HUMBERTO FERNÁNDEZ MORAN. Legado científico de Venezuela invaluable para el mundo.
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Escrito para: VITAE Academia Biomédica Digital, UCV.
Por Jorge García Tamayo
Honor y deber
Recordar
al Dr. Humberto Fernández Morán, es evocar la investigación con el microscopio
electrónico, tema este al que he dedicado casi cuarenta años de mi vida, desde
que me gradué de médico en la
Universidad del Zulia, en julio del año 1963. Sin embargo,
debo confesar que la figura emblemática de Fernández Morán ilumina los
recuerdos de mi infancia, pues revivo un fenómeno que se producía a través de
las palabras de mi padre, Jesús García Nebot, quien era un comerciante
marabino, muy conocido en la ciudad del lago y las palmeras, siempre en la casa
MacGregor en la Plaza Baralt,
buen amigo de Don Rodolfo Auvert y de muchísima gente.
Además, considero que hablar sobre este
hacedor de ciencia venezolano, es casi un deber de quienes le conocimos y
supimos de sus esfuerzos y de sus desventuras. Sobre todo, pienso que hablarle
a los jóvenes sobre él y su trayectoria, es casi una obligación. No obstante,
es preciso recordarle con un enfoque personal, en vez de hacer una lista de sus
inventos o de destacar sus descubrimientos científicos, porque considero que es
importante ir más allá, hasta llegar al ser humano.
Por
esta razón, en las siguientes líneas me pasearé por su infancia y su juventud;
la creación del Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales
(IVNIC), hoy Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) desde
1959; así como también sobre la
Cátedra de Biofísica de la Universidad Central
de Venezuela (UCV) en los Altos de Pipe.
También
haré referencia a cómo fue vilipendiado y execrado de Venezuela por motivos
políticos y, de esta manera, tratar de entender cómo todas estas tristes
circunstancias desembocaron en su genial "ostracismo creador", citando a mi colega y coterráneo,
el doctor Roberto Jiménez Maggiolo, quien escribió una excelente biografía sobre
la vida y pasión de Fernández Morán, obra esta fundamental en el repaso de los
avatares del científico y del hombre, y en la cual me he apoyado para hilvanar
parte de esta retrospectiva con retazos de mis recuerdos del pasado cercano.
Espíritu
de acero con sello alemán
Corría
el año 1924, el Presidente del Estado era el General Santos Matute Gómez y en
Maracaibo se vivía bajo la dictadura del General Juan Vicente Gómez, pero la
ciudad estaba experimentando grandes cambios, era una época de gran actividad
comercial y cultural, pues comenzaba la explotación petrolera. En el hospital
Chiquinquirá, el día 19 de febrero nacía el hijo de Luis Fernández Morán y de
Elena Villalobos, Humberto, quien contaría muchos años después como nació, en
el hospitalito, "…cerca del
Puente España y mi familia viene de un pueblo humilde llamado La Cañada".(1)
En
1929, por desavenencias con el gobierno de Gómez, la familia Fernández Morán se
trasladaría a los Estados Unidos. En Nueva York, el niño Humberto haría sus
estudios de primaria en la
Wiitt Junior High School hasta el año 1936, cuando
regresarían a Maracaibo, después del fallecimiento del General Juan Vicente
Gómez en diciembre del año 1935.
Recuerdo
haber escuchado a mi padre, Jesús García Nebot, un sinfín de veces, relatarnos
una anécdota vivida el año 1936, en los tiempos cuando el hijo de Luis
Fernández Morán, Humberto, estudiaba en el Colegio Alemán que para la época
estaba situado en la Casa
de Morales y era un niño de 12 años que todavía usaba pantalón corto. Mi padre
nos explicaba en detalle, como le habían dado al muchacho los planos - en
alemán - de una máquina que estaba paralizada en una cervecería de Maracaibo,
para ver si él podía entenderlos, y nos contaba que al día siguiente, el
muchachito había puesto a funcionar la maquinaria. Seguidamente, mi padre
excitaba nuestra imaginación infantil destacando las dotes de políglota del
científico. "Quien habla
dos idiomas, vale por dos personas", eso nos decía para informarnos de inmediato que el
sabio zuliano hablaba más de catorce. Son estas vivencias de mi infancia y
adolescencia, enseñanzas en casa, las que me dieron a conocer que existía un
genio, que era zuliano y maracaibero y que era un personaje del mundo, en
aquellos años cuando yo estudiaba primaria y bachillerato en Maracaibo y creo
que todas estas cosas, de una u otra forma, contribuyeron a hacer de mi un
fanático buscador de la verdad de todas las cosas.
El
año 1937, Luís Fernández Morán enviaba a su hijo Humberto, de 13 años, a
estudiar en Alemania, en un Liceo Monástico-Militar en un pueblecito llamado
Saldfelds enclavado en las montañas de Turingia. Allí era difícil la
adaptación, pero el joven relatará como su padre con quien mantenía una intensa
correspondencia, le daba ánimos para soportar la soledad y la lejanía de su
familia.
