No sabría cómo explicarlo…
No sabría cómo explicar mi
descontento con lo que se ha venido a llamar “la revolución bolivariana”. Haber
nacido en 1989 me pone en desventaja empírica ante muchos de mis compatriotas.
No conocí el Muro de Berlín. No conocí la caída de Allende. No conocí la
pacificación, ni la integración de la guerrilla a la vida política nacional. No
estuve en Caracas cuando cayó Pérez Jiménez, ni estuve en la Avenida Urdaneta
cuando bajaron los cerros a saquear en el Caracazo, mucho menos vi a Carlos
Andrés Pérez enterrar con sus propias manos a los miles de hombres y mujeres
asesinados esa noche. Para ser sincero no tengo ningún recuerdo propio de
Carlos Andrés Pérez. Tenía tres años cuando sucedió la insurrección militar del
4 de febrero de 1992, donde el Teniente Coronel Hugo Chávez, pronunció esa
promesa que lo llevaría a la presidencia: “Por ahora los objetivos no han sido
cumplidos”. Tengo un recuerdo, propio y televisivo: soy yo en el cuarto de mi
casa, con el primer televisor que mi papá compró, en el 1996 o 97, un Samsung
de 20 pulgadas: las colas de los ancianos en el banco reclamando su pensión de
miseria, y después el sonido de la cadena nacional y el chuchumeco presidente,
Rafael Caldera (el hombre más preparado para ser presidente de Venezuela en sus
mejores tiempos, no en esa época), casi babeándose sobre el micrófono, para que
después, su hijo, Juan José Caldera, interrumpiendo a su padre, el presidente,
y terminará de leer el discurso que el viejo no podía.
Recuerdo un afiche de Hugo
Chávez, donde parecía Rambo, que mi tío Natalio Perozo, guardaba celosamente
bajo el colchón de su cama y que mi abuela no le permitía sacar. Recuerdo al
presidente Caldera presionando el botón para demoler el retén de Catía, símbolo
de la tortura.
Tengo una desventaja empírica,
que me ofrece libertad de conciencia.
Cuando Hugo Chávez ganó las
elecciones, de 1998, yo estaba aprendiendo a jugar ajedrez, gracias a mi
difunto tío-abuelo Juan Marín Barrios. Tengo muchos recuerdos de esa época. Por
ese entonces nos estábamos mudando a nuestra casita: lejos de las medianas
comodidades hipotecadas de casa de abuela. Fuimos a perdernos en un lugar
desierto y desasistido del oeste de la ciudad, donde los ventarrones se
llevaban el techo de las casas; donde había que vivir encerrado porque la
tierra entraba y convertía en barro. Los primeros meses en mi casa (la casa de
mis padres), ahora que los recuerdo, fueron terribles: no teníamos ventanas, no
había agua potable, todos dormíamos en un mismo cuarto y las culebras buscaban
refugiarse en lo seco de la casa después de la lluvia: solo teníamos dos
vecinos. Hoy día mí casa está en un sector popular consolidado, con casi todos
los servicios públicos (menos el gas y el teléfono), han pasado largos 15 años.
Mi primer trabajo lo tuve a los
doce años de edad: era el encargado del aseo, los fines de semana, de los baños
públicos en la Vereda
del Lago (el único parque metropolitano de Maracaibo, a una hora de viaje de mi
casa en transporte público). A esa edad empecé a admirar a Hugo Chávez. Vale la
pena decir que desde 1998, hasta el 2002, su gobierno fue solo un juego de
cartas con la burocracia instalada por los partidos hegemónicos de país: Acción
Democrática (AD) y el Comité de Organización Política Independiente (Copei). En
el 2002, después de la aprobación de la constitución en el 2000, Chávez logró
zafarse de las luchas por lo formal y aplicó el primer paquete de leyes
relativamente revolucionarias (también empezó a hablar de “Revolución Bonita”):
la más importante, la ley de tierras, que tocaba los intereses de todos los
terratenientes del país. Venezuela era el segundo exportador de Café de
Suramérica, también tenía importantes ingresos por la exportación de cultivos
como cacao, plátano, leguminosas y otras frutas: todo esto lo sé, porque en
2003, después de más de 15 años interrumpidos de estudios, mi padre Luis
Antonio Perozo, alcanzó el título de Ingeniero Agrónomo.
