, cowboy, guionista de películas, director de Publicidad de la Columbia Pictures, asesor de Producción de la Fox, premiado con un Oscar de la Academia de Artes Cinematográficas en Hollywood por el guión de la película “Sombras de Gloria” en 1935, ejerciería el periodismo en Nueva York y con una sólida cultura humanística, se transformaría en un erudito, versado en literatura y filología. Hablaba y escribía en inglés y en francés con la misma perfección que en español, colaborador de numerosos periódicos y revistas de América Latina y España con los seudónimos de “Tom Ayala” y “El Conde de San Javier”, sus crónicas se titulaban “ Vistazos Neuyorkinos” y “Salpicón Cosmopolita”.  Escribía y publicaba poemas en inglés y en español y fue, en palabras de Cesar Casas Medina      
“ Un poeta de alcurnia. Un poeta de la más fina casta. Un poeta con voz propia. Con sello original. Con sustantiva y definida personalidad.”
Durante sus años de estudio en Colorado Springs y con los avatares de su existencia, el poeta siempre tuvo presente su tierra tachirense, las montañas andinas, sus gentes, su familia, y será esa nostalgia del terruño la que formará la médula de su poesía. “Romance del camarada muerto”, fue escrita en un pueblo de Francia tres días después de la firma del armisticio en noviembre de 1918.
“Romance del camarada muerto”,
Extraño que en mis recuerdos
de esta madrugada fría
no se agiten torvos cuervos
de pasiones agresivas;  
sino que en fugaces giros
las alegres golondrinas
de mi añoranza, pincelen
en raudas policromías,
paisajes inolvidables  
de mis lejanas campiñas.

La niebla durmió en la selva
y, acre, la humarada pícrica  
que a la neblina emponzoña  
nos sofoca. Mis pupilas  
se esfuerzan por cotejar
los “números” en las filas
con la voz que dice –Aquí
sin el timbre de sonrisa
que en mi mente conectaba  
la voz y fisionomía.
La humareda es una bruja
que artera, me tantaliza:
Mañanitas de mi tierra,
escalofríos de neblina,
oh, los cerros de Capacho
en mis montañas andinas!
Ansias de calor de nido...  
Dolor de esperanzas idas...
Broncas las bocas de acero  
lanzan “fuego de cortina”;  
los “Setenta y cinco” ladran
en bochinchera jauría;  
y silba muerte el aullido  
de granadas enemigas.  
Madrugadas de Capacho...  
escalofríos de neblina...
Hace frío en Bois-le-Prètre...
No puede ser cobardía.

Se han vestido los muchachos
para un día de revista
un “rendez vous” con la muerte  
amante a quien no la esquiva.
Sin delatar la emoción  
me fijo, al pasar revista,
en cada rostro. Quisiera  
grabarlos en la retina!  
Van en “misión especial”;
son miembros del “Club Suicida”
que han de cortar las hiladas  
en la alambrada enemiga  
al punto de la “hora cero”   
y a la señal convenida.”
-Al removerse y dejar  
el rollo de sus cobijas
-Si vuelven, aquí estarán  
para quien venga a pedirlas
I si no, pues... es...muchachos,  
que ya no las necesitan.
Good luck, boys, and give ém hell !
Después, la orden de partida.
(. . . )
Adjuntos los Ingenieros  
de Línea a la Infantería  
vamos en “segunda ola”.  
Somos como almas perdidas  
en una escena dantesca.  
La metralla nos fustiga;  
nos doblegamos, intensos;  
avanzar es la consigna  
y avanzamos... avanzamos...  
interrogaciones vívidas  
ante el dilema patente  
de la Muerte o de la Vida.
El castigo ineludible  
nos va raleando las filas  
pero, mecánicamente,  
gritamos: -Guardar la línea !  
“Keep the line” y proseguimos  
la marcha, marcha infinita  
torturante, interminable,  
puestas el alma y la vista  
en una mancha borrosa,  
en una línea indecisa
que nos dieron de “objetivo”  
de esta “operación sencilla”!
El shrapnel tamborilea
nuestro paso desde arriba  
y las granadas regüeldan  
insaciables, y vomitan  
con horripilantes bascas,  
tierras y entrañas y vidas.”

