domingo, 3 de septiembre de 2023

Macondo


¿Quién puede pensar que en Hamburgergasse, una calle perdida de un barrio aledaño de Viena, exista un local con el nombre de Macondo? Corría el año 1987 y el sitio era un pequeño restaurante visitado por jóvenes de diversas nacionalidades, pocos de ellos bien vestidos y de buena presencia. He llegado al sitio con mi gran amigo Hernando y les escuchamos hablando en alemán, inglés, en español, en francés y otras jerigonzas. El dueño resultaría ser un chileno quien tiene una hija de ojos muy grandes y negros y de mejillas coloradas. Ella se llama Marisol y sonríe constantemente. Es agradable ver sonreír a una joven en Viena, ella sonríe bonito y su mirada le brilla. Así era Marisol…

Hace unos meses que enviudó. Su marido era un persa grandote, corpulento, bien parecido y un día se descuidó, tenía un furúnculo en la mano, y le dio mucha fiebre y murió súbitamente... Posiblemente hizo una endocarditis bacteriana y un schock séptico, nos dijimos el par de patólogos latinoamericanos… Hernando y yo estuvimos reorganizando la triste historia clínica de Hazim y enterándonos de que ahora Marisol vive con sus padres y sus dos hijos, el mayor de año y medio parecido a su padre con la mirada de la madre y el pequeñín tan solo de tres meses. En Macondo, el restaurante del viejo chileno, hay música todas las noches y…

Hernando y yo llegamos hasta allá atraídos no precisamente por el nombre del local; en realidad estábamos citados por Claudia Hirsch, una catirrucia que conociéramos en el viaje hasta a Budapest por un rio Danubio que no era tan azul, y resultó que la chica, nunca apareció. Conversamos, esperamos, cenamos, había una guitarra y un joven melenudo concentrado en ella que parecía querer improvisar un cante jondo. En otras noches, supimos que se escuchaba la quena y el tamborcito del altiplano andino. Entonces recordé las palabras en quechua escuchadas en la boca de la muñequita Claudia, la catirita guía turística quien no apareció en Macondo...

Otras veces son grupos rockeros, nos dijo Marisol, y nos aseguró que siempre encontraríamos algo especial en su Macondo. Ella habla como chilenita que es y nos dice no tener ni idea de quien es nuestra misteriosa rubita que ha faltado a la cita. Conocís a una jovencita y criís que va a venir pues!, no seái bobo, huy no me vengai con cosas, pues!, queriís decir que sois doctores… ¿Sí? Huy papito, vengai a conocer los señores, que lis hubiera mostrado la guagüita pues. ¡Pucha qui honor! ¿Sí? En este Macondo en un barrio lejano de la Viena vieja de Johan Strauss, estuvimos varias horas tomando cerveza, sin escuchar una cumbia, ni una quena, tan solo unas cuerdas de guitarra que un peludo franchute que intentaba hacer sonar para decirnos cosas sobre el Barrio de Santa Cruz con su lunita plateada... Cabeceas.

Tal vez te has dormido por unos segundos, o un minuto, ¿quizás? La aeromoza se ha dirigido a ti en francés, no sabes que te ha dicho, pero automáticamente has recordado a madame Donné. Elle habite en province, merci beaoucoup, je vous en price, belle... Hace más de tres siglos, en Louisiana, la genética comenzó a funcionar para terminar creando a esta niña mezclada con raíces de indios seminolas, de conquistadores, españoles, franceses, los legítimos dueños de todos aquellos territorios que le arrebataron a los indios al sur del río Grande…

Por esos predios norteamericanos, en el estuario del Mississippi, se daría la afortunada conjunción y habría de nacer y crecer a una jovencita de Nueva Orleáns, quien es gringa, pero no lo parece, quien vive en Lyón y parla en francés, pero no es gala, quien posee destellos especiales en el negro de sus pequeños ojos que irradian un poder de simpatía maravilloso que circunda a toda su persona, y se ve traducido en gestos de cariño, ella es, la sin par, madame Donné.

