APOCALIPSIS
Estas reflexiones fueron escritas en la década de los años 80 y 90 y reflejan preocupaciones que nunca han dejado de existir en el ámbito social y político de Venezuela... Están de nuevo colocadas aquí como una simple evidencia.
Mis ideas iban y venían, estaba revolviéndome por dentro y claro que,
no podía estar tranquilo, sentado frente al ventanal, ¿o acaso estaba en el
suelo?, ¿entre sábanas?, sentía que las palabras me llegaban profundamente, plenas
de sentimiento, dolidas, sí, habría de perseguirlas hasta el último hilo,
nacerían de su boca y se unirían en frases, emergiendo de una oscura caverna de
resentimiento. Sus ojos vidriosos cubiertos por una húmeda película se movían
inquietos, se diría que iban tras las palabras, guiñándolos, dejaban ver
minúsculos trazos superficiales que circunscribían su mirada, grietas discretas
de un brillo metálico, nunca llegarían a ser verdaderas arrugas, tras sus cejas
pobladas resaltaba la profundidad de su mirada protegiendo cual erizo el
habitáculo de sus más tristes sentimientos, de sus más acongojadas visiones.
Así pues, comencé a escuchar con atención las palabras que una a una irían emergiendo
atropelladamente de su boca, torcida en un amargo rictus, plena de acíbar, en
ocasiones llevándose las manos al pecho como si todo lo que me confiaba le produjese un intenso dolor...
En el fondo de mi conciencia
creo que me gustaría poder vivir en otra época, no quisiera haber tenido que
ver lo que ha sido de nosotros. Nos ha ocurrido esto y no lo puedo creer. El
deterioro ha sido tórpido, como una enfermedad incurable, pero el desenlace se
adivina violento, demasiado rápido. Me gustaría sentirme entre mis pujantes
guerreros, jóvenes de ideas firmes, de agresivas convicciones. Al fin y al
cabo, ellos, los jóvenes, son nuestra última esperanza, son ellos quienes
deberán derribar las estructuras caducas de este sistema, de toda la patraña
que nos está llevando a ésta extremosa situación. Quiero pensar que ellos si
serán capaces...
Entonces creí percibir una inquietud en su mirada, la erosión del
tiempo parecía haber llenado de meandros su memoria, los recuerdos quizás
jugaban con su imaginación, pero ya estábamos al final de la jornada y me
sentía encallado en los bajíos, encharcado en los manglares, chapoteando en el
estuario lleno de escombros, en la desembocadura del río de la vida, y pensé en
lo peligroso que podía resultar el confundir los deseos con la realidad
cambiante de los hechos. Entonces él continuó hablándome...
Hay un dicho muy cierto que
señala que nadie es profeta en su tierra, pero en ocasiones es como para
deprimirse, ¡tantos esfuerzos y solo reveses!, desilusiones, fracasos, golpes,
tan duros, que lo que le provoca a uno es sentarse a la vera del camino y
echarse a llorar, días enteros... Te decía antes que confiaba en los jóvenes,
pero en estos casos uno se pregunta... ¿Dónde están? Te juro que los he buscado. Como un Diógenes. Recuerdo horrorizado
la inmensa indiferencia, el silencio circundante, un vacío espantoso, una
pasividad aterradora, y yo con mi lámpara he luchado por alumbrar los intentos
de creatividad en medio de aquella quietud desesperante, pero no oí nada, solo
escuché aullidos de silencio, nunca me plantearon las nuevas opciones, ¿desinterés?,
¿inmovilidad?, ¿era acaso un cierto pacifismo?, tal vez la paz absurda de quien
se sabe manipulado y lo tolera resignado, lo pensé…
Entonces sentí que debía terciar
un poco, en realidad, podía tratar de ser menos intransigente, de veras quería a
toda costa ayudar lo pues él parecía estar bajo el peso de una honda depresión
ante el momento que estábamos viviendo. Él prosiguió...
