domingo, 20 de julio de 2014

Apocalipsis (reflexiones de hace 30 años, aún vigentes)...



APOCALIPSIS

Estas reflexiones fueron escritas en la década de los años 80 y 90 y reflejan preocupaciones que nunca han dejado de existir en el ámbito social y político de Venezuela... Están de nuevo colocadas aquí como una simple evidencia.
 
Mis ideas iban y venían, estaba revolviéndome por dentro y claro que, no podía estar tranquilo, sentado frente al ventanal, ¿o acaso estaba en el suelo?, ¿entre sábanas?, sentía que las palabras me llegaban profundamente, plenas de sentimiento, dolidas, sí, habría de perseguirlas hasta el último hilo, nacerían de su boca y se unirían en frases, emergiendo de una oscura caverna de resentimiento. Sus ojos vidriosos cubiertos por una húmeda película se movían inquietos, se diría que iban tras las palabras, guiñándolos, dejaban ver minúsculos trazos superficiales que circunscribían su mirada, grietas discretas de un brillo metálico, nunca llegarían a ser verdaderas arrugas, tras sus cejas pobladas resaltaba la profundidad de su mirada protegiendo cual erizo el habitáculo de sus más tristes sentimientos, de sus más acongojadas visiones. Así pues, comencé a escuchar con atención las palabras que una a una irían emergiendo atropelladamente de su boca, torcida en un amargo rictus, plena de acíbar, en ocasiones llevándose las manos al pecho como si todo lo que  me confiaba le produjese un intenso dolor...

En el fondo de mi conciencia creo que me gustaría poder vivir en otra época, no quisiera haber tenido que ver lo que ha sido de nosotros. Nos ha ocurrido esto y no lo puedo creer. El deterioro ha sido tórpido, como una enfermedad incurable, pero el desenlace se adivina violento, demasiado rápido. Me gustaría sentirme entre mis pujantes guerreros, jóvenes de ideas firmes, de agresivas convicciones. Al fin y al cabo, ellos, los jóvenes, son nuestra última esperanza, son ellos quienes deberán derribar las estructuras caducas de este sistema, de toda la patraña que nos está llevando a ésta extremosa situación. Quiero pensar que ellos si serán capaces... 

Entonces creí percibir una inquietud en su mirada, la erosión del tiempo parecía haber llenado de meandros su memoria, los recuerdos quizás jugaban con su imaginación, pero ya estábamos al final de la jornada y me sentía encallado en los bajíos, encharcado en los manglares, chapoteando en el estuario lleno de escombros, en la desembocadura del río de la vida, y pensé en lo peligroso que podía resultar el confundir los deseos con la realidad cambiante de los hechos. Entonces él continuó hablándome...

Hay un dicho muy cierto que señala que nadie es profeta en su tierra, pero en ocasiones es como para deprimirse, ¡tantos esfuerzos y solo reveses!, desilusiones, fracasos, golpes, tan duros, que lo que le provoca a uno es sentarse a la vera del camino y echarse a llorar, días enteros... Te decía antes que confiaba en los jóvenes, pero en estos casos uno se pregunta... ¿Dónde están? Te juro que los he buscado. Como un Diógenes. Recuerdo horrorizado la inmensa indiferencia, el silencio circundante, un vacío espantoso, una pasividad aterradora, y yo con mi lámpara he luchado por alumbrar los intentos de creatividad en medio de aquella quietud desesperante, pero no oí nada, solo escuché aullidos de silencio, nunca me plantearon las nuevas opciones, ¿desinterés?, ¿inmovilidad?, ¿era acaso un cierto pacifismo?, tal vez la paz absurda de quien se sabe manipulado y lo tolera resignado, lo pensé…

Entonces sentí que debía terciar un poco, en realidad, podía tratar de ser menos intransigente, de veras quería a toda costa ayudar lo pues él parecía estar bajo el peso de una honda depresión ante el momento que estábamos viviendo. Él prosiguió...

