miércoles, 30 de julio de 2014

Final del Taller de Narrativa 2014 en Maracaibo.



Resumen de una muestra sobre algunas de las narraciones escritas y conversadas por los seis participantes del TALLER DE NARRATIVA del Movimiento Poético de Maracaibo, durante el año 2014.


PARA TI, ADA.
Néstor González
Hubo una vez… solo una vez, que yo creí tener la luna a mi alcance y se me fue. Nunca más la vi. Aun me pregunto ¿por qué? , ¿qué fuerza ignota se la llevó? Era mi luna … Pensaba en ella y aparecía, radiante, siempre para mi…  Complaciente cual fiel doncella, y  yo la mimaba y ella sonreía, para mi sonreía… callada, siempre callada… hermosamente callada. De esa manera, yo llegue a ver a la luna sonreír… Siempre para mí, siempre para mí. Sentíamos la misma emoción; no sabíamos de tiempo ni de palabras. ¿La distancia que nos separaba? Nunca supe como la recorría ella, quizás escurriéndose entre los helechos y las piedras de algunos ríos que debía conseguir en su camino.Así llegábamos, y sabíamos que estábamos… que cosa… yo llegue a ver a la luna sonreír. Me emociona escribir esto…
Esperando la noche, de algún modo siempre la misma nave, con los mismos seres, pasaban por ti. Te convencieron la primera vez y te embarcaste, -sin saber que te esperaba- como uno de los pasajeros.   Nos llevaron… y tú, Luna, te dejaste llevar.  A partir de ese momento te supe alcanzable, lo había conseguido… tocar la luna y sentirme tocado por ella.  Luego, mucho tiempo después, donde siempre fue nuestro punto de encuentro y de despedida, supe de dos estrellas tuyas que allí estaban  –donde tu solías estar- , solas, solas… sin ti. Y me dije, pregunté, ¿por qué están solas? , ¿y mi luna? No esta con ellas… ni con nosotros.   No sé qué paso por mi mente en ese momento…  Aun no logro recordar, con claridad , si vi una de sus estrellas o las dos… ni siquiera sé cómo se fue.  Me aferro a la idea de que si no se pudo despedir, así como dejó dos estrellas, pudiera haber dejado un rayo que algún día aparezca y me guíe por el camino a seguir , cuando en algún momento decida salir a buscarla, como antes… como antes… Y encontrarla.
……………………………………………………………………………………………..
SOLO PARA LOCOS.     
Kharim Socorro
Carretera larga esta  Lara –Zulia, distraje la mirada en uno que otro araguaney  floreado y una alfombra aterciopelada incandescente. Miro por el parabrisas. Un golpe seco distrae mis pensamientos, un pajarito se había  estrellado  contra  el vidrio. Sin poder decir nada, Álvaro me miraba y le comenté lo largo del viaje a Apartaderos.  Álvaro me comentaba que no sabía cómo subiríamos  la montaña, para llegar hasta la cabaña, y nos planteábamos  si  reconoceríamos a nuestros amigos, pues eran más de 20 años  sin verlos. Seguimos por ese paisaje que nos lleva a la bifurcación, para seguir a Santo Domingo, a unos metros de ella se encuentra la montaña y decidimos que yo iría a pie, ya que el carro patinaría. ¿Cuál de esas dos cabañas sería?  Solo  dos vacas en la lejanía. Un río pasaba por un lado de las cabañas y el  frío calaba los huesos   De la cabaña salía un ermitaño, vi a ese hombre de pelo largo, alto, doble. Venía disparado a abrazar a Àlvaro. Sus risas llenaban el silencio de la montaña. Apresure  mis pasos para llegar al encuentro del personaje. Leo ya me esperaba y su abrazo casi me dejó sin aliento. Solo para locos, era el nombre emblemático de las casas de Leopoldo. Vigas de madera, igual que sus pisos y techos. Sus paredes eran de ladrillos decorados con piedras de río. Dos enormes perras se abalanzaron y nos hicieron trastabillar, detrás de ellas venía otra desconocida. ¡ No podía ser! Waldina, mis ojos no daban crédito a esa imagen de mujer campesina, con una ruana. Nos abrazamos y sé que cada una de nosotras viajó en el tiempo para reunir recuerdos. Wualdina se quedó en silencio. Le llegaba en oleadas una marejada de recuerdos, miró a Leo y la felicidad  se reflejó en nuestros rostros. De pronto, Waldina empezó a inquietarse, nos dijo que eran las cinco de la tarde, que pasáramos a la sala y  que prendiéramos la chimenea. Entramos a regañadientes y Álvaro y Leo empezaron con los preparativos de la cena, mientras nosotras, cantábamos a gañote partido en el karaoke. Se me ocurrió querer abrir la ventana, Leo y Waldina a unísono gritaron ¡noooo! Me quedé petrificada y algo confundida  ¿cuál era la razón? Me respondieron que estábamos a -2 grados. Abrí la cortina, miré la negrura y de pronto unos ojos centellantes estaban pegados  en la ventana Ellos me gritaron: ¡no mires! Yo seguía pegada a la ventana, tratando de ver pero no había nada. Pasados algunos minutos la luz empezó a parpadear. Sin más, nos quedamos en completa oscuridad, solo se oía el viento y de pronto un toque en la puerta. Grité. ¿Por qué no abren esa puerta? ¡Y un alarido desgarrador nos traspasó el alma. Waldina habló con voz casi inaudible. Era el Dr. Rosendo.  Waldina se interpuso entre la puerta y yo, y gritó que era su alma, que estaba muerto, vagando cada noche de mal tiempo. Él había muerto en la carretera que pasaba por la montaña, apareció sentado fuera de su auto. Lo consiguieron congelado.  Después de pasar el susto tomando unos palos secos de canelita, nos fuimos al cuarto, esperando el amanecer. Prendí  una pequeña linterna y me percaté que todas las ventanas  tenían cruces. El terror reinó en mi cuerpo. Al amanecer, pensé que la noche anterior en la cabaña de Apartaderos había sido una pesadilla. La presencia de nuestros amigos me volvió a la realidad. Cuando nos volvamos a ver, esa experiencia nos hará reír… Pasará mucho tiempo antes de regresar  a ese lugar…               
………………………………………………………………………………………………..