-Bajo la tranquila sombra de los valores que les inculcamos, tú los
viste nacer y crecer , no lo negarás, ellos
solo conocían el poder del dinero, y no nos hubiesen creído si a gritos
les hubieras avisado que estaban jugando con ellos, todo era parte de un orden
pre establecido y no páramos la conjura, no quisimos ni siquiera intentar detener
la rueda, era un solo parámetro, un solo rumbo, el yo primero... Estimulamos un egoísmo cerval y lo acicatearon
los genios creadores de las cosas, la ilusión de tener muchas cosas, ¡eran tantas!,
los fuimos rodeando de ellas, las indispensables, las necesarias, las superfluas,
las más fútiles, solo materia...
Mi intención era interrumpirle y
darle apoyo, más que para procurar la defensa de la juventud cuestionada o para
enunciar un mea culpa, para tranquilizarlo, pero me costó mucho vislumbrar un
argumento de peso en mi conciencia y sin darme tiempo, él prosiguió hablando
mientras su mirada se perdía a lo lejos, a través del ventanal.
Tú si supiste reconocer ese éxtasis, aquella tranquilidad espiritual, la
pasividad, especie de rémora, era una pose de evasión, nada te estimula, estás
ante la pantalla y todo ocurre allí, adentro, estás enquistado, en un capullo,
disfrutas de tu cocaína audiovisual y no te involucras, es tu aislamiento
personalizado, y dejas que todo te penetre, te dejas hacer, los polvos te
lavan, el homicidio ni te excita, el sadismo y la violencia te dejan frió, el sexo
y el juego te ponen en las posturas más adecuadas, las foráneas, te gustan, dan
nota, y no te ves involucrado, disfrutas de la jerigonza apocalíptica ante la
caja cuadrada, sentadito, desde niño, te dejas penetrar por los oídos, por los
poros, por los conos y los bastones en tu mácula y de regreso de tu corteza,
estiras la mano y el producto pasa a tu boca, se unta en tu cuerpo, revienta en
tu tímpano, lo disfrutas, es el concierto de los genios maléficos, te han
dominado, estás en sus garras, los dueños del emporio, los canallescos gordos
peces de albo collarete, los que controlan “los medios”. ¡Había tanto que
vender! Era el país privilegiado, el de
la opulencia, los años de la Arabia, del vórtice y la paranoia colectiva, con
espasmos, era la gran corrupción, el auge y el progreso para una riqueza fácil,
los hijos del petróleo, ilícitos, millones y millones, escocés en las rocas, y mientras
la nación se debatía desorientada en la maraña del consumismo, se estremecía
con las caricias de los traficantes y depredadores de la narcoindustria. Todavía,
los ilusos pensábamos que despertaríamos algún día de aquella horrenda
pesadilla. La música de fondo sonaba estridente, los bronces de los genios del
mal, los señores del poder, ofrecían una
magistral interpretación, y no era el cuatro ni un arpa, no habían capachos ni
bandolas, no portaban maracas, eran luces multicolores centelleantes que
pintaban estridentes sonidos en idioma
anglosajón. El culpable, porque siempre hay un culpable, sin duda, fue el negro
excremento del demonio que vibra en las entrañas de la patria, es negro, es tóxico,
flojo, untuoso, nace y se retuerce entre el lodo, es fácil inculparlo, negro y
sucio, tan culpable como su madre natura, digámoslo con honestidad y sin
vergüenza... ¿No seríamos nosotros
mismos los culpables, los responsables de todo lo malo?, ¿no sería que no
supimos darle un buen uso al recurso? Lo dilapidamos, nunca lo sembramos, lo
encumbramos, les enseñamos a los infantes, les informamos a los niños, les
inculcamos a los adolescentes, se los ofrecimos, era él, por él, para él, y por
siempre jamás. ¿Cuáles serían los ideales?, el juego, ¿la finalidad?, el
trueque, ¿el objetivo?, la felicidad... No interpongas filosofías, ni ideas en
desuso, decadentes conceptos, ridiculeces moralizantes, la felicidad es por
demás accesible, se compra, se acapara,
se embotella, se importa, es atomizable, aprietas un dedo y hela allí, el éxito
