Miguel Angel Campos Torres
La ideas que el venezolano tiene
sobre el valor social del petróleo deben ser similares a las que en estos días
ha expresado en relación al papel sanitario y la
harina: no sabe de dónde sale pero cree que siempre lo tendrá. Digo, si
carencia y abulia pueden engendrar algo distinto a una visión reptiliana del
alimento, o del poder; porque si las muchedumbres asocian gasolina gratis con
bienestar, la dirigencia pública asocia estabilidad política con dilapidar 10
mil millones en vez de invertirlos en programas sociales. La zona oscura,
inexistente para la mayoría, se la saltan ante el tópico manido y apelan al
sentido común, que en este caso no es tal sino lugar común. Entre los
candidatos de la elección presidencial de hace un año uno prometió que la
gasolina seguiría siendo gratis, aun cuando no se lo estaban preguntado, como
se ve éste carburante ideario forma parte de los recursos de comprensión y
halago de la venezolanidad, capaz de espantar a una escritora intimista como
Gisela Kozak, y alarmar a otras personas inteligentes. Y a quienes somos menos
inteligentes nos devuelve al monólogo de muchos años. Riqueza, petróleo,
bienestar, abundancia (de qué, cuáles), igualitarismo, un catálogo florido no
siempre bien despejado y peor relacionado. Cuál es el concepto de ese bienestar
que anida en el alma del venezolano, cómo se articula la riqueza en una
sociedad reducida a la pura fisiología de la economía, a sus negocitos de
compraventa, al consumo epiléptico, en fin. Gasolina gratis y transporte
público de cuarta categoría, ya está, nuestra novelista ha establecido una
relación aterradora, incómoda, pues lo que conmueve no hace llorar, asusta,
alerta. La función discrecional de la renta petrolera
en Venezuela desde 1958 para acá se parece mucho al uso discrecional de la
tecnología de guerra del ejército de EE.UU en Vietnam: ha mantenido un
organismo funcionando al precio de comprometer su propia capacidad para
reproducirse. Por razones de mínima elegancia, quien aspire a gobernar este
país, y en los últimos cincuentas año, debería haberse leído por lo menos Mene
(Ramón Diaz Sánchez) y en varias sentadas, también, y en lectura pública, El
señor Rasvel, ese libro conjurador de nuestra doble moral, y ya no digo “Arco
secreto” (Gustavo Diaz Solis), el animal nocturno de ese relato abruma el
realismo esquemático de cualquier asignador de presupuestos. Pero todo aquel
con pretensiones de gestionar el bien desde las rasgaduras del petróleo está
obligado a saber sobre éste un poco más que el precio fluctuante del barril. El
petróleo nos dio un país bastante solvente en la era de aquellos hombres que
enmendaron el gomecismo; tras el perezjimenismo, aun en ausencia de proyecto,
sostuvo las bases de una expectativa, hoy, convertido en sólo agente de
contabilidad, puede darnos únicamente un país de ordinal impreciso, de cuarta
como el transporte o de quinta como la educación. Quizás la forma más primitiva
de redistribución de la riqueza en Venezuela sea esa del subsidio, o mejor
dicho, de la gasolina gratis. Resulta popular y destructiva como la pesca de
arrastre, también demagógica y axiomática como todo lo popular. Y sin embargo,
todo el mundo aspira a tener un carro donde el Estado financia a los
empresarios del transporte, desde los infames y anacrónicos carritos por puesto
de la ciudad de Maracaibo hasta las empresitas de autobuses interurbanos. Esta
gente taciturna desangra a los usuarios con los precios de los pasajes y la
condición bárbara del servicio, todos debieran estar presos, los atracos
–muchas veces con complicidad de los empleados–, por supuesto, no son su
responsabilidad. Pero hay más, el transporte de mercancías, alimentos y
productos en general, debiera omitir el combustible de sus costos, este valor
