domingo, 2 de enero de 2022

Breaking bad

 Breaking bad

Supe de la existencia de Werner Heisenberg (1901–1976) cuando en 2003, viviendo en Caracas, leí la novela de Jorge Volpi “En busca de Klingsor” y conocí sobre la historia de“la física” en los primeros cincuenta años del siglo XX y de los debates relacionados con el campo de “la física cuántica” durante la génesis de los programas atómicos de ambos bandos, este y oeste.

Más recientemente, en 2016 y a propósito de Heisenberg, comenté en este blog lapesteloca (https://bit.ly/2MQOOnC) sobre una serie de televisión titulada “Breaking Bad”, cuyo protagonista, es un químico quien escogió el apodo de Heisenberg para sus actividades criminales. Seis años después, ya finalizando el pasado año 2021 a través de Netflix he caído en las redes de esta “serie” para regresar a mirarla en la TV capítulo tras capítulo hacia el final…

El principio de la incertidumbre de Heisenberg es un teorema fundamental de la física cuántica, que determina cómo la presencia y métodos del observador influyen en el objeto observado, por lo que es imposible determinar con exactitud dos parámetros al mismo tiempo. Si aplicamos este principio a Breaking Bad, la serie, veremos que esta fue afectada por multitud de opiniones y análisis que desmenuzaban cada episodio de los que era muy difícil abstraerse, hasta llegar a una especie de catarsis colectiva ya en el último capítulo. Un fenómeno comunicacional de masas…

La serie, con la música de Dave Porter, con reminiscencias de la banda sonora de Paris Texas de Ry Cooder, nacería por Vince Gilligan, quien fue uno de los guionistas principales de ‘Expediente X’ y en sus últimas temporadas, empezó a elucubrar la idea de una serie basada en un laboratorio móvil de metanfetina. Gilligan  se asoció con el productor de ‘Rain Man’, Mark Johnson y su compañía Gran Vía Productions le vendería la serie a la cadena AMC, con una temporada corta de nueve episodios reducidos a siete por la huelga de guionistas del 2009, pero sería renovada al final de la misma para una segunda temporada de 13 episodios. La serie atrajo cierta atención positiva de la crítica, aunque sus audiencias fueron bastante bajas, pero más tarde como una bola de nieve fue creciendo tras cada temporada, hasta llegar a la avalancha final.

No voy a relatar la historia de Walter White, un profesor de química, casado, que tiene un hijo que sufre de parálisis cerebral y ante el reciente embarazo de su esposa, cuando le es diagnosticado un cáncer de pulmón inoperable, al ver su muerte tan cercana se replanteará las cosas y decide producir metanfetamina de alta calidad aprovechando sus conocimientos de química para conseguir el sostén financiero post mortem para su familia. Así, él se asociará con un antiguo alumno quien se encargará de la distribución del producto. Esta es la trama de la serie, y no diré más para impedir su disfrute a quien no la conozca y quiera verla; está en Netflix.

Es importante destacar que Vince Gilligan no tenía ni idea de la visión global de la serie y, de hecho, su intención inicial era matar al joven Jesse, el alumno, al final de la primera temporada, de lo que se retractó al ver lo bien que lo hacía el actor Aaron Paul y decidió continuar con el personaje. Un detalle definitorio de la calidad de la serie eran los llamados ‘cold openings’ o introducciones en cada episodio que no tenían relación aparente con la trama, aunque siempre acababan teniendo alguna explicación. La escalada de Walter por la pirámide del mal le hizo adquirir una personalidad oscura por la que se haría llamar Heisenberg, en honor al físico ya mencionado. La serie aprovecharía la ciudad de Alburquerque y sus desérticos alrededores en Nuevo México EUA, donde existe una marcada relación con la población hispana. Con la entrada del villano Gus Fring y de su abogado Saúl, a finales de la segunda temporada la serie despegó defintivamente.


Bryan Cranston, es el profesor protagonista quien había trabajado en un episodio de ‘Expediente X’; haría la interpretación magistral de Walter White, y se  ganaría tres estatuillas del Emmy al mejor actor durante tres años consecutivos, siendo el primero en conseguirlo en la categoría dramática desde Bill Cosby en los años sesenta. El papel de su discípulo, Jesse Pinkman, se le otorgó al poco conocido actor Aaron Paul, quien en las dos primeras temporadas, era una piltrafa humana, pero llegaría a ser apreciado en su justa medida. El rol de la sufrida mujer de Walter, fue para Ana Gunn, una actriz infravalorada quien recibiría también un Emmy muy merecido. Dean Norris interpretaría al cuñado de Walter, un agente de la DEA. A mediados de 2011 la cadena AMC anunció la renovación de la serie por una quinta y última temporada de 16 episodios, dividida en dos partes de ocho emitiendo la primera en 2012 y la segunda en 2013. También conseguiría el Emmy ese año a la mejor serie dramática.

El cambio de hábitos televisivos, particularmente en los últimos dos años y posiblemente influenciado por la pandemia ha provocado una verdadera avalancha de seguidores algunos hasta reactualizando el disfrute de esta serie. Aunque no puede pasar desapercibido el hecho de que la increíble calidad de las tres últimas temporadas llevaría a la gente en su presentación inicial, a caer en una especie de paroxismo colectivo, amplificado cada vez más por el poder que las redes sociales. El éxito de la serie ha dado pie a todo tipo de iniciativas una jocosa sobre cómo podría ser un Breaking Bad a la española, y en un sentido más terrorífico en México prepararían un remake de la misma al que llaman “Metástasis”.

Regresando al inicio y tras aceptar que nunca he sido fanático de “las series” televisivas, quizás por temor a “engancharme” en ellas, debo -como ya lo hicieran por internet hace unos años Mikel Madinabeitia y Lorenzo Mejino, de quienes he tomado los detalles para esta revisión como telespectador- recomendar efusivamente, la siempre presente y emocionante serie titulada Breaking Bad.

Maracaibo, domingo 2 de enero del año 2022.

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