jueves, 27 de febrero de 2014

EL AÑO DE LA LEPRA ( novela )



El año de la lepra
Colección de narrativa Salvador Garmendia

El año de la lepra
 Jorge García Tamayo, 2011
1era edición, 2011 Colección de Narrativa Salvador Garmendia
De esta edición Ediciones El otro, el mismo Editor Víctor Bravo
Ediciones El otro, el mismo edicioneselotro@gmail.com
Hecho el Depósito de Ley:
Depósito Legal: F89220118002861
ISBN: 978-980-6523-85-2
Imagen de portada Francisco de Goya. Brujos en el aire, 1797-1798. Óleo sobre lienzo, 43,5 x 31,5 cm. Madrid, Museo del Prado. Diseño y diagramación
José Gregorio Vásquez Impresión Talleres Gráficos UniversitariosMérida, Venezuela  Impreso en Venezuela


Epígrafe
Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Jorge Luís Borges “Everness”


Nota:
Aunque por esta narración circulen numerosos personajes reales, de esos que
existen, o que han existido y algunos de ellos hasta han hecho historia, lo
que se describe a continuación, conviene catalogarlo como una novela y por
lo tanto, en su mayor parte pertenece al territorio de la ficción.


Al releer el texto de lo aquí escrito, debo aclarar que no soy solo yo el autor de este farragoso manuscrito. Están incluidos retazos del diario de la mujer de Alejo, también parte de lo que, como él dice, ha “garrapateado” en sus cuadernos. Igualmente he utilizado la trascripciónde algunas grabaciones suyas en cintas magnetofónicas, y varias resmas de papel escritas de su puño y letra. Presiento que todo esto puede ser interpretado como una novela y como tal, podría parecer una obra disparatada, plena de episodios inverosímiles, fácilmente aceptada como producto de una calenturienta imaginación.
Debo señalar que estoy fuera de mi país por motivos ajenos a mi voluntad, y no temo represalias, aunque tampoco hay acusación formal alguna que pese sobre mí. Lo mismo puedo decir sobre Alejo. Quizás
apoyándome en esto, he aceptado trabajar en su extenso manuscrito convencido de que necesitamos relatar lo que vivimos, aunque parezca pertenecer al territorio de la ficción. Así pues, no tuvimos otro remedio y ambos nos lanzamos al ruedo literario en una lidia al alimón.
Durante meses me he dedicado por entero a organizar sus notas y las mías, siempre tratando de ordenar en mi mente una secuencia que pueda parecer lógica. Me he esforzado por mirar los hechos desde afuera,
desapasionadamente y sin querer interferir opinando como un ser omnisciente. Serán vidas ajenas las que desnudaremos y algunos de los personajes, puede que todavía corran peligro. Estoy convencido de que
ha sido una decisión acertada mantenernos en lo que llaman ahora, un bajo perfil. Al final si logramos que nos lean, será un triunfo, y vivo con la ilusión de que tendremos suerte y podremos disfrutar de la receptividad de los lectores.
  1. Sarmiento
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CAPITULO   1

Viernes 3 de septiembre de 1871; 6.00 am

El doctor Luís Daniel Beauperthuy dormía intranquilo en su hamaca cuando creyó despertar sintiendo una trepidación y un fuerte dolor dentro de su cráneo. Aspiraba estertorosamente. Sentía que se asfixiaba y su cuerpo se agitó quejándose por unos momentos…
Lorencita Rubio, era la esposa de José Beauperthuy, uno de los sobrinos del doctor Luís Daniel. Ella era una joven cumanesa y hacía menos de una año que se habían casado. A José le gustaba la Medicina, él era hijo de Felipe, un hermano del doctor residenciado en Maturín desde su juventud. José había trabajado con su tío en Cumaná, y desde su llegada a Bartica–Point, le ayudaba llevando en ocasiones a algunos de sus pacientes hasta Demerara donde vivían mejorando paulatinamente.
Fue Lorencita quien sintió la respiración agitada del tío en la otra habitación por lo que se levantó de su hamaca. Luís Daniel de su puño y letra, había ido plasmando sus impresiones en los papeles que guardaba en el armario, único mueble en su pequeña habitación de la casa de madera a orillas del río. Aquella noche escribió hasta muy tarde…
“La tarea que me he impuesto es considerable y se extiende al estudio
de las enfermedades que constituyen en cierto modo la patología
sola entera. Es el examen de todos los tejidos de la economía en el
estado patológico; no el estudio de las masas, sino de los elementos
por decirlo así atómicos, únicos en mi opinión que pueden revelar su
naturaleza entera. Un plan tan vasto, una empresa tan gigantesca, son
superiores a la actividad de un solo hombre”.
La hoja de papel había quedado sobre la mesa de madera. Sus palabras escritas mostraban un ligero temblor en la caligrafía y la tinta había salpicado al fi nal donde insistía en lo difícil que para un hombre resultaba haber acometido aquella empresa. Los elementos vivos, los animáculos, los
seres microscópicos invisibles que él sí conocía, estaban presentes en sus enfermos, eran para él unos seres externos, gérmenes causales de las enfermedades, sobre los que él había escrito y les había señalado como responsables de diversos males. Él los intuía…
“Hay algo en la lepra que altera la respiración de la piel”.
Sobre la mesa habían quedado esa noche un par de páginas y el tintero abierto. La pluma yacía en el suelo. Luís Daniel sabía que el agua pura era tan solo hidrógeno y oxígeno, pero también le constaba que ésta podía contaminarse. Lavoisier el químico francés ya lo había descrito, oxígeno e hidrógeno, eran los elementos de la respiración animal. En el aire flotaban los gérmenes, los animáculos, y él estaba convencido de que los tipularios bien podían transmitirlos y con ellos aparecerían las enfermedades. Estaba persuadido de que no existen los miasmas, de que no hay generación espontánea. Todo resultaba tan claro para él. Ya lo había demostrado años atrás el italiano Spellanzani.

José despertó al escuchar a su mujer llorando en la habitación del médico. Cuando ella entró al cuarto contiguo, la hamaca del doctor ya  estaba inmóvil. Pronto comprobaron que el doctor Luís Daniel ya no
respiraba. Al constatar que éste había fallecido, entre ambos trasladaron su cuerpo desde su hamaca hasta una cama. Al amanecer de ese día viernes 3 de septiembre del año 1871 José salió de la casa de madera
para buscar ayuda.
Comenzaba a clarear un nuevo día cuando José contactó a un vecino amigo y le pidió les avisara sobre la tragedia a los colegas de su tío. A quienes se encontrasen de guardia en la isla Kaow, en medio del río
Esequibo, esto les dijo, ya cerca del mediodía. Más tarde, dado el calor y la humedad del ambiente, consideraron que sería preferible gestionar la mejor manera de darle cristiana sepultura al cadáver de Luís Daniel, de ser posible esa misma tarde en el cementerio de Bartica Point. Julio Beauperthuy decidió que los restos mortales de su tío, fuesen enterrados en Bartica Grove, para lo cual hizo las diligencias pertinentes con el cura de una pequeña iglesia católica y con las autoridades de manera que las exequias se cumplieron al atardecer y en presencia de los sobrinos, el cura y algunos vecinos, el doctor Luís Daniel Beauperthuy fue sepultado en el pequeño cementerio de Bartica.