Por aquellos días le llegaría la
muerte al primer novelista que leí en mi vida: Arturo Uslar Prieti. Se usó
mucho su nombre para alabar la ley de tierras, por su famosa frase “hay que
sembrar el petróleo”. Hoy en día, todos estos rubros: más el arroz, la azúcar,
las carnes, y otras fuentes de alimentación, en su porcentaje mayor, deben ser
importados, porque la producción nacional no da abasto para, apenas, poco más
de 30 millones de personas. Pero la ley de tierra no tiene la culpa. Realmente
es una buena idea que una persona no pueda ser propietario de más de cinco mil
hectáreas de tierra. (Aunque evidentemente, hay gente que aún posee extensiones
similares). Yo soy de los que creen que la tierra no debe tener dueño. Ni
siquiera debe ser del estado. Eso me hace recordar un cuento de Juan Rulfo.
Entre 2002, 2003 y 2004, Chávez
enfrentó sus más grandes pruebas; menos mal que se libró de sus peores asesores
(hablo de Luis Miquelena y compañía) y se acercó a un hombre que sabe mucho de
derrotas y siempre soñó con ser presidente de Venezuela, como José Vicente
Rangel. Creo que sin la sabía conseja de Rangel, Chávez no habría resistido el
paro petrolero y mucho menos el golpe de estado (que siempre he creído fue un
autogolpe). Fidel Castro jugó un papel importantísimo en el periodo 2004-2006
de su primer mandato. Allí nacieron las misiones sociales.
Las Misiones son la respuesta a
su imposibilidad de activar el aparato público. Ante un ministerio de educación
deficiente e infestado de gente en su contra, trajo a los cubanos para impartir
un sistema educativo por medio de videocasete de VHS: Misión Robinson, Misión
Ribas, Misión Sucre (Primaria, Segundaria y Educación Universitaria). Ante la
situación crítica de nuestros hospitales y ambulatorios y contra el orden
constitucional que pedía la descentralización de esas funciones del estado
central, creó la Misión
Barrio Adentro, y construyó ambulatorios médicos en todos los
barrios de Venezuela: con arquitectura cubana y médicos cubanos. A ocho casas
de mi casa hay uno. Recuerdo con mucho cariño a la doctora Milagros, que fue
muy amiga de la familia, y siempre nos contaba las penurias de la vida cubana,
con su actitud enérgica y alegre. El gobierno fue eficiente en dos años. Y el
dinero del petróleo se convirtió en inversión social. El bienestar era
evidente. La corrupción no había dañado aún el sistema, como si había afectado
a las estructuras clásicas del estado, que era, en su mayoría, inoperativo.
En ese entonces tendría 15 o 16
años, y era chavista. Había fundado en mi comunidad una escuela de ajedrez
llamada José Raúl Capablanca y tenía quince alumnos, a quienes atendía
gratuitamente. Fui fundador de uno de los primeros consejos comunales de mi
ciudad, cuando apenas la ley de consejos comunales era un germen. Estaba
orgulloso de todo. Recaudamos y fundamos la Casa de la Cultura Luis Hómez,
con el aporte de la constructora PROVECA (que había construido la avenida
principal del sector, y de la cual le tocaba el 8% a los consejos comunales).
Meses del pues sufrimos nuestro primer golpe: se nos aprobaron recursos para
tres proyectos: Escuela de Danza, Taller de Muñequería y Programa de Huertos
Familiares. Cerca de mil millones de bolívares (antes del cambio, hoy será como
un millón de los bolívares fuentes) a través del CONAC (Consejo Nacional de
Cultura). Hubo un desembolso para la
Escuela de Danza; después nos arropó la disolución del CONAC,
y nuestros recursos aprobados, se perdieron el bululú administrativo de la
eliminación de un brazo del Ministerio de la Cultura. Hoy día
nuestra Casa de la Cultura
está cerrada por falta de presupuesto.
Me he desviado un poco: mi experiencia
con Chávez fue de contundente apoyo, hasta el año 2007, cuando se hizo la
primera propuesta de reforma a la constitución, donde había maquillado la
reelección presidencial indefinida entre una cantidad de excelentes y
revolucionarias propuestas, como la posibilidad del matrimonio entre personas
del mismo sexo, el seguro social gratuito para todos los mayores de 60 años o
la legalización de la mariguana. Chávez perdió en esa oportunidad por poco más
de uno por ciento. Había comenzado yo a estudiar letras, era ya mayor de edad y
por lo visto mis sospechas de que el PSUV (partido creado por el conjunto de
partidos que apoyaban anteriormente a Chávez, que fue la estrategias política
que le hizo tener un victoria elevada en 2006) solo estaba interesado en la
reelección de Chávez era cierta: se convoco en 2008 un referéndum para enmendar
la constitución con un solo punto. Las demás propuesta fueron olvidadas, y
algunas, han sido recicladas para beneficiar a los miembros del partido, a
través de leyes por decreto. La única intención de reformar la constitución era
mantener a Chávez en el poder.
