HIDROFOBIA :
Drama maracaibeño de los años 70 en el pasado siglo
XX
Pieza teatral en tres escenas, con juglar y un bufón, ambos
entusiasmados, quienes harán al comenzar el drama, su aparición, y al final,
rematarán la trama, acongojados, tal vez, sí, pues juglar y bufón aunque
alienados han de servir como pretexto, de pórtico y final a un drama teatrero,
sobre lo que puede ocurrir en nuestro medio, si una pasión rabiosa y
desquiciada, se engendra, crece y fructifica, originando un cancerbero mental,
en un ser, quien dentro de la entropía tropical, puede que se las de, de
sabrosón, pero de una manera por demás taimada, toma una decisión,
evidentemente equivocada, frente a las veleidades de la investigación...
Antes de subir el telón, un juglar en su atuendo medieval, laúd en
mano, sube al escenario, sus calzas están rotas más su apariencia desgalichada,
no implicará lo vibrante y sonora de su voz de tenor. Detrás de él, renqueando
avanzará un ser de estatura inferior, es jorobado, sin calzas sí mas en
chinelas, luce un vestido pleno de colorido, es un bufón de lo más embutido en
un radiante traje de polichinela, viene soneando cascabeles y sonriente, se
sienta ante el juglar, pelota en mano y estará listo para su cháchara
escuchar...
ESCENA I
JUGLAR:
Respetable público, por ser fuente de dulzura, en hora malahada, estas las
notas de mi canto airadas, canción sonora, ¿desesperada?, va a descubrir, ¿un
nido de ternura?, ¡oh no!, ¡jamás!, de todos conocido, ¡es el manto!, han de
romper su velo misterioso, rasgar, hender, he de gritaros mi verso cadencioso,
desesperada entonación sublime, aquí clavó su daga Casio, para que conozcáis
los hechos, aunque estos sean, ¡es de terror!, producto del despecho, ¡oh
pasión desquiciada!, sucesos lúgubres y odiosos. Estime usted, amable y
entusiasta espectador, público amigo, la calidad de esta obra infausta, ha de
dar manque péseles, deciros debo, sobre el busto de Palas, a lo hecho pecho,
palos como el puerto, ¿y la cornisa?, dudo que conocer puedan, señores, por
ahora será la única premisa, la problemática de lo más llana y lisa, de este
drama singular, con su trama, su terrible temática, por demás cruel e inhumana,
es sencillo y natural, versa sobre el mal de rabia, la hidrofobia que es el
horror al agua, ache dos o, ácua prístina, rabia que no es lo que otros mientan
arrechera, sobre eso he de cantaros, cántaros de agua lanzados con airado tono, sí, al final y
cuanto lo deploro, más lo acepto, lo diréis en coro, es fatal, está mal,
cierto, es pésima a mi juicio, la obra, sí, como pieza dramática refiérome,
removeros debe el corazón, obra emblemática, de vicio y de pasiones, con una
exaltación paradigmática de la figura protagónica, vendrá a poneros encima del
tapete, ¿no era un manto?, y en eso este bufón zoquete me ayudará con sus
entonaciones, con su encanto, con sus canciones, sones, suavizarán el tema de
la rabia, y las investigaciones, con su bel canto, recreará la envidia y hasta
la desidia, más las buenas razones aducidas, serán en singulares personajes, ¡Dios
bendito!, en franco maracucho yo diría, sin duda que la mayoría, cual
avechuchos, andan de mollejón, el hombre es en cuestión, el de las llaves, el
cuasiausente, el pobre, es un demente, ¡pero es el personaje clave!
