“Para los adolescentes de los años 50 Borges era,
además, un escritor secreto, de culto. Creíamos que uno solo de sus relatos o
de sus poemas -el "Poema de los
dones", por ejemplo, o el conmovedor "Límites"- equivalían a toda la literatura. Hace pocos meses,
un profesor de Rutgers, que había leído un solo cuento de Borges, "La busca de Averroes", -en
traducción al inglés-, me dijo que esas pocas páginas habrían bastado para que
le dieran el Nobel. Leer a Borges sin
que ese placer sea enturbiado por el personaje Borges es algo que parece estar
vedado ahora a los argentinos”.
Hasta aquí, lo que escribiera el narrador, cronista y crítico
argentino Tomas Eloy
Martínez, (Tucumán, 1934-Buenos Aires, 2010), (https://tinyurl.com/3ehc4nm5) a quien Ibsen Martínez en
mayo del 2017 describió como quien “ha
sido hasta hoy el mejor periodista del mundo de habla hispana; una leyenda para
nosotros”.
Tomas Eloy nos hablaría de su personal amistad con el escritor Jorge Luis
Borges en los años 60 y de cómo
incorporaría a la Antología personal de Borges algunos textos que para él eran
invalorables... Cuando Tomas Eloy tuvo que irse al exilio, tan solo se llevó El libro de arena el cual dijo haber
leído “interminablemente”...
En este blog lapesteloca, hemos
hablado sobre la obra de Jorge Luis Borges desde el año 2017 (https://tinyurl.com/ycyk6dr5),
de su fijación con los espejos en el año 2019 y en 2021 volvimos a escribir
sobre Borges, el tango y Gardel (https://tinyurl.com/mwczsdtm), y
regresamos a hablar sobre el genial invidente, en mayo y julio del 2022, siempre
indagando sobre el significado de sus temas que siempre fueron recurrentes,
conceptos abstractos o tal vez curiosas acciones de determinados personajes, y
aquellas ideas que lindaban con la metafísica, historias que podían sonar
ficcionales, o simplemente alucinatorios donde “Los laberintos” simulan metáforas de un futuro, quizás cada vez más
oscuro...
En 1979 regresando
a una entrevista que le hiciera Tomas Eloy Martínez a Borges en Caracas, al
describirla nos contó
como en aquellos días, el equívoco se abatía sobre el propio Borges; con el
tema del centenario, y existía tal profusión de ensayos, exégesis,
conversaciones, recuerdos personales, anécdotas vanas y hasta la reedición de
obras que Borges había prohibido reproducir, que “paradójicamente parecía como
si la inmensa fama de Borges estaba impidiendo leer al inmenso Borges”.
Si intentásemos resumir, el orden
de los textos no sería el cronológico, sino -como Borges apuntaba- es
preferible el de "simpatías y diferencias". "La muerte y la brújula", "El Sur", "Funes el
memorioso", "El Aleph", "La busca de Averroes",
"Las ruinas circulares", "El fin", y faltan al menos
tres igualmente obvios: "Pierre
Menard, autor del Quijote", "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" y "El jardín de senderos que se
bifurcan".
Un hombre nunca es el mismo
hombre al día siguiente, -como el río de Heráclito- pero Borges se mantuvo,
como pocos, fiel a los temas y los tonos de sus textos de madurez, los de la
década del 40. Su obsesión era entonces -y lo fue hasta el final- la eternidad,
la repetición infinita de los hechos y de las cosas bajo otras formas y con
otros nombres.
Dos décadas más tarde, en una selección encomendada por la editorial Celtia,
Borges eligió los mismos ensayos, los mismos poemas, y los mismos cuentos de la
primera antología -con pocas variaciones-, pero añadió una larga sección
miscelánea de discursos, conferencias y apuntes de circunstancias, que tornan
más llamativa la ausencia de dos textos esenciales: "Borges y yo" y "Nueva
refutación del tiempo".
Nos relataría Tomas Eloy como sintió que: “Las dos últimas veces que vi a Borges ya no era Borges, sino su gloria”. Primero fue en Venezuela, hacia 1979 cuando en el Ateneo de Caracas los reflectores se volvieron hacia él y la gente lo coronó con una ovación de diez minutos y un escritor venezolano que estaba allí, de pie y al lado de Tomas Eloy le codeó y le dijo: "Míralo bien. Es Homero, es Dante, es toda la literatura".
Cinco años después
de aquel encuentro en Caracas, volvería Tomas Eloy a encontrar a Borges en la
Universidad George Mason, en Virginia, donde miles de estudiantes lo oyeron de
pie, en devoto silencio. Le oiría decir entonces que “el aplauso de los hombres era una forma inmerecida de felicidad”.
En esas dos ocasiones relataría Tomas Eloy Martínez de su incomodidad e
inquietud al verificar, que muchos de los que aclamaban a Borges no habían
leído jamás a Borges, había algunos que suponían que era el autor del Ulises y juraban
que su elegante inglés había sido aprendido en el Trinity College de Dublín, otros,
más certeros pero evidentemente despistados, lo confundían con Cervantes.
La opinión meditada
de Tomas Eloy Martínez la expresaría diciendo que: “tal vez no haya mejor homenaje a Borges que olvidar los artículos de
circunstancias escritos en el apuro de las redacciones y los libros de juventud
que descartó de sus obras completas, y volver a leer los textos por los que él
prefirió ser juzgado”.
De todo autor siempre quedan algunas imágenes,
una estrofa imprescindible, sólo unas pocas páginas, una trama que otros
reproducen sin saber que es ajena. Borges perdura en esas líneas inmortales.
Maracaibo, jueves 4 de abril del año 2024
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