Con
los años su espíritu se fue templando como el acero y era un decidido
deportista, campeón de boxeo y tan estudioso, que ya el año 1939, decidió, a
los 15 años, irse a la
Universidad de Munich para estudiar Medicina. Ese mismo año
comenzó la segunda guerra mundial y, para todos, la situación se tornó muy
difícil en Alemania. Los estudiantes de Medicina tenían que adaptarse a las
condiciones de un país en guerra; a la vez, el mundo no lo sabía, pero existía
entre los investigadores en diversos países una carrera para desarrollar la
energía atómica con fines no totalmente pacíficos.
En
Berlín, Heisemberg dirigía el Instituto Kaiser Wilhelm e intentaba fisionar los
átomos y, en los Estados Unidos, Enrico Fermi, premio Nóbel de Física del año
1938, había descubierto que bombardeando átomos de Uranio con neutrones libres
se podía obtener Plutonio y se gestaba, en diversos laboratorios, el llamado "Proyecto
Manhattan", que
desembocaría en la creación de la bomba atómica.
El
año 1944, en la Escuela
de Medicina de la
Universidad de Munich, a la edad de 20 años, a la espera de
un ataque aéreo y de manos de un Rector "austero
y enlutado",
Humberto Fernández Morán recibía el título de doctor en Medicina Summa Cum
Laude. Un año después, en 1945, finalizaba la guerra en Europa y el joven
regresaba a su tierra, para el 4 de julio de ese mismo año revalidar su título
de Médico Summa Cum Laude en la Universidad Central de Venezuela.
Se
traslada a Maracaibo y trabaja en el hospital Psiquiátrico, donde hacía
leucotomías e inyecciones en los lóbulos prefrontales por vía transorbitaria en
25 pacientes, estudio publicado en el Volumen 4 de la Revista Archivos
de la Sociedad
Venezolana de ORL, Oftalmología y Neurología en 1946. Al
finalizar ese año, ya estaba decidido y se marcha a Washington en los Estados
Unidos para estudiar Neurología y Neuropatología con el Profesor Walter
Freeman.
A
mediados de 1946, se acerca hasta la Universidad de Princeton, donde estaba Albert
Einstein. Será el famoso científico quien le recomendará al joven venezolano de
22 años, que estudie en Suecia. Así, desde 1946, el joven Humberto estaría en
el Instituto Karolinska trabajando con el Profesor Tobjorn Caspersson y en el
hospital Serafirmerlasseratet con el Profesor Heberto Olivercrona. Allí pronto
obtiene la Licenciatura
en Biofísica y una Maestría en Biología Celular y Genética, para graduarse de
PhD en Biofísica de la
Universidad de Estocolmo en 1951, cuando ya era Profesor
Asociado del Instituto Karolinska, y condecorado al año siguiente, 1952, con la Orden de "Caballero de la Estrella Polar" por el Rey Gustavo Adolfo de
Suecia. Para esa época, le escribiría a su amigo, Matos Romero: "…continuaré desafiando el destino y buscando lo
que me pertenece, que es mi patria."(1)
Visionario incomprendido
En
1953, regresa a Venezuela y el 27 de mayo se incorpora a la Academia de Ciencias
Físicas, Matemáticas y Naturales. El 25 de abril del año 1954, en Los Altos de
Pipe, en el Estado Miranda, se va a fundar el Instituto Venezolano de
Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC), hoy Instituto Venezolano de
Investigaciones Científicas (IVIC), con más de 70 laboratorios de
investigación proyectados para 27 edificios que ya el año siguiente, en 1955,
estaban construidos y en 1956 se instalaría el Reactor Nuclear, un avance en
Latinoamérica que atrajo hasta Venezuela al año siguiente, bajo el auspicio de la Fundación Nóbel y la Sociedad Internacional
de Neurología y Neurociencias, a muchos grandes científicos del mundo, varios
premios Nóbel entre ellos.
El
gobierno de Pérez Jiménez se tambaleaba y el presidente buscó al hombre de
mayor prestigio científico en el país para nombrarlo Ministro de Educación. El
16 de enero de 1958, Fernández Morán se dirigió a los jóvenes para decirles:
"Vivimos en la
era atómica y de la conquista del espacio; ésta no es una hipótesis si no una
realidad que absorbe la atención de todos los pueblos…La consigna para nuestra
juventud es categórica; prepararse mediante el adiestramiento adecuado para
cumplir su misión en nuestra era".(1)
No
le entendieron el lenguaje y apenas duró 12 días en el cargo. Parafraseando al
Dr. Roberto Jiménez Maggiolo, diré que Fernández Morán, debió irse de
Venezuela: "…entre
los insultos de un pueblo que no sabía de su valor y la envidia de los que si
saben…".(1)
El
23 de enero del año 1958, estábamos cursando el segundo año de Medicina, cuando
cayó Pérez Jiménez. Ante el alborozo de la naciente democracia, volví a
escuchar a mi padre en su firme y acongojada defensa de nuestro joven sabio. Le
habían endilgado, por culpa de la malhadada política, el remoquete de "El Brujo de Pipe". Se había visto obligado a
abandonar el país y se decían horrores de él. Defendía simultáneamente mi padre
a un tisiólogo discípulo del doctor Baldó, el doctor Pedro Iturbe, conocido por
haber acabado con la tuberculosis que diezmaba a nuestros indígenas guajiros y
quién en aquellos días era perseguido también pues le acusaban de
perezjimenista y de loco. Ambos personajes eran perseguidos políticos, su reputación
estaba en boca de todos por el pecado de haber cosechado éxitos en sus labores
en ciencia y medicina, durante la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez.