Aparece al subir el telón una oficina, pintada de amarillo ñema, hace
silencio la orquesta, el juglar ha escapado, no per la finestra, ha salido por
un lado, el bufón que ya sabemos es jorobado hará mutis por la salida lateral
opuesta. Un escritorio de metal en el centro del escenario está cubierto de
torres de papel, hay una silla giratoria y al fondo dos ventanales, con sus
vidrios chorreados, están cerrados, pues en el centro de la pared un aparato de
aire acondicionado, trabaja, mientras muchas tiritas de papel, tiemblan, se
agitan y flotan con el gélido viento, tan solo para dar fe de su
funcionamiento. Sentado en su silla, ante el escritorio, un médico de lo más
serio, un sanitarista, firma un petitorio, es el doctor Eligio Salazar, luce
una bata blanca, y al comenzar el acto, él se pone de pie, es decir se levanta,
al escuchar que llaman a la puerta, en ese instante subirá el telón. Se abre
una puerta lateral, en el lado derecho de la habitación y entra un patólogo, ¡palarrevergación!,
es Rodrigo Gartan, su apariencia, en camisa de manga corta a cuadritos y un
pantalón de caqui, es de cualquier cosa, menos de la de un médico, de esos
normales, de los que ven pacientes, de esos que bien conoce toda la gente...
ELIGIO: Extendiendo la mano. Qué tal
Rodrigo, ¿cómo te va?
RODRIGO: Aceptando el saludo y estrechándole la mano.
Bien gracias. Aquí me tenéis, como los
boys scouts, siempre listo. Me dijeron por teléfono que me necesitabas con
urgencia y me vine más rápido que inmediatamente. Decíme pues. ¿Que tenemos
ahora?
ELIGIO: Nos pasa Rodrigo, que otra vez tenemos un grave problema. Ya es la
tercera vez en este mes, pero creo que en esta ocasión si es verdad que solo
vos nos vais a poder ayudar. Mirá. Hace una semana se murió una niñita con mal
de rabia. Ella se murió en el hospital Clínico, pero en realidad ella venía del
otro lado del Lago, de la costa oriental. Como siempre en estos casos, hubo un
inconveniente con la autopsia, se la hicieron, pero como que no guardaron
material en fresco, ni se hizo el Sellers, ni dieron para hacer la
inmunofluorescencia, menos aún la prueba biológica. Como comprenderéis, no
tenemos manera de corroborar el diagnóstico clínico. Sabemos del caso desde que
el perro mordió a la niña, fallamos en la vacunación por problemas con la
familia y ahora fallamos en el diagnóstico a la autopsia, ¡una verdadera
tragedia!
RODRIGO: ¡Cuño!,
eso sí es lo que se llama poner la torta. ¡Suena Eligio, como un error imperdonable!
¡Una cosa tan elemental como enviar las muestras a la Sanidad!, eso todo el
mundo lo sabe. ¿Qué les pasó a los
patólogos? ¿Por qué no congelaron el material?
ELIGIO: Nada
Rodrigo. Pasó, pasó. Ese es el caso y ahora dependemos de que vos nos digáis
con el microscopio electrónico si de verdad hay virus de rabia en las muestras
que tenemos del cerebro de la niñita. Lo peor del caso es que la niña era hija
de un policía y él le está echando la culpa al médico rural de Quisiro, aunque
hay unos familiares que lo culpan a él porque en vez de vacunar a la niña, dizque se la llevó a un brujo. Son
de Quisiro, vos sabéis como es esa gente con los asuntos de los espíritus. Solo
se le pudieron poner tres dosis.
RODRIGO: ¡Pero
que cachaza! ¿La dejaron morir? Así no más. Casi igual al caso de Milady hace
tan solo unos meses, ¿te acordáis? Razón tenía el doctor Boissart al decir que
la rabia entre nosotros es como el olor de la orina, sui generis. Con la rabia
cualquier cosa pasa. ¡Es impredecible! ¿Te acordáis del paciente de la clínica
psiquiátrica? Internado por psicópata y era un rabioso! En ese caso también el
microscopio electrónico nos sacó las patas del barro. ¡Qué buena vaina! Cuando
no es porque al niño no lo vacunaron, porque pobrecito, ¿para que le van a
puyar la barriga?, es el patólogo que no pensó en guardar material del cerebro
congelado, o se pierden las muestras en el camino hacia la Sanidad. ¡Caray,
vamos patrás como el cangrejo!