es insignificante y casi inexistente para los efectos de su contabilidad. Estos
capitanes de empresa no debieran estar presos sino en el infierno, y que lo
recorran pie. El mismo razonamiento cuenta para el grueso del parque automotor,
el 70% corresponde a vehículos particulares, me pregunto: si alguien que tiene
un carro de 300 mil bs, cuyo costo de mantenimiento puede equivaler al 20%
anual, por qué insiste en invertir sólo 6 Bs. semanales en gasolina. Todo este
70% puede pagar el litro de gasolina a un precio que todavía no se acerca al
costo, pero nunca a 0.09, digamos diez veces más, lo que sería menos de 60 Bs
semanales. Todavía este ajuste no acabaría con el bachaqueo (éste se lleva
Colombia, Brasil y el Caribe el 25% de la gasolina), pero tendría impacto en la
recaudación y el ambiente. Como consecuencia natural, las estaciones de
combustible se harían sitios peligrosos al convertirse en blanco de atracos. Lo
demás es demagogia, igualitarismo apestoso y estupidez. El paisito desmemoriado
ha olvidado que la mayor masacre de civiles que hemos tenido comenzó por el
aumento del pasaje entre Caracas y una localidad cercana, Guarenas o Guatire
(los chicos de la teoría de la conspiración dicen que el estallido fue de
protesta contra la cartilla del FMI, hoy a los herederos de aquellos muertos
les da igual.) El chantaje siempre está a un paso del crimen y eso ocurrió en
febrero de 1989. Y ese chantaje es un arma latente, asecha en una forma de
distribución de la riqueza muy parecida a una limosna de cianuro que el
pordiosero hizo parte de su vida. Pero tarde o temprano lo envenenará, su
organismo mórbido ha conciliado con la podredumbre y eso le permite estar vivo,
y si embargo ya tuvo noticias del alcance de la descomposición estomacal. Es
claro, pues, el Estado es chantajeado por estos sujetos, llámense empresarios
del transporte con RIF y personería jurídica, o bien sea la muchedumbre de
caleteros que conducen los destartalados “carritos por puesto” de Maracaibo,
gente malavenida, ejército de reserva de la delincuencia junto a sus hermanos
de clase “A”, los propietarios de los llamados taxis o carros libre. Pero el
chantaje tiene sus verdaderos actores en la coalición gobierno y estos sectores
antisociales tratando con la sociedad, y aquí aparece un ingrediente
subestimado: soborno. Pues quien entrega algo de menor valor para resguardar o
asegurarse lo cuantioso o trascendente ejercita el soborno. En un alcance
consensual es lo que hace el Estado con la sociedad para retener la inmediata
estabilidad política, se acumulan perturbaciones en aras de la funcionalidad
del poder. En términos de costos, la incidencia del combustible es casi cero en
esta actividad básica de la economía, y sin embargo, ante el menor asomo de su
aumento (pongo la palabra en cursivas pues cómo se puede aumentar aquello cuyo
precio lo destituye del valor de cambio) los transportistas amenazan con
duplicar el precio de pasajes y transporte. De igual manera, el expendedor
final de las mercancías (último eslabón del empresariado importador de
containers) hace su ajuste. Y esta explicación de la estafa, irreal, ficticia,
fluye con legitimidad en la población, ignorante y solidaria de aquellos
inescrupulosos, los jorobados terminan creyendo que el hatajo de truhanes son
unas víctimas del Estado depredador. En la psiquis elemental del venezolano,
aumento de la gasolina e inflación son una relación natural. El vínculo mortal
(y real) es gasolina gratis y Estado de Derecho caro o inexistente. Me pregunto
de dónde habrán sacado los taciturnos semejante vínculo, explicación de sus
males y carencias. No es del desconocimiento de las lógicas de la economía,
pues no se necesita ser economista para indignarse y tener sentido común.