Un par de meses más tarde, por exigencia de su Excelencia el Gobernador de la Guayana Británica, el cadáver fue exhumado y trasladado para ser enterrado nuevamente en el bello Cementerio de los Oficiales del Establecimiento Penitenciario de Mazaruni River. En esa ocasión, tras los preparativos para el sepelio llevados adelante por el Capitán Tkyford, el cortejo fúnebre fue presidido por el Gobernador de la Colonia,
el Justicia Mayor, el Superintendente y los ofi ciales principales del Establecimiento Penitenciario quienes marcharon con José y su esposa Lorenza acompañándolo hasta su última morada.
Los restos mortales de Luís Daniel Beauperthuy “el médico de Cumaná” quedaron allá, en tierras de la Guayana Inglesa donde había vivido durante casi ocho meses, en un hospital experimental para leprosos creado por los ingleses en la isla Kaow en medio del río Esequibo, trabajando afanosamente en la búsqueda de un tratamiento efectivo para el mal de Hansen.

Viernes 20 de febrero, 1871; 6:00 am
Las aguas del río Esequibo serpentean hendiendo por la mitad la región oriental de la Guayana Inglesa. Es muy temprano, un nuevo día se está iniciando y en una canoa, te diriges sobre la corriente del río hacia
el pequeño hospital en la isla Kaow. Sombras fantasmagóricas mecen los azules penachos de las palmeras agitados suavemente por la brisa del amanecer. Notarás como una a una se apagan las estrellas en el fi rmamento mientras leves tonos violáceos delatan el sitio por donde habrá de aparecer la esfera sangrienta. A lo lejos, entre la bruma, ves como en medio del río se desdibujan los contornos del islote que va creciendo
paulatinamente. Es la isla Kaow, ubicada en la confl uencia de los ríos Mazaruni y Esequibo, frente a Bartica Point.

Luís Daniel Beauperthuy había llegado desde Cumaná semanas atrás. Arribó a Bartica Point con su sobrino Julio y su joven esposa Lorenza, con la intención de instalarse en aquel caserío de pescadores en las márgenes del Esequibo. Desde el pueblo, la isla se divisaba en el sitio de unión de las
dos corrientes como si fl otase sobre las aguas. Algunos de los habitantes de Bartica, tenían familiares enfermos que habitaban en la isla Kaow, y todos compartían la desdicha de padecer de una pobreza extrema.

Rumorosa, la corriente es tan solo interrumpida por el leve golpe de las ondas contra la proa de la curiara. Encrespada contra el cielo, la exuberante vegetación parece alejarse del bote mientras se metamorfosea
en lanzas y fl echas creando garras entre oquedades de un magenta burbujeante que se diluye en las márgenes del río. Cerrarás los ojos mientras por un momento quedamente suspirarás percibiendo el aire
oscuro y denso en el frescor del amanecer. Abrirás los ojos y notarás una leve fosforescencia violeta que fluctúa sobre las ondas del río.

lunes, 24 de febrero de 2014

Imaginación y/o realismo en la novela venezolana actual



Imaginación y /o realismo en la novela venezolana actual
Sobre “El año de la lepra” y Yulia Timoshenko.

“Desde la época cuando se dio la tragedia de Chernobyl, él había visitado de nuevo los lagos y bosques contaminados de su país y pudo palpar en uno de sus familiares cercanos lo que significó la desgracia de ser uno de los “liquidadores” en la lucha para descontaminar la planta ucraniana y las áreas afectadas por la radiación. Desde entonces había conservado el gusanillo de un creciente malestar por Ucrania y regresaba mentalmente a la idea de que Belarus tendría que ser resarcida de alguna manera por sus vecinos del sur. Pero si bien es cierto que su país mantenía una conexión maternal con Rusia y con todo lo ruso como valor cultural y humano, éstos deberían ser comunes con las del gobierno de Kiev. Pero no parecía ser así. El distanciamiento y la inconformidad con todo lo ucraniano se acrecentaron en él durante el proceso de las llamadas tendencias pro-occidentales del presidente Yushchenko. Durante la Revolución Naranja del año 2004, Dimitri Yakolev estuvo en Kiev como enviado especial del gobierno de Minsk para palpar la situación ucraniana y vio el arribo de Yulia Timoshenko catapultada por aquel movimiento casi subversivo, inaceptable para un agente de la KGB como él. Su trabajo en la KGB en su país, valía para apretar cada vez más los sistemas de control del gobierno de Lukashenko. Su determinación y disciplina, sin duda habían forjado en él una peculiar personalidad. Había vivido durante más de tres años en La Coruña y estos le habían proporcionado una fluidez particular en el lenguaje castellano y una especial preparación en psicología que lo hacía un candidato ideal para cualquier proyecto que pretendiese acercamientos con los países hispanoamericanos. Unos meses antes de conversar por vez primera con su amigo Victor Sheiman y con el presidente Lukashenko sobre su posible misión en Suramérica, el teniente Yakolev había corroborado sus temores al conocer de los acuerdos entre la Timoshenko como primer Ministro de Ucrania y Vladimir Putin. Las posibilidades de intervenir en los problemas gasíferos ucranianos parecían esfumarse para Belarus, y esto le molestaba al eficiente Dimitri por cuanto él sostenía varias conexiones con funcionarios del grupo de mafiosos provenientes de la Naftogaz quienes en Suiza estaban comandando la nueva empresa RusUkrEnergo. Quizás para apartarlo de las tensas situaciones generadas en el país por las acciones de la KGB con algunos periodistas disidentes, fue su amigo personal el poderoso Sheiman quien le propuso al presidente Lukashenko que Dimitri debería ser el hombre ideal para una misión como agente especial en el país más rico en gas y en petróleo de América.
En esos días, su tocayo Dimitri Medvedev el nuevo presidente de Rusia hablando durante más de dos horas terminó achacándole a Putin algunas fallas y dijo que éste había sido un líder caracterizado por sus políticas agresivas. De momento, Yakolev no sabía cuanta influencia podría seguir teniendo Vladimir Putin si acaso el joven presidente de Rusia, se atrevía a responsabilizarle por la mala situación económica de su nación. Según Medvedev, Rusia tenía que cambiar el estilo del hombre fuerte que todos deberían obedecer con los ojos cerrados. El teniente Yakolev meditó preocupado, pensando que el presidente parecía hablar de otra Rusia. ¿Qué pensará el presidente Lukashenko sobre ese disparate? Recordó entonces la fecha, el  26 de abril de1986, el accidente nuclear de Chrenobyl, el cual debería haber marcado negativamente el futuro de Ucrania y sin embargo, el viento hizo de Belarus el país más afectado al contaminar extensas áreas boscosas con miles de lagos y desoladas zonas pantanosas al noroeste del área de desastre. Después del accidente, Belarus atravesó una crisis energética, época ésta cuando Rusia presionaba al presidente de Ucrania Yushchenko en la llamada “guerra del gas”. El gas utilizado por las naciones orientales de Europa llegaba hasta ellas por gasoductos que corren a través de Ucrania el país vecino, poseedor de una poderosa industria pesada, productor de automóviles, autobuses, aeroplanos, coches de subterráneo y hasta naves para el espacio. Mientras Rusia y Ucrania se disputaban el aporte energético derivado del gas para su desarrollo industrial, Belarus, seguía siendo un país primariamente agrícola aunque comenzaba lentamente a industrializarse. Las vecinas naciones de la Europa oriental, Rumania, Hungría, Polonia y Bulgaria, padecían por las reducciones del suministro de gas natural, cuando llegó el momento para la compañía rusa Gazprom y esta dejó de enviar gas natural a Ucrania. Moscú y Kiev iniciaron una disputa donde Rusia esperaba convencer a los inversionistas de Praga, París, Berlín y Londres de que era Ucrania la culpable de la carestía del gas. En el fondo aquella “guerra del gas” se daba entre dos poderosas compañías, la rusa Gazprom y la ucraniana Naftogaz, pero la situación evolucionó hasta el mes de mayo del año 2009, cuando Vladimir Putin y Yulia Timoshenko resolvieron el conflicto con la creación de una firma intermediaria RusUkrEnergo, con sede en Suiza, cuya inversión era compartida a partes iguales por los poderosos rusos de Gazprom y por un grupo de oligarcas ucranianos. La necesidad de los bielorusos de entrar en la competencia petrolera comenzó a clarificarse luego. Sus hábiles negociadores políticos, especialmente su amigo Sheiman, pusieron en marcha los acuerdos con la nación caribeña más rica en hidrocarburos del hemisferio occidental. Un año antes de la aparente resolución del conflicto gasífero, fue justamente cuando Dimitri Yakolev llegó a enterarse a través de noticias de agencias de prensa internacionales, de que en aquel país caribeño existían grupos de investigadores que estaban desarrollando una vacuna para el mal de Hansen”.
(Texto extraído de “El año de la lepra”, novela).

