viernes, 12 de febrero de 2021

En Los Andes ( 2 )

En Los Andes ( 2 )

También viajamos muchas veces a los Andes Trujillanos con Abilio Briceño y Elizabeth para conocer a Jajó y sus pueblos vecinos, especialmente recuerdo los viajes al páramo de Tuñame con Saudy, Pablo y Fernando quienes disfrutarían de la maravilla de la amistad de la familia Briceño y de los paisajes de los Andes Trujillanos. Sería en el año 1992, y ya desde la capital cuando regresaría a la ciudad de Mérida, para, nuevamente sentirme admirando el pico Bolívar y volver a reunirme con muchos colegas en otro importante evento. Se dio en Mérida el Primer Congreso Atlántico de Microscopía Electrónica (ME), reunión que había sido minuciosamente organizada por la diligente profesora de la UDO, Susan Tai y contó con la presencia del Dr Fernández Morán. En aquella reunión ofrecimos una gran contribución de nuestro Laboratorio en el IAP de la UCV donde además del trabajo sobre las encefalitis, el ME nos mostraba los hallazgos con el virus de papiloma humano (VPH) y sobre la patología del SIDA cuando ya muchos trabajos habían comenzado a ser publicados.

 

Ir a Mérida por la carretera trasandina, partiendo desde Maracaibo y sin detenerse para tomarse un chocolate en “el pico del Águila”, o no releer los versos de Andrés Eloy en el monumento a la Loca Luz Caraballo, es algo imperdonable. Casi como haber atravesado el pueblo de Mucuchíes sin mirar, aunque fuese de reojo un castillo feudal que creció cerca de la entrada del pueblo. Así había admirado este sitio siempre de paso, y nunca me había detenido a conocerlo, hasta un momento en el año 2002 y de esto hablaré más adelante. 

 


 

Antes, debo regresar de nuevo al increíble Congreso de ME organizado por la incansable Dra Tai, y es que desde el 92 hasta el 2002, me tocó vivir en un hiato de 10 años muy complicado. En 1994 regresaría a Los Andes para asistir varios días a una reunión colombo-venezolana sobre Cáncer gástrico en la Represa Uribante-Caparo. Allí volvería donde hay un pueblo bajo las aguas y de él solo sobresale la torre de la iglesia, volvería a encontrarme con mi primo Francisco Romero Ferrero, el padre de Sandra, a quien no veía desde mi visita a San Cristóbal cuando éramos adolescentes. No regresaría a Los Andes, sucesivamente en esos años, asistí con mi esposa a eventos de patología en El País Vasco (años 92, 93,94 y 96), y en La Habana a la SLAP en el 94. Fuimos a Chile el 95. En junio del 97 se le diagnosticó un cáncer de colon a Saudy quien habría de luchar valientemente contra ese terrible mal durante 4 años. Durante ese tiempo me jubile en la UCV, y comenzaría a ejercer patología privada en IHQ. Juntos, viajamos mucho; regresamos a Euskadi, fuimos a Canarias y a La Coruña. Ese año 1997 tuve que ir a presentar trabajos en Quito y en la reunión de la SLAP en Panamá; después en 1999 estuve en Oruro, y en La Paz Bolivia. Viajamos al Perú y asistiría con Saudy a la reunión de la SLAP en Lima. Mi amigo Hernando Salazar no pudo acompañarnos por estar afectado de una leucemia y él fallecería en julio del año 2000. Saudy no cesaría su indeclinable batallar y nos dejaría en marzo del año 2001.

 

Todas estas realidades me llevan a recordar que quería hablar sobre el castillo de San Ignacio. La historia tiene que ver inicialmente con dos jóvenes patólogas centroamericanas, Victoria Monterroso de Costa Rica y Vilma Pérez Valle de Nicaragua, quienes estaban invitadas a las Jornadas anuales de la SVAP que se daban en Coro el año 2002. Llegaron unos días antes del evento y convencí a Arfilio Martínez para que partiéramos con ellas y con AnaRita Zurba, nuestra amiga histotecnóloga, para emprender un viaje por el occidente andino de Venezuela. Salimos vía Barquisimeto hasta llegar ya anocheciendo hasta el páramo. El frío para las colegas centroamericanas a 4000 metros y granizando casi a la media noche, era muy grande. Al descender hacia Mucuchíes se me ocurrió llegar al hotel con apariencia de castillo y esa fue una buena decisión. Resultó ser realmente un lugar fantástico. Después habría de regresar unas cuantas veces, y en realidad el viaje del 2002 finalizaría en Coro donde era el evento de la SVAP y Arfilio les mostraría luego a las patólogas centroamericanas su posada en Puerto Cabello... 