aparece, llegas al status, gastas, tienes clase, poder, libertad, disfrutar,
consumir, adquirir, con cachet, tu nave, una nota, la jeva, la propia, los
chamos, un viaje, ¡es ácida!, los datos, mi cuadro, preciso, de estreno,
debuta, los vídeos, no entiendes, no importa, ¡ay vale!, ¿lo sientes?, se grita,
no hay tiempo, mañana, ¡no pana!, que suave, ¡ni pienses!, o sea, no hay taim, ¿tu
lees?, ¡que frick! El contagio colectivo
al que fuimos sometidos por aquella peste negra, nos llevó como a flagelantes
medievales, o sanviteros apoplécticos, a correr, año tras año, desesperados,
sin voltear, íbamos tras él, hacia él, siguiendo al flautista, tristes ratas
llenas de gordas pulgas que chupaban las pasteurellas, engordando, listas para
diseminar en bubones purulentos la peste negra, la peste loca... Una pandemia,
sin duda alguna, porqué se corrió la onda, llevada por los satélites llegó
hasta los más apartados rincones de los más remotos parajes en los más
distantes países, todos éramos usuarios, un gran mercado, y las computadoras
programaban la mente de los niños y destelleantes alucinaban a los jóvenes
engrosando las filas de las marionetas consumistas, y todo aquello, gracias a
los peces gordos, ¿tantos?, ¿dónde estaban?, ¿cuántos eran?, ellos se volvieron
expertos en la utilización perversa de los medios y del avance tecnológico,
bastaba pulsar teclas, integrados, sistematizados, graficados iban quedando,
computarizados por la magia del progreso, la maravilla tecnológica audiovisual,
los genios sonreídos, la calma y el silencio, disimulados, ¡había que estar en
algo!, ¿y los beneficiarios tras las bambalinas? ¿Los grandes capitales?, los
inversionistas, cientos de miles de millones, no hay comida, dólares, circuitos,
hay miseria, software, hay hambre, hardware, ¡falacias! ¡Compatriotas! Entonces vino el otro coletazo, el flagelo de
las hojitas verdes, el polvillo blanco y los dólares, los verdes billetes, el
andamiaje todo, con cables, reactores, satélites, aeropuertos y, ¡listos,
partida!, allá van parejos, la distribución y el consumo, ¡ahora si los
jodimos!, están controlados, se lo creían ellos cuando toda la parafernalia se
les vino guardabajo, el aparataje de los falsos valores se volteó contra los
corruptos y llegaron a perder el control,
sin poder soportar el peso de millones de kilogramos de basura y
excrementos, todo el sistema los aplastó sin consideración alguna, sin poder
sostenerse, de manera inmisericorde, todos fueron víctimas de la más espantosa
entropía...
Pensé que el desconocimiento de
la ley nunca iba a exonerarnos de las culpas, así que aunque supiéramos o no,
pensáramos, creyéramos o no, solo andaríamos a estas alturas buscando
justificaciones, algún perdón, ¿para quienes? También hubo algunos jóvenes que
estaban lúcidos, lucharon sí, unos pocos... Quedé silencioso. No era posible refutar
nada y aunque entendiésemos ahora como había sido montado todo el proceso del
engaño. Ya era muy tarde para buscar tablas de salvación. Como si estuviese
escuchándome, mi apesadumbrado amigo me dijo con sorna…
Este es un apocalipsis de mierda y es que todos estamos en la misma
madeja, dentro del ovillo, sin salida. Unos gozaron más que otros, pero ahora, ¿que
más da?, ¿para que lamentarnos? La historia, siempre cíclica y repetitiva, nos
mostró en el siglo catorce como el horror llegaba arrasando provocado por la
ignorancia, la muerte llegaba como un ala negra y nadie podía comprender el
porqué de aquel inevitable castigo... Ahora la desesperación es consecuencia de
los avances tecnológicos y de la exaltación de lo que el hombre decidió considerar
como el progreso de la civilización. El último día, nos encuentra
desguarnecidos, desnudos, arropándonos tan solo con una raída manta de terror
que lejos de cubrir nuestros miembros para calentarnos, nos sofoca.