 CUANDO NOS VOLVAMOS A ENCONTRAR
Paola Villalobos.
Prometo recordarte a lo lejos y aunque la distancia haya enfriado todo prometo guardar tus recuerdos, esos que juntos con el día a día hicimos reales.  Cuando te vuelva a encontrar allá en lo más profundo de mis ojos estará ese rayo de luz hoy ilumina mi mirada que te dice que quiero vivir cada instante intensamente, instantes que tú no sabes perpetuar porque siempre me das la opción de volar, volar a un mundo contigo y sin ti.  Cuando nos volvamos a encontrar yo estaré con ese vino de los mejores que tanto me anunciaste hasta que llego, buen amante dándolo más que el todo, con apegos, encadenándose a mi cintura ese chico perfecto y único que hoy llena mi vida de una dulce melodía. Cuando nos volvamos a ver,  sé que sudaremos frio, me sudaran las manos, sentiré que eres y no serás jamás.  Cuando nos volvamos a encontrar evocare el sudor de mis labios, el aroma único de mi piel, la cadencia de mis caderas al amante “y cuando ya no te quiera lo sabrás aunque no te lo diga lo sentirás desde lo más profundo porque la indiferencia jamás pasa desapercibida”  Cuando nos volvamos a encontrar.
………………………………………………………………………………………..


EL PURGANTE                  
Manona ( Emérita Mercado )
Una mañana al despertar sentí  un presentimiento. Era como si algo me avisaba que mi vida tendría un cambio, pero no hice mucho caso porque yo siempre estaba en otro mundo, como decía mi madre. Esa mañana llegue a la Normal, a primera hora. El profesor Alìrio Storey  entró al salón y empezó a pasar lista. Fue hasta el pizarrón  y  colocó la fecha: Martes 13. Inmediatamente vino a mi memoria la escalera, el zaguán y sentí un escalofrió que me hizo mover la cabeza en forma negativa. Termino la mañana y nos marchamos cada quien a su casa. En la tarde me prepare para irme al trabajo. La señora encargada de la limpieza me entrego la llave y se marchó. Avancé  escaleras arriba sobre el mármol mohoso que se perdía ascendente en la densa oscuridad del zaguán. Un olor penetrante entraba a mis pulmones, sentía que un sudor frio invadía mi cuerpo. La escalera no tenía fin. Trataba de subir los escalones y al colocar el pie resbalaba  y el escalón escapaba, de pronto recordé que en mi cuello siempre tenía una cadenita con la imagen del Cristo;  tome la imagen,  la empuñe y como  por arte de magia la escalera se paró.  Una mano invisible me empujò, me hizo volar y caer en el zaguán. Allí me quedé sentada un rato. Al levantarme,  nada de lo que estaba a mi alrededor estaba quieto, todo se movía, yo, caminaba por las paredes, por el techo y lo hacía como si una música oculta me obligara a bailar, quede frente a una puerta que inmediatamente se abrió y fui empujada hacia la habitación.  Un haz de luz daba vuelta e iluminaba la estancia, había mucha gente sentada, otros bailaban. En la barra había mesoneros preparaban bebidas y las llevaban a las mesas. Una música de rock sonaba. La mano invisible me guiaba, me llevaba mesa por mesa. Todos me saludaban efusivamente. La banda comenzó a tocar y de nuevo aquella mano me arrastro hasta la tarima y allí mi cuerpo cantaba pero ni yo misma entendía que canción era. Al terminar los aplausos eran ensordecedores, me levantaban en vilo me lanzaban arriba. De pronto estaba sola,  salí corriendo por un largo zaguán que daba a una escalera de mármol mohosa hasta llegar a la puerta del consultorio y  empecé a gritar pidiendo auxilio.  Una mano me zarandeaba. Le comente a mi madre ¡Que sueño horrible he tenido! y ella ni corta ni perezosa me dijo:- Púrguese que lo que tiene es  mala digestión.


…………………………………………………………………………………………………………………………...
LA   MAR  Y   EL   SOL
Marisol Delgado
                Como peces de diferentes colores y otras tantas aguas, así han pasado esos seres, se diría que aún no han terminado de pasar y sobre todo el último, tan reciente, aún no cerrado, tan dolido hasta los tuétanos y tan amado hasta el paroxismo. Me ahogo con mis palabras, al no poder conversar y hablar con él. El silencio es mi compañero y es a la vez como un yunque pesado sobre mi cuerpo, que apenas me deja respirar. Sé que este cuerpo no aguantará mucho, cada día que pasa está más enfermo y debilitado, tal vez y estoy segura, que estoy somatizando eso.                 Ahora le llegaba en oleadas, una marejada de recuerdos. Todos y cada uno de ellos dolorosos y muy sentidos, hasta morir, porque así es cuando se ama; “AMOR” significa: no te mueras.      Quiere decir que es vivir, el amor es vivir, pero vivir por, para y con, el bien, ¡que hermoso!
Al menos amé mucho y sé, estoy segura que fui y soy amada, he sido afortunada y a la vez sufrida en el amor, así es la vida que me tocó vivir, así.  Arriba fue planificado y yo lo acepte, antes de reencarnar aquí, pero como dueeeleee…, amar sin ser correspondida.  Ni una caricia, ni un beso, ni una palabra, ni un gesto, ni una cortesía, mucho menos un bien, solo desplantes, mentiras, desprecios, pasar desapercibida y muchas otras cosas que pasé y  aguanté.
La mar, furiosa, activa, penetrante, natural, salvaje y brava, tranquila, dulce y salada también, rauda y refrescante a la vez, fuente de toda la vida; limpieza y transmutación.  Sin embargo,           la mar, sola no podría existir, necesita de la energía solar, del calor, de la luz, del sol.  Sí, del astro rey. El sol. Se diría que son como una pareja, una arriba, otra abajo, pero pareja, ¡que redescubrimiento! La mar y el sol. Uno líquido, el agua y el otro aéreo el calor y la luz. Una fría  y el otro caliente. Dos polos opuestos, el yin y el yang, el blanco y el negro.   Dice la teoría de la física moderna del electromagnetismo: “polos opuestos se atraen y polos iguales se repelen ” ; también dice una máxima metafísica: “los opuestos se tocan, se acarician, se comprenden, pero infiero yo por todo lo que he vivido, sufrido y sentido, que no se juntan, se casan o viven. Gracias por esta reflexión de la Mar i el sol.  Firma Marisol.
……………………………………………………………………………………………