El periodo 2007-2012 estuvo
lleno de propuestas en la campaña política: Venezuela sería una potencia si
éstas se cumplieran. Por el contrario, el acercamiento con Cuba y otros países
donde las elecciones no se hacen por voto universal y directo, fueron
haciéndose mayores. La generosidad del pueblo venezolano se hizo enorme en este
periodo. Y Llego la debacle: la enfermedad del líder. Durante seis años, todas
las propuestas del estado fueron pospuestas, primero por los referéndums de
Reforma y Enmienda, y finalmente por el largo periodo de enfermedad. Toda la
opinión pública estuvo allí. Y cada intento de mostrar los problemas del país,
fueron acusados de desviar la atención a lo “verdaderamente importante”.
En este periodo las misiones se
multiplicaron, su razón: el aparato público sigue siendo un monstruo
inoperante. Para desgracia de las misiones, el aparato público, celoso de la
efectividad de estos sistemas alternativos de gestión, las convirtió en una
oficina de sus respectivos ministerios. Así llegamos a la Venezuela de 2013, con
sistema de misiones tan burocrático como el propio sistema regular; pero
impregnado por una falsa conciencia de clase, que esconde la discriminación
reinante en el país: quien no pertenezca al partido o se le vea evidentemente
cercano a otra tendencia ideológica, no debe gozar de los beneficios públicos
de las misiones. Todo esto ha demostrado que la exclusión y persecución de la
clase dominante caída (que puede ser cualquiera que no esté de acuerdo con
Chávez) da buenos resultados: nunca tuvo más vigencia el dicho “divide y
vencerás”.
La escasez es cierta: los
gobiernos fracasados nunca reconocen sus errores. En 2006 se hizo mucho más
evidente y Chávez sólo tuvo tiempo de acusar a los sistemas de distribución por
ella, sin darse cuenta de que la falta de producción nacional, nos conducía a
la inoperancia y la inflación. Como “ficticiamente” los culpables eran los
dueños de los supermercados, el estado adquirió (con su grandiosa cantidad de
dinero gracias al bum petrolero) las más grandes redes de supermercados del
país. Igualmente, entre 2003 y 2006 el gobierno se hizo propietario de
todas las empresas de producción de alimentos que pudo, creando la Misión Mercal.
Entre 2004-2006 se vio que la política pública de subvención de alimentos a
través de Mercal funcionó. Desde 2007, siendo dueño de todos los supermercados
grandes del país, el estado acusó a los productores agropecuarios “terratenientes”
de sabotear y comenzaron a decretarse las primeras misiones fracasadas:
Misiones agrarias que no han levantado la producción nacional, ministros
regañados, tractores iraníes arrumados, en una palabra: ineficiencia. Desde
2010, todos, todos los supermercados tienen colas (los precios de alimentos
permanecen regulados), pero la enfermedad del presidente era la única matriz de
opinión. Hoy, es un fiesta conseguir, a pesar de las colas, la Harina de Maíz, la Margarina, la Pasta y peor aún, el pollo;
entre muchos otros alimentos desaparecidos. Vale la pena decir, que somos el
mayor importador de carne de res de Suramérica, aunque parezca absurdo, ante la
gran extensión de tierra que tiene este país.
La muerte de Chávez ha sido otra
asquerosa cortina de humo para los problemas reales del venezolano. Hay crisis
en las universidades y en los hospitales; el índice de construcción de escuelas
públicas es el menor que en cualquier periodo de 15 años de la democracia
representativa. El estado, más que nunca, es el mayor empleador del país. El
gasto público, solo en salarios, podría comprarse con el gasto público en la
mejor salud de cualquier país del primer mundo y sobraría dinero para otras
áreas del hacer nacional: por encima de todo esto, está la compra, anual, de
nuevo equipamiento militar a Rusia, a China y Bielorrusia; compras que nadie
puede entender, ya que la soberanía reside, según la constitución, en el pueblo
y no en las armas. Todos sabemos que Venezuela no está ni estará nunca
preparada para una guerra. Pienso que solo son juguetes para mantener contentos
a los militares venezolanos, que representaban el principal apoyo autoritario
de Hugo Chávez. Muchas veces se escucha decir: El pueblo y las fuerzas armadas
unidas. En una revolución que cuando tomó las armas en el 4F fracasó, y a la cual, sólo el
pueblo, con el voto, logró darle el poder.