Brillante exilio
Años
más tarde, en 1963, Fernández Morán viviendo en el exilio, ya había sido
profesor de la Universidad
de Harvard y había creado los Laboratorios de Microscopía Electrónica del
Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), donde había descrito la
estructura de la membrana mitocondrial. En aquel entonces brillaba en la Universidad de Chicago
como una estrella rutilante ocupando el sitial del fallecido sabio y premio
Nóbel de Física, Enrico Fermi.
En
esa época, julio de 1963, me tocó graduarme de médico-cirujano a los 23 años y
decidir dedicarme a estudiar las causas y las consecuencias de las enfermedades
a través de la
Anatomía Patológica. El doctor Pedro Iturbe no aceptó nuestra
solicitud para que fuese el padrino de la promoción de médicos del ´63, pero
nos pidió que llevásemos el nombre de su más querida institución, el Sanatorio
Antituberculoso de Maracaibo. Éramos pues los ahijados de la promoción del
doctor Iturbe y nos tocó escuchar muchas veces sus enseñanzas y divagaciones
sobre la labor social del médico y los comentarios sobre su admiración y
amistad con nuestro lejano sabio zuliano, el doctor Fernández Morán. En
interminables pláticas en su oficina, absortos ante "el abanderado",
un gran cuadro en carboncillo del pintor zuliano Gabriel Bracho, me consta que muchos soñamos con ser los
portadores de la alabarda y envueltos en ella, como "el abanderado", marchar adelante
para enfrentar nuestro destino.
Me
atrevo a confiarles todas estas remembranzas para intentar explicarles porqué
decidí dedicarme a estudiar las causas y las consecuencias de las enfermedades
utilizando el cuchillo de diamante inventado por Fernández Morán y el
microscopio electrónico. En ese entonces, quería creer que también yo podía
dedicarme por entero a la investigación científica, como los jóvenes que
rodeaban a
Américo Negrette.
Américo
era un profesor de Semiología del Sistema Nervioso en nuestra Universidad del
Zulia, quien cuando era médico rural había denunciado epidemias de encefalitis
y había señalado el problema de un foco de Corea de Huntington en la región
zuliana; esto, y sobre todo haber escrito y publicado sus hallazgos, habían
hecho de él un individuo problema para los jerarcas de la Sanidad.
Negrette
supo rodearse de un grupo de jóvenes médicos y estudiantes apasionados por la
investigación. Así, fundó un Centro de Investigación y una revista que es
todavía la publicación médico-científica más antigua e importante del país,
Investigación Clínica. Puso a Orlando Castejón al frente de un microscopio
electrónico, y contra viento y marea, y contra el fuego - una vez le
incendiaron casi todos sus laboratorios-, creó el Instituto de Investigaciones
Clínicas, que hoy lleva su nombre.Perdonen si les relato algunas de estas cosas
del pasado, pero ellas sirven para destacar como en nuestra tierra, siempre han
existido dificultades para hacer investigación, y de paso, les cuento como se
inició la microscopía electrónica en la misma ciudad donde años antes, el año
1924, naciera Humberto Fernández Morán, el hombre de ciencia más importante en
la historia de nuestro país.
Por
todas estas cosas, he querido escribir sobre Fernández Morán, pero sin hacer un
inventario de sus importantes descubrimientos, sin enumerar sus valiosos
aportes a la ciencia y a la tecnología universal; ellos son de todos conocidos.
Estoy intentando abordar al hombre, con un enfoque diferente, desde un plano
más personal para de esta manera escudriñar sobre algunos aspectos humanos en
la vida de nuestro genial sabio.
De
vuelta a la patria
He
tenido la fortuna de trabajar durante casi 35 años haciendo investigación en el
área de patología ultraestructural en nuestro país. Esta circunstancia me llevó
a convivir con situaciones que me acercaron y se cruzaron con la vida de
nuestro genial científico. Me tocó percibir muy de cerca sus esfuerzos para
llevar adelante el sueño de regresar y hacer investigación y de formar gente
joven en su patria y especialmente en la región occidental del país. Pudiera en
este momento intentar un análisis sobre las incontables dificultades que
surgieron para impedir que Fernández Morán, después de haber creado el
Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC) y de su
infortunado exilio político, pudiese volver para desarrollar sus proyectos en
nuestro medio.