CONVERSACIONES TELEFÓNICAS
Antonio Piñero
¿Aló?, ¿Aló? ¿Fabiola? Chica, ¿Por qué te tardas tanto en responder tu celular? ¡Que vaina contigo! Y yo desesperada porque tengo algo sensacional que decirte, te juro que es una primicia, nadie más lo sabe. Así que me vas a oír, ya. ¡Ah y no me vayas a interrumpir! Te cuento que me fui a inscribir en la universidad, tú sabes, hoy finaliza la recepción de recaudos. Sí, si chica, como siempre lo dejé para última hora, pero no te creas que fui la única, había una cola que le dio vuelta al edificio. A la una salí del martirio ese. Me regresé en uno de esos buses lentísimos que dejan a una toda hedionda a humo. Pero que se va a hacer, con esta “pelazón” en la que yo he quedado.   ¿Y a que no adivinas quien venía en el asiento trasero? ¡Cáete pa´ tras! La “pinky”, esa misma, la que se la da de “buenota” y además de inteligente y culta. Pienso también fue a inscribirse. Ella al igual que nosotras se graduó de bachiller en julio. Mantenía una “cotorra” por su teléfono. Te digo que al oírla me asusté, aunque en cuanto a mí, nada que ver; no me ocurriría eso.
Ok, sí, “aterrizo”. Te comento: para oír más o menos bien, eché la cabeza hacia atrás lo más posible y me hice la dormida. ¡Hey! Hablaba con su novio, con su “empate” adorado. Ese que cuando andaba con él “no quería pisar el suelo”. Bueno, total allá ella, y escucha lo que le dijo al tipo: “Me dieron los resultados de la prueba de orina. Salió positivo. No hay necesidad de hacerme más pruebas. La propia bionalista, me atendió e indicó que no había lugar a dudas”. “chama”, y más clarito escuché cuando añadió: “Ay Alejandro, ¡estoy aterrada!, sabes que no cumpliré los dieciocho hasta enero del año que viene; ¡yo te lo advertía! ¡Podía suceder! ¡Me da miedo quedar embarazada!... “Ajá, y no eras tú quien pregonaba tanto conocimiento de métodos anticonceptivos, que el sistema del ritmo no se “pelaba”. Que con determinadas posiciones y formas de hacerlo no quedaba preñada. Que tú habías investigado bien eso… Y todo porque hacer el amor con condón no era igual”. Ah y agregó: “Coño, Alejandro, para ti es fácil todo, tú tienes tu trabajo de arquitecto en la empresa de tu papá, tienes auto nuevo y vives en esa casota. ¿Cómo que dices? ¿No tienes condiciones de mantener un hogar? ¿Qué?, ¿que puedes averiguar de un sitio que hacen qué?
Bueno, hasta aquí te echo el cuento amiga, el bus llegó a la parada y me bajé. Oye, mala suerte, debo dejarte, luego seguimos, mamá empezó con la cantaleta contra mí, según, por tanta habladera por teléfono.
  Maracaibo, 31 de julio de 2014.

domingo, 20 de julio de 2014

Apocalipsis (reflexiones de hace 30 años, aún vigentes)...



APOCALIPSIS

Estas reflexiones fueron escritas en la década de los años 80 y 90 y reflejan preocupaciones que nunca han dejado de existir en el ámbito social y político de Venezuela... Están de nuevo colocadas aquí como una simple evidencia.
 
Mis ideas iban y venían, estaba revolviéndome por dentro y claro que, no podía estar tranquilo, sentado frente al ventanal, ¿o acaso estaba en el suelo?, ¿entre sábanas?, sentía que las palabras me llegaban profundamente, plenas de sentimiento, dolidas, sí, habría de perseguirlas hasta el último hilo, nacerían de su boca y se unirían en frases, emergiendo de una oscura caverna de resentimiento. Sus ojos vidriosos cubiertos por una húmeda película se movían inquietos, se diría que iban tras las palabras, guiñándolos, dejaban ver minúsculos trazos superficiales que circunscribían su mirada, grietas discretas de un brillo metálico, nunca llegarían a ser verdaderas arrugas, tras sus cejas pobladas resaltaba la profundidad de su mirada protegiendo cual erizo el habitáculo de sus más tristes sentimientos, de sus más acongojadas visiones. Así pues, comencé a escuchar con atención las palabras que una a una irían emergiendo atropelladamente de su boca, torcida en un amargo rictus, plena de acíbar, en ocasiones llevándose las manos al pecho como si todo lo que  me confiaba le produjese un intenso dolor...

En el fondo de mi conciencia creo que me gustaría poder vivir en otra época, no quisiera haber tenido que ver lo que ha sido de nosotros. Nos ha ocurrido esto y no lo puedo creer. El deterioro ha sido tórpido, como una enfermedad incurable, pero el desenlace se adivina violento, demasiado rápido. Me gustaría sentirme entre mis pujantes guerreros, jóvenes de ideas firmes, de agresivas convicciones. Al fin y al cabo, ellos, los jóvenes, son nuestra última esperanza, son ellos quienes deberán derribar las estructuras caducas de este sistema, de toda la patraña que nos está llevando a ésta extremosa situación. Quiero pensar que ellos si serán capaces... 