Lo que no sabía nadie para la época ( ni siquiera el autor de la novela ), era que a Yulia Timoshenko, luego de tan buenas migas con Vladimir Putin como relata la novela, la política le haría una trastada y después de haber fungido como primera ministra de Ucrania sería derrotada en elecciones por Víctor Yanukóvich quien fue electo presidente de Ucrania, y menos aún podría pensarse que Yulia sería encarcelada para pagar una pena de siete años de cárcel en la ciudad de Jarkiv. Pero como la historia es cíclica y repetitiva, tampoco se podía preveer que ahora en el 2014, el pueblo de Ucrania derribaría Yanukóvich, transformado por el regusto del poder en dictador, quien ahora anda escondiéndose, y liberaría a Yulia, luego de  algo más de dos años de prisión, y como si ella estuviese reviviendo los años de la Revolución Naranja, la Timoshenko estaría nuevamente al frente del movimiento que aspira mirar con mayor interés y esperanzas  hacia la Unión de Naciones Europeas que hacia la antigua posesiva mala madre, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ahora sencillamente: Rusia.
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Esta actualización, la hace hoy en febrero del 2014, mientras el pueblo venezolano protesta frente a un gobierno que quiere imponer a juro un sistema socialista y usa a las fuerzas militares para reprimir a los estudiantes,  el propio autor de  “El año de la lepra” (Jorge García Tamayo), una novela editada por “elotro@elmismo”, y distribuida por EdicVen, en algunas ciudades de Venezuela.

domingo, 23 de febrero de 2014

Comentarios de un político del hermano país.


Comentarios de un abogado, economista y político colombiano, sobre nuestra maltratada patria, Venezuela aparecido en “El tiempo”, el 18 de febrero, 2014

“El castrochavismo será recordado como autor de un milagro económico a la inversa, de los que se registran tan pocos en el devenir de los pueblos... Convertir en despojos una de las más organizadas, pujantes y serias empresas petroleras del mundo no es cualquier tontería... Llevar a la insolvencia una nación ante las líneas aéreas, los proveedores comerciales y los que suministran material quirúrgico y hospitalario no es cosa que se vea cualquier día. Y arruinar al tiempo el campo y la industria, el comercio y los servicios, la generación eléctrica, la ingeniería, la banca y las comunicaciones es tarea muy dura, cuando se recuerda que la sufre el país que tiene las mayores reservas petroleras del mundo... Y ante esta catástrofe, el presidente Santos no ofrece más que su silencio perplejo. Porque, si sigue ofendiendo a ese pueblo, tendrá un enemigo formidable. Y si ofende a Maduro, se le cae el proceso de paz. Esa es la consecuencia del primero de sus actos torpes, el de tomar por nuevo mejor amigo a un tirano despreciable. Y el de montar un proceso que llama de paz sobre los hombros caducos de unos patriarcas en su ocaso”

Fernando Londoño Hoyos
“Declarar empate en Venezuela es como mandar condolencias al asesino por las molestias que en su agonía le causó la víctima”.

sábado, 15 de febrero de 2014

FERNANDO TAMAYO, poeta tachirense.



FERNANDO CARLOS TAMAYO
POETA TACHIRENSE

 Fernando Carlos Tamayo fue uno de los poetas líricos más firmes y expresivos del Táchira. Hijo primogénito de Don Lorenzo Tamayo de la Madriz y de Doña Albina García de Tamayo, Fernando, nació en Valencia el año 1890 y antes de cumplir el año se trasladó con sus padres a San Cristobal.  

 Fernando fue el mayor de una familia de nueve hermanos, la menor, Amelia conocida cariñosamente como Maruja, fue mi madre. Fernando era el mayor de una familia de poetas. Su hermano Francisco, y sus hermanas Josefina y Amalia compartían desde muy jóvenes la pasión por la literatura, escribían y publicaban sus poemas en revistas literarias y en las páginas culturales de los periódicos del Táchira. El con sus hermanos poetas, aparecen en el libro de Antonio Arellano Moreno, “Poetas y versificadores Tachirenses” publicado en 1979 por la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses dirigida por el Dr. Ramón J. Velasquez.  Fue en la revista literaria “La Idea” donde Fernando dio a la luz pública su primer poema titulado “Parábola”, reproducida en 1908 en diversas publicaciones de los círculos literarios de Caracas, Maracaibo y de Quito. Fernando Tamayo formó parte de un grupo de jóvenes tachirenses, inquietos y talentosos, muchos de ellos agrupados en torno a la revista “Bloques”, escritores de poemas y de ensayos quienes mantenían viva la actividad cultural en la San Cristobal de comienzos de siglo. En aquellos duros días, en una Venezuela rural, acogotada por guerras y dificultades económicas, Fernando Tamayo, con José Abel Montilla, Ramón Leonidas Torres, Eduado López Vivas, y su hermano Francisco Tamayo, comenzaban a descollar en la actividad literaria del Estado Táchira y del país nacional. La vida de Fernando, habría de cambiar radicalmente en su adolescencia. Su padre, Don Lorenzo Tamayo, quiso ofrecerle al joven poeta un destino diferente al que parecía esperarle en su país. Venezuela había padecido la tragedia de las guerras de la Independencia y de la Federación, y venía de sufrir  por las contiendas de los caudillos, empobrecida por deudas externas e internas  provocadas por los pésimos gobiernos de turno. Se vivían los últimos años del régimen de Cipriano Castro y alboreaba la larga dictadura gomecista. Las circunstancias de ser Don Lorenzo amigo del Cónsul de Venezuela en Nueva York, Don Pedro Rafael Cárdenas, o quizás Rincones, hizo gestiones y con los buenos oficios del Cónsul amigo, le otorgaron una beca al joven Fernando para cursar estudios en los Estados Unidos. 

