miércoles, 2 de octubre de 2013

En el Danubio azul...



En el Danubio azul...

Ir a Budapest desde Viena por el Danubio azul es un viaje fascinante, una nota como dirían los chamos de ahora, tú siempre quisiste hacerlo y te quedaste con las ganas en dos oportunidades anteriores, estabas en Budapest y no lo lograste, la última vez pensaste, fallé y ya no podré hacerlo jamás, nunca digas eso... No lo esperabas, no lo habían planificado y se dieron las circunstancias, así de fácil, nunca sospechaste que el viejo Danubio esperaba por ti. Más de cuatro horas sobre sus aguas, y pensaste en el almirante y su tercer viaje, la tercera y va la vencida, en esa oportunidad pisó la Tierra de Gracia, al desembarcar, tú y tu amigo pisarán las riberas del Danubio frente al Monumento de la Liberación, en Budapest. A una velocidad de 150 kilómetros por hora, traspasarán la cortina de hierro sobre el agua, flotando en un colchón de espuma. Así no hay telón galvanizado que nos detenga, lo pensaste y unos minutos después de zarpar dejando atrás las aguas autríacas te percataste de lo increíble que resulta tener en la margen derecha a Checoslovaquia y en la margen izquierda al país de los magiares, ¡las llanuras de Panonia! Recordaste al singular Atila con sus hordas de bárbaros, los Hunos y los otros, que eran los romanos, enfrentados ejércitos para dejar correr la historia y terminar con los alemanes y los rusos y los aliados y tanques y obuses y todos los horrores de la guerra durante siglos para ver al pueblo magiar defendiendo sus valores, sus costumbres, sus creencias ante las hordas de invasores. No todo es sopa de gulash y paprika con gemir de violines gitanos, hay rostros contraídos y miradas torvas y ceños fruncidos de pobladas cejas, pero también están los ojos de almendra, las simpáticas miradas de cervatillo y las piernas tornedas con minifaldas, hay coles rellenas de carne y de nuevo los violines llegan por el aire hasta el sitio, donde se siente el chisporrotear de los cirios, es la iglesia de Matías, y hay velas, candelabros, rezan los húngaros, como en tu niñez y aquel disfraz de carnaval, para tu prima, una diminuta bailarina húngara, noches de Hungría, dice la canción, nunca las olvidaré... El sol corre saltando por la orilla y hace brillar castillos en ruinas, casas de campesinos, un arado, tú sabes que van hacia la ciudad de los puentes, del castillo encantado en la colina, de los baños termales, no puede ser, pero vas sobre las aguas hacia Budapest, otra vez!, y el cielo es de un azul zafiro sin una sola nube y deja que el sol brille incandescente creando sombras en una vieja fortaleza, tal vez romana, y te imaginas a un viejo guerrero magiar con su cota de malla y largos bigotes, aprieta en sus manos un gigantesco mandoble y cubre su cabeza con un lustroso gorro de cuero... Has pensado en cubrirte la cabeza cuando salen a cubierta pues el viento clava alfileres helados en tu rostro, refrescante le dices a tu amigo y asciendes hasta el puente, el río de frente y al voltear, detrás hay una gran estela de espuma... Se han quedado los dos un rato en la popa, si se puede llamar así a una barandilla en la que se apoyan para no caer mientras sienten el viento helado que no les impide beber un poco de vino y ponerse a cantar, es bueno el momento, a pleno pulmón, un dúo entonando la sin par Granada, mi cantar se vuelve gitano, te imaginas como niño, tiple en el orfeón de tu colegio, ¿cuanto tiempo hacía que no cantabas así?, Agustin Lara a gritos, ¡de lindas mujeres de sangre y de sol!, en la escuela primaria en tu colegio, te atrevías a cantar, en público, ante tus hermanos lo hacías, ¿cuantos años tenías?, cinco tal vez, Muñequita linda, ¿lo recuerdas?, años de silenciosas inhibiciones, ahora sobre el Danubio, con tu amigo, cantas como si de ello dependiese tu vida, como si te estuviesen ofreciendo una última oportunidad, ocasión sin par, en la popa de la nave que vuela sobre el río, sobre la cubierta no hay más nadie, tan solo un poco de vino y dos amigos, cantando... Serenella es una italina maciza, campesina de la campiña en los alrededores de Venecia, de manos curtidas y piernas gruesas con grandes pies acostumbrados a pisar las uvas dentro de grandes toneles, es ella quien ahora asciende hasta la popa por la escalerilla y Argimiro, galante, la ayuda ofreciéndole una mano. El marido de Serenella es un gigantón de casi dos metros de altura, la ausencia de sus incisivos inferiores le dan una apariencia descuidada, pero él sonríe constantemente; ambos forman parte de un nutrido grupo de campesinos italianos que viajan a Budapest sobre las aguas del Danubio azul. Argimiro y tú ya han brindado con ellos, salud, ¡salute!, y ellos han sacado vino de la casa, son