Fragmento de “apuntes para una novela”
Conversación entre dos viejos amigos que recoge las memorias de “Murmullo”
relatadas por “El castor enano”.
… Durante la semana, la veías y
la veías. Su cola de caballo iba de un lado a otro ante vos, en tu pupitre
predestinado, para con ella, pues otra era la cosa con las demás, ya que todas las hembritas
llevaban su uniforme azul y no importaba si eran primas o amigas de ella. Todas estudiaban y ella,
supuestamente era tan solo otra compañera de estudios. Eso decías vos quien
muchas veces fuiste semanero en el Liceo y pensabas... Por vivir en quinto
patio... Te había dado por escuchar un casette de Pedro Infante... desprecias mis
besos… Al fin te atreviste y tiernamente imaginaste aquello de, el cariño
verdadero, la esperaste de pie junto al filtro de agua y allí se decidió el
asunto. Estudiaremos juntos. Sin mentiras ni maldad. Como si fueras un grande
liga, vos que eras fanático del equipo “Gavilanes” te sentiste en una jugada de
“filder choice”. Así fue como me lo contaste. Vos, como gavilanero que eras, de
los que siempre que podías ibas al estadio para ver los juegos de pelota, y a pesar de
que deportivamente en el colegio preferías actuar como un decidido futbolista,
utilizaste en aquel momento la expresión de “filder choice” posiblemente por creerla más cerca
de la realidad. Regresaste a comentarme entonces, sobre tu amigo Rómulo, y yo
preocupado te vi penetrar nuevamente en las nieblas del riachuelo, quien sabe
si aferrado al recuerdo de los cantos de La Divina Comedia, y me toco
escucharte relatarme los detalles de cuando con Rómulo salías de Liceo “a pegártela” con
cerveza en algunas taguaras y botiquines de mala muerte. Lo que hacían era tan
solo beber cerveza helada, “cervecearnos” me dijiste, tratando quizás de no
mezclar tus andanzas con Rómulo y tus avances amatorios con AnaCristina, de esta
manera, pasaste a explicarme como creían Rómulo y vos, que deberían enfrentar
ciertas desgracias capitales. Según Rómulo era la maldad del mundo y otras
cosas horrendas mayormente desconocidas para vos, pero dada la situación de los
dos, ambos parecían dispuestos a ingresar en un novedoso grupo, el de los
peores. Así consideraste ante mí como aquel asunto cruel con un trasfondo
religioso había sido un golpe bajo, y
bastante fuerte, de modo tal que no podía negarse que la reacción era
exagerada, y me planteaste que tal vez se debió todo a la carencia de algún
asesoramiento, una voz aclaratoria, alguien que hubiese tratado al menos
conversar sobre el asunto, pero no llegué nunca a saber si fueron incapaces de
asimilar aquello que vos denominaste, una especie de “coñiza psicológica”, e
insististe en que te referías particularmente a la padecida por el buen Rómulo.
No obstante fuiste capaz de reconocer ante mí como el golpe había sido
lo suficientemente duro como para torcer el rumbo de sus vidas y era evidente, que no tenías ni
idea de si acaso todo aquello a largo plazo les habría de costar caro. Pensativo y sonriente
me dijiste que quizás para la época llegaste a creer que sería en el otro mundo
donde te enterarías. Así te expresaste, dubitativo. Sin querer hacerme creer
que todo aquello era una broma, insististe de lo más serio, en que ambos, por
cuenta propia, decidieron estar en el “in-fight” nada más y nada menos que con
Satanás y su combo de ángeles perversos. Recuerdo que me los describiste, los
veías, arreguindados a las cuerdas y chiflándoles desde la esquina, dándoles
miles de instrucciones en un lenguaje escatológico, y era evidente que con el
second que se gastaban, “in the corner”, así me lo pintaste, y podían escuchar
como arengas los improperios y de maldiciones desvergonzantes les llegaban e
que iban todas dirigidas a consolidar aquella frase de, “seguid el ejemplo” y,
no era “el ejemplo” de nuestro trajinado himno nacional de la República,
recantado y popularizado hasta el desgaste, era, mirar al adalid, sopesarlo y
decir, ¡que carajo!, vamos con él, seamos como él, y luego me explicaste que
habían decidido utilizar el tono y refranes de gallego, los que acostumbraban escuchar en boca