 

El año 2003 pensé que no era posible pero desde Mérida, no había viajado ni siquiera a Tovar y habiendo sido invitado al Táchira por mi colega la Dra Hernández para conocer su casa en Periveca, le pedí a Julia que me acompañase para conocer por tierra, el páramo del Zumbador y de La Negra y visitar los hermosos paisajes de La Grita hasta llegar a San Cristóbal pueblo tras pueblo. Una visita a los Andes Merideños y Tachirenses que resultaría inolvidable. Después y durante muchos años, seguiríamos acercándonos a Los Andes, especialmente tras haber descubierto la belleza del páramo de la Culata en Mérida. 

 


 

 

Nunca olvidaremos un viaje a Mérida muy especial, pues nos acompañaba Eduardo Zambrano, cuando la Dra Frances Stock nos llevó a conocer el observatorio de la ULA en las alturas de Mucuchíes. Desde aquella ocasión la colaboración de Eduardo para los pacientes con cáncer de los Andes merideños se hizo constante a través de Frances, una incansable pediatra oncóloga que aún sigue en la lucha en este ya desvencijado país. También nos acompañó Eduardo Zambrano a Congresos de la SLAP en Mérida, donde su participación siempre fue un connotado éxito.

 

Regreso a relatar que he vuelto muchas veces al Castillo de San Ignacio; durante años planifiqué ofrecer un curso-taller de IHQ de linfomas con la Dra Monterroso, experta en este tema, pero nunca se pudo y Vicky fallecería unos años después. Viajé desde Caracas con Tomás, mi hijo quien ya era chef en Euskadi y visitamos el Castillo, lo mismo hice años después con Fernando cuando él también ya trabajaba de chef en Caracas; con Julia estuvimos varias veces, siempre que tuvimos una oportunidad, usualmente en la ruta hacia Mérida, pero quizás una de las visitas más espectaculares al Castillo fue cuando ya viviendo en Maracaibo viajé con mi esposa Julia para mostrarle Los Andes a Eduardo Blasco y a sus dos compañeros de viaje, dos amigos canarios quienes venían a conocer “la octava isla” y acabarían con la existencia de Ron Aniversario, no solo en el hotel, sino en todo el pueblo de Mucuchíes. ¡Qué tiempos aquellos!

 

 

 

En uno de los más controversiales Congresos de la SVAP, ya estando el país inmerso en el deterioro de “el chavismo”, viajaría por la trasandina con Julia en compañía de mi eficiente técnica Vanessa. Recordé entonces un viaje a Mérida muchos años atrás en mi DogdeDart con mis cinco hijos menores de edad y una hermanita prestada (Milagros) quien vomitaba en cada curva de la trasandina; y es que Vanessa también cuando nos acompañó hasta Mérida para el evento de la SVAP donde presentaba un trabajo libre, -y hizo muy bien- aunque hubiese pasado el viaje vomitando a la ida y al regreso, en las muchas curvas de la carretera trasandina.

 

Todos estos números viajes a “Los Andes”, los hice conduciendo, desde una camioneta Ford Fairlane y mi DodgeDart, un pequeño Fial, hasta una Chevrolet Blazzer, también el auto de Julia un pequeño Crhysler que nos chocaron en Maracaibo y finalmente nuestro flamante KIA que pereció espontáneamente incendiado in situ hace ya un año…  Sinceramente añoro volver a conducir por la trasandina y como debo aceptar que ya no será posible, me digo que quizás para eso es existen los recuerdos, y me he apoyado en ellos para escribir estas dos largas crónicas…

Maracaibo, viernes 12 de febrero del año 2021

 

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