Puedo decir muchas otras cosas
sobre el difunto Chávez y su gobierno, pero quisiera detenerme finalmente, en
algo sumamente importante: su sistema ideológico para la nación. Lo que ellos
llamaron socialismo del siglo XXI, tiene muchas similitudes con el socialismo
del siglo XX, con los sistemas nacionalistas africanos y con un depravado
capitalismo de estado. Las verdaderas propuestas socialistas comenzaron después
de 2008 a
hacer más evidentes: con la articulación de los consejos comunales y el sistema
nacional de comunas, con las propuestas de redimensionar la nación y los ejes
de poder: “entregarle poder al pueblo”. Su peor error: hacerlo desde el poder
central y a través del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). El
pastiche ideológico de este partido, más el viciado sistema burocrático de la
nación, llevaron a Hugo Chávez a la frustración. Y al pueblo venezolano a una
situación incómoda, donde funcionan paralelamente, dos proyectos de ejecución:
el ejecutivo (el poder popular) y el constitucional (gobernaciones, alcaldías,
concejalías, juntas parroquiales), en pugna o cooperación.
Con este panorama, anuncian la
muerte de Hugo Chávez, el 5 de marzo de 2013; de quien se supo muy poco de
realidad desde diciembre de 2012. En cadena nacional salió un enfermera jurando
haberlo visto caminando y saludable. Lo mismo que un soldado. O que sus
ministros exponiendo las firmas de decretos, nombramientos y devaluaciones. La muerte
Chávez no ha cambiado nada en este país, porque desde que anunció su
enfermedad, con excepción en la campaña política, el gobierno estuvo en manos
de los mismos ministros de hoy.
Le debo mucho a estos 15 años de
gobierno, porque representan más de mitad de mi vida: toda mi educación desde
el primer grado de básica, hasta mis estudios de letras en la Universidad del Zulia,
ha sido en instituciones públicas, gratuitas (como fue desde el siglo XIX,
cuando Guzmán Blanco decreto la Educación Pública). Mi primer libro impreso, lo
publicó la
Fundación Editorial El Perro y la Rana, creada por el gobierno
de Chávez. Así mismo, la gobernación de mi estado, hasta hace poco en manos de
un partido de oposición a Chávez, fue ejecutando las acometidas de aguas negras,
aguas blancas, aceras, brocales, asfaltado en mi sector. La electricidad nos
llegó de mano de una empresa privada, antes de que el gobierno la nacionalizara
y se detuvieran las inversiones. ¿Pero todo esto no debería exigírselo a
cualquier gobierno? ¿Cuál es la diferencia entre un gobierno de derecha o
de izquierda cuando la ineficiencia se hace presente? La cantidad de millones
de dólares que Venezuela ha recibido en estos quince años, solo en ingreso
petrolero, supera el coste del arsenal nuclear del mundo. Las obras de
envergadura del país se quedaron en proyectos, o son monumentos a la
desolación. Grandes construcciones de hormigón inconclusas.
Apagones, escases, inflación,
devaluación y delincuencia son algunos de los problemas que la oposición, acusada
de “derecha”, ha tomado como bandera. (Todo el que se oponga a este desastre es
considerado de derecha: o escuálido, o pitiyanqui, o majunche, o apátrida). La
oposición propone frenar la entrega de petróleo a Cuba y a otras Islas del
Caribe que no lo pagan, o en su defecto, como el caso de Republica Dominicana,
que paga petróleo con caraotas. La oposición propone sincerar las cuentas
petroleras y sus gruesas importaciones a Norteamérica. La oposición propone
reevaluar el presupuesto suntuoso de los ministerios, que todos los años
implican la compra de aviones y camionetas blindadas. La oposición propone
parar la compra multimillonaria de armamento militar a Rusia y otros países.
Propone volver a nacionalizar la franja petrolífera del Orinoco, la más grande
del mundo, que está sectorizada por naciones “inversionistas”, pero que
realmente significa la garantía de pago del grandísimo endeudamiento que tiene
el país.