de El Perico cuando se enfurecía, y con la arrechera reconcentrada que tenían
ambos gritaban vociferentes, ¡que se vayan a tomar por el culo! De aquella
manera, tal parecía ser que ambos habían llegado a la sabia decisión de no
tomarse el asunto tan a pecho. En el fondo me explicaste que la determinación
para los dos conllevaba una seguridad interna, refrescante si se quiere, y era la
presunción de que iban a gozar “más que un chino en bicicleta”. Yo te pedí
que le diésemos ya punto final a la diatriba diabólica en la que estabas
enfrascado, para pasar a aquello que inicialmente me estabas relatando sobre la
manera de cómo y cuan suavemente ya totalmente enamorisqueado, lograste
penetrar en la mansión de AnaCristina. Aceptaste mi idea y me dijiste, que sí,
y que inicialmente lo habías hecho como un simple compañero de estudios,
evidentemente. Después, ya lograda la penetración en la mansión y admirado con
los descubrimientos sobre el lujo y el boato, con chisquetes medio
churriguerescos, marcos repujados en oro con imágenes coloniales de vírgenes y
santos en las paredes de algunos salones, ella y vos llegaron a un acuerdo en
común. Ambos, decidieron y lo reafirmaron categóricamente: estudiaremos en la
Facultad de Medicina, y punto. Recuerdo cuando me relataste ésta parte de tu
historia, cerraste momentáneamente los ojos y después sonriente me
explicaste que no sabías por qué, pero que creías de momento haber percibido el
sonido de la aguja arañando el surco de la pasta negra de un disco de 45,
mientras “Caslitos” comenzaba a balbucear, sus ojos se cerraron y el mundo
sigue andando. Como una ola, la música pareció envolverte al recordar cuando,
ya y desde aquel entonces, habías iniciado con Rómulo tus periplos tangueros.
Eran varias las rockolas de las taguaras que visitaban para beber cerveza,
donde creían tener los cuarenta y cinco perfectamente ubicados y en ellas
cantaba de preferencia el morocho del Abasto. Me relataste que por esas y otras
tantas vainas de la existencia, ni vos ni Rómulo se preocupaban mucho de “el
que dirán”. Tanguerosos y taguarosos, eran muy buenos los ratos que pasaban, pues
riendo insististe en que, ya para lo que había que ver, bastaba un cíclope; de
modo que ambos, vos y tu amigo en tan corto plazo creían haberlo visto todo.
Unos meses después de la sorprendente revelación, decidieron que existían otras
personas de quienes ocuparse, de sus vidas y de sus obras, y ellas podían ser,
desde peloteros criollos como Aparicio o Dalmiro Finol, grandes ligas como
Sandy Koufax y Mickey Mantle, o hasta la mismísima Tongolele con su mechón
blanco en la frente. Vos recordaste a la cantante y el despelote en el cine
“Estrella” cuando la rumbera fue acosada por el público y me decías que se
habló de aquel desorden donde algunos afirmaban haber percibido como la Tongo
tenía, ¡más carne movediza que el carrizo! Esas historias eran cuentos en la
boca de otros, puesto que los dos amigos, tenían personas más cercanas, de
carne y hueso, para probar lo que denominaban “el rascabucheo” y allí estaban
para los compartir las hermanitas Sheila y Nola y más aún, en particular por lo
que a vos te tocaba, existía, ¡la sin par Zobeida!, todas ellas se encargaron
de disipar de las juveniles mentes de ambos amigos los ejemplos de lo que en el
colegio denominaban los ideales de “nobleza y de virtud”. En aquellos días
comenzaron a estudiar los caballos y a saber sobre sus pesos, su velocidad y la
monta de cada jockey, estas cuentas las sacaban olvidando el álgebra, y los
conocimientos de matemáticas se derivaban hacia los traqueos hípicos. Habían
decidido cambiar de actitud y las visitas a los barrios marginales para
impartir el catecismo los domingos fueron entonces sustituidas por la visita
vespertina y nocturna a las taguaras donde se bebían varias cervezas algunas
veces y otras hasta llenar las mesas con botellitas ambarinas, como sucedía
algunos sábados o los viernes por la noche, o se acercaban hasta el hipódromo
de La Limpia para ir conversando con los jockeys y los preparadores de los
caballos, intentando prescisar los datos necesarios para ganar en las carreras.