Entonces creí percibir una inquietud en su mirada, la erosión del tiempo parecía haber llenado de meandros su memoria, los recuerdos quizás jugaban con su imaginación, pero ya estábamos al final de la jornada y me sentía encallado en los bajíos, encharcado en los manglares, chapoteando en el estuario lleno de escombros, en la desembocadura del río de la vida, y pensé en lo peligroso que podía resultar el confundir los deseos con la realidad cambiante de los hechos. Entonces él continuó hablándome...

Hay un dicho muy cierto que señala que nadie es profeta en su tierra, pero en ocasiones es como para deprimirse, ¡tantos esfuerzos y solo reveses!, desilusiones, fracasos, golpes, tan duros, que lo que le provoca a uno es sentarse a la vera del camino y echarse a llorar, días enteros... Te decía antes que confiaba en los jóvenes, pero en estos casos uno se pregunta... ¿Dónde están? Te juro que los he buscado. Como un Diógenes. Recuerdo horrorizado la inmensa indiferencia, el silencio circundante, un vacío espantoso, una pasividad aterradora, y yo con mi lámpara he luchado por alumbrar los intentos de creatividad en medio de aquella quietud desesperante, pero no oí nada, solo escuché aullidos de silencio, nunca me plantearon las nuevas opciones, ¿desinterés?, ¿inmovilidad?, ¿era acaso un cierto pacifismo?, tal vez la paz absurda de quien se sabe manipulado y lo tolera resignado, lo pensé…

Entonces sentí que debía terciar un poco, en realidad, podía tratar de ser menos intransigente, de veras quería a toda costa ayudar lo pues él parecía estar bajo el peso de una honda depresión ante el momento que estábamos viviendo. Él prosiguió...

-Bajo la tranquila sombra de los valores que les inculcamos, tú los viste nacer y crecer , no lo negarás, ellos  solo conocían el poder del dinero, y no nos hubiesen creído si a gritos les hubieras avisado que estaban jugando con ellos, todo era parte de un orden pre establecido y no páramos la conjura, no quisimos ni siquiera intentar detener la rueda, era un solo parámetro, un solo rumbo, el yo primero...  Estimulamos un egoísmo cerval y lo acicatearon los genios creadores de las cosas, la ilusión de tener muchas cosas, ¡eran tantas!, los fuimos rodeando de ellas, las indispensables, las necesarias, las superfluas, las más fútiles, solo materia...

Mi intención era interrumpirle y darle apoyo, más que para procurar la defensa de la juventud cuestionada o para enunciar un mea culpa, para tranquilizarlo, pero me costó mucho vislumbrar un argumento de peso en mi conciencia y sin darme tiempo, él prosiguió hablando mientras su mirada se perdía a lo lejos, a través del ventanal.

Tú si supiste reconocer ese éxtasis, aquella tranquilidad espiritual, la pasividad, especie de rémora, era una pose de evasión, nada te estimula, estás ante la pantalla y todo ocurre allí, adentro, estás enquistado, en un capullo, disfrutas de tu cocaína audiovisual y no te involucras, es tu aislamiento personalizado, y dejas que todo te penetre, te dejas hacer, los polvos te lavan, el homicidio ni te excita, el sadismo y la violencia te dejan frió, el sexo y el juego te ponen en las posturas más adecuadas, las foráneas, te gustan, dan nota, y no te ves involucrado, disfrutas de la jerigonza apocalíptica ante la caja cuadrada, sentadito, desde niño, te dejas penetrar por los oídos, por los poros, por los conos y los bastones en tu mácula y de regreso de tu corteza, estiras la mano y el producto pasa a tu boca, se unta en tu cuerpo, revienta en tu tímpano, lo disfrutas, es el concierto de los genios maléficos, te han dominado, estás en sus garras, los dueños del emporio, los canallescos gordos peces de albo collarete, los que controlan “los medios”. ¡Había tanto que vender!  Era el país privilegiado, el de la opulencia, los años de la Arabia, del vórtice y la paranoia colectiva, con espasmos, era la gran corrupción, el auge y el progreso para una riqueza fácil, los hijos del petróleo, ilícitos, millones y millones, escocés en las rocas, y mientras la nación se debatía desorientada en la maraña del consumismo, se estremecía con las caricias de los traficantes y depredadores de la narcoindustria. Todavía, los ilusos pensábamos que despertaríamos algún día de aquella horrenda pesadilla. La música de fondo sonaba estridente, los bronces de los genios del mal, los señores del poder,  ofrecían una magistral interpretación, y no era el cuatro ni un arpa, no habían capachos ni bandolas, no portaban maracas, eran luces multicolores centelleantes que pintaban estridentes  sonidos en idioma anglosajón. El culpable, porque siempre hay un culpable, sin duda, fue el negro excremento del demonio que vibra en las entrañas de la patria, es negro, es tóxico, flojo, untuoso, nace y se retuerce entre el lodo, es fácil inculparlo, negro y sucio, tan culpable como su madre natura, digámoslo con honestidad y sin vergüenza...  ¿No seríamos nosotros mismos los culpables, los responsables de todo lo malo?, ¿no sería que no supimos darle un buen uso al recurso? Lo dilapidamos, nunca lo sembramos, lo encumbramos, les enseñamos a los infantes, les informamos a los niños, les inculcamos a los adolescentes, se los ofrecimos, era él, por él, para él, y por siempre jamás. ¿Cuáles serían los ideales?, el juego, ¿la finalidad?, el trueque, ¿el objetivo?, la felicidad... No interpongas filosofías, ni ideas en desuso, decadentes conceptos, ridiculeces moralizantes, la felicidad es por demás accesible, se compra, se  acapara, se embotella, se importa, es atomizable, aprietas un dedo y hela allí, el éxito aparece, llegas al status, gastas, tienes clase, poder, libertad, disfrutar, consumir, adquirir, con cachet, tu nave, una nota, la jeva, la propia, los chamos, un viaje, ¡es ácida!, los datos, mi cuadro, preciso, de estreno, debuta, los vídeos, no entiendes, no importa, ¡ay vale!, ¿lo sientes?, se grita, no hay tiempo, mañana, ¡no pana!, que suave, ¡ni pienses!, o sea, no hay taim, ¿tu lees?, ¡que frick!  El contagio colectivo al que fuimos sometidos por aquella peste negra, nos llevó como a flagelantes medievales, o sanviteros apoplécticos, a correr, año tras año, desesperados, sin voltear, íbamos tras él, hacia él, siguiendo al flautista, tristes ratas llenas de gordas pulgas que chupaban las pasteurellas, engordando, listas para diseminar en bubones purulentos la peste negra, la peste loca... Una pandemia, sin duda alguna, porqué se corrió la onda, llevada por los satélites llegó hasta los más apartados rincones de los más remotos parajes en los más distantes países, todos éramos usuarios, un gran mercado, y las computadoras programaban la mente de los niños y destelleantes alucinaban a los jóvenes engrosando las filas de las marionetas consumistas, y todo aquello, gracias a los peces gordos, ¿tantos?, ¿dónde estaban?, ¿cuántos eran?, ellos se volvieron expertos en la utilización perversa de los medios y del avance tecnológico, bastaba pulsar teclas, integrados, sistematizados, graficados iban quedando, computarizados por la magia del progreso, la maravilla tecnológica audiovisual, los genios sonreídos, la calma y el silencio, disimulados, ¡había que estar en algo!, ¿y los beneficiarios tras las bambalinas? ¿Los grandes capitales?, los inversionistas, cientos de miles de millones, no hay comida, dólares, circuitos, hay miseria, software, hay hambre, hardware, ¡falacias! ¡Compatriotas!  Entonces vino el otro coletazo, el flagelo de las hojitas verdes, el polvillo blanco y los dólares, los verdes billetes, el andamiaje todo, con cables, reactores, satélites, aeropuertos y, ¡listos, partida!, allá van parejos, la distribución y el consumo, ¡ahora si los jodimos!, están controlados, se lo creían ellos cuando toda la parafernalia se les vino guardabajo, el aparataje de los falsos valores se volteó contra los corruptos y llegaron a perder el control,  sin poder soportar el peso de millones de kilogramos de basura y excrementos, todo el sistema los aplastó sin consideración alguna, sin poder sostenerse, de manera inmisericorde, todos fueron víctimas de la más espantosa entropía...

