El Batallón Perdido
El Batallón Perdido fue el nombre que se le dio durante la Primera Guerra Mundial, a ocho unidades estadounidenses (Las Compañías C y D del 306º Regimiento de Infantería; La Compañía K, del 307º Regimiento de Infantería y las Compañías A,B,C,E,G,H del 308º Regimiento de Infantería) con aproximadamente 554 hombres, todos ellos de la 77.ª División, al mando del mayor Charles White Whittlesey. En octubre de 1918, quedaron aislados por fuerzas alemanas después de un ataque estadounidense en el bosque de Argonne. Aproximadamente 197 murieron en acción y 150 fueron declarados perdidos o fueron tomados como prisioneros antes de que los 194 restantes fueran rescatados.
El 2 de octubre, la división avanzó rápidamente dentro del Argonne, bajo la creencia de que eran apoyados en el flanco izquierdo por fuerzas francesas y en el flanco derecho por dos unidades estadounidenses... El castigo ineludible/ nos va raleando las filas/ pero, mecánicamente, / gritamos: -Guardar la línea !/ “Keep the line” y proseguimos/ la marcha, marcha infinita / torturante, interminable,/ puestas el alma y la vista/ en una mancha borrosa,/ en una línea indecisa / que nos dieron de “objetivo”/ de esta “operación sencilla”!,,, La unidad de Whittlesey desconocía que el avance francés se había estancado, y sin tener conocimiento del estancamiento francés, la unidad avanzó más allá del resto de la línea aliada y de pronto se encontraron aislados y rodeados por fuerzas alemanas.
Durante los siguientes seis días, los hombres de la división fueron forzados a rechazar varios ataques alemanes, quienes vieron a esa pequeña unidad como una gran amenaza para toda la línea del frente. El batallón sufrió muchas penurias. ... “Adjuntos los Ingenieros / de Línea a la Infantería / vamos en “segunda ola”./ Somos como almas perdidas/ en una escena dantesca. / La metralla nos fustiga;/ nos doblegamos, intensos;/ avanzar es la consigna/ y avanzamos... avanzamos... / interrogaciones vívidas / ante el dilema patente/ de la Muerte o de la Vida... Faltaba comida, y el agua estaba disponible solo arrastrándose bajo fuego enemigo hacia un arroyo cercano. Las municiones se terminaban. Fuego de artillería aliado cayó sobre su posición, la cual estaba rodeada por los cuerpos putrefactos de los camaradas caídos. El shrapnel tamborilea/ nuestro paso desde arriba / y las granadas regüeldan / insaciables, y vomitan / con horripilantes bascas, / tierras y entrañas y vidas…”
Las
comunicaciones eran muy difíciles y cada corredor enviado por Whittlesey, o se
perdió o fue capturado por las patrullas alemanas. El único modo confiable de
comunicación era por medio de palomas mensajeras, pero esto
consumía tiempo y solo se podían mandar mensajes, no podían recibirlos, y en
ocasiones, fueron bombardeados por proyectiles de artillería propios, ya que se
desconocía la ubicación exacta del batallón, y solo cuando una paloma mensajera logró llegar a retaguardia se
detuvo el bombardeo. “Y fue llegando
al camino/ chiquillo de la alegría,/ que te vi: tenías abierta/ desgarrada, la
camisa/ y rojos hilos de sangre, al respirar, te salían/ de un arabesco
bermejo/ que en tu pecho se encendía./ Con el semblante tranquilo/ reposando
parecías, / reclinado en el talud/ a la vera de la vía.../ mientras que hilo
tras hilo/ se deshilaba tu vida. Pese a esto,
los hombres lograron mantener el terreno y causaron suficiente distracción para
que otras unidades aliadas rompieran las líneas enemigas alemanas, lo que les
obligó a retirarse.
Fue un instante, nada más;/ un trance de pesadilla, / la impresión fugaz de verte, / camarada, en la agonía; / más en la mente, quemada, / la llevaré mientras viva./Y maldije la crueldad, / de la inflexible consigna / de seguir...siempre seguir... / dejándote en la agonía!/ Groseras interjecciones, / afiladas, asesinas, / rebosaron en mis labios / al maldecir, expresivas, / la cáfila de vejetes, / tahures de la política, / que así lanzan a los pueblos / y a los hombres a la ruina! / Fue un instante, nada más; / pues cuando la Muerte grita / las impresiones más hondas / en un instante se olvidan. De los más de 500 soldados que entraron al bosque de Argonne, sólo 194 pudieron salir indemnes. El resto fueron muertos, desaparecidos, capturados, o heridos. El mayor Charles White Whittlesey, junto con varios otros oficiales recibieron la Medalla de Honor por sus valientes acciones. Whittlesey también fue reconocido siendo uno de los portadores (del féretro) en la ceremonia de inhumación de los restos del Soldado Desconocido. Sin embargo, la experiencia de Argonne afectó considerablemente al Mayor Whittlesey quien desapareció en 1921 de un barco en lo que se cree fue suicidio, y así fue reportado.
Mi tío Fernando C. Tamayo escribió el “Romance del camarada muerto” en un lugar de Francia, unos días después de haber sobrevivido tras una de las últimas batallas, la de Meuse-Argonne por la que fue condecorado, ya al final de la Primera Guerra Mundial. Él comenzaría su poema escribiendo… “Extraño que en mis recuerdos/ de esta madrugada fría/ no se agiten torvos cuervos/ de pasiones agresivas; / sino que en fugaces giros/ las alegres golondrinas/ de mi añoranza, pincelen/ en raudas policromías,/ paisajes inolvidables / de mis lejanas campiñas.” De este poema épico, he utilizado varias estrofas para darle cuerpo a la narración sobre el Batallón Perdido ya que puedo recordar las historias de mi tío narradas cundo yo era niño, o relatadas luego por mi madre, sobre la guerra de las trincheras y de los gases mostaza que minaron su salud pulmonar y del horror de tener que caminar entre los cadáveres de su compañeros…
“Fernando Carlos Tamayo había nacido en Valencia en 1889 y combatió en Francia por la unidad expedicionaria del Ejército estadounidense, país al que había ido a estudiar. Estuvo en una de las últimas batallas del conflicto, la refriega de Meuse-Argonne. Cuando te hallé, ya no eras./ No había sol en tus pupilas/ y el lodo había mancillado/ el oro de tus espigas./ La medalla de la Virgen/ sobre tu pecho pendía / y, compasiva besaba / un hueco de tus heridas. / Casco en mano, los sollozos / mi oración enronquecían... / Un instante, nada más, / y me sacudió la vida. Tras la guerra se casó con la estadounidense Katherine McShane y vivió en ese país en el que trabajó como guionista de cine. Regresó a Venezuela en 1938 y murió en un hospital de Veteranos en Nueva York en 1948”.
Maracaibo, domingo 16 de agosto, 2020 año de la pandemia.
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