La letra y la
música de un villancico venezolano que suena en todo el mundo desde hace muchos
años es del compositor y productor venezolano Hugo César Blanco Manzo (fallecido en 2015), quien la
escribió en 1972. “Mi burrito
sabanero” fue grabado por el solista Simón Narciso Díaz Márquez mejor conocido
como Tío Simón, uno de los mayores exponentes de la música en Venezuela
(también fallecido, en 2014).“Mi burrito
sabanero” grabado por Simón Díaz, fue incluido en su disco «Las Gaitas
de Simón» donde es acompañado por la Coral Infantil de Venezuela; Posteriormente
el grupo musical infantil venezolano “La Rondallita” lo grabó en
noviembre de 1975 con la voz solista del niño Ricardo Cuenci, siendo esta última versión la que alcanzó una gran
popularidad en varios países de Hispanoamérica y en Europa desde finales de la
década de 1970. Durante años, yo lo estuve usando para desear Feliz Navidad a
través de internet. Este año 2025 el
cantante español David Bisbal lo ha popularizado nuevamente en su disco
especial de Navidad.
El pesebre venezolano se
origina de las tradiciones españolas traídas a América por los colonizadores.
El pesebre se arma antes de la Navidad, generalmente el día 8 de diciembre,
fiesta de la Inmaculada Concepción, y se deja en pie hasta el 2 de febrero,
fiesta de la Candelaria. La Navidad en el país es una festividad que se
acompaña con la música de villancicos y en el Zulia con las gaitas y existen
las “misas de gallo” y hasta hubo una tradición de patinadores,
ya casi todas estas tradiciones muy debilitadas o desaparecidas…
El pesebre siempre
fue una tradición en Venezuela. El primer domingo de diciembre,
comenzaban las celebraciones en los diferentes estados de Venezuela. En los
estados andinos Táchira, Mérida y Trujillo entre el 24 de diciembre y el 2 de
febrero se realiza la Paradura del Niño, que consiste en
pasear al Niño Jesús en un pañuelo de seda, con cantos y procesiones con
complejos y elaborados pesebres. El día de la celebración, músicos, cantantes,
rezanderos y padrinos entonan coplas pidiendo al Niño Dios que bendiga las
casas y los campos. Cuando termina el paseo de “la paradura”, el Niño es
regresado y vuelto a colocar en el Pesebre, pero de pie.
En casa, mi madre
revelaba sus ancestros tachirenses en Navidad y todos sacábamos las telas
arrugadas y los bártulos del pesebre, cada año, para con engrudo coloreado con
anilinas ir preparando las serranías donde colocaríamos los conjuntos de
casitas y pequeños personajes y animales, con calles en el coleto, creando
valles de aserrín pintado, con pastorcitos, ovejitas de anime y muñequitos que
estaban presentes, emergiendo cada año. Las figuras principales
del pesebre, la Virgen María, San José, la mula y el buey, esperaban ya
ubicados hasta la medianoche del 24 por el Niño Jesús. Además, estarían los
tres Reyes Magos que acostumbrábamos ir acercándolos hasta hacerlos presentes
el 6 de enero del año siguiente. Una cueva o la casita para albergar las
figuras centrales se lograba siempre y el piso de lama y musgo que teníamos
la precaución de haber guardado recogiéndolo en los páramos andinos durante las
vacaciones. De esa manera, todo el año, nos preparábamos para la próxima
Navidad. Mi hijo mayor, Jorge Eduardo conserva la tradición en su hogar en
Miami con las figuras originales de su abuela.
Así lo hacíamos en
casa, también mi madre usaba algo que era común según sus tradiciones ya
heredadas por nosotros, ocultaría al principio al niño Jesús (retirado
físicamente de la escena), hasta la medianoche del 24 de diciembre, cuando se
hace presente y se considera que por fin Jesucristo “ha nacido”. Así era la
navidad en mi casa y lo hacíamos con un ritual de llevarlo al Niño Dios en un
pañuelo por la casa catando villancicos y tocando campanitas hasta colocarlo en
su sitio en medio del pesebre entre San
José y la Virgen María… Así era nuestra Navidad…y recuerdo como escuché a mi madre recitar muchas veces esta poesía, del genial poeta
nicaragüense Rubén Darío y aunque la publiqué en el blog el 31 de diciembre del
año 2020, en esta Navidad, he vuelto a recordarla hoy y la repito nuevamente
para mis lectores.
Cristal, oro y rosa. Alba en Palestina. Salen los tres reyes de adorar al rey, flor de infancia llena de una luz divina que humaniza y dora la mula y el buey. Baltasar medita, mirando la estrella que guía en la altura. Gaspar sueña en la visión sagrada. Melchor ve en aquella visión la llegada de un mágico bien. Las cabalgaduras sacuden los cuellos cubiertos de sedas y metales.
Frío matinal refresca belfos de camellos húmedos de gracia, de azul y rocío. Las meditaciones de la barba sabia van acompasando los plumajes flavos, los ágiles trotes de potros de Arabia y las risas blancas de negros esclavos. ¿De dónde vinieron a la Epifanía? ¿De Persia? ¿De Egipto? ¿De la India? Es en vano cavilar. Vinieron de la luz, del Día, del Amor. Inútil pensar, Tertuliano. El fin anunciaban de un gran cautiverio y el advenimiento de un raro tesoro. Traían un símbolo de triple misterio, portando el incienso, la mirra y el oro.
En las cercanías de Belén se para el cortejo. ¿A causa? A causa de que una dulce niña de belleza rara surge ante los magos, todo ensueño y fe. ¡Oh, reyes! ¿les dice?. Yo soy una niña que oyó a los vecinos pastores cantar, y desde la próxima florida campiña miró vuestro regio cortejo pasar. Yo sé que ha nacido Jesús Nazareno, que el mundo está lleno de gozo por El, y que es tan rosado, tan lindo y tan bueno, que hace al sol más sol, y a la miel más miel. Aún no llega el día... ¿Dónde está el establo? Prestadme la estrella para ir a Belén. No tengáis cuidado que la apague el diablo, con mis ojos puros la cuidaré bien.
Los magos quedaron silenciosos. Bella
de toda belleza, a Belén tornó la estrella y la niña, llevada por ella al
establo, cuna de Jesús, entró. Pero cuando estuvo junto a aquel infante, en
cuyas pupilas miró a Dios arder, se quedó pasmada, pálido el semblante, porque
no tenía nada que ofrecer.
La Madre miraba a su niño lucero, las dos bestias buenas daban su calor; sonreía el santo viejo carpintero, la niña estaba temblando de amor. Allí había oro en cajas reales, perfumes en frascos de hechura oriental, incienso en copas de finos metales, y quesos, y flores, y miel de panal. Se puso rosada, rosada, rosada... ante la mirada del niño Jesús. (Felizmente que era su madrina un hada, de Anatole France o el doctor Mardrús).
¡Qué dar a ese niño, qué dar sino
ella! ¿Qué dar a ese tierno divino Señor? Le hubiera ofrecido la mágica
estrella, la de Baltasar, Gaspar y Melchor... Más a los influjos del hada
amorosa, que supo el secreto de aquel corazón, se fue convirtiendo poco a poco
en rosa, en rosa más bella que las de Sarón. La metamorfosis fue santa aquel
día (la sombra lejana de Ovidio aplaudía), pues la dulce niña ofreció al Señor,
que le agradecía y le sonreía, en la melodía de la Epifanía, su cuerpo hecho
pétalos y su alma hecha olor.
Feliz Navidad para
todos.
Maracaibo, 24 de
diciembre del año 2025