ELIGIO: Si, y
ocurre que de pronto, pues no funciona la inmunofluorescencia y nos enteramos
de que se debe a que no conjugamos bien los anticuerpos, o más bochornoso es el
hecho de que nos veamos obligados a esperar por la muerte de los ratones
inoculados, la muerte en Caracas, porque la prueba biológica, la hacen en el
Instituto de Higiene, en la capital. Si no fuera por el microscopio electrónico
tuyo Rodrigo, te digo que ya nos hubiera llevado CristoPadre.
RODRIGO: Si,
verdad que estamos trastocados, ¡¡mondinga!!, ¡todo es como al revés!
ELIGIO: ¿Te
acordáis hace un par de años cuando teníamos la incidencia tan alta de rabia en
la región de la costa oriental del Lago? ¿Recordáis como mejoramos la situación
con las campañas de vacunación casa por casa? Eso sirvió para demostrar que
entre nosotros se imponen esquemas nuevos, más agresivos, diferentes. Pero
seguimos teniendo casos y las fallas siguen dándose en las cosas más sencillas,
las más ridículas...
RODRIGO: Es que
todavía hay mucha rabia animal en los montes de los caseríos que rodean el
Estado. Tal vez los conductores de automóviles en la intercomunal de Cabimas
nos han ayudado más que nadie, sin saberlo, especialmente de noche, cuando se
echan al bigote por lo menos a una docena de perros, identificados al amanecer,
adornando la autopista, de lado y lado, aventándose bajo la canícula, hasta la
hora del medio día...
ELIGIO: ¿Cuándo
explotan bajo el sol? Sí. Esa es la parte tragicómica de la rabia canina, pero
cuando vivís situaciones como esta de la niñita que te cuento, se te amuñuña el
corazón...
RODRIGO: Despreocupate
Eligio, hoy mismo voy a hablar con el doctor Wagner y no habrá ningún
inconveniente, con el material en formol, que estará en el frasco, podemos
solventar la situación y en un par de días tenemos el diagnóstico.
ELIGIO: Manteneme informado,
ve que ya el doctor Wagner está en cuenta.
RODRIGO: Despidiéndose. No te
preocupéis, en cuanto sepa algo, te aviso. Chao. Hace un gesto con la mano
derecha y sale por la puerta.
Cae el telón.
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ESCENA II
En el escenario aparece la oficina del doctor Wagner, muestra un gran
escritorio con un microscopio de luz en el centro, y está rodeado de láminas de
vidrio con preparaciones coloreadas, colocadas sobre carpetas de cartón que esperan
ser examinadas en el microscopio. En una silla, el doctor Wagner aparece
sentado frente a su microscopio. Sobre el escritorio, también sentado pero con
las piernas cruzadas e indudablemente en una condición no visible para el
patólogo, se encuentra el bufón. Las paredes muestran estantes con muchos
libros y un sinnúmero de frascos de los más variados tamaños, dentro de ellos
flotan especímenes de distinto tamaño formas y colores, hay dedos, trozos de
pellejo y grasa, fetos, y en uno de ellos hay un corazón. Todos los frascos
están identificados por etiquetas en las cuales herr proffesor ha escrito de su
puño y letra un diagnóstico y un número. Detrás del doctor Wagner, el juglar
apoyado en un estante, hace sonar cadenciosamente su laúd y gime una triste
melopea que ha de sonar durante toda la escena, la tonada recuerda una que dice... “ de noche si es que me acuesto le rezo a la
virgen de la Macarena”....
Al subir el telón, el
doctor Gartán entra en escena, hace irrupción, y el profesor Wagner sentado
ante el microscopio, en su sillón, sonreído le mira...
WAGNER: ¿Cómo está amigo Gartan? Ya me contó el doctor Salazar por el teléfono
toda la historia, así que no me diga nada, lo tengo todo resuelto. He
averiguado todo y el diagnóstico dejará de ser una cosa del azar. El error
estuvo allá abajo, en la sala de autopsias. Usted sabe cómo es esa gente, son
descuidados, botaron lo que tenían que congelar. No le ponen atención al
trabajo, porque solo están pendientes de los funerarios y de cuanto le van a
cobrar a los familiares del muerto, los dizque honorarios. También le reclamé al
patólogo, es su responsabilidad, pero déjeme que llame un momento al doctor
Cesar Aranda, él es el responsable del caso y ya está en cuenta. Pulsa un botón
rojo. El bufón salta al sonar estridente un
timbre. El bufón hace morisquetas alrededor del doctor Wagner, quien ni
se inmuta, ni lo siente...