Pensé que el desconocimiento de la ley nunca iba a exonerarnos de las culpas, así que aunque supiéramos o no, pensáramos, creyéramos o no, solo andaríamos a estas alturas buscando justificaciones, algún perdón, ¿para quienes? También hubo algunos jóvenes que estaban lúcidos, lucharon sí, unos pocos... Quedé silencioso. No era posible refutar nada y aunque entendiésemos ahora como había sido montado todo el proceso del engaño. Ya era muy tarde para buscar tablas de salvación. Como si estuviese escuchándome, mi apesadumbrado amigo me dijo con sorna… 

Este es un apocalipsis de mierda y es que todos estamos en la misma madeja, dentro del ovillo, sin salida. Unos gozaron más que otros, pero ahora, ¿que más da?, ¿para que lamentarnos? La historia, siempre cíclica y repetitiva, nos mostró en el siglo catorce como el horror llegaba arrasando provocado por la ignorancia, la muerte llegaba como un ala negra y nadie podía comprender el porqué de aquel inevitable castigo... Ahora la desesperación es consecuencia de los avances tecnológicos y de la exaltación de lo que el hombre decidió considerar como el progreso de la civilización. El último día, nos encuentra desguarnecidos, desnudos, arropándonos tan solo con una raída manta de terror que lejos de cubrir nuestros miembros para calentarnos, nos sofoca.

Me quedé mirando el cielo a través del ventanal, parecía un incendio e iba tornándose púrpura. Había fulgurado varias veces durante nuestra conversación y entonces creí comprender por qué era tan grande su decepción. Se produjo un intenso resplandor violáceo y recapacité, ciertamente era ya tarde para recomenzar, para rectificar... Hacía ya un par de horas que la maquinaria estaba silenciosa y en oleadas calientes, con un hormigueo amargo y fétido nos estaban llegando las primeras emanaciones de polvo radioactivo. Mi amigo dijo compungido...

Ya poco nos importa el estado de putrefacción política, de descomposición económica, de degradación cultural y todas las aberraciones de la ética que han caracterizado a nuestra sociedad actual... Es tarde. Todo se está consumiendo en esta tolvanera cósmica. Consumantum est. ¿Los gajos? No brotaron. ¿Qué será de nuestra última esperanza y de nuestros más caros anhelos? Ya estamos aspirando los primeros efluvios de radioactividad...

En sus ojos vidriosos creció la humedad hasta nacer dos gruesas lágrimas que surcaron sus mejillas de estaño. Centellaban las gotas reflejando el espectáculo que se nos ofrecía a través del ventanal, y pensé, ¡lloras!, pero, ¿qué podemos hacer?  La noche está llegando para cubrirnos para siempre jamás. Creí sentir una tenaza de miedo en la garganta. Acaso podría existir una chispa de esperanza, un rescoldo de tiempo, ¿una brizna de ilusión? Podría existir alguna fórmula mágica, un secreto no desvelado, un milagro, ¿cómo vencer a los todopoderosos? … ¡Ya era tan tarde!  Al anochecer de todas las vidas, en un tremedal, enredados entre líquenes y musgosas parásitas, en los bajíos gredosos, sin remedio aspirábamos ya la vaharada tibia y hormigueante de polvo radioactivo, sentados frente al ventanal... Se me ocurrió entonces que estaba en las montañas de los Humocaros, tal vez en Humocaro Alto, y volví a ver el cielo brillando, en una noche de enero, fresca, con olor de helechos en la tierra húmeda, de monte y de hierbas salvajes, allí echado sobre el pasto con el chirrido de los grillos y miríadas de insectos trepidantes, me bastó con pestañear y volví a ver cientos de cocuyos parpadeando en la tierra y miles de estrellas brillando intensamente arriba, todos ellos, cielo y tierra, refulgentes, y entonces me volví a sentir pletórico de ideales, percibí cuan hermoso había sido soñar con una patria grande, patria madre, con hazañas de próceres, hijos, creer que podíamos desatar ataduras que nos anudaban desde los tiempos de los colonizadores, un futuro de igualdad para todos, con amor, sin más hambre, sin más corruptelas, ni explotaciones, una patria auténtica, la de los abuelos, la de mis nietos, un país... Al abrir los ojos pensé que todo aquello había sido, ridículamente hermoso. Cautelosamente miré hacia el techo, vi la ventana brillando en la oscuridad de la noche lunar y todavía con una extraña sensación de miedo, me abracé a ella, sintiendo el calor reconfortante de su piel morena. Mi corazón aún palpitaba acelerado cuando me dijo al oído. Quédate tranquilo, duérmete que mañana debes madrugar para ir al trabajo.