La
amnesia política, es y siempre ha sido, una característica relevante del pueblo
venezolano. No obstante, ella no se manifestó en el caso de Fernández Morán y,
ciertamente, esto no puede verse como un hecho fortuito. Durante su triunfante
y productivo exilio, pudiese haberse creado una matriz de opinión favorable en
Venezuela, debería haberse dado esta situación en los años de la opulenta y
petróleo-dependiente Venezuela Saudita. Desgraciadamente, esto no ocurrió. En
medio del vórtice de aquellos años de consumismo desquiciante y falsos valores,
le vimos acercarse, buscar nexos, avanzar y retroceder, ir y volver para
desencantado intentar de nuevo otra aproximación en sus esfuerzos por regresar
a la patria y ser escuchado como científico por sus compatriotas. Innumerables
obstáculos, culpas por omisión y deleznables mezquindades, muchas de ellas
germinadas en la oscuridad y a sotto-voce desde el alma de muchos,
algunos quienes eran sus herederos directos, descendientes de su primer gran
proyecto científico, el Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones
Cerebrales (IVNIC).
El
sabio generoso, quien le donara al IVIC y al país la patente para la
comercialización mundial de su primer gran invento, el cuchillo de diamante,
volvió reiteradamente para vivir la desesperanzadora angustia de las promesas
fallidas, los proyectos que no cuajaban, los compromisos incumplidos. Así, sus
sueños se fueron tornando en pesadilla y con un curso tórpido. El Ulises
luchador parecía condenado a no poder llegar nunca a Itaca mientras su vida se
le iba deshilachando, hilo a hilo hasta el final. Cualquiera que haya intentado
en nuestro medio, dedicarse por entero a la investigación científica, seria y
productiva, sabe que este, el de Humberto como el de Rafael Rangel, ha sido el
fatal desideratum de los científicos soñadores en nuestro entrópico
paraíso tropical.
Recuerdos
Imperecederos
Después
de graduarme de médico, ingresé a trabajar en Anatomía Patológica en el
hospital Universitario de Maracaibo. En seis meses, ya había hecho más de 60
autopsias en un cargo sin remuneración alguna, médico-pasante me decían, por lo
que gracias a las gestiones del jefe de patología, el doctor Franz Wenger ante la Liga Anticancerosa
y el Club Rotario, fui a parar al Departamento de Patología de la Universidad de
Wisconsin en los Estados Unidos.
Unos
meses más tarde, ya en 1964, era uno de los usuarios del microscopio electrónico
RCA del Departamento de Patología, siendo incorporado a un proyecto de
investigación sobre la ultraestructura del alveolo pulmonar de acures sometidos
a hipoxia crónica. En ese entonces, el profesor David Green de la Universidad de
Wisconsin, era un experto en ultraestructura y curiosamente, sostenía una
controversial polémica con Fernández Morán sobre la estructura de la membrana
mitocondrial, desde los días cuando en el Instituto Tecnológico de
Massachussets (MIT) nuestro genial sabio había descubierto las partículas
elementales.
En
1964, Fernández Morán era Profesor de Biofísica en la Universidad de Chicago
y estaba desarrollando microscopios electrónicos de alta resolución con lentes
fabricados con metales superconductores usando temperaturas ultrabajas.
Mientras, yo había ido a parar a la Universidad de Wisconsin en Madison y en aquella
época, decir Wisconsin era como decir Berkeley en California, ambas
universidades con música de Beatles de fondo, hippies y el lío de la guerra en
Vietnam eran símbolos de la rebeldía de los sesenta.
El
Departamento de Patología del hospital universitario estaba al lado del Mac
Ardle Cancer Resarch Center, donde comenzaba a desarrollarse la investigación
sobre drogas para la quimioterapia antineoplásica; sus investigadores iban a
las reuniones de nuestro Departamento y nos acostumbramos a escuchar a Pitot,
Hartman, o a Temin quien años después recibiera el Premio Nóbel de Medicina por
descubrir los retrovirus. Estuve un año y medio en Madison, me fui un año a
Filadelfia para trabajar en un hospital de 2.000 autopsias (el PGH) y regresé a
la Universidad
de Wisconsin para hacer el tercer y cuarto año de residencia. Quería aprender
neuropatología con Gabreille ZuRhein y Sam Chao, dos neuropatólogos quienes
acababan de descubrir con el microscopio electrónico el virus de la Leucoencefalopatía
Multifocal Progresiva (PML) y examinaban el misterio de la Panencefalitis
Esclerosante Subaguda, encefalitis de Dawson, le decían en
esos tiempos a esta rara enfermedad provocada por una mutación del virus del
sarampión.
Durante
aquella etapa de aprendizaje de patología y microscopía electrónica, entre la
biblioteca, las autopsias y los casos clinicopatológicos, permanentemente
mantuve una correspondencia escrita con el doctor Iturbe. Así fue como una
noche, el doctor Iturbe me sorprendió por teléfono con la proposición de que
regresara a trabajar en su Sanatorio Antituberculoso, pues él iba a conseguir
un microscopio electrónico, a través de una donación. Me pidió entonces el
doctor Iturbe, que me acercase a la vecina ciudad de Chicago para visitar al
doctor Fernández Morán. Debería intentar en mi visita, crear vínculos para
lograr su asesoramiento en lo referente a la instalación y el funcionamiento de
futuro microscopio electrónico en Venezuela.