Si bien todo era ilógico y muy drástico, como la vida, misma, un tanto absurda,
las aventuras del binomio Rómulo&Murmullo, comenzaban a dar, como se decía
para la época, “más funciones que El Variedades”. Desde niños, ambos amigos
quienes se habían compenetrado en una sola idea, decían ser hermanos de sangre,
y hasta crearon una supuesta sociedad secreta que denominaban “La cofradía del
Dragón”, para aquellos días, los patrones de conducta de ambos eran similares y
los derroteros parecían ir en paralelo con una solidaridad inquebrantable. Estábamos
en la misma barca. Así me lo comentaste y yo recuerdo que pensé en la nave de
los locos, el cuadro aquel de El Bosco. Todo esto se dio al conversar vos sobre
la música que escuchaban en aquellos tempos, señalándome que para la época,
surgían en tu mente ideas raras y muchas veces te llegaban dizque en forma de
cántigas que en ocasiones parecían nacer de lo más profundo de tu corazón.
Alternaban en tu cerbero los compases de algunos himnos religiosos con los
tangos arrabaleros, lo cual me parecía a mí, que era una contradicción musical.
Pero así me lo expresaste y yo entendí que los tangos se les habían metido muy
adentro, tanto que en una oportunidad entornando la mirada, memorioso, llegaste
a entonar algún tango para luego silenciarte. Me explicaste que también podías
musitar algunas de las canciones marianas aprendidas en tu más tierna infancia.
Fue en aquel momento cuando me hablaste del texto de un determinado tango, uno
de amargas palabras que me decías, parecían estar “piantadas en el rencor”. El tango
era de Rafael Rossi, y de Antonio Podestá, un uruguayo apodado “el gauchito”
quien había escrito la maravillosa letra del mismo el año 1931. Esto me lo
relataste de lo más sereno, para luego explicarme, que la letra les caía cómo
anillo al dedo y mientras detalladamente, me contabas como lo había cantado
Alfredo Sadel, y me decías que era un tango fantástico, incomparable, y cuan
emocionante era para vos sentir el bandoneón gimiendo. Sin embargo vos y
Rómulo, preferían escucharlo en la voz de Carlitos Gardel con sus guitarras
sonando detrás de El Zorzal, en una vieja grabación del sello Odeón y era esa,
su interpretación, la que más les gustaba. Estas palabras las murmuraste casi
cuando fuiste directo a las estrofas que te inquietaban y siendo capaz de
recordarlas las cantaste en vos baja pero emocionado, después de tantos años.
“Yo quiero morir conmigo, sin confesión y sin Dios, crucificao en mis penas
como abrazao a un rencor. Me confesaste entonces que era mucho el rencor y el
desencanto, y de como pasaban horas pegados a varias rockola donde los tangos
eran la especialidad de algunas de las taguaras donde recalaban para
cervecearse. Los tangos y la cerveza comenzaron a hacerles sentir que aquella
música estaba metida muy adentro del corazón y sus letras funambulescas
pasarían a ser parte de aquel extraño padecer. Parecían estar convencidos de
que nada le debían a la vida, y llegarían a aprenderse aquellas estrofas sin
saber muy bien lo que expresaban realmente, pero que ambos repetían. Yo no
quiero la comedia de las lágrimas sinceras, ni palabras de consuelo, no ando en
busca de un perdón; no pretendo sacramentos ni palabras funebreras: me le
entrego mansamente como me entregué al botón. Me contaste entonces como al
contrario de Rómulo, vos nunca llegaste a perder totalmente la fe, y para
explicarme tu situación dijiste ser como el pecador que cae y se levanta, pues
sabías que ibas a volver a caerte, y si te daba vergüenza meter la pata, te
callabas, y así, haciéndote el loco, supuestamente te fuiste retirando,
alejándote, apartándote según tu propia expresión, de la misericordiosa
presencia de Dios, porque estabas convencido de que ibas a reincidir, y además,
gozabas de las ventajas de la confesión, sabías que serías de nuevo perdonado,
y todavía pensabas que en el fondo, Él lo sabía. Te pregunté entonces si
aquello sería una pérdida de la fe, o una viveza tuya para excusar las fallas
de tu voluntad. Vos tan solo insististe en que así de drástico había sido todo
