lunes, 1 de abril de 2013

MARIA CALCAÑO





Luisa Cándida del Carmen Nebot y Troconis fue mi abuela paterna,  le decíamos cariñosamente Mamaña (Doña Luisa), la madre de  los García Nebot. Ella era  hermana de María Encarnación Nebot y Troconis, abuela de MARIA CALCAÑO……..
Es decir el papá de MARIA CALCAÑO, era primo hermano de mi   padre Jesús García Nebot. 
El Árbol Genealógico de los hijos de María Calcaño entroncan ambos con las hermanas María Encarnación y Luisa Cándida Nebot Troconis,  respectivamente.

                                                                                             
                                                    
Los hijos de María Calcaño son la cuarta generación de una Nebot Troconis, 
 al igual que lo son, los García Tamayo (Fernando, Jorge, Lorenzo y Carlos).      
   La diferencia de edad entre generaciones que más o menos hubiesen podido haber sido contemporáneas  estriba en que Doña Luisa Nebot, se casó en el año de 1889, esto quiere decir  unos 16 años después que lo hiciera su hermana mayor,  María Encarnación,  la abuela Nebot de María Calcaño.  De modo que cuando María  se casó a los 14 años de edad en 1920 lo hizo unos diez y siete años antes de que se casara mi padre Jesús García Nebot con Maria Amelia Jacinta del Monte Carmelo Tamayo García, conocida como Maruja.
He aquí algunos datos sobre MARIA CALCAÑO, según una recopilación hecha por mi hermano Lorenzo, hace un par de años, y que yo ahora, aprovechando la ventajas del Tweeter y de mi blog La Peste Loca puedo divulgar.