RODRIGO: Fíjese doctor Wagner, yo no quiero que el
doctor Aranda se vaya a molestar porque yo tenga que meterme a examinar las
muestras de este caso. Se lo digo porque yo sé que él es un poco delicado...
WAGNER: Mire Rodrigo, eso del doctor Aranda es
problema mío. Una señorita en
minifalda aparece en la puerta. El bufón la mira y haciendo gestos sobre sus
curvas se va acercando hacia ella mientras sigue haciendo muecas. Al hablar el
doctor Wagner, el bufón volteará a mirarlo. Maigualida, escúcheme un momento, encuéntreme al doctor Aranda, donde
quiera que esté y le dice que venga inmediatamente. Se dirige a Rodrigo en cuanto sale Maigualida y el bufón escapa de la
escena detrás de la joven secretaria.
Yo soy el jefe y si doy una
orden, él tiene que cumplirla. ¿No es verdad amigo Gartan?
RODRIGO: Si es cierto, bueno, yo creo...
WAGNER: Acérquese al
microscopio Rodrigo, quiero mostrarle una lesión muy interesante que recibimos
hace unos días. Rodrigo se acerca y Wagner
se levanta dejándole la silla. Mientras Rodrigo enfoca y Wagner parece
relatarle la historia del caso, el juglar detrás de ellos cambia el gemido de
su melopea por unas estrofas.
JUGLAR: Con suavidad y encanto,/ al dar inicio a
las trágicas secuencias, / les canto, para endulzar la audiencia. / El banano,
guineo-cambur, / puede pasar a ser cargo protervo, /”desmaye el peso de su
dulce carga”, / topocho-puesto-titiaro, / la codicia puede ser mortal arma, /
armaros, de paciencia compañeros, / recién comienza el drama, / la inconciencia
y el azar señero, / en la tierra infeliz de los palmares, / convertirán a un
caballero, /quizá de antigua adarga, / en pájaro inseñero, / los avatares, lo
dejarán en un ruinoso alero, / pero, a la larga persistirá en aquello, / de
decir como Bello,/...”el banano primero”.
Con las estrofas
finales, hace su aparición, por una de las entradas laterales, moreno, gordo y
cachaplón, el médico patólogo requerido en cuestión.
ARANDA: ¿Dígame doctor Wagner?, me dijo Maigua que
me estaba llamando...
WAGNER: Mi
secretaria se llama Maigualida, doctor Aranda... Necesito que me traiga del
frasco donde está el cerebro de la niña Yamelis Soto, tráigame muestras del
material fijado, del Asta de Amón, del cerebelo y de la corteza. Lo necesito
ya. Estas muestras, el doctor Gartan debe llevárselas para estudiarlas con el
microscopio electrónico.
ARANDA: Ese frasco está
todavía abajo doctor Wagner, yo no he tenido tiempo de subirlo, pero, de aquí a
un ratico, puedo pedirle a alguien que me lo traiga para acá.
WAGNER: Usted haga como
quiera, pero necesito aquí esas muestras, ¡¡inmediatamente!!
En ese momento, entra el bufón haciendo muecas y gira corriendo como
loco alrededor del doctor Aranda quien, a pesar de que no lo puede ver, se
detiene, como si estuviese suspendido en el tiempo, mientras analiza la
respuesta de su jefe. Al fin, hace un gesto de desagrado, levanta los
hombros y sale tirando la puerta, el
portazo le da al bufón en las narices y lo hace caer sentado. El doctor Wagner
sonríe mirando a Rodrigo y le habla mientras el bufón grita llorando y
sobándose las narices.