En
la primavera del año 1967, todavía había montañas de nieve y hielo cuando viajé
desde Madison a Chicago en compañía de un compadre estudiante de Ciencias
Económicas, Narciso Hernández, evidentemente maracucho. De la entrevista que
duró un día entero, mientras admirábamos los increíbles laboratorios con
potentes microscopios electrónicos flotando entre nubes de nitrógeno líquido,
mi compadre y yo, quedamos asombrados por todo cuanto vimos en el Instituto
Fermi de la Universidad
de Chicago. Nuestro sabio ya estaba comenzando a trabajar para la NASA en la conquista del
espacio extraterrestre y sus laboratorios eran un portento.
De
aquella entrevista y de todo cuanto conversamos con nuestro famoso coterráneo,
quien nos dispensó especial atención con gran sencillez y deferencia, como si fuésemos
viejos conocidos, guardo imperecederos recuerdos. Allí escuche por vez primera,
hablar de "la entropía tropical", expresión de nuestro genial sabio para la desorganización
que nos caracteriza. Titulé así mi primera novela, "La Entropía Tropical", aún inédita.
Con
amable paciencia, Humberto Fernández Morán nos habló de la Segunda Ley de la Termodinámica y de
cómo era necesario luchar contra la entropía, esa tendencia a la
desorganización de los sistemas que pareciera incrementarse en las latitudes
del trópico.
Desde
entonces, me he hallado muchas veces repitiendo sus ideas que coincidían en
todo y reforzaban los planteamientos de Pedro Iturbe. ¡Cuánto hay que luchar
para que las cosas más sencillas no se transformen en los mayores obstáculos a
cualquier proyecto en nuestro medio! Este era un tema recurrente del doctor
Iturbe, y cito a Negrette en ese mismo sentido: "Hay peleas que hay que
darlas aunque se pierdan, no siempre se puede ganar, pero se lucha y hay que
convencerse de que mientras más ardua es la lucha, más meritorio es el
triunfo". Bien nos decía Pedro Iturbe que:
"En nuestro medio, en necesario soñar mucho, para lograr, tan solo,
algunas cosas."
Para
aquel entonces, el mundo estaba dividido en dos grandes bloques que parecían
irreconciliables, eran el este y el oeste. Consciente de las tensiones de la
guerra fría, nuestro sabio nos expresó sus temores sobre el poder letal de la
energía atómica. Nos habló de cómo años antes, frente al Proyecto Manhattan
habían estado Einstein y Oppenheimer, quienes también estaban preocupados, pues
conocía los peligros que asechaban a la humanidad por el manejo imprudente o
ambicioso del átomo en manos de los políticos o de los militares. De todas
estas cosas y más, conversó ese día con nosotros, jóvenes imberbes maracuchos
quienes escuchamos atónitos sus conceptos sobre las emergentes naciones del
Asia, sobre Mao y los millones de chinos y sobre el futuro de la humanidad ante
las posibilidades de desarrollo de la ciencia en la carrera espacial.
Con
pesar, tocamos el tema de su paraíso perdido entre las neblinosas montañas
plenas de eucaliptos en los Altos de Pipe, y como una constante afloró su
esperanzado deseo de poder servirle a su patria, nuevamente, de poder de alguna
manera regresar a su tierra.
Solitario misionero
El
14 de julio de ese mismo año 1967, Fernández Morán cumpliría seis años como
Profesor de la Universidad
de Chicago y recibiría el Premio John Scott por su invento, el cuchillo de
diamante. Este galardón tan solo había sido otorgado antes a Tomás Alva Edison,
Maria Curie, Edward Salk, Thomas Fleming y John Gibbon. Era un reconocimiento
universal al genial venezolano quien todavía tenía que vivir en el exilio.
En
1968, el mismo año que regresé a Venezuela, Fernández Morán volverá a su
patria. Durante los meses de junio y julio dictará algunas conferencias en
Caracas, en la Academia
de Medicina del Zulia, en Mérida, San Cristóbal, Coro y Cumaná. Desde ese año
dará inicio Fernández Morán a una prédica in vivo, con la intención de
convencer al país de la necesidad de crear un Complejo Politécnico de avanzada
para la formación científica y tecnológica de nuestros jóvenes.
A
finales de ese año, como una dependencia del Servicio de Patología, instalamos
el microscopio electrónico en el Sanatorio Antituberculoso de Maracaibo. Tres
años después del regreso al país de Fernández, en 1971, el sabio visitaría el
Laboratorio de Microscopía Electrónica de su amigo Pedro Iturbe. Ya habíamos
hecho el Primer Simposio Venezolano de Patología Ultraestructural y, en el
marco del VIII Congreso Latinoamericano de Patología, habíamos dictado cursos,
presentado y publicado trabajos sobre la rabia, la encefalitis equina, las
amibas, tricomonas, el cáncer del cuello uterino, sobre patología tumoral y
demás.
