Conducir,
es un término usado
como sinónimo de “manejar” y así decimos cuando llevamos el control de un
automóvil. Esa sencilla acción, de uso común, fue una de las pasiones de mi
vida… Recorrí casi todo el país manejando por decenas de pueblos y ciudades…
Frecuentemente, casi siempre, me tocó hacerlo con muchos niños en el asiento
trasero. Las vivencias que poseo de tantos sitios visitados, de paisajes con
esteros y montañas, en ocasiones se entremezclan en mis sueños y muchas de
ellas se fundieron en mis novelas…
Escribir
sobre el tema de, -manejar un auto- quizás sea, porque soñé nuevamente que
estaba en una carretera… Aunque mis sueños no eran pesadillas, recordé a Viggo
Mortensen... y como flash-backs que regresaban vi al sufrido padre sobreviviente
y a su hijo, a pie, por una interminable carretera, padre e hijo, en el
desierto post apocalíptico de “La carretera” (The Road), el filme del 2009, basado en la novela homónima (2006)
de Cormac McCarthy.
Regreso
a leer un retazo del Capítulo 2 de mi novela “La Peste Loca”
(Maracaibo, 1987)… “Llegando a Barquisimeto ya casi él lo había
decidido. En las curvas de San Pablo, detrás de un camión, creyó tener consigo
la verdad; era como un riachuelo claro que circulaba bajo una gruesa capa de
arena y lodo, la tenía encharcada dentro de sus ojos. Después de Carora,
algunos araguaneyes comenzaron a llenarle la vista de reflejos dorados.
¡Curarires floreados! Él o pensó y recordó entonces a su padre, quien le
llevaba de la mano, un día de sol en el Moján, la vez primera cuando conoció a
los guajiros y se extasió ante los curarires de oro… …Cansado, manejando por
aquel camino interminable, salpicado de curarires de oro puro, la carretera
Lara-Zulia era una cinta luminosa y brillante, infinita, bordeada por cientos
de árboles floreados que parecían recibirlo”.
Siempre me gustó manejar por la carretera trasandina con sus numerosas curvas, subiendo hacia el páramo, o bastante antes de llegar al pico del Águila desviándonos hacia Jajó y al páramo de Tuñame, o hacia La Mesa de Esnujaque; estos paisajes de la carretera trasandina con cada uno de sus pueblos, están permanentemente en mis recuerdos. Ascender desde Timotes hasta el pico del Águila-en ocasiones hasta con nieve- y la delicia de percibir el aire frío, viendo los frailejones del paisaje paramero, y luego, al ir descendiendo, y siempre detenerse, aunque sea un instante, en el monumento a Luz Caraballo, o más adelante en el Castillo de San Ignacio ya entrando en Mucuchíes…
También
es posible llegar hasta Mérida desde El Vigía, y pasando los túneles, después
acercarse hasta “la plaza Bolívar merideña”, y se te ocurre “donde jure no
dejarte de amar”, ¡si vos queréis!, podéis desviarte hacia el sur y seguir
hacia Tovar, e ir hasta La Grita, o continuar por Bailadores y pasar el páramo
de La Negra, hasta llegar a la capital del Táchira… ¡Oh San Cristóbal!
Mi
novela “Ratones Desnudos” (Mérida, 2011), se inicia así: “Viajé
por tierra hasta Ciudad Bolívar con la intención de lograr una entrevista con
Eduardo Soriano. Caía la noche al cruzar el puente sobre el río Orinoco”…
…“Evocando algunas vivencias de mis anteriores visitas a la región guayanesa,
conduje mi auto lentamente por calles empedradas y balcones protruyentes,
creyendo reconocer parajes olvidados, hasta llegar a encontrarme perdido. Me
fui acercando hasta la dirección que me habían indicado, siempre marchando
hacia la izquierda, cual si estuviese buscando la orilla del gran río”...