En este viaje -pienso para mi cerrando los ojos- me he tropezado con un par de gringas al cual más diferente, una con pinta de latina y la otra con el cielo nórdico en las pupilas. La gringa de Portland, Karen, con el destello celeste de su mirada y creo verla hacer un mohín con su respingona nariz para ampliar la sonrisa y dejarnos ver patas de gallo en el ángulo de sus ojos de cervatillo. El cabello castaño en un moño le da el aspecto de maestra de escuela, pero se lo ha soltado y un incendio de puntas rojizas y reflejos castaños la aureola...

Karen es hija de un veterinario, por eso desde niña vivió en el campo, iban juntos padre e hija a las fincas, él se entendía con los granjeros y atendía a las grandes vacas lecheras, y mientras él examinaba las yeguas, ella correteaba jugando en el prado, Karen corría hasta enrojecer sus mejillas cual manzanas y luego, su padre seguía trabajando, y el becerrito está atascado y uf, su padre sabiamente logra la versión adecuada, y uf, lo vamos a sacar, todo saldrá bien, y aquí viene, y uf, uf!, sus largos remos se mueven rompiendo la bolsa gigante, y se yergue poco a poco, vacilante, tambalea, y Karen emocionada aplaude palmoteando de felicidad…

Pensé entonces que tenía que apellidarse Ireland, como el país verde, el de James Joyce, el de el gin y de las estrechas calles de Dublin y… ¿Por qué no? ¡Si! Para que rime… El país de Cronin, quien, aunque es escocés siempre lo pensé irlandés... Así vas en tu Swissair 727, rememorando y reintentando excusarte por esa manía de dejarte flechar platónicamente por las mujeres…

Ahora está finalizando un concierto, música de Mozart, volamos a una altura de qué sé yo cuantos pies, miles... May I have a beer, please?, oui, dankz… ¿Dankenschen? Biar, beer, bear, el oso y la birra, “que chabocha”, como en casa, el oso y las polas, un sorbito, está helada, un trago y pienso nuevamente en Karen Ireland, gringa, patóloga, treintona, eficiente, pico de oro, bien preparada, ella es como debe ser una mujer que nació y creció en las montañas de Oregon, ¡Gorgeous! Algo así diría una vieja gringa que conocí hace años. Just terrific!

Hace ya un par de años, sorpresivamente, viviendo en Maracaibo, recibí una fotografía que me atrevo a publicar en este momento, con una breve nota de madame Donne. ¡Que sorpresa! Un amigo le había hecho llegar un ejemplar de mi novela La Entropía Tropical y la señora desde su casa en Lyon, me agradecía por haberla mencionado en aquella mi primera “jerigonza” cuando... 
¡Al fin! Había sido aceptada como novela (estaba frenada por el problemita de estar parcialmente escrita “en maracucho” con esdrújulas no acentuadas -como debe ser- y por una que otra “mala-palabra”) y así pude verla publicada por Ediluz, la Editorial de la Universidad del Zulia, en Maracaibo en 2013, gracias a los buenos oficios del Rector de LUZ para aquel entonces, mi colega Domingo Bracho…

¡Sí! Ahora sí, recuerdo que también, de repente, me llegó el momento del “almuerzo de avión”, con menú de primera. Ya había yo pedido otra cerveza y suspiraba pensando, tal cual ahora mismo lo estoy haciendo, en mi retorno a casa y en lo que fue volar de Zurich a Caracas por Swissair, en un 727, el año 87 y al pensar ahora en 2023 en tantas cosas y en tantas personas que conociera… Recordando a Karen Ireland y a madame Donne, me dije… ¡Como imaginar el hecho de que quizás, lo más probable sea, que nunca más volveré a verlas!...

NOTA: todas, o casi todas estas disquisiciones están en “La Peste Loca”, la novela que, si no has leído aun, puedes hacerlo adquiriéndola en la Librería de EdiLUZ en la Biblioteca Pública de Maracaibo, todo esto sin que medie el recuerdo de algun Warren Sánchez-(comentario digerible solo para Luthiers fans).-

Maracaibo, domingo 3 de septiembre del año 2023

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