 En el año de 1907 tenía Fernando 17 años y la posibilidad de abandonar el suelo nativo agitaría sin duda su corazón de soñador y poeta, él seguramente sopesaría la idea, dejara a sus padres, sus hermanos, y decidiría aceptar el reto. A finales de ese mismo año, a lomo de mulas, en tren y luego embarcándose en varios vapores, marcharía para irse a estudiar en Norteamérica En el Colorado College, de Colorado Springs habría de iniciar Fernando su periplo de personaje novelesco.  Durante sus años de estudio y  con los avatares de su existencia, el poeta siempre tuvo presente su tierra tachirense, las montañas andinas, sus gentes, su familia, y será esa nostalgia del terruño la que formará la médula de su poesía. Fue estudiante de ingeniería civil, profesor de español, deportista, dibujante. Cuando estalló la primera guerra mundial, se enroló como voluntario en el ejército de los Estados Unidos y se fue a la guerra con sus compañeros y sus discípulos. En realidad, los Estados Unidos no se involucraron en la contienda mundial, hasta el mes de Abril del año 1917, cuando el Congreso norteamericano por gran mayoría y el presidente Thomas Woodrow Wilson así lo decidieron. El Tío Sam llamaba a los muchachos para irse a la guerra, y se alistaban sus discípulos y sus compañeros del Colorado Collage. Así, el poeta, dibujante y profesor de español, tomó la determinación de hacerse ciudadano americano para poder irse con sus camaradas, decisión disgustó enormemente a su padre, Don Lorenzo, quien no podía estar de acuerdo, pues su hijo perdía la beca de estudiante de la que dependía para costear su carrera en los Estados Unidos. Pero la suerte estaba echada y Fernando se alistó en el ejército y se fue a Europa con la Infantería de Marina. Los Aliados tenían ya  casi cuatro años combatiendo en una extenuante guerra de trincheras cuando los Estados Unidos enviaron a sus tropas al mando de John Pershing, el mismo militar que persiguiera durante muchos meses a Pancho Villa en territorio mexicano. El mariscal francés Foch y el Jefe de las Fuerza Expedicionarias Británicas Douglas Haig habrían de recibir a Pershing al frente de las 9 divisiones de soldados norteamericanos para ayudar a las 164 divisiones de franceses e ingleses que luchaban por contener la invasión de las 207 divisiones del ejército germano. Los jóvenes “marines” acostumbrados a la estrategia de grandes cargas de la guerra de Secesión, armados con fusiles y ametralladoras, sufrieron grandes bajas en los campos de Francia, minados, llenos de trincheras y nidos de ametralladoras enemigas, padecieron los rigores de los gases tóxicos y entre lluvias de obuses y de morteros, pronto aprenderían de los soldados aliados a moverse en grupos, y a inventar estrategias convergentes para destruir las posiciones del enemigo. Estaría en Francia adscrito al Cuerpo de Ingenieros, y ya en el frente de batalla estuvo dirigiendo una compañía de Infantería. Estuvo al principio, en el “sector defensivo” y pasó luego al frente activo. Tomó parte en varios combates de importancia y concurrió a la última batalla de la guerra poco antes del armisticio y en la cual ganó la medalla de guerra de la “Meuse Argonne”, condecorado por servicios de guerra.  

 Recuerdo en mi niñez distante, las palabras de mi tío Fernando relatando el significado de la palabra miedo, cuando se ha vivido una guerra dentro de las trincheras, y en la noche se ha tenido que arrastrar sorteando cráteres en un terreno empantanado y tener que pasar sobre los muertos descuartizados por la metralla, me decía, era para él, lo más difícil y lo que más terror le inspiraba. Al regresar de la guerra a los Estados Unidos, el poeta volvió pleno de experiencias, condecorado, pero muy enfermo. Una infección pulmonar y la inhalación de los gases tóxicos de fosgeno y cloruro de carbonilo, actuando probablemente sobre una lesión pulmonar antigua ya que en Colorado había padecido de una neumonía, lo mantuvieron en cama en un hospital para Veteranos en Boston y el poeta soldado, sintió no poder estar presente en el desfile del ejército triunfante por las calles de Nueva York. Finalmente logró restablecerse y regresó a Colorado a sus clases de español y se graduó en Filosofía y Letras en el Colorado College. En ese entonces se casó con Katherine McShane, mayor que él, “esposa y camarada” le diría en la dedicatoria de su libro de poemas del año 1945. Trabajó como obrero en molinos para la extracción de oro, lavó platos en un restaurante neuyorkino, fue actor de cine, cowboy, guionista de películas, asesor de Producción de la Fox, ejerció un importante cargo que en la industria cinematográfica al frente de la Publicidad en la Columbia Pictures, premiado con un OSCAR de la Academia de Artes Cinematográficas de Hollywood en 1935  a Fernando C. Tamayo por “Sombras de Gloria” con el protagonismo de José Boor le valió al poeta esta distinción, la cual fue reseñada en la edición del X Aniversario del Diario de Occidente de Maracaibo en 1959. La estatuilla de 14 centímetros tiene una inscripción  que dice “Academy of Motion Picture Arts and Sciences First Award Columbia Pictures for the Best Picture of the Year” y se la regaló Fernando a su hermana Mercedes, en 1947, antes de irse enfermo a los Estados Unidos. Ejerció el periodismo en Nueva York y con una sólida cultura humanística, se transformaría en un erudito, versado en literatura y filología. Hablaba y escribía en inglés y en francés con la misma perfección que en español, colaborador de numerosos periódicos y revistas de América Latina y España con los seudónimos de “Tom Ayala” y “El Conde de San Javier”, sus crónicas se titulaban “ Vistazos Neuyorkinos” y “Salpicón Cosmopolita”. Escribía y publicaba poemas en inglés y en español.  

 En la poesía de Fernando Tamayo, es posible siempre asociar el espíritu combativo e intrépido del poeta y el soldado que viviera las cruentas experiencias en la guerra, con ese acendrado amor y veneración por su terruño montañoso pleno de neblinas y de recuerdos. Se transparenta en el curso de su vida una compenetración con sus gentes y sus montañas andinas. Poeta de rítmica prosodia y versos brillantes con una sintaxis que igual permiten introspectivas visiones bucólicas como, el lenguaje coloquial o  desgarradoras expresiones del acontecer diario. Con  su esposa, el poeta regresará a San Cristobal el año 1935. De vuelta al terruño, ha ver a sus padres ya ancianos. En ese entonces se volverían a encontrar Fernando el poeta y su hermana menor, Maruja quien ya era una joven de 27 años y tenía un novio maracaibero, Jesús García Nebot, con quien se casaría el mes de julio del siguiente año, 1936. El 18 de octubre del año 1937 nacería su primer hijo a quien llamarían Fernando en honor al hermano mayor poeta, de nuevo ausente. Fernando y Katherine, durante el viaje a Venezuela del año 1935, pasaron unas semanas en San Cristóbal, estuvieron de visita en Maracaibo y regresaron a  Norteamérica.  En 1937 volverían a su tierra con la intención de instalarse definitivamente, y vivieron en San Cristóbal, en una casita alquilada. Ese año, Maruja visitaría a sus padres en San Cristóbal desde Julio hasta Noviembre y con ellos y sus hermanas y hermanos celebrarían el 18 de octubre, el primer cumpleaños del primogénito Fernando García Tamayo, mi hermano mayor. Madre e hijo regresarían a Maracaibo en Noviembre, en el vapor “Libertador” y Jesús, mi padre, estaría esperándoles en el puerto. A finales de ese año, morirá Don Lorenzo Tamayo de la Madriz y pocos meses después en 1939 fallecerá la madre del poeta, Doña Albina. Treinta y dos años después de haber dejado su tierra, para  iniciar su vida de aventurero, Fernando, de vuelta en su casa recibe estos dos golpes del destino y se comporta  “como un viejo soldado”,  sin claudicar ante la vida y ante las letras... 