¿Por qué
escribir sobre andar manejando? Quizás, pensé; que si, que tengo un motivo, -y
no es el de la rosa pintada de azul de Pizolante-... Hoy en día, mi auto, que
era un KIA, un automóvil muy especial, durante años, flamante, siempre rodando
sin parar, hasta que le tocó incendiarse estando estático, en su
estacionamiento, y espontáneamente, desaparecer flameante… ¡No miento! El
fenómeno, está descrito como una falla en estos autos (KIA y Hundai) hasta
quedar incinerado… Es que, aun no siendo un sueño apocalíptico, estas son las cosas que día tras día- suene o no a Héctor Cabrera-,
sucedieron y son recuerdos del año de la pandemia de Covid-19, -querida mía, amada mía…
En el
Capítulo 35, de la novela “RatonesDesnudos” yo escribiría…“Salió
del Instituto y se dirigió a su auto. Había decidido no volver a su
laboratorio. No quería hablar con nadie. Enfiló hacia el norte, dejó atrás la
plaza de toros y tomó el rumbo de Santa Cruz de Mara, hacia las playas del
norte. Entonces volvió a pensar con una cierta nostalgia en Luisita Kauffman
mientras la carretera se le iba transformando en una larga cinta gris que se
perdía en el horizonte”.
Cuando
me acerqué por primera vez a Cumaná lo hice por su única ruta, la que deja a la
izquierda el mar desde antes de la cementera y Playa Colorada hasta Mochima y
un poco más allá, para sentirse uno, que va orillando La fosa de Cariaco, y
luego, ya en la vetusta ciudad del Mariscal, de Andrés Eloy y del Manzanares, ver
que te dejará pasar, más no sin antes
otear la costa de enfrente y creer divisar a Manicuare, el pueblo del poeta del
“Azul”. Uno puede avanzar
hacia Carúpano y Río Caribe o decidirse por el paisaje lunar de la península
rumbo a las salinas de Araya. Siempre será difícil desde allí, hacerle creer a
cualquiera que si regresa y decide subir monte arriba, hallará un clima frío,
serpenteando hacia Cumanacoa o en la vía de Caripe y así el viajero podrá
sentirse como Humboldt al visitar la impresionante Cueva del Guácharo.
Una de
mis rutas en múltiples viajes de Maracaibo a Caracas y a la vis-conversa, fue
en un tiempo por el norte, a través del Estado Falcón. La carretera tenía
muchas subidas y bajadas y recuerdo que mejoró bastante gracias a un gobernador
copeyano. Yo viajaba en una camioneta Ford, hasta que un día con lluvia dimos
un patinazo y la camioneta giró dos veces quedando de nuevo como si nada… Por
esa ruta, vía Sanare y Tucacas, terminabas en El Palito para entrar en
Valencia, fácil y rápidamente, pero, un tiempo después, decidí viajar por la
Lara Zulia, de Carora a Barquisimeto, y seguir hacia Nirgua y Bejuma para
llegar a Valencia por el parque zoológico. Con tantísimos viajes, nunca tuve a
Dios gracias ni un accidente importante que lamentar.
También
en la novela “RatonesDesnudos”, yo escribiría: ¿A Santa Cruz de Mara?... …Basta de hablar, el escarabajo ya ha torcido
su rumbo, para beber agua de coco, el plan perfecto, estará todo bien, escuchar
los marullos de las ondas del lago, muy lejos de la gente, el viento ya
despeina su cabellera lacia, el pequeño auto amarillo, ¿o era dorado?, enfila
por una larga carretera, se desplaza con rumbo definido, y a la izquierda están
las lagunetas de Las Peonías, a la derecha los cocoteros en hilera, rueda el
escarabajo, ambos, los dos, juntitos, se dirigen a las playas del norte y el
resplandor ha transformado la carretera en una cinta de plata incandescente.
Ya
viviendo en Caracas, era toda una aventura querer salir hacia el Oriente por la
ruta de Guarenas, Guatire y seguir después de Higuerote, ahora que la vía ha
mejorado, está bien (creo…), pero siempre fue una ruta peligrosa por los
accidentes... Después de Barlovento uno sabía que iba en paralelo al mar Caribe
y poder en Boca de Uchire entrarle a un manamana con casabe o con arepas.
Luego, ya en la ruta de Clarines, percibir la inmensidad del Unare hacia el
sur, para luego, al divisar en el cerro la iglesia de Píritu, o llegar después
Puerto Píritu, para detenerse a descansar, o si quisieras acercarte por la ruta
del Criogénico hasta Barcelona y Puerto La Cruz, era para después de la
cementera irse a bañar en Playa Colorada.
Finalizo
nostálgico, sabiendo que ya no conduzco autos, ya “no manejo”, pero recordar
tantos paisajes y aventuras por las carreteras de mi país, ha sido un ejercicio
que bien ha valido la pena.
Maracaibo, martes 4 de
noviembre del año 2025