-Bajo la tranquila sombra de los valores que les inculcamos, tú los viste nacer y crecer , no lo negarás, ellos  solo conocían el poder del dinero, y no nos hubiesen creído si a gritos les hubieras avisado que estaban jugando con ellos, todo era parte de un orden pre establecido y no páramos la conjura, no quisimos ni siquiera intentar detener la rueda, era un solo parámetro, un solo rumbo, el yo primero...  Estimulamos un egoísmo cerval y lo acicatearon los genios creadores de las cosas, la ilusión de tener muchas cosas, ¡eran tantas!, los fuimos rodeando de ellas, las indispensables, las necesarias, las superfluas, las más fútiles, solo materia...

Mi intención era interrumpirle y darle apoyo, más que para procurar la defensa de la juventud cuestionada o para enunciar un mea culpa, para tranquilizarlo, pero me costó mucho vislumbrar un argumento de peso en mi conciencia y sin darme tiempo, él prosiguió hablando mientras su mirada se perdía a lo lejos, a través del ventanal.

Tú si supiste reconocer ese éxtasis, aquella tranquilidad espiritual, la pasividad, especie de rémora, era una pose de evasión, nada te estimula, estás ante la pantalla y todo ocurre allí, adentro, estás enquistado, en un capullo, disfrutas de tu cocaína audiovisual y no te involucras, es tu aislamiento personalizado, y dejas que todo te penetre, te dejas hacer, los polvos te lavan, el homicidio ni te excita, el sadismo y la violencia te dejan frió, el sexo y el juego te ponen en las posturas más adecuadas, las foráneas, te gustan, dan nota, y no te ves involucrado, disfrutas de la jerigonza apocalíptica ante la caja cuadrada, sentadito, desde niño, te dejas penetrar por los oídos, por los poros, por los conos y los bastones en tu mácula y de regreso de tu corteza, estiras la mano y el producto pasa a tu boca, se unta en tu cuerpo, revienta en tu tímpano, lo disfrutas, es el concierto de los genios maléficos, te han dominado, estás en sus garras, los dueños del emporio, los canallescos gordos peces de albo collarete, los que controlan “los medios”. ¡Había tanto que vender!  Era el país privilegiado, el de la opulencia, los años de la Arabia, del vórtice y la paranoia colectiva, con espasmos, era la gran corrupción, el auge y el progreso para una riqueza fácil, los hijos del petróleo, ilícitos, millones y millones, escocés en las rocas, y mientras la nación se debatía desorientada en la maraña del consumismo, se estremecía con las caricias de los traficantes y depredadores de la narcoindustria. Todavía, los ilusos pensábamos que despertaríamos algún día de aquella horrenda pesadilla. La música de fondo sonaba estridente, los bronces de los genios del mal, los señores del poder,  ofrecían una magistral interpretación, y no era el cuatro ni un arpa, no habían capachos ni bandolas, no portaban maracas, eran luces multicolores centelleantes que pintaban estridentes  sonidos en idioma anglosajón. El culpable, porque siempre hay un culpable, sin duda, fue el negro excremento del demonio que vibra en las entrañas de la patria, es negro, es tóxico, flojo, untuoso, nace y se retuerce entre el lodo, es fácil inculparlo, negro y sucio, tan culpable como su madre natura, digámoslo con honestidad y sin vergüenza...  ¿No seríamos nosotros mismos los culpables, los responsables de todo lo malo?, ¿no sería que no supimos darle un buen uso al recurso? Lo dilapidamos, nunca lo sembramos, lo encumbramos, les enseñamos a los infantes, les informamos a los niños, les inculcamos a los adolescentes, se los ofrecimos, era él, por él, para él, y por siempre jamás. ¿Cuáles serían los ideales?, el juego, ¿la finalidad?, el trueque, ¿el objetivo?, la felicidad... No interpongas filosofías, ni ideas en desuso, decadentes conceptos, ridiculeces moralizantes, la felicidad es por demás accesible, se compra, se  acapara, se embotella, se importa, es atomizable, aprietas un dedo y hela allí, el éxito aparece, llegas al status, gastas, tienes clase, poder, libertad, disfrutar, consumir, adquirir, con cachet, tu nave, una nota, la jeva, la propia, los chamos, un viaje, ¡es ácida!, los datos, mi cuadro, preciso, de estreno, debuta, los vídeos, no entiendes, no importa, ¡ay vale!, ¿lo sientes?, se grita, no hay tiempo, mañana, ¡no pana!, que suave, ¡ni pienses!, o sea, no hay taim, ¿tu lees?, ¡que frick!  