Me quedé mirando el cielo a
través del ventanal, parecía un incendio e iba tornándose púrpura. Había
fulgurado varias veces durante nuestra conversación y entonces creí comprender
por qué era tan grande su decepción. Se produjo un intenso resplandor violáceo
y recapacité, ciertamente era ya tarde para recomenzar, para rectificar...
Hacía ya un par de horas que la maquinaria estaba silenciosa y en oleadas
calientes, con un hormigueo amargo y fétido nos estaban llegando las primeras
emanaciones de polvo radioactivo. Mi amigo dijo compungido...
Ya poco nos importa el estado de
putrefacción política, de descomposición económica, de degradación cultural y
todas las aberraciones de la ética que han caracterizado a nuestra sociedad
actual... Es tarde. Todo se está consumiendo en esta tolvanera cósmica.
Consumantum est. ¿Los gajos? No brotaron. ¿Qué será de nuestra última esperanza
y de nuestros más caros anhelos? Ya estamos aspirando los primeros efluvios de
radioactividad...
En sus ojos vidriosos creció la
humedad hasta nacer dos gruesas lágrimas que surcaron sus mejillas de estaño.
Centellaban las gotas reflejando el espectáculo que se nos ofrecía a través del
ventanal, y pensé, ¡lloras!, pero, ¿qué podemos hacer? La noche está llegando para cubrirnos para
siempre jamás. Creí sentir una tenaza de miedo en la garganta. Acaso podría
existir una chispa de esperanza, un rescoldo de tiempo, ¿una brizna de ilusión?
Podría existir alguna fórmula mágica, un secreto no desvelado, un milagro, ¿cómo
vencer a los todopoderosos? … ¡Ya era tan tarde! Al anochecer de todas las vidas, en un
tremedal, enredados entre líquenes y musgosas parásitas, en los bajíos
gredosos, sin remedio aspirábamos ya la vaharada tibia y hormigueante de polvo
radioactivo, sentados frente al ventanal... Se me ocurrió entonces que estaba
en las montañas de los Humocaros, tal vez en Humocaro Alto, y volví a ver el
cielo brillando, en una noche de enero, fresca, con olor de helechos en la
tierra húmeda, de monte y de hierbas salvajes, allí echado sobre el pasto con
el chirrido de los grillos y miríadas de insectos trepidantes, me bastó con
pestañear y volví a ver cientos de cocuyos parpadeando en la tierra y miles de
estrellas brillando intensamente arriba, todos ellos, cielo y tierra,
refulgentes, y entonces me volví a sentir pletórico de ideales, percibí cuan
hermoso había sido soñar con una patria grande, patria madre, con hazañas de
próceres, hijos, creer que podíamos desatar ataduras que nos anudaban desde los
tiempos de los colonizadores, un futuro de igualdad para todos, con amor, sin
más hambre, sin más corruptelas, ni explotaciones, una patria auténtica, la de
los abuelos, la de mis nietos, un país... Al abrir los ojos pensé que todo
aquello había sido, ridículamente hermoso. Cautelosamente miré hacia el techo,
vi la ventana brillando en la oscuridad de la noche lunar y todavía con una
extraña sensación de miedo, me abracé a ella, sintiendo el calor reconfortante
de su piel morena. Mi corazón aún palpitaba acelerado cuando me dijo al oído.
Quédate tranquilo, duérmete que mañana debes madrugar para ir al trabajo.
ORIGINAL MODIFICADO DE : Entropía Tropical (novela: Ediluz, 2003).
Texto intitulado “Apocalipsis” publicado
inicialmente en “Reflexiones de un
anatomopatólogo” (SVAP, 1991)
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