sábado, 4 de marzo de 2023

Lidia Chukóvskaia


Lidia Chukóvskaia (1907-1996) Era hija de María Borísovna Goldfeld y del escritor para niños, traductor y crítico Kornéi Chukovski. Fue esposa del físico Matvéi Bronstein, detenido en 1937 y ejecutado en 1938. Las principales obras de Chukóvskaia son la novela Sofia Petrovna (1939-1940), publicada en el extranjero en 1965 con el título de Casa vacía y en la URSS en 1988: no pudo publicarse en su país hasta cincuenta años después. ​El libro fue traducido al español por Marta Rebón como Inmersión. ​

La heroína de la primera novela es una mujer sencilla, incapaz de comprender la naturaleza del terror que la rodea, que tras la detención de su hijo poco a poco se vuelve loca. Sofia Petrovna es la única obra literaria de prosa conocida hasta la fecha dedicada al Gran Terror de 1937-1938, que se escribió inmediatamente después de esos acontecimientos.


La segunda novela de Lidia Chukóvskaia, es en parte de naturaleza autobiográfica y describe el comportamiento conformista de los escritores soviéticos en febrero de 1949 en medio de la lucha contra el cosmopolitismo. Galardonada en 1990 del Premio Andréi Sájarov, para el valor cívico de la escritora. 2013, Sofia Petrovna. Trad. de Marta Rebón. Epílogo de Marta Rebón y Ferran Mateo 2017, Inmersión. Trad. de Marta Rebón. Epílogo de Marta Rebón y Ferran Mateo. 


Andréi Siniavski y Yuli Daniel

fueron dos escritores moscovitas de la era soviética quienes comenzaron a enviar sus obras al extranjero bajo los seudónimos de Abram Terz y Nikolái Arzhak. En septiembre de 1965 los atrapó la larga mano de la injusticia comunista. Estuvieron cinco meses presos hasta que en febrero de 1966 los condenaron a trabajos forzados en Siberia durante siete y cinco años, respectivamente.



Solzhenitsin aún no había publicado (https://bit.ly/3kx6auU) su Archipiélago Gúlag ni Shalámov sus Relatos de Kolimá, Siniavski y Daniel ya sabían lo que les esperaba, sobre todo a través de Memorias de la casa muerta, de Dostoyevski, La isla de Sajalín, de Chéjov, tal vez Un mundo aparte, de Gustaw Herling-Grudziński y, por supuesto, Un día en la vida de Iván Denísovich, del propio Solzhenitsyn.

 

El mundo conoció del caso con indignación, e incluso “las izquierdas” consideraban que la Unión Soviética saldría mejor librada si exculpaba a este par de escritores. El juicio fue un montaje de apariencia legal, aplicando leyes que nada tienen que ver con los derechos humanos y como no existía el delito de publicar obras de ficción en el extranjero con seudónimos, fueron acusados de tratar de “socavar, debilitar y empañar el poder comunista y soviético”. En su defensa y en su última intervención de 75 minutos, Siniavski defendió “los derechos de los escritores a expresar opiniones no convencionales a través de los personajes literarios”.

 

Entre el mes de septiembre cuando los arrestaron y el de febrero en que los condenaron, los candidatos fuertes para el Premio Nobel de Literatura eran Mijaíl Shólojov y Ana Ajmátova. Los académicos suecos, siempre con esa tendencia al error que les caracteriza, se lo otorgaron a Shólojov quien era un “acariciado del sistema”... A Pásternak no le habían permitido viajar a Suecia, y el mundo de la literatura quiso suponer que, desde Estocolmo, Shólojov haría un llamado por la libertad de sus colegas presos, pero eligió cerró el pico ahogándose en egolatría.

 

Shólojov galardonado nobel termino de embarrarse; dio un discurso en el que criticaba la mano blanda del jurado y sugería la pena de muerte para Siniavski y Daniel. Criticaba a los jueces, con nostalgia estaliniana diciendo que un castigo no se debía aplicar según las leyes, sino de acuerdo con “un sentido revolucionario de la justicia”. La escritora Lidia Chukovskaia le dirigió a Shólojov un texto rebosante de dignidad, valor y belleza, lectura que es necesaria sobre todo para políticos y escritores.


Chukovskaia le mencionaba que los años de 1917 a 1922 estuvieron cargados de heroísmo, pero que el orden destruido no se había sustituido por otro, por lo que campeaba la injusticia. Le preguntaba a Shólojov por qué quería volver a los días del “sentido de la justicia” y le advertía que se le pasó la mano. Entonces citando las palabras textuales de Shólojov: “Si a estos pillos de negras consciencias los hubieran arrestado en los grandiosos años veinte, cuando los juicios no se hacían por artículos bien definidos del código criminal, sino guiados por un sentido revolucionario de la justicia, oh, el castigo impuesto a este par de chaqueteros hubiese sido muy diferente.”

 

Chukovskaia le señaló a Shólojov que él mismo se habría excomulgado de la tradición de escritores que dan la cara por otros escritores. “Es lo que nos enseña la literatura rusa a través de sus mejores representantes. Es la tradición que tú violaste al vociferar que la condena no fue suficientemente severa.”

 

Luego Chukovskaia estacaba el significado de la gran literatura. “Los libros de los grandes escritores rusos enseñan a la gente, no con simplezas, sino profunda y sutilmente, un mundo social y sicológico de muchas facetas en el que se indagan las complejas fuentes de los errores humanos, las transgresiones, el crimen y el pecado. En esta emoción yace, por sobre todo, la importancia humana de la literatura rusa.”

Chukovskaia escribió: “Tú, Mijaíl Alexandrovich, has traicionado de nuevo el deber del escritor, cuya obligación siempre y en todo lugar es dilucidar, hacer conscientes a todos sobre las múltiples interpretaciones y contradicciones que se manifiestan en la literatura y la historia, y no hacer juegos de palabras, de manera maliciosa, para ocultar o sobresimplificar los hechos”.

 

Acaba Chukovskaia diciendo que rechaza la sentencia del tribunal, pues por muchas leyes que los jueces hayan invocado, el mero hecho de haber arrestado y juzgado a Siniavski y Daniel era ilegal.

“Porque los libros, bellas letras, cuentos, novelas, historias, palabras, débiles o fuertes, geniales o mediocres, no son asunto de ningún tribunal civil o militar”.

 

Los dos amigos, Daniel y Siniavski, cumplieron sus años en la prisión y fueron liberados. Daniel moriría en Moscú en 1988, sin enterarse de que Lech Wałęsa acabaría por echar abajo los apolillados muros soviéticos. Siniavski sobrevivió más allá y alcanzó a leer un reporte en el que las autoridades rusas lo “rehabilitaban”, tras aceptar que no había cometido delito alguno.

 

Lidia Chukovskaia vivió el antes, durante y después del comunismo. En 1990 recibió el premio Andréi Sájarov al Valor Civil de los Escritores, un premio que, tal cual, reconoció las agallas de Lidia, o, en términos rulfianos, por tener los riñones de este tamaño, y que se otorgó anualmente hasta el 2007, cuando Putin lo mandó al diablo porque al señor le incomodan los escritores valientes.

Maracaibo sábado 4 de marzo del año 2023

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