ORIGINAL MODIFICADO DE : Entropía Tropical (novela: Ediluz, 2003). Texto intitulado “Apocalipsis”  publicado inicialmente en  “Reflexiones de un anatomopatólogo” (SVAP, 1991)

lunes, 14 de julio de 2014

Apuntes para una novela ...



Fragmento de “apuntes para una novela” 
Conversación entre dos viejos amigos que recoge las memorias de “Murmullo” relatadas por “El castor enano”.
… Durante la semana, la veías y la veías. Su cola de caballo iba de un lado a otro ante vos, en tu pupitre predestinado, para con ella, pues otra era la cosa con las demás, ya que todas las hembritas llevaban su uniforme azul y no importaba si eran primas o amigas de ella. Todas estudiaban y ella, supuestamente era tan solo otra compañera de estudios. Eso decías vos quien muchas veces fuiste semanero en el Liceo y pensabas... Por vivir en quinto patio... Te había dado por escuchar un casette de Pedro Infante... desprecias mis besos… Al fin te atreviste y tiernamente imaginaste aquello de, el cariño verdadero, la esperaste de pie junto al filtro de agua y allí se decidió el asunto. Estudiaremos juntos. Sin mentiras ni maldad. Como si fueras un grande liga, vos que eras fanático del equipo “Gavilanes” te sentiste en una jugada de “filder choice”. Así fue como me lo contaste. Vos, como gavilanero que eras, de los que siempre que podías ibas al estadio para ver los juegos de pelota, y a pesar de que deportivamente en el colegio preferías actuar como un decidido futbolista, utilizaste en aquel momento la expresión de “filder choice” posiblemente por creerla más cerca de la realidad. Regresaste a comentarme entonces, sobre tu amigo Rómulo, y yo preocupado te vi penetrar nuevamente en las nieblas del riachuelo, quien sabe si aferrado al recuerdo de los cantos de La Divina Comedia, y me toco escucharte relatarme los detalles de cuando con Rómulo salías de Liceo “a pegártela” con cerveza en algunas taguaras y botiquines de mala muerte. Lo que hacían era tan solo beber cerveza helada, “cervecearnos” me dijiste, tratando quizás de no mezclar tus andanzas con Rómulo y tus avances amatorios con AnaCristina, de esta manera, pasaste a explicarme como creían Rómulo y vos, que deberían enfrentar ciertas desgracias capitales. Según Rómulo era la maldad del mundo y otras cosas horrendas mayormente desconocidas para vos, pero dada la situación de los dos, ambos parecían dispuestos a ingresar en un novedoso grupo, el de los peores. Así consideraste ante mí como aquel asunto cruel con un trasfondo religioso había sido un  golpe bajo, y bastante fuerte, de modo tal que no podía negarse que la reacción era exagerada, y me planteaste que tal vez se debió todo a la carencia de algún asesoramiento, una voz aclaratoria, alguien que hubiese tratado al menos conversar sobre el asunto, pero no llegué nunca a saber si fueron incapaces de asimilar aquello que vos denominaste, una especie de “coñiza psicológica”, e insististe en que te referías particularmente a la padecida por el buen Rómulo. No obstante fuiste capaz de reconocer ante mí como el golpe había sido lo suficientemente duro como para torcer el rumbo de sus vidas y era evidente, que no tenías ni idea de si acaso todo aquello a largo plazo les habría de costar caro. Pensativo y sonriente me dijiste que quizás para la época llegaste a creer que sería en el otro mundo donde te enterarías. Así te expresaste, dubitativo. Sin querer hacerme creer que todo aquello era una broma, insististe de lo más serio, en que ambos, por cuenta propia, decidieron estar en el “in-fight” nada más y nada menos que con Satanás y su combo de ángeles perversos. Recuerdo que me los describiste, los veías, arreguindados a las cuerdas y chiflándoles desde la esquina, dándoles miles de instrucciones en un lenguaje escatológico, y era evidente que con el second que se gastaban, “in the corner”, así me lo pintaste, y podían escuchar como arengas los improperios y de maldiciones desvergonzantes les llegaban e que iban todas dirigidas a consolidar aquella frase de, “seguid el ejemplo” y, no era “el ejemplo” de nuestro trajinado himno nacional de la República, recantado y popularizado hasta el desgaste, era, mirar al adalid, sopesarlo y decir, ¡que carajo!, vamos con él, seamos como él, y luego me explicaste que habían decidido utilizar el tono y refranes de gallego, los que acostumbraban escuchar en boca de El Perico cuando se enfurecía, y con la arrechera reconcentrada que tenían ambos gritaban vociferentes, ¡que se vayan a tomar por el culo! De aquella manera, tal parecía ser que ambos habían llegado a la sabia decisión de no tomarse el asunto tan a pecho. En el fondo me explicaste que la determinación para los dos conllevaba una seguridad interna, refrescante si se quiere, y era la presunción de que iban a gozar “más que un chino en bicicleta”. Yo te pedí que le diésemos ya punto final a la diatriba diabólica en la que estabas enfrascado, para pasar a aquello que inicialmente me estabas relatando sobre la manera de cómo y cuan suavemente ya totalmente enamorisqueado, lograste penetrar en la mansión de AnaCristina. Aceptaste mi idea y me dijiste, que sí, y que inicialmente lo habías hecho como un simple compañero de estudios, evidentemente. Después, ya lograda la penetración en la mansión y admirado con los descubrimientos sobre el lujo y el boato, con chisquetes medio churriguerescos, marcos repujados en oro con imágenes coloniales de vírgenes y santos en las paredes de algunos salones, ella y vos llegaron a un acuerdo en común. Ambos, decidieron y lo reafirmaron