Probablemente sea de su resentimiento ante la incumplida promesa de ser feliz,
próspero y rico que siempre ha visto detrás de la abundancia fiscal. La
gasolina es la expresión más volátil del petróleo, también la más objetiva como
imagen o representación de cuanto socialmente éste es. Le achacan todas las
culpas, y desde hace algún tiempo se le odia. Pero cómo la población de un país
puede odiar un mineral, se odia a los extranjeros que se lo roban, al
imperialismo acaparador, pero no aquello de lo que vives. En estos días todo el
que tenga carro en Venezuela es sospechoso de acaparamiento de gasolina, ciudadanos
cuasi ladrones a los que es preciso ponerles un Guardia Nacional a la hora de
llenar del tanque. De la era del recelo hemos pasado a la del abierto tutelaje,
evolución de una ciudadanía que se roba a sí misma el único bien de democrática
repartición. Pero cómo te puedes robar aquello que es gratuito, son estos los
retorcidos acertijos que se plantean en una sociedad donde se invirtieron los
esquemas conocidos de intercambio, en la que todas las racionalidades perversas
parecen haber encontrado lugar. Conozco a un sujeto que solía ser guía de
turistas norteamericanos cuando éstos venían por aquí, en la excursión él
elegía siempre pagar la gasolina del tanque de 70 litros de la camioneta
y que los gringos pagaran la comida, se ufanaba de su astucia, todos felices;
pero al final, para solazarse, informaba de cuanto era la diferencia entre una
y otra: esta es la gasolina más barata del mundo, les decía. Al tarado sería
preciso explicarle que es al revés: resulta la más cara del mundo en términos
de compensación y equilibrio de la estructura de convivencia. Como puede ser
barata la gasolina en un país con una tasa de homicidios de 70/100.000; una
tasa de mortalidad infantil de 18/1000; de desempleo del 15%; con una inflación
incuantificable, pero que ha destruido la demanda solvente (en todo caso es
superior al 100% anual), de crecimiento de la pobreza estructural; con un
sistema de educación arruinado, incapaz ya de garantizar la llamada movilidad
social, pero sobre todo la socialización primaria; donde el crimen y la
delincuencia llegaron a ser un segmento de la economía y las policías se
convirtieron en recicladoras de criminales, como lo denunciaba en su momento
Francisco Delgado. Donde el Estado de Derecho llegó a ser una farsa siniestra,
un puro protocolo que obra como una gestión más del poder ejecutivo, con una
Fiscalía amodorrada y policíaca, con unos tribunales burocratizados y cuya
eficiencia sólo suele verse cuando se trata de casos ruidosos y públicamente
notorios. Y de su venalidad y prevaricación no doy como muestras, ciertamente,
casos como el de Zuloaga y su acaparación de Toyotas, los policías de Puente
Llaguno, el Comisario zuliano, discípulo aventajado del hombre-comando del
Amparo, la señora Afiuni. Doy, sí, como muestras el asesinato de tres chamos en
Santa Rosa (Maracaibo), error de la
PTJ persiguiendo a un choro que había robado a un expetejota,
el juicio fue radicado en Trujillo, la inmolación de Brito, o la infinidad de
muertos en los barrios, que ni siquiera llegan a constituir un caso: en la
primera fase encuentran una calificación que los invisibiliza, ajuste de
cuentas. O los miles de estafas inmobiliarias y fraudes bancarios sin Fiscal ni
proceso, de los que sólo queda, si acaso, un papelito grasiento con una fecha y
recibido de un indepabis o una defensoría cualquiera. De la indiferencia e
ineptitud de ese etat du droit doy como ejemplo la Ley de Personas con
Discapacidad, desde hace casi cinco años yo mismo he acudido a todas las
instancias para hacer cumplir los artículos 14 y 45, sin ningún resultado
(CONAPDIS, Fiscalía, INDEPABIS, Defensoría, Juez Superior Civil del Zulia.) Es
pues la gasolina más cara y sangrienta ésta, la de una Venezuela cuya población
recibe en especies la salvación. A cambio de las condiciones necesarias para la
gestión de la vida ciudadana: resguardo jurídico, empleo, servicios, estado de
derecho, educación, exige gasolina gratis. Inmersa en los puros desazones del
consumo, confundida y hundida en su precario concepto de bienestar, desde el
cual obra en su extravío: tener cuatro televisores en la casa y unas aceras,
para ellos a eso se reduce civilidad y urbanismo. Un lector de otra ocasión,
que dice coincidir conmigo, se queja no obstante de no hallar en mis
reflexiones una guía o propuesta de cuanto debería ser la enmienda, tan sólo
expongo, dice, la descripción de unos males. Le digo que no soy consejero de
gobernantes, ni aleccionador de muchedumbres, y que toda enmienda debe comenzar
por el diagnóstico, si éste es errado aquella será un fraude, si no existe entonces
es el reino de la infamia. En todo caso, el país sólo oye voces cercanas, y
suelen ser las más parecidas a la de la adulancia, la distancia que permite ver
los estragos es la misma que aleja a los desarrapados de la mea culpa. Para oír
consejos tendrían que empezar por deshacerse de su socarronería. Por lo demás,
me jubilé de la universidad y me considero afortunado de haber trabajado 32
años en una institución donde hasta ahora, sea por tradición o por inercia, ha
prevalecido la libertad intelectual, el único espacio institucional donde hoy
esto es posible, y una de las pocas virtudes que de ella debe reivindicarse.
Miguel Ángel
Campos
mcampostorres@gmail.com
La pintura es mía, de los tiempos cuando me ayudo el arte a sobrevivir en el exilio ...
"El tío Luis y sus amigos"
JGT
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