WAGNER: No se
preocupe, que él es así, grosero, pero ya regresará muy pronto con lo que usted
necesita. Vuelva a mirar la lámina del caso por el microscopio, y dígame, que le
parece ese tumor... Se voltea sacando
unos libros de una pequeña biblioteca. A su lado el juglar consuela al bufón y
volviendo a hacer sonar su laúd, ambos gimen mumurando cadenciosamente la
antigua melopea de la virgencita gitana...
RODRIGO: Después de mirar bien este tumor, doctor
Wagner, creo, me parece, que debe ser un coriocarcinoma, es muy hemorrágico!...
Levanta la vista y mira al doctor Wagner
quien se voltea y se acerca hacia él.
WAGNER: Una cosa así es el diagnóstico, sí, un
tumor germinal, y lo quiero llevar a las Jornadas de Anatomía Patológica este
año, ya va a ver que va a ser una sorpresa.
Hace irrupción el doctor Cesar Aranda y coloca ruidosamente un frasco
sobre el escritorio de su jefe; el bufón hace gestos queriendo estrangularlo,
pero el juglar lo contiene, se enfrascan ambos
en un forcejeo.
ARANDA: Aquí está el frasco
que me pidió. Se da media vuelta y
sale tirando de nuevo la puerta. El bufón se calma.
RODRIGO: Tomando el frasco. Gracias por su ayuda doctor Wagner. Lo primero que haré es procesar
estas muestras para histología, así podré orientarme mejor antes de ir al
microscopio electrónico. En cuanto tenga un resultado, yo le aviso. Sale por la
puerta y cae lentamente el telón mientras juglar y bufón escapan cada uno por
un lado del escenario.
Cae el telón.
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ESCENA
III
Antes de subir el
telón, el bufón se acerca y se sienta en el borde del escenario. Súbitamente
chifla con los dedos en la boca llamando al público.
BUFON:
Aprovechen este instante, el juglar mi compañebrio está en el baño, vamos a
sonreírnos o a carcajearnos, solo un momento, antes de que el cantante, con su
cara de jumento, límpiese su cargada, mente, de tunante, ¿os reís?, ¡unas
risitas vacilantes!, diviértanse señoras y señores, antes de que regrese mi
estimado juglar, su cante es deprimente, ¡puachff!, si acaso no se ha ido por
el caño!, para allá me voy yo! Se pone de pie y prosigue. ...¡Antes de que me suban el telón, haré
mutis por el forro! ¡Oh! ¡Horror! ¡Ya asciende el cortinaje, ¡telón
develador! Escapa, corre, renqueando, y
sale por un lado del escenario.
Al subir el telón aparece un área del laboratorio del doctor Rodrigo
Gartan. Las paredes están pintadas de verde y muestran estantes con muchos
libros y papeles, en el medio de la sala, hay una gran mesa llena de papeles y
en el centro, un microscopio de luz. Rodrigo y su asistente técnico Chuchú
Terán, están sentados ante el microscopio y examinan varias láminas de vidrio
con preparaciones histológicas. A medida que transcurre la escena, el juglar y
el bufón entrarán juntos y acompañando tristes notas que nacen del laúd, ambos
caminarán de un lado a otro murmurando una tonada melancólica que suena a cante
jondo. Sonará como aquella de “ ay barrio de Santa Cruz con su lunita
plateada”...
RODRIGO: Bueno
Chuchú. ¿Vos te acordáis de los cortes que dimos ya para microscopía
electrónica del cerebro de la niñita? ¿Te acordáis que los dividimos en cinco
números, porque teníamos cinco fragmentos de cerebro distintos? Bueno, caete de
a patrás. ¿A que no sabéis que es lo que estoy viendo ahorita mismo? ¡Que
bolas! Vení, asomate por el microscopio que yo te voy a ir diciendo lo que
veis.
CHUCHU: No sé, pero, para mañana ya salen todos los bloques y los podrá ver en
el electrónico.
RODRIGO: No te preocupéis,
sentate y mirá por ese bicho que ya te digo lo que vais a ver. Mirá bien,
porque lo que te voy a mostrar son los cinco trozos de cerebro que me dic el
doctor Aranda, sabéis que?, son de tres casos diferentes, casos que no tienen
nada que ver con el cerebro de la niñita con rabia. ¿¡Cómo te quedó el ojo!?