categóricamente: estudiaremos en la Facultad de Medicina, y punto. Recuerdo cuando me relataste ésta parte de tu historia, cerraste momentáneamente los ojos y después sonriente me explicaste que no sabías por qué, pero que creías de momento haber percibido el sonido de la aguja arañando el surco de la pasta negra de un disco de 45, mientras “Caslitos” comenzaba a balbucear, sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando. Como una ola, la música pareció envolverte al recordar cuando, ya y desde aquel entonces, habías iniciado con Rómulo tus periplos tangueros. Eran varias las rockolas de las taguaras que visitaban para beber cerveza, donde creían tener los cuarenta y cinco perfectamente ubicados y en ellas cantaba de preferencia el morocho del Abasto. Me relataste que por esas y otras tantas vainas de la existencia, ni vos ni Rómulo se preocupaban mucho de “el que dirán”. Tanguerosos y taguarosos, eran muy buenos los ratos que pasaban, pues riendo insististe en que, ya para lo que había que ver, bastaba un cíclope; de modo que ambos, vos y tu amigo en tan corto plazo creían haberlo visto todo. Unos meses después de la sorprendente revelación, decidieron que existían otras personas de quienes ocuparse, de sus vidas y de sus obras, y ellas podían ser, desde peloteros criollos como Aparicio o Dalmiro Finol, grandes ligas como Sandy Koufax y Mickey Mantle, o hasta la mismísima Tongolele con su mechón blanco en la frente. Vos recordaste a la cantante y el despelote en el cine “Estrella” cuando la rumbera fue acosada por el público y me decías que se habló de aquel desorden donde algunos afirmaban haber percibido como la Tongo tenía, ¡más carne movediza que el carrizo! Esas historias eran cuentos en la boca de otros, puesto que los dos amigos, tenían personas más cercanas, de carne y hueso, para probar lo que denominaban “el rascabucheo” y allí estaban para los compartir las hermanitas Sheila y Nola y más aún, en particular por lo que a vos te tocaba, existía, ¡la sin par Zobeida!, todas ellas se encargaron de disipar de las juveniles mentes de ambos amigos los ejemplos de lo que en el colegio denominaban los ideales de “nobleza y de virtud”. En aquellos días comenzaron a estudiar los caballos y a saber sobre sus pesos, su velocidad y la monta de cada jockey, estas cuentas las sacaban olvidando el álgebra, y los conocimientos de matemáticas se derivaban hacia los traqueos hípicos. Habían decidido cambiar de actitud y las visitas a los barrios marginales para impartir el catecismo los domingos fueron entonces sustituidas por la visita vespertina y nocturna a las taguaras donde se bebían varias cervezas algunas veces y otras hasta llenar las mesas con botellitas ambarinas, como sucedía algunos sábados o los viernes por la noche, o se acercaban hasta el hipódromo de La Limpia para ir conversando con los jockeys y los preparadores de los caballos, intentando prescisar los datos necesarios para ganar en las carreras. Si bien todo era ilógico y muy drástico, como la vida, misma, un tanto absurda, las aventuras del binomio Rómulo&Murmullo, comenzaban a dar, como se decía para la época, “más funciones que El Variedades”. Desde niños, ambos amigos quienes se habían compenetrado en una sola idea, decían ser hermanos de sangre, y hasta crearon una supuesta sociedad secreta que denominaban “La cofradía del Dragón”, para aquellos días, los patrones de conducta de ambos eran similares y los derroteros parecían ir en paralelo con una solidaridad inquebrantable. Estábamos en la misma barca. Así me lo comentaste y yo recuerdo que pensé en la nave de los locos, el cuadro aquel de El Bosco. Todo esto se dio al conversar vos sobre la música que escuchaban en aquellos tempos, señalándome que para la época, surgían en tu mente ideas raras y muchas veces te llegaban dizque en forma de cántigas que en ocasiones parecían nacer de lo más profundo de tu corazón. Alternaban en tu cerbero los compases de algunos himnos religiosos con los tangos arrabaleros, lo cual me parecía a mí, que era una contradicción musical. Pero así me lo expresaste y yo entendí que los tangos se les habían metido muy adentro, tanto que en una oportunidad entornando la mirada, memorioso, llegaste a entonar algún tango para luego silenciarte. Me explicaste que también podías musitar algunas de las canciones marianas aprendidas en tu más tierna infancia. Fue en aquel momento cuando me hablaste del texto de un determinado tango, uno de amargas palabras que me decías, parecían estar “piantadas en el rencor”. El tango era de Rafael Rossi, y de Antonio Podestá, un uruguayo apodado “el gauchito” quien había escrito la maravillosa letra del mismo el año 1931. Esto me lo relataste de lo más sereno, para luego explicarme, que la letra les caía cómo anillo al dedo y mientras detalladamente, me contabas como lo había cantado Alfredo Sadel, y me decías que era un tango fantástico, incomparable, y cuan emocionante era para vos sentir el bandoneón gimiendo. Sin embargo vos y Rómulo, preferían escucharlo en la voz de Carlitos Gardel con sus guitarras sonando detrás de El Zorzal, en una vieja grabación del sello Odeón y era esa, su interpretación, la que más les gustaba. Estas palabras las murmuraste casi cuando fuiste directo a las estrofas que te inquietaban y siendo capaz de recordarlas las cantaste en vos baja pero emocionado, después de tantos años. “Yo quiero morir conmigo, sin confesión y sin Dios, crucificao en mis penas como abrazao a un rencor. Me confesaste entonces que era mucho el