María José Francisca del Carmen 
Calcaño Ortega                               
MODERNIDAD Y ESCRITURA FEMENINA EN VENEZUELA
Juliana Boersner (Revista Nacional de Cultura) No.327,Año LXV, 2003 (Tomado entre líneas de este ensayo)    (Extractos)
El desafío erótico de la poesía de María Calcaño, por encima de las limitantes represivas de su entorno provinciano, ponen de manifiesto que nos encontramos en un momento bisagra, de ruptura y desencanto con respecto a los estereotipos tradicionales de la “mujer buena”.
María Calcaño tampoco tuvo, hasta donde sabemos, una cercanía militante con las luchas feministas, a pesar de lo cual logra, desde su poesía, hacer llegar un mensaje de clara rebeldía contra los estereotipos femeninos. Citamos aquí las palabras de Márgara Russotto, quien dice que María es la primera poetisa venezolana que asume la modernidad a través de la libertad y el goce de la expresión, desde una conciencia de género asertiva, jubilosa y desvinculada de todo misticismo, que no teme un tratamiento osado de lo erótico, pionero para la Venezuela de su tiempo (Russotto, 1997: 114).
Notorio en este sentido es el caso de María Calcaño quien aun respondiendo al modelo claramente tradicional de mujer (fue casada sin su consentimiento a los catorce años y ya para los 27 tenía seis hijos, enviudó y se volvió a casar) nos presenta una fachada de modernidad exquisita; su pasión por los vestidos, o más bien por los disfraces, la utilización casi fetichista que hacía de las corbatas de su marido y, sobre todo, su gran pasión por posar para sesiones fotográficas, nos hablan de un claro rasgo de modernidad en ella: el retrato y la transfiguración: la representación de sí como otro(s).
Por otro lado, es interesante ver que fue también de la mano de un hombre como pudo ser publicada la obra de María Calcaño, cuyo primer poemario, Alas Fatales, apareció en Chile en el año 1935. Previamente, sin embargo, ya habían circulado en publicaciones periódicas nacionales (como la Revista Nacional de Cultura, en su primer número) algunos de sus poemas, lo cual delata, más allá del desconocimiento que se tiene sobre el punto, su acceso a un cierto circuito de contactos en el mundo literario. De todos es conocido el rol que jugó en este sentido el presidente del Zulia, Héctor Cuenca, quien la pone en contacto con Pablo Neruda, permitiéndole de esta manera acceder a las redes editoriales latinoamericanas, en las cuales Chile representaba, en ese momento, uno de los nodos más importantes. Es después de la publicación de Alas Fatales que se sumerge en un largo mutismo en su hato “Marijuana”, del cual no emergerá sino hasta el año de su muerte, cuando se publica su segundo poemario. Es claro que no soportó el peso de la crítica, al menos no como para hacer presencia en la palestra pública en defensa de sus escritos. Tampoco hubo nadie que lo hiciera con firmeza por ella, lo que motivó que pasaran “bajo la mesa” las innovaciones estilísticas de su poesía. El veto, o más bien, el repercutir asordinado de su poesía, estuvo sustentado en lo escandaloso de sus temas, las más de las veces sensuales e insinuantes, pero por momentos francamente eróticos e irreverentes para la provincia del momento. 
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De: 
MARIA, DE LOS CALCAÑOS POETA 
Por: Marlene Nava
¿Qué quiere usted,  si ella es una Calcaño, y esta es una familia toda  de poetas?  Así respondía Héctor Cuenca a Juan Roncajolo, el esposo de María, ante su inquietud manifiesta por el anuncio de una nueva publicación.  Alas Fatales, su primer libro de poemas, había causado estragos en sus vidas. El alma grande,  suelta en palabras,  rompió esquemas. Y la Maracaibo de 1935, no quiso ni pudo perdonarla.
Inició entonces una ruta de renunciaciones en un viaje de huidas y libertades, con sus seis hijos al ristre; por una via de desasosiegos e incertidumbres: Táriba, Pamplona, Bogotá, Bucaramanga, Quito… No era fácil… Al partir,  en 1939 escribía en su intimidad: “¡Triste¡, ¿Por quien me sacrifico?  Afuera esos pasos  ¿Cuánto duraran? ¿hacia donde es que vamos?  ¡Ah¡ mi desencanto de esta noche”.
Desde que cumplió 14 años, en 1920,  era la esposa de un productor agropecuario de mediana monta, vinculado a familias de alto peso político y económico: hijo de Benito Roncajolo, constructor del ferrocarril de La Ceiba y hermano de dos Presidentes de Estado, Benito y Luís Roncajolo, Juan tenía espíritu de campesino, pletórico de purezas y afincado en la tierra, en el diario quehacer de los corrales.
En Marijuana, un hato al norte de Maracaibo, que se tragó la avenida Las Delicias, ella reivindicó sus soledades tras parir seis hijos.
Los vientos mañaneros, los aguaceros de mayo y los apamates en flor no lograban entonces hacerle ahogar el sinsentido de fuerzas desconocidas que le afloraban a la piel desde el volcán interior.
Y la poeta niña escribía impenitente:
“¡Alguna vez,  llegarás¡
  ¡Alguna vez, llegaremos¡”
Héctor Araujo Ortega llegó al Hato en compañía de sus hermanas y su madre.  Fueron huéspedes de Roncajolo. Los unía la amistad común de Héctor Cuenca. Araujo era un poeta del grupo Seremos, erudito y letrado. Un año menor que ella:  
“Apenas llegó… y ya se había inclinado
hasta mi oído
para decirme que yo soy hermosa”
Frases como: “Estas puro cerezo” y “Hoy me has sabido a mujer ajena. A cesta nueva, llena de aceitunas”, le bañaron las tardes. Y en ese espejo, poco a poco, se reconoció mujer y poeta.
Tenía veinticuatro años:
“Fue como un vientecillo suave
Que pasara por mis ropas
Un hallazgo de nidos
Una dicha de alas”
Junto a su libro Alas Fatales, sus amores vespertinos en “la casita del piano”, se hicieron públicos.  Y el escándalo la envolvió.
La obra había recibido encomios de Pablo Rojas Guardia, Venegas, Rojas Jiménez, y Gerbasi; de Juan Liscano, de Eduardo López Bustamante, quien señala:
“Su verso es libre y en eso, en mi concepto de profano, reside su mayor encanto”.
Pero María nunca se asume poeta. No sabe de métricas ni de sílabas. Se define ama de casa en sus documentos, en sus actitudes: Al servirle la mesa solía permanecer de pié, a menos que él la invitara a sentarse. No obstante produce otros poemarios:
Canciones que oyeron mis últimas muñecas,
Entre la luna y los hombres; y los aún inéditos: Herencia que el 7 de mayo de 1943, Eduardo Azuaje, desde El Heraldo, había enviado a la página literaria que editaba Venegas Filardo, quien lo consideró impublicable. Y algunos volúmenes de cuentos, entre ellos, Cuentos sin patria.
    