CHUCHU: Mirando por el
microscopio. ¿Pero usted está seguro? ¿Cómo pudo ocurrir eso?
RODRIGO: Ya te
voy a ir diciendo. Poneme atención. ¿Veis ese corte? Es una corteza cerebral de
un recién nacido, al lado hay un cachito de cerebelo, buscalo, se reconoce por
una capita de células que muestra en la periferia, la veis?, se llama la
granular externa. Bueno, recordá que la niñita del caso tenía más de dos años,
esa lámina que estáis viendo es de un recién nacido. ¿Me entendéis? Bueno sacá
la lámina y poné ahora esta otra, sí. Le entrega una lámina de vidrio con un
corte histológico y toma la que Chuchú le alcanza. ¿Veis unas masitas doradas
alrededor de los vasos? Dejame que te las busque. Mira un instante y se retira
luego del microscopio. Chuchú vuelve a mirar por los oculares. ¿Las podéis ver? Bueno, eso es lipofuscina,
pigmento de las neuronas que se han muerto, porque ese cerebro es de una
persona mayor de edad, se nota también algo de arterioesclerosis en los vasos
cerebrales. Estas cosas dicen que este corte viene de un cerebro de una persona
vieja y arterioesclerótica. Le entrega una nueva lámina a Chuchú quien la
coloca en la platina del microscopio y mira de nuevo. ¿Veis una cosa azul, con nidos y cordones de
células, casi en la mitad de la preparación? Eso es un adenocarcinoma metastásico,
puede que sea del colon, o del pulmón, pero se ve que el cerebro es de un
hombre o de una mujer de más de treinta años, tal vez de cincuenta. Ahora
decime vos Chuchú... ¿Cómo coños vamos nosotros a hacer en estas muestras el
diagnóstico de rabia? Decímelo.
CHUCHU:
Solamente como dice José Luis, con las de Billy Queen. Lo que no comprendo es
como pudo ocurrir esto. Es ese instante,
súbitamente, el juglar y el bufón sueltan una estruendosa carcajada y comienzan
a cantar a duo una ranchera que dice: “Ando volando bajo”. Rodrigo y Chuchú,
parecieran oírlos, miran hacia un lado y al otro, parecieran no comprender que
es lo que sucede, hasta que la ranchera entra en la frase de:” tú y las nubes
me traen muy loco, tú y las nubes me van a matar”... Ambos entonces miran hacia
el techo, hacia el cielo?
RODRIGO: Son
cosas locas. ¿Verdad? Esto no es ni tan siquiera una broma de mal gusto, es un
disparate, una mala jugada que refleja el grado de locura y de estupidez de
Cesar Aranda. El pensará que nos engañó y estará muerto de risa imaginándonos en
la búsqueda de un virus inexistente. ¡Esta locoebola mi hermano!
CHUCHU: ¿Será que él no sabe lo de la niñita y las
vacunas y los familiares? ¿No habrá pensado que le pueden clavar una porción de
ampolletas en la barriga a un puño de muchachitos en el pueblo? ¿Eso jué lo que
usted me dijo, verdad?
RODRIGO: ¡De
bola que es verdad Chuchú! Por eso es que la Sanidad está tan urgida de que
lleguemos a un diagnóstico rápido. No sé qué hacer, esto no es un error, es un
horror y no debo, ¡no puedo silenciarlo! Tendré que avisarle de inmediato al
doctor Wagner... En este momento ya ha
cesado la ranchera y el juglar abandona la escena por un lado, el bufón se
adelanta al borde del escenario y chifla gesticulando para que bajen el telón.
CHUCHU: Ahora sí
que estoy convencido de que Cesar se volvió loco. Mira a Rodrigo con cara de
resignación.
RODRIGO: Locoebola,
de huevito tiene que estar, si Chuchú, de huevito, está...
Cae el telón.
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Haciendo gestos para
que cesen los aplausos, el juglar camina hacia el centro de escenario de
espaldas al telón. Por detrás de él, silencioso y sonriente también llega el
bufón.