  Continúa escribiendo poesía y acepta el cargo de  director de un liceo, el “Rafael María Morantes” en el barrio San Carlos en las afueras de San Cristóbal.  En 1945  Fernando Tamayo, verá coronada una gran aspiración. A través de sus amigos del Grupo Literario “Yunke” se publicará su libro “Romances de mi Montaña”, el cual se inicia con un poema dedicado a su esposa, titulado “Intimo”, fechado en octubre de 1944: Un año después, Katherine se caería accidentalmente sobre un rosal y moriría de tétanos en San Cristóbal. La primera parte del libro lo constituyen seis poemas sobre su tierra, sus gentes y  las montañas andinas y adicionalmente el “Romance de Miguelón Contreras”, ya comentado previamente. Después vendrán  seis poesías tituladas “Romances de Guerra y otros Poemas”, páginas en las cuales alternan cuatro poesías de los años 1915, 1916 y 1918 cuyos títulos hablan por si solos, “En Flandes crecen las amapolas”, “En la Cruz Roja”, “Uno de tantos” y “Sola”. Con “Tarde otoñal” y  “La Inefable”, el poeta retoma el tema de la lejanía de sus gentes y la nostalgia para finalmente brillar en el “Romance del Camarada Muerto”, ya comentado parcialmente en esta ocasión. Finalmente hay varias poesías en inglés, de las cuales con modestia, dice el poeta, deberían llamarse en inglés, en vez de “Atempts” intentos o intenciones, mas bien “ atentados”... Los poemas en inglés de Fernando C. Tamayo, fueron escritos, dos de ellos en 1925, en los Estados Unidos,  a los 37 años,  ambos plenos de nostalgia con esa permanente ilusión de un amor eterno que habrá de sobrevivir a las catástrofes, a las guerras, y a  la soledad del distanciamiento y que parece insuflar en él una fuerza interior, el amor  eterno, ese que aviva su flama y le ofrece la oportunidad para seguir luchando. Son ellos, los poemas “Arcades Ambó! “ y “Post Bellum”.  El tercer poema en inglés, se intitula “The Port of Broken Ships”, escrito el año 1943, ya en su tierra, cuando de nuevo el horror de otra conflagración mundial está en marcha, y de nuevo “los marines”, después de Pearl Harbor, han zarpado para ir a morir en Battan, en Corregidor, en Guadalcanal, o en Las Filipinas, en el Pacífico Sur. El poeta revive el enfrentamiento entre sus más puros sentimientos antibélicos y ese terrible sino de los hombres, quienes acaso han de mirar hacia el cielo, conscientes de que las aves se han tornado en pájaros de acero y en el puerto, los barcos semihundidos en sangre estarán seguramente a la espera de ver salir el sol, o quizás de poder volver a divisar en el cielo la quietud eterna de las estrellas... 

  Fernando Tamayo, luego de la muerte de su esposa, empeoró de su condición pulmonar crónica. Regresó a la casona de sus padres en San Cristóbal y su hermana Mercedes se mudó para atenderlo y cuidarlo. Con su hermana Mercedes, el poeta estará un tiempo en Maracaibo, allí deberá ser hospitalizado en el hospital Central Dr Urquinaona varios días por su enfisema y fibrosis pulmonar.  Logró contactar con el Hospital de Veteranos en Miami y con la ayuda de una enfermera venezolana, la Sra. Pino, viajó finalmente de nuevo a los Estados Unidos. Tenía una gran ilusión para estar en un desfile de Veteranos de la II da Guerra que se daría en Miami, pero por motivos de salud no logró estar presente. El Hospital VE de Miami lo trasladó al Hospital de Veteranos de Nueva York donde moriría el 22 de agosto de 1948.

Maracaibo, marzo del año 2013

lunes, 3 de febrero de 2014

De la creación literaria y de las novelas



DE LA CREACIÓN LITERARIA  Y  DE LAS  NOVELAS

Me quiero referir a varios temas relacionados con la creación literaria, y de la escritura como oficio, especialmente sobre el ejercicio de escribir: novelas.

El escritor – lector
Un buen escritor tiene que ser un buen lector. El proceso de creación literaria no puede completarse eficientemente si el escritor no ejercita permanentemente la lectura. Todos los escritores han sido grandes lectores. Ya lo hemos dicho antes “para escribir bien hay que leer bien”. La condición de ser lector es algo fundamental para quien se interese en el oficio de escribir literatura y citaré algunos ejemplos de esta afirmación: fue enfatizada por Juan Nuño, hace años ya desaparecido. Él escribió una vez que: “La clave de todo buen escritor es la buena lectura”. En una reflexión similar, Jorge Luís Borges dijo en una ocasión: “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”. Rosa Montero dice que “para aprender a escribir hay que leer mucho”. Finalmente citaré algo expresado por el novelista venezolano contemporáneo Eduardo Liendo. “Sin lectura mucha lectura, siempre lectura, no hay escritor posible”. Adicionalmente haré otra afirmación que he repetido por ahí: “la literatura no se hizo para leerla, sino para releerla”. Se ha insistido en que la lectura y más allá, la re-lectura es obligatoria para el escritor. "Solo la relectura salva al texto de la repetición (los que olvidan releer se obligan a leer en todas partes la misma historia)". Esta es una cita del ensayista francés Roland Barthes (1915-1980)
Sobre esta premisa de leer bien para escribir, bien pueden surgir en ustedes algunas preguntas. ¿Cómo puede un escritor ser auténtico? ¿Cómo puede ser capaz de sustraerse de cuanto ha leído? Si el escritor es buen lector, tendrá algunos escritores favoritos, o preferidos. ¿Cómo hace el escritor-lector para no imitar a esos autores? Si Jorge Luís Borges, o Carlos Fuentes son los escritores favoritos de un lector, y él está dispuesto a escribir literatura, es lógico que le guste escribir como ellos. Al imitar a Borges, ¿se verá lo que redacte como una parodia en su intento de novelar como el brillante invidente? Otra pregunta que puede surgir sobre este asunto puede ser muy directa. ¿Cómo se puede ser original? Hallar un escritor que pudiese ser absolutamente original tiene que ser muy difícil. Sobre esta situación he citado en otras ocasiones a Eduardo Liendo, quien parafraseando a Federico Amiel se ha preguntado si todos los escritores no somos más que “copia de copias, reflejo de reflejos”. García Márquez, premio Nóbel de literatura, en su novela “Cien años de soledad” repitió modalidades de forma y estilo ya usadas por Rebelais muchos años antes y eso no desmerita las novelas de El Gabo. Mijail Bajtín había denominado realismo grotesco a la manera de enfocar la vida en la obra escrita de Rabelais, y éste autor existió bastante antes del realismo mágico. Pueden estas reflexiones llevarnos a hacer otra pregunta, si se quiere de corte shakespeariano, como el príncipe de Dinamarca, tal vez uno puede preguntarse entonces, “leer o no leer, he aquí el dilema”. Pero no hay tal dilema, porque definitivamente para poder escribir literatura, es necesario leer.