Pueden ser solo propuestas: pero
hay un reconocimiento del problema. Nicolás Maduro, el proclamado hijo de
Chávez, significa la soberbia de una falsa izquierda y la continuidad de la
crisis política, económica y social. Nicolás Maduro significa que las
oportunidades de cada individuo se vean aplazadas, por una supuesta
oportunidad nacional, que está signada por el abuso de poder y la falta de
contraloría transparente.
Mi experiencia, como hombre
pobre de este país, como trabajador y como poeta, me llevan a ser parte de la
oposición, siempre, de cualquier sistema arrogante que no quiera reconocer sus
errores. Y más aún, de uno que vive de la manipulación. Quiero dejarles un
poema que leí en el 14 de octubre de 2012, en una actividad que llamamos
“Ciudad en construcción”, en la lucha que adelantamos por la transformación
poética de mi ciudad y de sus ciudadanos.
estaré en problemas
ya no sé donde se encuentra
mi país estacionado
debe ser un problema geográfico
que arrastro desde la escuela
o un síndrome de paria
una mala costumbre adquirida en la literatura
esa caja de creyones
que me hace creer en el arco iris
no sé donde hallar sus clases sociales
sus estamentos
sus campesinos o sus ricos
no sé donde se encuentran los trabajadores del petróleo
muchos menos sé
del paradero de los escurridizos artesanos
siempre tan rebeldes, tan contra revolucionarios
—digo, contra la revolución industrial—
no sé donde hallar al pueblo
ni en cual acera se encuentra la aristocracia
estoy extraviado en este país
que no deja de moverse
con sus balancines zigzagueantes
sus madres costureras
de vela y medianoche
sus nacimientos continuos
sus ríos y sus lagos contaminados
no sé si la patria está en la esperanza del voto
o en el festejo de la victoria
no distingo si las patria brinda con ron o whisky
o si toma café todas las tardes en un sitio de caché
si le gusta el jamón serrano o la sardina
si come yuca o lomito
si tiene carro o va en por puesto
quizá la patria no esté en todo eso
sino en una cédula sudada
en el bolsillo
sino en una fotografía familiar
que acompaña al inmigrante
sino en la frialdad de un recuerdo
que se niega a ser olvidado
no sé donde está la patria
Se mueve mucho
siempre sale borrosa
veo cruzar los edificios por los cielos
museos, casa curales
destacamentos de policías corruptos
cárceles llenas de niños
quizá una pensión de abuelos o un manicomio
en este país movido
todos los ranchos con palacios presidenciales
y en las esquinas oscuras los obispos venden su credo
quizá en algún callejón
reconozco la mano tibia de la patria
dando de comer a los perros
a las ratas gordas
a los caballos
secando, para los gatos, las ubres de una vaca
quizá esa sea la patria
y nosotros la golpeemos
con nuestros mocasines negros
con nuestros pañuelos que limpian la sangre
con nuestras noticias que alejan el recuerdo
este país que no deja de moverse
que me trae por los pelos
obstinado
a ver el mármol brillante de los héroes
la carcajada sonora del regente
los comensales erectos con su hambre de poder
es el mismo país que se escurre
se mueve entre las mujeres bonitas
cruza en cada esquina
cambia de nombre
va saltando de metro a autobús
de burro a tractor
de cenicero a cáncer
es el mismo país que se dializa tres veces por semana
que lleva, sin falta, el pan a los hijos
ese país cursi
que no se rinde
aunque ya el hueco sea más grande que la pared
y del tesoro público
solo quede el petróleo por sacar
este país
que no tiene otro oficio que moverse
que salta de un lado a otro huyendo de los políticos
este país
que no sé muy bien dónde está
ya empieza a revelarse
con su zapateo tradicional
de joropo y suelas de goma
con su gaita, su danza, su tambora
su estridencia agreste
su alma llanera, su bravo pueblo
su Felipe Pirela
traficando droga a Puerto Rico
con Simón Bolívar, rico de cuna
con su José Antonio Páez, rico de tumba
con sus negros, sus blancos, sus mixtos
con su izquierda, digna, pero corrupta
con su derecha, decente, pero corrupta
con sus ocho estrellas
con su Zulia independiente
con sus barbas en remojo
este país, que se levanta
que se revela, que se arrecha
se engorila
este país
mal llamado Venezuela
va a ser un problema
cuando quiera
escribirle un poema.”
Un pequeño, dispar y fraccionario aporte de la situación política venezolana, y amarga realidad de un autonombrado socialismo, que juega con las esperanzas sinceras de lucha de América Latina, mientras conduce a su pueblo a la recesión y la miseria.
Luis Perozo Cervantes
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