JUGLAR: En documento manuscrito, quedará para la
historia, la verdad, expuesta por Rodrigo, verbalmente y por escrito ante la
Sanidad. A la postre, como siempre, el diagnóstico final lo ofrecería, la
electronmicroscopía. Caso cerrado. No obstante, queridos amigos y amigas
buenas, habéis podido presenciar, unas absurdas escenas, donde, tendréis que
aceptar que solo destacamos en la actuación, los presentas aquí prescritos, yo
juglar y él, bufón proscrito. Es posible
que el mentir sea una cosa natural, para algunos lo es, pero en el caso aquí
representado, pareciole a Rodrigo que el engaño era un hecho sin conciencia, y
por ello, por inducir al error sin medir sus consecuencias, lo escribió,
escribiolo con meridiana claridad, y así lo expuso ante las autoridades de la
Sanidad. Fue estudiado, y se dictaminó que el engaño era una grave falta y que
era necesario evitar futuros males. No sé si como un colofón o cual amargo
colagogogo, puedo deciros que Cesar Aranda perdió su cargo asistencial como
patólogo, perdiolo si, el cambur, pelolo.
BUFON: Parece ser absurda esta aventura, ¿verdad
amigos?, yo traté de hacerla más jocosa, pero ¡que difícil pueden ser a veces
estas cosas! Provoca honda desventura el saber el colorario derivado de las
tres escenitas de marras, las que les presentamos en el escenario, sí, esas las
pasadas, esas que con paciencia estoica vosotros habéis logrado soportar. ¿Os
lo digo? El patólogo despedido de su cargo se declaró culpable, por ello, lo
acordado como castigo por la Sanidad fue lo más justo. Fue saludable. Pero yo
quiero hablaros de lo que aconteciera tan solo dos añitos después. ¡Da
susto! El bromista, ya con un toque
demencial un tanto más florido, consignó acusador una denuncia ante los médicos
especialistas, sus colegas-queridos-colegiados, sugiriendo una investigación
por ejercicio ilegal de la especialidad, pidiendo una incapacitación, ¿para
quién?, pues nada menos que para Gartán, ¡no deberá ejercer como
neuropatólogo!, no está capacitado!, esto pedía. Una Comisión, antiestética
pero de ética, consideró que era importante la denuncia y ameritaba, que
Rodrigo Gartan se defendiese, así pues le solicitó los comprobantes de su
trabajo, siete años de ver casos y publicar escritos, fácilmente se podrán
demostrar, bendito cielo!, eso pensó la gente!, mas esos años no pudieron,
perdón no quisieron ser avalados por su jefe el diablillo Solano, faltaba más!,
que se vaya bien lejos, al carajo!, fue el comentario entre conmilitones,
tampoco actuaron los amigos del acusado, ni por la Dirección o las
Subdirecciones se produjo un aval, tampoco sus hermanos?, anonadados,
patólogos?, que se vaya al cipote!, pero los patólogos?, miedo cerval, ese que
casi siempre, ha caracterizado sus más caras acciones, a quien le importa?, una
ridiculez, escurramos el bulto, mas todos en cambote?, a nadie le viene ni le
va la cosa!, pues la torta!, como Herodes el rey lavóselas, las de él, como el
piloto Poncio, así mismito hermano, así
se lavaron las manos... Digo yo aquí, que es por eso, que a mí me estremece, me
encanta y regocíjame, un dicho expreso,
preciso, matemático, el cual expone: ¿Amigo? ¡Bicho! ¡Solo el ratón del
queso!
Haciendo sonar su laúd
canta el juglar sereno con su voz de tenor...
JUGLAR: Églogas entonemos, canciones, sones, cantemos, ¿estamos?, ha concluido,
ha terminado, finalizado, finiquitado está , este desaguisado. Podéis iros en
paz.
Aquí marca punto final
la obra en tres escenas titulada Hidrofobia. Generalmente a estas alturas,
cuando se da en alguna sala, ya se ha salido casi toda la gente. Si acaso
existe algún espectador, pueden jurarlo, se ha quedado dormido, o es familiar
directo del autor.
Jorge García Tamayo
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