Todavía hay quien la recuerda bebiéndose los chaparrones de mayo. Descalza. Recorriendo aquella calle de sus últimas noches, mientras chapoteaba los charcos. Y esta otra piel que se le volvía la ropa, transparentando su frescura y su libertad:
“Esta es la lluvia que ama mi corazón. Me he asomado a todas las ventanas y puertas interiores de la casa, tendiendo los brazos para recibirla. ¡Que lindo es estar alegre¡”
Tuvo un estilo personal que recuerda las madonas del seis-cientos en sus negros y  sus blancos, modernizada en trajes a media pierna de corte clásico y telas muy finas, de líquidas caídas. Y su siempre chal, huella de Lima en su memoria.  Y su siempre vitalidad desparramándose en sus mañanas de canciones y quehaceres. Por los cincuenta, la casa era una inmensa biblioteca en permanente semipenumbra. La ocupaba esa música eterna, la quinta Sinfonía de Brahms, que le era diana y Angelus, “ese tropel de ecos que separa un movimiento de otro movimiento”
Héctor vivía en la música.
De un nido de ruiseñores salió esta María poeta, convencida en un tiempo de
“que si perdemos la antigua ruta de aquel regreso, encontraremos la vieja ruta de aquel amor”.

Hija de Camilo Calcaño Nebot, muere su padre cuando ella apenas contaba once años de edad. Su madre, María Francisca Ortega era una maracucha sin muchas pretensiones que ganó un premio de lotería y publicó un aviso explicando que gastaría los reales con sus hijos “sin aspavientos, pero sin falsas modestias”
De un nido de ruiseñores como José Antonio, el músico, y Graciela Rincón Calcaño compositora del himno de La Chinita.
Aparte del amor y la muerte, los hijos constituyeron su otra obsesión: Blanca, Lila Martha del Consuelo, Juan José (Cheché), José Andrés (El Negro), María Francisca (La Pocha) y Rómulo (Nené).
Ya en mayo de 1936, María se encuentra tramitando “nueve pasajes para trasladarse a Caracas y becas para sus hijos”. Pero no es sino hasta 1940 cuando alcanza su meta del exterior. Recién habían nombrado Embajador en Quito a Héctor Cuenca, su gran amigo. En la capital Ecuatoriana, María calcaño forma parte de la sociedad activa: recibe invitaciones a actos protocolares y frecuenta el mundo cultural de la ciudad.
La mayoría de sus amigos pertenecen al reciente movimiento comunista de esos tiempos: Raquel Leved, que la llama camarada y le impone el uso de seudónimos (por ejemplo, Piedad) con cierto tono clandestino; el poeta uruguayo Eduardo Sacotto, que la llamaba María Helénica, le escribía cartas largas y confidenciales, le daba a guardar sus tesoros: libros inéditos y publicados, manuscritos; y la amaba a gritos sin esperanza. Ella,  a cambio, le servía de intermediaria en las correspondencias, y de “concha” a aquellos que huían perseguidos por sus actividades revolucionarias. La bautizaron “la amiga de todos los tiempos”.
Otros hombres la amaron y la hicieron poesía.
“Cuando estás a mi lado/tu mueves mi agua quieta/con tu hoguera ruidosa/ Del poema Color de tu cercanía”.
Pero ninguno como Juan, su esposo: “Anoche-dice en 1940 Flor Nebot su prima-nos visitó de nuevo tu pobre Juan, que está más triste y cobarde que un sentenciado a muerte, para informarnos de tu dirección en la capital de Ecuador”. Juan, que la soñó nuevamente en Maracaibo, atada otra vez a la tierra de Marijuana para fines de 1945. Y murió. Los nietos dicen que de tristeza.
