domingo, 16 de noviembre de 2014

Diógenes



Diógenes

Según Laercio, Diógenes era natural de Sinope, donde su padre Icesias fue acuñador de moneda. Exiliado por el delito de adulterar las piezas, envió a su hijo a Atenas, acompañado de un sólo sirviente. Las fuentes indican que éste huyó, o bien que Diógenes le despidió rápidamente, aseverando que "si Manes podía vivir sin Diógenes, Diógenes puede vivir sin Manes". En nuestros días, resulta difícil hacerse una idea del carácter extraordinario de esta conducta de un miembro de la aristocracia; sin embargo, pone de manifiesto un ideal ascético que se vio pronto atraído por las enseñanzas del cínico Antístenes. Al principio, éste se negó a aceptarlo como alumno, llegando a golpearlo con una vara; Diógenes le respondió que ninguna vara sería lo suficientemente fuerte para apartarlo de un hombre cuya enseñanza era digna de oírse. Apaciguado por la respuesta, Antístenes lo acogió.

El rigor con que Diógenes hizo suyos los ideales de privación e independencia de las necesidades materiales parece haber superado con creces el de su maestro, llevando una dieta sencilla y austera, una vestimenta rústica y descansando en los pórticos y plazas públicas. Juvenal, Luciano y Séneca recogen la anécdota de que dormía en un pithos o tonel junto al Metroum, el templo de  Cibeles; si encerrara algo de verdad, es probable que la medida fuera sólo temporal, puesto que otros autores que hablan del filósofo no la mencionan. Se dice también que, tras ver beber a un niño del cuenco de sus manos, destruyó el cuenco de madera que era su única posesión además de su capa, su zurrón y su báculo.

En un viaje a Egina, el barco en el que viajaba cayó presa de piratas, y la tripulación fue reducida a la esclavitud y vendida en Creta. Antes de subastarlo, los vendedores inquirieron acerca de su profesión; Diógenes afirmó que no tenía ningún otro oficio que el de conductor de hombres y pidió que lo vendieran a alguien que necesitara un amo. Un rico corintio llamado Jeníades, impresionado por la agudeza de la respuesta, lo compró. Fue manumitido al llegar a Corinto y encargado de la tutoría de los hijos de Jeníades y de sus asuntos domésticos, que dirigió el resto de su vida con gran habilidad. Sin embargo, no abandonó sus hábitos ascéticos ni dejó de predicar la doctrina de la  autarkeia durante las congregaciones de los juegos ístmicos su audiencia era numerosa y dedicada.

La más conocida de sus anécdotas data probablemente de esta fecha. Se cuenta que el emperador Alejandro Magno visitó a Corinto y acudió a ver al filósofo en su tonel. Presentándose como Alejandro el Magno, Diógenes le respondió sin inmutarse que él era Diógenes el Cínico. Alejandro le ofreció cualquier favor que Diógenes quisiera,         a lo cual Diógenes le pidió que se apartara del sol ya que le impedía disfrutar de él.

El poeta español Ramón de Campoamor y Campoosorio (Asturias 1817- Madrid, 1901) considerado un poeta de poca relevancia, conocido por sus Doloras y Humoradas, publicó en un poema, este encuentro entre las dos personalidades, Diógenes y Alejandro y lo tituló :
“Dos grandezas”
Dos grandezas.
Uno altivo, otro sin ley,
así dos hablando están:
-Yo soy Alejandro el rey.
- Y yo Diógenes el can.
- Vengo a hacerte más honrada tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí?
- Yo, nada; que no me quites el sol.
-Mi poder… es asombroso,
-pero a mí nada me asombra.
- Yo puedo hacerte dichoso.
- Lo sé, no haciéndome sombra.
-Tendrás riquezas sin tasa,
un palacio y un dosel.
- ¿Y para qué quiero casa
más grande que este tonel?
- Mantos reales gastarás
de oro y seda. – ¡Nada, nada!
¿No ves que me abriga más
esta capa remendada?
- Ricos manjares devoro.
- Yo con pan duro me allano.
- Bebo el Chipre en copas de oro.
- Yo bebo el agua en la mano.
- Mandaré cuanto tú mandes.
¡Vanidad de cosas vanas!
-¿Y a unas miserias tan grandes
las llamáis dichas humanas?
- Mi poder a cuantos gimen
va con gloria a socorrer.
-¡La gloria!, capa del crimen;
crimen sin capa, ¡el poder!
-Toda la tierra, iracundo,
tengo postrada ante mí.
-¿Y eres el dueño del mundo,
no siendo dueño de ti?
-Yo sé que, del orbe dueño,
seré del mundo el dichoso.
- Yo sé que tu último sueño
será tu primer reposo.
- Yo impongo a mi arbitrio leyes
- ¿Tanto de injusto blasonas?
- Llevo vencidos cien reyes.
- ¡Buen bandido de coronas!
- Vivir podré aborrecido,
mas no moriré olvidado.
- Viviré desconocido,
mas nunca moriré odiado.
- ¡Adiós, pues romper no puedo de tu cinismo el crisol!
- ¡Adiós! ¡Cuán dichoso quedo,
pues no me quitas el sol!
Y al partir, con mutuo agravio, uno altivo, otro implacable:
- ¡Miserable! – dice el sabio; y el rey dice: – !Miserable!

Ramón de Campoamor

Es probable que la anécdota sea apócrifa; en aquella fecha, Alejandro no tendría más de veinte años y no había aún adquirido el epíteto de Magno, que recibió con la conquista de Persia (tras la cual ya no regresó a Grecia) y no hay registros de que Diógenes volviese a utilizar un tonel como vivienda en Corinto, pero gracias a Diógenes Laercio forma parte de la imagen folclórica del filósofo.

Muchos cuentos de Diógenes hablan sobre su comportamiento como el de un perro, y sus alabanzas a las virtudes de los perros. Ésto tiene su razón de ser en la palabra cínico. El nombre de cínicos tiene dos orígenes diferentes asociados a sus fundadores. El primero viene del lugar donde Antístenes, su maestro, fundó la escuela y solía enseñar la filosofía, que era el santuario y gimnasio de Cynosarges, cuyo nombre significaría kyon argos, es decir perro ágil o perro blanco. El segundo origen tiene que ver con el comportamiento de Antístenes y de Diógenes, que se asemejaba al de los perros, por lo cual la gente les apodaba con el nombre kynikos, que es la forma adjetiva de kyon, perro. Por tanto kynikos o cínicos sería similares al perro o aperrados. Está comparación viene por el modo de vida que habían elegido estos personajes, por su idea radical de libertad, su desvergüenza y sus continuos ataques a las tradiciones y los modos de vida sociales.
Se supone que Diógenes murió en Corinto, en la época de la 114ava Olimpiada con unos noventa años de edad. Laercio asegura que murió el mismo día que Alejandro, en el año 323.

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