vinicultores los amigos vecinos de la reina del Adriático. Nos regalan una botella sin etiqueta de un rose muy claro, muy suave, vino de la campiña italiana hecho en casa por amables hombres y mujeres del pueblo, ellos parlan, comentan, inquieren, desean saber cosas sobre Venezuela, sobre Colombia, la lejana y misteriosa suramérica, el vino, ¡eh!, e buono, es delicioso. Uno de los signori le dice a Argimiro, ¡eh!, ¡salute! Brinda levantando un vasito de plástico lleno de vino y Argimiro le comenta que es un bocato di cardenale, ¿ma como di cardinale?, riposta el compañero de viaje, ¡e un bocato di Papa! Tú te ríes con los demás campesinos admirando el rostro curtido del viejo, escaso de dientes ma felice di parlare con dos personajes de tierras tan lejanas. Se balancea suavemente la lancha mientras flota veloz sobre el río, Serenella te sonríe mientras coqueta, se arregla el cabello recogiéndolo con una cinta y dejándote ver el vello de sus pobladas axilas. Del interior de unas bolsas de papel que reposan entre las piernas de los italianos, surgen como por arte de magia el queso y grandes panes y la mortadela y luego más vino. Tú la miras, a ella, desde que zarparon la atisbas con el rabo del ojo, es la jovencita que les sirve a todos, se desplaza entre la gente con suavidad, sonríe todo el tiempo, es una rubita austriaca disfrazada de campesina húngara, se llama Claudia Hirsh y tan solo tiene 21 años, en realidad parece una escolar, delgada, de nariz respingona, ojos azules, hoyuelos en las mejillas, sonríe de nuevo mostrando unos dientes insuperablemente bien distribuidos, y además, habla, ¡la locura!, habla en perfecto español. Argimiro y tú la interrogan, y pronto averiguan que Claudia habla quechua, la lengua madre de los Incas, y por si fuera poco habla inglés, francés, italiano, alemán, holandés y pare usted de contar porque tiene explicaciones por demás para todo lo que se les ocurre, y tú anonadado escuchas como Argimiro en actitud paternal le recrimina el feo defecto de fumar, es solo cuando viajo se excusa ella, es desagradable riposta él, ese olor a nicotina en una joven tan bella como tú, y piensas que siendo supremamente bella habría precisamente de llamarse Claudia, como la cantante del fraterno país, y desde luego tú ya estás impactado, porque uno termina por creer que tú te impresionas ante cualquier escoba con trapos, piensas dubitativo que es un grave problema y te vas de vuelta a la popa, donde el viento sigue siendo el mismo fabricante de heladas agujas, y vas con tu vasito de vino blanco, y piensas en tu tierra, en Saudy, tan lejos, y entonces tarareas, murmuras y cantas... “Mi canción de amor, viene a turbar, la calma y el silencio, y mi pobre voz, alzándose en la noche te despierta”… La serenata que aprendiste desde niño, “debes perdonar y comprender mi corazón tan necio, que por arrullar al azul de tus ojos, te desvela”... Argimiro entona con mucho sentimiento una canción que a ti te suena muy colombiana, y que luego él te dirá que se llama Amapola, y tú estarás sorprendido, pues no sabías que existiese otra Amapola que no fuera la que tú adoras en los hierros de su reja, la que escuchó la triste queja, al escuchar tu dulce canción, y Argimiro te explica que es una vieja canción de la época colonial, pues él, como tú, también se ha transportado a su infancia lejana, su niñez en Ibagué, luego la juventud, y ambos miran a Claudia quien se asoma por la puerta de madera y los ve en cubierta, friolentos, con su disfraz de húngara parece una verdadera tarjeta postal para estimular el turismo, viaje por el Danubio hacia Hungría con Claudia Hirsch. ¿De que signo del zodíaco será esta catirita sangre liviana? Piensas en piscis y luego en escorpiones, el 21 de noviembre cumpleaños Argimiro, sagitarios limítrofes los del 22 de noviembre como tú y analizas el asunto de las coincidencias, si hubiesen sido compatriotas no congeniarían tan bien. La amistad no puede expresarse con palabras, lo piensas y te parece curioso que sea con un colega del hermano país con quien hayas encontrado tantos puntos de identificación, y para colmo tiene más de veinte años viviendo en los Estados Unidos, pero Argimiro es a todas luces más colombiano que el difunto Gaitán, solo tenés que verlo mijito, y si lo oís, ya no te caben más dudas, venga le cuento y vea, ¿y como así?, no le digo pues que es un colombiano exiliado, y tú piensas que también eres un exiliado, pero de Maracaibo, de la República del Zulia, ¿más cosas en común?, la amistad es también recíproca y por ello piensas que ha valido la pena viajar con Argimiro sobre el Danubio azul, rumbo a Budapest.

Fragmento de "La Entropía Tropical" Ediluz, 2003
novela

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