Una pregunta adicional surgirá entonces… pero… y, ¿Qué debemos leer? Con la masificación de la información es imposible leerlo todo, y por lo tanto será indispensable hacer algún tipo de selección. La mayoría de los escritores lee todo cuanto les cae en sus manos. Hay que leer “los libros buenos”, los que son realmente literatura, pero también puede ser útil leer los “libros malos”, es decir libros mal escritos. Cuando el escritor es un buen lector, le será fácil sumergirse en las historias y percibir el espíritu de quien narra, captar en detalle sus diversos puntos de vista, igualmente deberá detectar las variables que funcionan para cada personaje creado por el autor. El escritor-lector, puede disecar el lenguaje, deberá hacerlo y ese será un ejercicio de gran utilidad para aprender sobre lo bueno y lo malo, de lo que está escrito. Otra pregunta interesante podría ser. ¿Se puede imitar, y hasta plagiar la manera de decir las cosas que ya están escritas? Ya dijimos que al ser exégeta de un escritor preferencial, el lector-escritor puede sentirse llamado a imitarlo. Esto puede ser visto como una especie de “espionaje literario” que podría llevar a malas artes, o a pésimas consecuencias. Algunas veces el temor a caer en el plagio puede frenar la intención del escritor. Existe algo que se ha denominado la re-escritura de una historia, desde otra óptica más personal y esto puede ser un peligro, pero a la vez pudiese representar un arma poderosa para intentar alguna creación literaria. Hay quien ha señalado que la pretensión de no plagiar, el deseo de soñarse absolutamente original, no es otra cosa que más una declaración de soberbia y de ignorancia. Pero hay que entender y aceptar que estos fenómenos re-escriturales pueden darse inconscientemente en el escritor-lector. Sabemos que la escritura se nutre de lo vivido y de la imaginación, así pues  muchas veces también el escritor puede ser influenciado por lo leído, o por lo que ha visto o ha percibido en su vida, o que ha captado por otros medios como el cine, la televisión, o por la información verbal, en ocasiones el desarrollo de situaciones históricas y todos estos elementos que constituyen la vida misma del escritor-lector los cuales estarán siempre relacionados con lo que él guarda en su subconsciente.  Rosa Montero ha opinado sobre la escritura de las novelas lo siguiente: “Cuando te encuentras escribiendo una novela, en los momentos de gracia de la creación del libro, te sientes tan impregnado por la vida de esas criaturas imaginarias, que para ti no existe el tiempo, ni la decadencia, ni tu propia mortalidad. Eres eterno mientras inventas historias”.

La voluntad de crear
Con el bagaje de todas las experiencias provenientes de la lectura de textos, con las variables que los autores de los mismos nos ofrezcan, sumadas a lo que nace de la introspección y de las experiencias adquiridas, amén de las habilidades personales de cada cual, todavía puede ser que la creación literaria se vea restringida si no existe una firme y decidida voluntad de trabajar seriamente para crear una obra literaria. La memoria literaria de cualquier texto siempre tendrá algún elemento autobiográfico, aunque sea inequívocamente ficcional, el escritor alimentará sus relatos con la memoria personal. Roland Barthes dijo una vez que “toda autobiografía es ficcional y toda la ficción es autobiográfica”. Podemos decir que la ficción unirá los retazos de momentos que han resultado ser significativos para quien escribe, aunque parezcan hechos banales, esos instantes serán con instancias imaginadas, los que conducirán hacia la creación de la escritura para cualquier relato novelado o no. Rosa Montero afirmaba que “la ficción es la manera de sacar a la luz un fragmento muy profundo del inconsciente”. Al narrar, usualmente se recrearán escenas, algunas veces imitando secuencias cinematográficas como si estuviésemos en el cine y no importará que sean reales o imaginarias, cualquier situación llegará con el recuerdo de algo visto, o leído, de alguna ficción o de algún suceso históricamente real. La literatura, decía Oscar Wilde, “es el arte de mentir”, y esta frase resume la gran verdad sobre el escritor quien tendrá la opción de ser él y ser otro. Por eso la literatura puede verse como el ejercicio práctico de eso denominado, “la otredad”. Lo más interesante de todo este asunto, es que en esa búsqueda de cuanto se tenga que decir, el escritor solo contará con un instrumento, y éste será el lenguaje. Según Goethe, todo ya está dicho, lo difícil es saber cómo decir las cosas otra vez. Por estas razones, sobre el tema del escritor y del escritor de novelas en particular, el planteamiento de cómo escribir y específicamente de cómo escribir literatura, no es tan sencillo, pues no basta con repetir historias, no se trata de volver a decir ciertas cosas, hay que escribirlas y hay que cumplir ese cometido de cierta manera, de un modo especial que conlleve siempre un nivel de excelencia en el lenguaje. No se trata de “echar un cuento”. El asunto es más difícil de “como decirlo”, el asunto está en “como escribirlo”. Por eso repetimos que escribir es un oficio y que este no es fácil, requiere mucho trabajo y en particular en el caso de las novelas, el cometido debe ser cumplido con paciencia, resistencia y mucha pasión. 

La realidad y la ficción
La escritura como oficio requiere un estricto régimen de disciplina, el cual puede ser variable en sus formas pero que sin duda alguna, es indispensable, especialmente para quien se decide por la tarea de escribir novelas. Hay escritores rigurosos, quienes por su cuenta fijan horarios y hasta número de páginas a ser escritas en determinados períodos de tiempo; algunos de estos, trabajan como jornaleros, piensan posiblemente como decía Miguel Ángel Asturias que el escritor de novelas es “la araña de la literatura”, los insignes trabajadores quienes a veces resultan ser, como dijera Carlos Fuentes que “no creen en la inspiración sino en las nalgas”. También existen otros escritores, más lentos, quienes se toman su tiempo, al estilo de algunos cuentistas como fueron Julio Garmendia o Augusto Monterroso, quienes produjeron sus obras literarias pausadamente. Lo importante del tema es que para crear, para sentarse a escribir lo más importante es tener la voluntad de hacerlo. Alejo Carpentier le confesó una vez a Antonia Palacios su sistema para haber creado esas sus obras de largo aliento, y decía él, que “el único secreto es la página diaria”. Cada una, sumada, va a hacer 365 páginas al año. Evidentemente, que hay que tener disciplina para cumplir diariamente con esa tarea pautada. Todo lo dicho, viene a reforzar lo antes expuesto y ratifica que para decidirse a escribir una novela, es muy importante la voluntad de querer hacerlo. Estos datos los obtuve hace ya unos años a través de Eduardo Liendo.