El
interés de nuestro sabio por todos estos temas fue grande, como fue también la
complacencia del doctor Iturbe. En el curso de esta visita del año 1971,
Fernández Morán estuvo en San Cristóbal y en Valera, donde dictó una charla
titulada "Las oportunidades y retos de la Ciencia y la Tecnología", en la que insistiría en sus sueños
y lo haría señalando como durante 18 años había tratado por todos los medios a
su alcance de interesar al Gobierno Nacional en proyectos de interés Científico
y Tecnológico, sin obtener ninguna respuesta.
En
esos días escribió:
"…Soy un misionero y un solitario en mi propia tierra, como lo fue Miranda y como lo fue Bolívar... ...Persistiré en mi firme empeño de cumplir callado mi misión, como investigador científico y educador, ocultando con la jovialidad de Sancho mi tristeza neta de Quijote."(1)
Un
hombre con su capacidad intelectual, quizás presentía que los molinos de viento
eran más reales que aquellos de Alonso Quijano. ¡Como habría de sentirse luchando
contra la adversidad!
El
doctor Iturbe estaba dejando la dirección del hospital entusiasmado con la Medicina Familiar
y en esta situación me estaban proponiendo que me fuese a Caracas a trabajar en
Neuropatología. Conservo una tarjeta personal de Fernández Morán fechada el 29
de octubre de ese año 1974. La recibí unos días después de nuestra entrevista.
En ella con su minúscula caligrafía me decía:
"He estado
pendiente de sus trabajos y le felicito por sus recientes trabajos sobre virus
neurotrópicos, especialmente rabies; yo puedo asegurarle que próximamente
instalaremos parte de mi laboratorio de electromicroscopía en esta región.
Desearía mucho hablar con usted, para considerar que podamos lograr una
colaboración satisfactoria sin necesidad de trasladarse a Caracas. Perdóneme si
sugiero que nos veamos en el Hotel del Lago, cuarto 468, si es posible a las
5.00pm. Reciba un cordial saludo extensivo a su apreciada familia. Humberto
Fernández Morán."
Esta
es la parte más dolorosa de mi historia, en lo personal así me parece. Ya
estaba yo convencido de que nuestro sabio Quijote estaba, como el Libertador,
destinado a arar en el mar. Esta percepción la había visto venir in crescendo a
medida que las dificultades para hacer investigación se multiplicaban en
nuestro laboratorio. Los problemas surgían paralelamente a la bonanza petrolera
que ya mostraba destellos de lo que habría de ser la llamada "Gran
Venezuela". En el
año 73, Carlos Andrés Pérez ya era el nuevo presidente y la Venezuela Saudita
del derroche y del consumismo delirante, emergía plena de proyectos faraónicos,
en los que todo hacía pensar que los sueños del científico más importante que
había existido en el país, estarían excluidos por razones obvias.
Asistí
a la cita en el Hotel del Lago. En su habitación, hablamos un largo rato. Me
pidió que no cometiese el mismo error en el que él había incurrido años atrás,
que no saliese de mi terruño, que irme a la capital era un disparate, pues él
estaba convencido, y creo que me hablaba con toda sinceridad, estaba seguro de
que a más tardar en dos años ya sus laboratorios estarían instalados y
marchando en el occidente del país. A pesar de mi incredulidad no quise ser
drástico, callé sobre mis temores y acepté esperar, uno o dos años serían
suficientes, eso le dije, pero internamente tenía el doloroso convencimiento de
que otra vez le estaban engañando con falsas promesas.
Esta
conversación, muy sentida, me estrujó el corazón. Busqué con la ayuda del
doctor Iturbe una salida Salomónica. Esperé meses durante la tramitación de un
año sabático de mi universidad para hacerlo en Caracas. Propuse a un
investigador, el doctor Etanislao del Conte para que me supliera al frente de
mi laboratorio. Esperé impaciente por los sueños del sabio sin escuchar más
noticias.
Sueños
son, parecían decirme las semanas y los meses. A comienzos del año 1975, ya el
Rubicón estaba cruzado. Después de trabajar un año como Neuropatólogo en el
hospital Vargas de Caracas, pasé al Instituto Anatomopatológico de la Universidad Central
de Venezuela y logramos con el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
(CONICIT) un microscopio electrónico para desarrollar, entre otros, mis
proyectos de investigación con el virus de la encefalitis equina venezolana.
Estaba en un Instituto de Investigación de la Universidad Central
y, finalmente, interactuaba con patólogos que entendían que la patología
ultraestructural era importante.
En
el año 1978 tuve la oportunidad de conversar de nuevo con el doctor Fernández
Morán. Él, otra vez visitaba a Venezuela. Había estado en Maracaibo en el
Primer Congreso de Neurociencias y sus brillantes conferencias eran destacadas
en la prensa nacional. Parafraseando a nuestro colega el neurólogo Humberto
Gutiérrez, ya estábamos ante un "…lamentable resultado, el que
prácticamente hayamos perdido las enseñanzas y la ilustración de este auténtico
valor científico nacional…".(1) Como dijera Acosta Sainges del Libertador, Fernández Morán parecía ser en
su tiempo "el hombre de las dificultades."