rencor y el desencanto, y de como pasaban horas pegados a varias rockola donde los tangos eran la especialidad de algunas de las taguaras donde recalaban para cervecearse. Los tangos y la cerveza comenzaron a hacerles sentir que aquella música estaba metida muy adentro del corazón y sus letras funambulescas pasarían a ser parte de aquel extraño padecer. Parecían estar convencidos de que nada le debían a la vida, y llegarían a aprenderse aquellas estrofas sin saber muy bien lo que expresaban realmente, pero que ambos repetían. Yo no quiero la comedia de las lágrimas sinceras, ni palabras de consuelo, no ando en busca de un perdón; no pretendo sacramentos ni palabras funebreras: me le entrego mansamente como me entregué al botón. Me contaste entonces como al contrario de Rómulo, vos nunca llegaste a perder totalmente la fe, y para explicarme tu situación dijiste ser como el pecador que cae y se levanta, pues sabías que ibas a volver a caerte, y si te daba vergüenza meter la pata, te callabas, y así, haciéndote el loco, supuestamente te fuiste retirando, alejándote, apartándote según tu propia expresión, de la misericordiosa presencia de Dios, porque estabas convencido de que ibas a reincidir, y además, gozabas de las ventajas de la confesión, sabías que serías de nuevo perdonado, y todavía pensabas que en el fondo, Él lo sabía. Te pregunté entonces si aquello sería una pérdida de la fe, o una viveza tuya para excusar las fallas de tu voluntad. Vos tan solo insististe en que así de drástico había sido todo y recordaste como tu padre te repetía la frase de que, “árbol que nace torcido nunca su tronco endereza”. Las desavenencias con tu padre, en particular  los conflictos que se generaron alrededor de tus amores con Sheila, que pudiesen ser interpretados como cosas de muchacho joven e inexperto, pasaron a transformarse en graves situaciones con pleitos familiares. Rómulo y vos en aquellos días hablaron muchas veces sobre todas las cosas que les sucedían y de cómo habría de ser el futuro al saberse involucrados en temas que a la gente no le gustaba revolver, cosas de fondo, como discutir sobre la existencia del cielo y del infierno, y llegaron en varias ocasiones a considerar evaluar de nuevo los hechos y si acaso valdría la pena rectificar y ceder un poco en medio de las drásticas decisiones que habían adoptado. Era importante imaginar si acaso sería más saludable perdonar y olvidar, pero Rómulo, me explicaste, con sobrada razón estaba duro, él no podría perdonar a su madre y menos aún a Iñaki Machim, y cada vez que entraban a conversar sobre el endemoniado tema Rómulo terminaba cogiendo una borrachera de Padre y muy Señor mío. Así me lo contaste, recordando también que aquella había sido una época de graves peleas con tu padre, el insigne Ezequiel, quien para vos era el propio profeta de los tiempos del cautiverio babilónico, él, dispéptico crónico, lector compulsivo de la Biblia, me dijiste que parecía ser un protestante, adventista, “testículo de Jehová” lo denominaste, por cuanto te fastidiaba con una permanente citadera de las Sagradas Escrituras hasta que, llegó un momento cuando le dijiste, “chau contigo” y te largaste de tu casa sin haber concluido tus estudios de bachillerato. Te fuiste a vivir con las Villavicente en el barrio de La Pomona y yo me figuro que la impresión de tu viejo habría sido terrible. Hartos de tanto respeto y orden, vos y tu amigo parecían decididos a desertar del mundo familiar. Rómulo se había quedado atrás en los estudios, había perdido el tercer año de bachillerato, se lo pegaba parejo y agarraba unas borracheras vomitivas de las denominadas “abraza poseta”. Lo expulsaron del colegio. Vos viviste unos meses a que las Villavicente y al regresar a tu casa te enviaron interno para que no perdieses como tu amigo el año escolar. Realmente decidiste, afortunadamente diría yo, tratar de enseriarte en los estudios, y así llegarías a salir del colegio e ingresar al Liceo. Entonces deteniendo tu relato, me preguntaste con curiosidad que si acaso yo nunca había sido tanguero… Yo, creo que en el fondo sentía no haber compartido con él y con Rómulo aquellos años de parranda, y por eso le dije que sí. ¿Quién no lo ha sido?, le respondí insistiendo que en cualquier ciudad de América, en Medellín, en Maracaibo, en Los Andes, los tangos han sido parte de nuestra cultura musical y nos hablan de los conflictos citadinos, de amores y desengaños, primariamente. Esto le respondí al buen Murmullo y le hablé sobre El día que me quieras, le comenté que realmente el tango de Gardel fue sacado de una poesía de Amado Nervo, el mexicano poeta. Son las cosas de la poesía, le dije y añadí, que más extraño podría parecerle saber qué él mismo Amado Nervo escribió otro poema que dice, “Si tú me dices ven lo dejo todo” y a propósito de esa canción lo obligué a regresar al tema de sus enamoramientos juveniles, para que saliese de sus rencores alrededor del asunto religioso. Así fue como pude escuchar a mi amigo Murmullo aceptando que su vida en aquellos tiempos era un desastre. Ya le había perdido la pista a Zobeida y cuando se enredó con Elsa, viviendo en la casa de Sheila y Nola. Elsa era prima de las Villavicente. Sin duda alguna, la idea de meterse a cura, o de ser jesuita ya se había difuminado absolutamente de su mente y así fue como concluiría el bachillerato para entrar a estudiar en el Liceo, donde en dos platos podría resumirse la cuestión diciendo que allí se enamoraría de una cola de caballo que finalizaría por ser su mujer…