El contagio colectivo al que fuimos sometidos por aquella peste negra, nos llevó como a flagelantes medievales, o sanviteros apoplécticos, a correr, año tras año, desesperados, sin voltear, íbamos tras él, hacia él, siguiendo al flautista, tristes ratas llenas de gordas pulgas que chupaban las pasteurellas, engordando, listas para diseminar en bubones purulentos la peste negra, la peste loca... Una pandemia, sin duda alguna, porqué se corrió la onda, llevada por los satélites llegó hasta los más apartados rincones de los más remotos parajes en los más distantes países, todos éramos usuarios, un gran mercado, y las computadoras programaban la mente de los niños y destelleantes alucinaban a los jóvenes engrosando las filas de las marionetas consumistas, y todo aquello, gracias a los peces gordos, ¿tantos?, ¿dónde estaban?, ¿cuántos eran?, ellos se volvieron expertos en la utilización perversa de los medios y del avance tecnológico, bastaba pulsar teclas, integrados, sistematizados, graficados iban quedando, computarizados por la magia del progreso, la maravilla tecnológica audiovisual, los genios sonreídos, la calma y el silencio, disimulados, ¡había que estar en algo!, ¿y los beneficiarios tras las bambalinas? ¿Los grandes capitales?, los inversionistas, cientos de miles de millones, no hay comida, dólares, circuitos, hay miseria, software, hay hambre, hardware, ¡falacias! ¡Compatriotas!  Entonces vino el otro coletazo, el flagelo de las hojitas verdes, el polvillo blanco y los dólares, los verdes billetes, el andamiaje todo, con cables, reactores, satélites, aeropuertos y, ¡listos, partida!, allá van parejos, la distribución y el consumo, ¡ahora si los jodimos!, están controlados, se lo creían ellos cuando toda la parafernalia se les vino guardabajo, el aparataje de los falsos valores se volteó contra los corruptos y llegaron a perder el control,  sin poder soportar el peso de millones de kilogramos de basura y excrementos, todo el sistema los aplastó sin consideración alguna, sin poder sostenerse, de manera inmisericorde, todos fueron víctimas de la más espantosa entropía...

Pensé que el desconocimiento de la ley nunca iba a exonerarnos de las culpas, así que aunque supiéramos o no, pensáramos, creyéramos o no, solo andaríamos a estas alturas buscando justificaciones, algún perdón, ¿para quienes? También hubo algunos jóvenes que estaban lúcidos, lucharon sí, unos pocos... Quedé silencioso. No era posible refutar nada y aunque entendiésemos ahora como había sido montado todo el proceso del engaño. Ya era muy tarde para buscar tablas de salvación. Como si estuviese escuchándome, mi apesadumbrado amigo me dijo con sorna… 

Este es un apocalipsis de mierda y es que todos estamos en la misma madeja, dentro del ovillo, sin salida. Unos gozaron más que otros, pero ahora, ¿que más da?, ¿para que lamentarnos? La historia, siempre cíclica y repetitiva, nos mostró en el siglo catorce como el horror llegaba arrasando provocado por la ignorancia, la muerte llegaba como un ala negra y nadie podía comprender el porqué de aquel inevitable castigo... Ahora la desesperación es consecuencia de los avances tecnológicos y de la exaltación de lo que el hombre decidió considerar como el progreso de la civilización. El último día, nos encuentra desguarnecidos, desnudos, arropándonos tan solo con una raída manta de terror que lejos de cubrir nuestros miembros para calentarnos, nos sofoca.