En
esos días, supe que estaba en Caracas y me acerqué hasta el hotel Ávila para
conversar con él. Fernández Morán seguía dictando conferencias. "Es
de hacer notar, que no es el IVIC quien lo invita", dice Jiménez
Maggiolo. En Pequiven y en el Centro Médico Docente La Trinidad, hablará sobre
Virus Oncogénicos, Biología Molecular, Microscopía Electrónica y la Medicina Clínica
y sobre los Bancos de datos, computadoras y satélites. Cuando conversamos, yo
le conté sobre la ayuda lograda con el CONICIT y le hablé del nuevo microscopio
electrónico, de mis colegas del Instituto en la Universidad Central
de Venezuela (UCV) y de los trabajos que estábamos publicando. Sin mucha
convicción, le ofrecí de nuevo regresar con él si algo se concretaba en el
Occidente del país. Fue un mero formulismo.
Era
impresionante, pues a pesar de la importante y privilegiada posición de nuestro
científico en el mundo, su destino de Ulises irredento parecía perseguirle. El
genial investigador de la NASA,
el inventor del cuchillo de diamante, el descubridor de las partículas
elementales de las mitocondrias, persistía en sus esperanzados sueños e
insistía en que yo debería regresar a mi tierra, pues todo estaba ya dispuesto
para él, casi a punto. Pleno de respeto y de admiración ante aquel hombre
genial, asentí ante sus planteamientos, confundiendo la tristeza con la
desesperación y sentí furia contra quienes desde las sombras maquinaban e
impedirían para siempre sus ilusionados proyectos.
En
el curso de los años que siguieron a esta conversación, llegaría a saber que el
microscopio electrónico del laboratorio del hospital General del Sur de
Maracaibo sería abandonado e impunemente destruido, pero esa es otra historia,
también lamentable.
Siete
años más tarde, de nuevo visitando a su ciudad natal, Maracaibo, Fernández
Morán hablaría ante los investigadores médicos de la Universidad del Zulia
y sobre esta plática, citaré las impresiones de Américo Negrette quien
consideró que la ocasión memorable pareció ser "un momento de magia":
"... Escuchando a este hombre en esa noche, viendo el
entusiasmo por la ciencia, cualquiera puede ser mezquino, pero solamente los
grandes saben ser generosos a tal grado, - el hombre que descubrió las
partículas elementales de las mitocondrias... que ha desarrollado adelantos de
la tecnología científica que son utilizados por científicos en todo el orbe,
bajó del pedestal que le han forjado sus propios méritos, tan llanamente, tan
espontáneamente, para estimular a unos hombres simples, - que su grandeza se
hizo mayor... Esa será una noche inolvidable, increíble. Ver aplaudiendo a sus
científicos, un pueblo que ha sido entrenado para aplaudir solamente a
deportistas, políticos y faranduleros, es increíble. Esa es otra Venezuela. Una
Venezuela que aunque fuera una noche, hizo posible la magia de un científico
grande, la generosa magia de Humberto Fernández Morán."
En
1986, Fernández Morán regresaría a Venezuela con nuevos proyectos. Esperaba
lograr apoyo de la
Universidad del Zulia y de la Universidad de Los
Andes para crear un Laboratorio de Astronomía que debería estar situado al sur
del lago de Maracaibo. Todo era retórica pues la situación política del país no
se había modificado.
Malquerida
herencia
En
1989, en la oportunidad de estar dictando un Curso sobre Ultraestructura de
Tumores en un Congreso Iberoameroamericano de Biología Celular en La Habana, me enteré a través
de la doctora Haydée de Castejón de la enfermedad que aquejaba a nuestro sabio.
Un accidente cerebrovascular en diciembre del año 1988 había revelado una
malformación vascular en el cerebro medio y casi nadie sabía mucho sobre su
salud. Sus compromisos en la
Universidad de Chicago ya habían concluido y Humberto
Fernández Morán había decidido regresar a Suecia con su mujer y sus hijas.
En
1992, a
pesar de sus dolencias que progresivamente iban incapacitándolo para cumplir
algunas funciones, volvería al país y en Mérida durante el Primer Congreso
Atlántico de Microscopía Electrónica hablaría sobre sus inquietudes de toda la
vida.
Cito
sus palabras:
"…La Microscopía Electrónica
ha sido y será siempre una disciplina fundamental de todos los ramos del saber
humano en este planeta y en el espacio extraterrestre…" (1)
"He tenido la
suerte de trabajar en varios continentes y de conocer a casi todos los
protagonistas a lo largo de los cinco decenios transcurridos desde los
comienzos de estas pesquisas... "(1)
"La obra
inmortal de Cajal ha sido continuada por los descubrimientos del argentino
Eduardo De Robertis, y por nuestra propia descripción de las fibras nerviosas
submicroscópicas, de las vesículas sinápticas, las partículas elementales de
las mitocondrias y de otros complejos macromoleculares."(1)
Dos
años después, el 19 de julio de 1995, desde su casa en Suecia le escribiría una
carta a Enrique Auvert, su condiscípulo del Colegio Alemán de Maracaibo.En ella
le cuenta: "los inviernos
aquí son muy largos, oscuros y fríos". Le comentará luego sobre sus dificultades para
escribir a mano, cada vez mayores. En esta misiva de dos páginas escritas a
máquina, el sabio nuevamente se muestra visionario sobre el futuro de la
ciencia y de la humanidad.