El éxito de un escritor dependerá de su capacidad de convicción. Para esto, será importante la manera de enfocar el asunto que se tenga en mente, bien sea fantasioso o realista, la verdad personal de quien escribe deberá prevalecer en el texto. Esta premisa puede sonar extraña pues cualquiera se preguntará ¿Cuánto de verdad y cuanto de ficción puede haber en un relato, o en una novela? El escritor, y en particular el escritor de novelas, debe estar muy atento, pues el camino para la creación de las mismas estará sembrado de trampas. No se debe escribir para relatar la vida, se tiene que escribir para inventar la vida. Así pues, el éxito de quien escribe dependerá de sus poderes para involucrar al lector, persuadirlo de lo que dice y para ello, repito que solo cuenta con las armas del lenguaje que habrá de usar para transformarlo en escritura. Citaré de nuevo a Eduardo Liendo sobre el tema de lo real y lo ficticio. “El escritor no puede dejarlo todo al capricho de su imaginación y saqueará constantemente la realidad real”. Así, con esa redundancia pareciera recordarnos que la realidad prevalecerá e igualmente refrendará su idea al expresar. “Podría decirse que la calidad de la imaginación es la levadura que puede producir una transmutación poética de la realidad”. Paradójicamente John Updike, escritor y periodista estadounidense, quien escribió 20 novelas, decía en Conversaciones de escritores. “Repudio cualquier conexión esencial entre mi vida y lo que escribo.” 

Para mí, personalmente, prefiero pensar que quien escribe debe sentir que está viviendo lo que relata. Si el escritor no se sumerge en su historia, sino la siente y la padece, le sucederá como al niño cuando su barco pirata zarandeado por un huracanado temporal se le trasforma en la realidad de su cama. Asediado en una trinchera, él deberá padecer como su personaje las consecuencias de sus actos. El lenguaje textual de una novela revelará un estado consciente e inconsciente del escritor, los símbolos y las metáforas que habitan en su mente habrán de transparentarse en su escritura. Por eso es que no habrá grandes diferencias entre las historias, bien sean reales o imaginarias, no podemos sustraernos al hecho bien conocido de que en ocasiones, la realidad supera con creces la ficción. ”Escribir novelas en una actividad increíblemente íntima que te sumerge en el fondo de ti mismo y saca a la superficie tus fantasmas más ocultos”. E insiste Rosa Montero en afirmar que “Los fantasmas de escritor son aquellos personajes o situaciones que persiguen al autor como perros de presa a lo largo de todos sus libros”. Cuando nace la creación literaria, emerge en un espacio transcisional, lo cual implica que el escritor para lograr convencer al lector debe percibir la situación que describe como si fuese real. Una novela puede parecer el resultado de una suma de historias, pero en el decir de Rosa Montero, “aunque cada autor tiene su ritmo, la redacción de una novela es un proceso muy lento”. Ella afirmaba cómo, “…yo suelo tardar tres o cuatro años y de ese tiempo, la mitad lo empleo en desarrollar la historia dentro de mi cabeza, tomando notas a mano en una infinidad de cuadernillos”. En este sentido puede ser interesante escuchar lo que al discutir el tema de la mujer como escritor y de lo que ella piensa sobre el oficio de escribir, opina Lucía Guerra, profesora de literatura en la Universidad de California al entrevistar a Stefanía Mosca y a Ana Teresa Torres en una publicación de Monte Ávila Eds. Latinoamericana, del año 1997 (Escritura y desafío. Narradoras venezolanas del siglo XX). Ellas conversan sobre la literatura y la mujer-escritor, y Lucía Guerra dice. “…como escritoras, estamos insertas en un contexto preñado de metáforas masculinas acerca del llamado oficio del escritor y de lo que muchos hombre llaman, “el parto de la escritura”… En mi caso, la mayoría de mis libros los he escrito en la cocina mientras cuidaba a mis hijos y nunca, en realidad, me he identificado con esa aureola solemne y sublime que se le atribuye al oficio del escritor”. Stefanía Mosca replicará. “…yo si creo que existe el oficio del escritor, en el sentido que plantea Pavese, como la búsqueda de un estado de gracia que pasa, que se te da y que uno trata de explicarse aunque sea inútil”. Ana Teresa Torres concretará al final.  “…en cuanto al oficio del escritor yo no sé, porque me imagino que no es igual para todo el mundo, dando por descontado el factor del sexo. …lo que yo pienso cuando estoy escribiendo es que estoy construyendo un mundo que es un mundo de ficción, pero que, para mí, tiene una cierta realidad y que yo me construyo en ese proceso”.

Variaciones metodológicas
Para lograr  el trabajo de una creación literaria eficiente y sostenida, puede que el peor enemigo exista dentro del escritor mismo y tal vez éste puede ser, precisamente, el factor tiempo. ¿Cómo lograr las condiciones óptimas para concentrarse?, ¿de dónde sacar el tiempo para que la rutina del diario vivir no interfiera con la creación literaria? Escribir en general puede requerir un esfuerzo especial y las variables individuales serán múltiples, por eso volveremos a repetir que para escribir literatura como oficio, es necesario sacrificarse. Luego de que ya estén escritas docenas de páginas, estas han de sufrir un proceso de depuración, de relectura, de tachaduras, de borrones y de terminar muchas veces, aunque nos duela, haciendo una bola de papeles que irá al cesto de la basura hasta no querer recordar lo que con tanta emoción habíamos escrito. Si Hemingway escribía de pie ante su máquina de escribir y otros lo han hecho a mano, acostados en la cama, sentados ante una mesa por las mañanas al levantarse, con pluma estilográfica, con bolígrafo o con lapicito, o en las noches, directamente en una computadora, durante los viajes, solos y en absoluto silencio, en las madrugadas, con música de fondo, en fin habrá un centenar de opciones para hacerlo, y sin duda cada cual en su momento habrá de buscar el espacio de tiempo más conveniente y el horario más favorable… Citaré a Ednodio Quintero quien ha escrito sobre este tema: “Puedo escribir en muy diversas circunstancias, me basta con tener a mano un lápiz de grafito bien afilado, más bien blando, un sacapuntas, un cuadernito y un borrador… …El ritual es sencillo, incluso sobrio, podría decir que austero y monacal. Escribo con una letra menuda y enrevesada que a veces semeja un desfile de hormigas que hubiesen consumido LSD y que a menudo no logro descifrar. Luego, días o meses después, vacío el contenido de mis cuadernos en la computadora y comienza allí un proceso de revisión, depuración y arreglo de los materiales… Los cuadernos contienen la esencia de la narración y lo demás es coser y cantar”.

Especialmente, sobre la novela
Es necesario preguntarnos ante todo: ¿Qué es una novela? A continuación les diré algo que he leído por allí, en alguna parte: “Una novela no se parece a nada, ni siquiera a otra novela”. Escuchemos nuevamente a Ednodio Quientero quien  ha definido a La Novela como: “esa forma de prosa que explora hasta sus últimas consecuencias las posibilidades del lenguaje, a fin de examinar algún aspecto de la condición humana”. Ednodio ya había escrito también: “La novela no es el lugar apropiado para la prédica, ni púlpito ni cátedra ni tarima, es un espacio abierto, desolado tal vez, abismo a la intemperie, donde el escritor, acompañado de su cómplice, puede desplegar los múltiples registros de su voz, donde le es permitido expresar su ansia por reconocer lo que aún resta de humano, donde acepta, al fin, su parentesco con los dioses muertos, con el agua que corre y con el polvo estelar”. 