Me quedé mirando el cielo a través del ventanal, parecía un incendio e iba tornándose púrpura. Había fulgurado varias veces durante nuestra conversación y entonces creí comprender por qué era tan grande su decepción. Se produjo un intenso resplandor violáceo y recapacité, ciertamente era ya tarde para recomenzar, para rectificar... Hacía ya un par de horas que la maquinaria estaba silenciosa y en oleadas calientes, con un hormigueo amargo y fétido nos estaban llegando las primeras emanaciones de polvo radioactivo. Mi amigo dijo compungido...

Ya poco nos importa el estado de putrefacción política, de descomposición económica, de degradación cultural y todas las aberraciones de la ética que han caracterizado a nuestra sociedad actual... Es tarde. Todo se está consumiendo en esta tolvanera cósmica. Consumantum est. ¿Los gajos? No brotaron. ¿Qué será de nuestra última esperanza y de nuestros más caros anhelos? Ya estamos aspirando los primeros efluvios de radioactividad...

En sus ojos vidriosos creció la humedad hasta nacer dos gruesas lágrimas que surcaron sus mejillas de estaño. Centellaban las gotas reflejando el espectáculo que se nos ofrecía a través del ventanal, y pensé, ¡lloras!, pero, ¿qué podemos hacer?  La noche está llegando para cubrirnos para siempre jamás. Creí sentir una tenaza de miedo en la garganta. Acaso podría existir una chispa de esperanza, un rescoldo de tiempo, ¿una brizna de ilusión? Podría existir alguna fórmula mágica, un secreto no desvelado, un milagro, ¿cómo vencer a los todopoderosos? … ¡Ya era tan tarde!  Al anochecer de todas las vidas, en un tremedal, enredados entre líquenes y musgosas parásitas, en los bajíos gredosos, sin remedio aspirábamos ya la vaharada tibia y hormigueante de polvo radioactivo, sentados frente al ventanal... Se me ocurrió entonces que estaba en las montañas de los Humocaros, tal vez en Humocaro Alto, y volví a ver el cielo brillando, en una noche de enero, fresca, con olor de helechos en la tierra húmeda, de monte y de hierbas salvajes, allí echado sobre el pasto con el chirrido de los grillos y miríadas de insectos trepidantes, me bastó con pestañear y volví a ver cientos de cocuyos parpadeando en la tierra y miles de estrellas brillando intensamente arriba, todos ellos, cielo y tierra, refulgentes, y entonces me volví a sentir pletórico de ideales, percibí cuan hermoso había sido soñar con una patria grande, patria madre, con hazañas de próceres, hijos, creer que podíamos desatar ataduras que nos anudaban desde los tiempos de los colonizadores, un futuro de igualdad para todos, con amor, sin más hambre, sin más corruptelas, ni explotaciones, una patria auténtica, la de los abuelos, la de mis nietos, un país... Al abrir los ojos pensé que todo aquello había sido, ridículamente hermoso. Cautelosamente miré hacia el techo, vi la ventana brillando en la oscuridad de la noche lunar y todavía con una extraña sensación de miedo, me abracé a ella, sintiendo el calor reconfortante de su piel morena. Mi corazón aún palpitaba acelerado cuando me dijo al oído. Quédate tranquilo, duérmete que mañana debes madrugar para ir al trabajo.

ORIGINAL MODIFICADO DE : Entropía Tropical (novela: Ediluz, 2003). Texto intitulado “Apocalipsis”  publicado inicialmente en  “Reflexiones de un anatomopatólogo” (SVAP, 1991)

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