Quisiera
concluir, citando algunos párrafos de la carta del científico a su amigo de la
infancia. Estos han sido tomados del libro del doctor Roberto Jiménez Maggiolo
y no guardan la secuencia original, pero creo que pueden ayudarnos a cerrar
esta sucesión de trágicas vivencias que he enumerado sobre la vida del gran
venezolano que fue el doctor Humberto Fernández Morán.
"…Si sabiduría
radica en conocer lo vasto de la ignorancia, entonces yo soy bastante sabio,
pues soy ignorante experto…"(1)
"…Yo si me he
equivocado y eso garrafalmente, pero al darme cuenta he reaccionado; y hasta el
final de mis días trataré de rectificar, corrigiendo entuertos…."(1)
"…Yo soy
optimista, y aunque esta era semi-oscura e inclemente parece negar todo lo
positivo del pasado, la especie humana seguirá evolucionando con la ayuda de
Dios y pese a los cataclismos planetarios. Lejos de una visión apocalíptica -
tan popular en nuestro siglo - creo que el futuro nos reserva desarrollos
insospechados. El milenio que se avecina contará con grandes dolores, pero
también con profundas alegrías, pues apenas experimentamos un principio en esta
expansión cósmica."(1)
"…El haber
pasado por este valle de lágrimas, no me ha dejado confuso y desamparado, pues
intuyo límites incandescentes donde otros ven barreras…".(1)
Estas
palabras plenas de optimismo en medio de tanta adversidad, expresadas al final
de su vida por nuestro genial científico, quizás pueden servir para darle fin a
esta sucesión de trágicas vivencias padecidas por un gran venezolano, un hombre
de ciencia para toda la humanidad, el doctor Humberto Fernández Morán. El 17 de
marzo de 1999, fallecería en Estocolmo.
Lo
que ocurrió después de su muerte, con sus pertenencias, manuscritos, trabajos
inéditos y hasta microscopios electrónicos legados por él a su querida patria
Venezuela es también una tragedia. Su herencia fue rechazada sistemáticamente,
porque nadie quería hacerse cargo de los costos del traslado, hasta que por fin
pudieron llegar sus bienes a manos de la Universidad del Zulia. La verdadera historia es
insólita. Estuvieron olvidados en unos "containers" en la Aduana de Maracaibo,
expuestos al sol y la lluvia durante meses.
En
la actualidad, en la
Universidad del Zulia, se intenta recuperar parte de la
malquerida herencia del sabio, deteriorada por la indiferencia de sus
conciudadanos. Es algo ciertamente triste, pero, quisiera creer que sus
palabras podrán, de alguna manera servir para mitigar el dolor de lo pasado y
para que nunca más olvidemos las crueles realidades de nuestra historia. Ojalá
podamos enfrentar, atreviéndonos a aceptar la realidad histórica de nuestro
pasado cercano, los retos que el desarrollo científico y tecnológico del país
nos depara hacia el futuro, el cual deberá estar, como lo veía nuestro
brillante científico, lleno de esperanzas.
Bibliografía
Roberto Jiménez Maggiolo:Humberto Fernández Morán Vida y pasión de un sabio
Venezolano. Fundacite Zulia Ediciones. 1998
El texto original utilizado para la realización de este documento, fue
presentado en:
- Primeras Jornadas de Actualización Citohistológicas y de Ciencias de la Salud en la Facultad de Ciencias Veterinarias y Agronomía de la Universidad Central de Venezuela, del 21 al 23 de junio del año 2000, en Maracay, Edo. Aragua, Venezuela.
- Jornadas Nacionales de la Sociedad Venezolana de Anatomía Patológica en Puerto Ordaz, Estado Bolívar, con apoyo audiovisual, en octubre del año 2001.
- En el auditórium del Instituto de Investigaciones Clínicas en Maracaibo en febrero del año 2002.
- Festival Juvenil de la Ciencia de ASOVAC en el año 2002, en Maracaibo.
1 comentario:
Buenas noches mi nombre es Luigi Minichini soy cronista e historiador de la Asociacion de Scout de Venezuela.
Su papá Jesus Garcia Nebot era hermano Luis Garcia Nebot fundador del Rotary Club, Bombero de Maracaibo y miembro de los Scout del Zulia?
Jesus Garcia Nebot tuvo alguna relacion con los Boy Scout del Zulia entre los años1917 a 1920?
Cual era el segunďo nombre de su papá?
Gracias por su ayuda.
Saludos.
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