Es en 1947 cuando ella vuelve: “Te contaré que mi tierra la encuentro linda después de nueve años de ausencia….si vieras esas playas que hay tan bellas y el Lago más sabroso para bañarse….me he adelgazado mucho y el pelo me lo he dejado crecer…” Y se produce el reencuentro con Héctor, que termina en matrimonio en enero del 53, reseñado en una carta de Consuelo, su hija mayor: “Me dices que al fin se realizó el matrimonio entre Héctor y tú, matrimonio que han debido hacer en cuanto te encontraste de nuevo con él…Así no hubieras pasado las penurias, y sufrido lo que tanto te han hecho, cosa que no solo tú has lamentado, pasado, sino también tus hijos”.  Esta oferta se la había hecho desde 1940: “Otra vez ha ofrecido casarse. Me casaré contigo por todo. A lo masón. A lo católico. A lo protestante. Por todas las religiones”.
En esa época, una cierta inestabilidad marca su vida: se muda con frecuencia, “y esta miseria en que estamos sin contar con un solo centavo propio” que la lleva a empeñar en una oportunidad un juego de esmeraldas, “compuesto así: Un pendiente, un par de zarcillos y un anillo”.
Para 1955, había estado hospitalizada. Le acababan de dar de alta. y él vino a buscarla. Así resumió el momento: “Hasta aquí ha sabido de mis tristezas. Con suave voz me dijo: ¡Vamos¡ Y empecé a sollozar sobre el mazo de cartas y retratos. ¡Volví a llorar¡ Tendría razón de andar fastidiado. No, el no tenía lágrimas en los ojos. Pero estaba llorando. Me levanté del suelo mientras prendía un cigarrillo. Todo el cielo nos calló en la cara. ¡Que claro el cielo¡ Transparente y azul desteñido. Estarían las nubes en los países del agua. Con esta inmensidad, ¡tanta inmensidad encima¡ Bajamos juntos la escalera…Y llegando al cuarto, lo abracé contra mí. ¡Como me creció el amor¡”
Ella había repasado este momento muchos años atrás. En febrero de 1940: “Escribo para cuando me leas después de muerta: Te recuerdo i es como perseguir el ruido de tu paso por las ciudades o entre rocas, o al costado de un cielo que no te tropiezas nunca…¡Oh,  amor mío, tu rostro permanece desierto. Dan las dos en este campanario triste. ¿Quién andará allí cerca?  El vientecillo del este empuja la madrugada. Con mi mismo corazón y junto a la pena que me recuerdas”.
En otra fecha, reitera: “¡Quien pudiera besarte en la tribulación de mi última hora¡ Allí mismo. Frente a este rencor que aturde y esa sorda angustia como besos en las puntas de los dedos helados. ¿Desde cuando dejé de ser feliz? Tal vez nunca lo haya sido. ¡Quien pudiera besarte en la tribulación de mi última hora¡ Allí mismo. Para mostrarte los rostros desiertos. Estoy muerta. Ni pienso en ti como antes. Entre mi soledad y mis hijos, angustias sin milagros.¿Que día se habrá ido?”
Era el 23 de diciembre de 1956.








 

3 comentarios:

Gustav dijo...

cual es la relacion con graciela rincon calcaño nebot, tambien de maracaibo ?

Jorge A. Naveda S. dijo...

Excelente escrito sobre María Calcaño. Gracias.

Alejandra Rondon dijo...

encontre su antologia en la biblioteca de mis abuelos, lo lei mientras estaba en la universidad, ojala pudiera saber mas de su herencia