( . . .)

Y fue llegando al camino
chiquillo de la alegría,  
que te vi: tenías abierta
desgarrada, la camisa
y rojos hilos de sangre, al respirar, te salían  
de un arabesco bermejo  
que en tu pecho se encendía.
Con el semblante tranquilo  
reposando parecías,  
reclinado en el talud  
a la vera de la vía...
mientras que hilo tras hilo  
se deshilaba tu vida.
Fue un instante, nada más;
un trance de pesadilla,  
la impresión fugaz de verte,  
camarada, en la agonía;
mas en la mente, quemada,
la llevaré mientras viva.
Y maldije la crueldad,  
de la inflexible consigna  
de seguir...siempre seguir...  
dejándote en la agonía!  
Groseras interjecciones,
afiladas, asesinas,  
rebosaron en mis labios  
al maldecir, expresivas,  
la cáfila de vejetes,  
tahures de la política,
que así lanzan a los pueblos  
y a los hombres a la ruina!  
Fue un instante, nada más;  
pues cuando la Muerte grita
las impresiones más hondas
en un instante se olvidan.
Al atardecer sangriento,  
consolidada la línea,  
el relevo nos prestaba  
un nuevo jirón de vida.  
Regresamos cabizbajos,  
dilatadas las pupilas,  
hechas guiñapos las ropas  
y las almas hechas trizas.

Cuando te hallé, ya no eras.  
No había sol en tus pupilas  
y el lodo había mancillado  
el oro de tus espigas.
La medalla de la Virgen  
sobre tu pecho pendía  
y, compasiva besaba  
un hueco de tus heridas.
Casco en mano, los sollozos
mi oración enronquecían...  
Un instante, nada más,
y me sacudió la vida.
Para mí nunca habrás muerto, 
chiquillo de la alegría;  
había paz en tu semblante  
que enmarcaba una sonrisa:  
esa tarde, camarada,  
rendido por la fatiga,
te habías quedado dormido  
diciendo un Ave María.

                ( En un lugar de Francia, Noviembre de 1918 ).

      Con  su esposa, el poeta regresará a San Cristóbal el año 1935. De vuelta al terruño, ha ver a sus padres ya ancianos. A finales de ese año, morirá su padre Don Lorenzo Tamayo de la Madriz y pocos meses después en 1939 fallecerá su madre Doña Albina.  
      Treinta y dos años después de haber dejado su tierra, para  iniciar su vida de aventurero, Fernando, de vuelta en su casa recibe estos dos golpes del destino y se comporta  “como un viejo soldado”,  sin claudicar ante la vida y ante las letras...
      Continúa escribiendo poesía y acepta el cargo de  director de un liceo, el “Rafael María Morantes” en el barrio San Carlos en las afueras de San Cristóbal. En 1945  Fernando Tamayo, verá coronada una gran aspiración. A través de sus amigos del Grupo Literario “Yunke” se publicará su libro “Romances de mi Montaña”,
      Un año después, Katherine se caería accidentalmente sobre un rosal y moriría de tétanos en San Cristóbal. Con su hermana Mercedes, el poeta estará un tiempo en Maracaibo, allí deberá ser hospitalizado en el hospital Central varios días por su enfisema y fibrosis pulmonar.  Logró contactar con un Hospital de Veteranos en EUA. Tenía una gran ilusión para estar en un desfile de Veteranos de la II da Guerra que se daría en Miami, pero por motivos de salud no logró estar presente. El Hospital VE de Miami lo trasladó al Hospital de Veteranos de Nueva York donde moriría el 22 de agosto del año 1948.
       Sus restos mortales, traídos a Venezuela, reposan con los de sus padres y de su esposa, en el cementerio de San Cristóbal, ante las montañas de los Andes Tachirenses que tanto amó.



Jorge García Tamayo
Maracaibo, febrero del año 2013


1 comentario:

Cecilia dijo...

Somos familia? El sería mi tío abuelo