y recordaste como tu padre te repetía la frase de que, “árbol que nace torcido
nunca su tronco endereza”. Las desavenencias con tu padre, en particular los conflictos que se generaron alrededor de
tus amores con Sheila, que pudiesen ser interpretados como cosas de muchacho
joven e inexperto, pasaron a transformarse en graves situaciones con pleitos
familiares. Rómulo y vos en aquellos días hablaron muchas veces sobre todas las
cosas que les sucedían y de cómo habría de ser el futuro al saberse
involucrados en temas que a la gente no le gustaba revolver, cosas de fondo,
como discutir sobre la existencia del cielo y del infierno, y llegaron en
varias ocasiones a considerar evaluar de nuevo los hechos y si acaso valdría la
pena rectificar y ceder un poco en medio de las drásticas decisiones que habían
adoptado. Era importante imaginar si acaso sería más saludable perdonar y
olvidar, pero Rómulo, me explicaste, con sobrada razón estaba duro, él no
podría perdonar a su madre y menos aún a Iñaki Machim, y cada vez que entraban
a conversar sobre el endemoniado tema Rómulo terminaba cogiendo una borrachera
de Padre y muy Señor mío. Así me lo contaste, recordando también que aquella
había sido una época de graves peleas con tu padre, el insigne Ezequiel, quien
para vos era el propio profeta de los tiempos del cautiverio babilónico, él,
dispéptico crónico, lector compulsivo de la Biblia, me dijiste que parecía ser
un protestante, adventista, “testículo de Jehová” lo denominaste, por cuanto te
fastidiaba con una permanente citadera de las Sagradas Escrituras hasta que,
llegó un momento cuando le dijiste, “chau contigo” y te largaste de tu casa sin
haber concluido tus estudios de bachillerato. Te fuiste a vivir con las
Villavicente en el barrio de La Pomona y yo me figuro que la impresión de tu
viejo habría sido terrible. Hartos de tanto respeto y orden, vos y tu amigo
parecían decididos a desertar del mundo familiar. Rómulo se había quedado atrás
en los estudios, había perdido el tercer año de bachillerato, se lo pegaba
parejo y agarraba unas borracheras vomitivas de las denominadas “abraza poseta”.
Lo expulsaron del colegio. Vos viviste unos meses a que las Villavicente y al
regresar a tu casa te enviaron interno para que no perdieses como tu amigo el
año escolar. Realmente decidiste, afortunadamente diría yo, tratar de
enseriarte en los estudios, y así llegarías a salir del colegio e ingresar al
Liceo. Entonces deteniendo tu relato, me preguntaste con curiosidad que si
acaso yo nunca había sido tanguero… Yo, creo que en el fondo sentía no haber
compartido con él y con Rómulo aquellos años de parranda, y por eso le dije que
sí. ¿Quién no lo ha sido?, le respondí insistiendo que en cualquier ciudad de
América, en Medellín, en Maracaibo, en Los Andes, los tangos han sido parte de
nuestra cultura musical y nos hablan de los conflictos citadinos, de amores y
desengaños, primariamente. Esto le respondí al buen Murmullo y le hablé sobre
El día que me quieras, le comenté que realmente el tango de Gardel fue sacado
de una poesía de Amado Nervo, el mexicano poeta. Son las cosas de la poesía, le
dije y añadí, que más extraño podría parecerle saber qué él mismo Amado Nervo
escribió otro poema que dice, “Si tú me dices ven lo dejo todo” y a propósito
de esa canción lo obligué a regresar al tema de sus enamoramientos juveniles,
para que saliese de sus rencores alrededor del asunto religioso. Así fue como
pude escuchar a mi amigo Murmullo aceptando que su vida en aquellos tiempos era
un desastre. Ya le había perdido la pista a Zobeida y cuando se enredó con
Elsa, viviendo en la casa de Sheila y Nola. Elsa era prima de las Villavicente.
Sin duda alguna, la idea de meterse a cura, o de ser jesuita ya se había
difuminado absolutamente de su mente y así fue como concluiría el bachillerato
para entrar a estudiar en el Liceo, donde en dos platos podría resumirse la
cuestión diciendo que allí se enamoraría de una cola de caballo que finalizaría
por ser su mujer…
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