¿Cómo deberá funcionar la creación literaria para una novela? En todo texto tiene que existir una fuerza que se perciba intensamente, un espíritu que esté vigente, algo esencial que tiene que prevalecer y que estará expresado en el lenguaje particular del escritor. Esta fuerza interior será lo que en cada escritor de novelas vendrá a transformarse en su propio estilo. Quien se inicia podrá sentir evidentemente las dificultades de la indagatoria sobre lo que se tiene en mente y de cómo trasladarlo al texto para crear una novela. Quien se decide a escribir una novela, generalmente ha escrito relatos, o especie de cuentos breves. Estos no valen para darle cuerpo a una novela, pues se necesitará haber tomado la decisión previa de escribirla con un plan definido. Un pintor no se lanza a pintar un cuadro sin tener una idea aproximada del mismo, sin hacer un boceto, por lo que de manera similar, una novela puede llevarle al escritor meses o años mientras la planifica y antes de acometer esa tarea puede que sea necesario saber cuánto tiempo, cuanta dedicación y constancia, requerirá para llevar adelante esa tarea. También hay que entender que un relato no es una novela corta, ni una novela es un relato largo, son dos cosas muy diferentes. Ambos, si bien pertenecen al ámbito de la Narrativa, su ritmo, su estilo y los recursos que se emplearán en ambos son muy diferentes. Se pueden ofrecer datos cuantitativos sobre estos distintos géneros. Existe el MICROCUENTO, de menos de cien palabras. El CUENTO CORTO, que tiene entre 100 y 2.000 palabras, el CUENTO que deberá tener entre 2.000 y 30.000 palabras, la NOVELA CORTA de 30.000 a 50.000 palabras y la NOVELA que contará con más de 50.000 palabras. Estos son detalles matemáticos que poco se aplican en la creación literaria. Para Cortazar el cuento es “un texto continuo y cerrado sobre si mismo que exige un alto grado de perfección para que sea eficaz”. En otras ocasiones he dicho que me parece más difícil escribir un cuento bien logrado que una novela. Sobre la novela Pedro Beroes ha dicho. “En verdad la novela es un género de saqueo que deliberadamente se nutre de los elementos propios de otros géneros literarios; del diálogo, que toma del teatro, de la capacidad razonadora del ensayo, y de la atmósfera lírica de la poesía”. El cuento se lee de un tirón, la novela se suele leer por etapas y sus historias se mezclarán con las vivencias diarias del lector. Quizás por estas características es que las novelas parecieran quedar grabadas en la memoria de los lectores con mayor intensidad que los cuentos. En el mes de mayo del año 1943 Enrique Bernardo Nuñez escribía: “La novela en nuestro país necesita una renovación. En otros términos, necesita nuevos novelistas que nos ofrezcan temas distintos de la vida venezolana”.

Cada novela debe responder a una intención muy personal, la de investigar algo, de querer decir algo. Ese algo, tiene que expresarse poniéndole mucha imaginación. No creo exagerar si digo que cada novela debe reflejar de alguna manera el inconsciente del escritor. No se debe escribir sin antes hacer una profunda investigación, sin sumergirse a fondo, sin margullirse en determinado asunto, ese que revolotea en la mente del escritor y que le lleva a batir las alas de su imaginación. Esas inquietudes deberán ser plasmadas en letras, puesto que la novela es obra escrita y no puede ser un simple relato, no debe ser, tiene que constituir algo que salga del alma, que surja del interior, de lo más profundo de quien escribe y con una dosis abundante de imaginación. Eso, la imaginación que Santa Teresa llamaba “la loca de la casa”, según lo expresara en su brillante novela homónima, la escritora española Rosa Montero, la imaginación que fuera denominada por Baudelaire “la más alta y filosófica de nuestras facultades”. Cada escritor tendrá su estilo. No estoy muy seguro, como decía Bufón, de que “el estilo es el hombre”. De lo que si estoy perfectamente seguro es de que, el estilo es esencial. No hay un escritor verdadero que no haya creado su propio estilo, su forma personal de expresión literaria. Importará la solidez de estilo que vaya adquiriendo el escritor con su experiencia. Ya hemos dicho que la historia puede no ser tan relevante sino la manera de plantearla, la manera de decir las cosas será lo que constituya el estilo del escritor. Después ya surgirá el tono de lo relatado que no será otra cosa que la manera como se narrarán los hechos. Más que un asunto de técnica narrativa, el tono vendrá dado por al interpretación subjetiva de la historia que se escribe. De tal manera que la originalidad de la obra residirá en el imaginario, en la memoria inconsciente y en la conciencia misma del escritor, esos serán los pilares y conformarán un estilo propio. Quien escribe, buscará el tono que se adapte a los requerimientos de la historia relatada en lenguaje literario. La trama de la novela se vinculará con la organización estructural de la misma. Será como una urdimbre donde la manera de cruzar los hilos, enfrentar nudos e inventar el laberinto por donde transcurrirá la historia, será potestativo del escritor. Algunas veces los episodios podrán aparecer anticipados, en prolepsis narrativa, o contados hacia atrás, en analepsis, especie del llamado flash-back del cine, y así él podrá iniciar una historia por su final, de atrás hacia adelante, de manera circular, por la mitad… "La Odisea", se inicia al desembarcar Ulises en Itaca, para retroceder luego la narración unos diez años atrás y finalmente llegar a su encuentro con Penélope. Quien no ha leído lo de: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. A partir de esa frase, García Márquez retrocederá hasta la fundación de Macondo para regresar con la historia de “Cien años de soledad”. El narrador en primera persona de “Corazón tan blanco”, novela de Javier Marías, no ha nacido aún, cuando la novela se inicia con el suicidio de una jovencita ante un espejo con la pistola de su padre, mientras su familia está almorzando. En “Para subir al cielo…” la historia transcurre un día domingo en Caracas, pero los personajes viven situaciones que giran en torno a una autopsia en la morgue el día viernes y entretanto, se relata la vida del pintor flamenco Hyeronimus Bosch.

El uso del llamado monólogo interior puede ofrecerle al escritor una capacidad intimista que lo conecte psicológicamente con el lector. Si el escritor habla consigo mismo establecerá una especie de soliloquio y esto puede parecerse más bien a un monólogo, pero en el monólogo interior nadie habla. Si hablamos del llamado monólogo interior, o corriente del pensamiento, esta riada de ideas pueden ser traducidos al lenguaje escrito y las palabras y frases pueden ser vistas como ideas dispersas, sin sentido o caóticas, sin embargo, la traducción del mismo servirá para señalar que este discurso interno estará siempre dirigido por el inconsciente y se rige por asociación de ideas. En realidad lo que se pretende es escribir en palabras un fenómeno normal de la mente humana. No hay que olvidar que el cerebro es como una máquina que mientras estemos vivos, hasta donde conocemos, nunca deja de funcionar, no cesa de trabajar ni siquiera cuando dormimos y una prueba de esto son los sueños. El cerebro estará siempre hablando y no podremos hacerlo callar. Dujardin en “Han cortado los laureles” fue el primero en usar la técnica del monólogo interior que luego en el siglo XX Jamen Joyce lo haría magistralmente en el “Ulyses”. La lectura de un monólogo interior puede resultar inquietante e incómodo, y es que precisamente por ello, escribirlo es pasearse por el lado oscuro, posiblemente inhóspito de la mente pues se trata de que el escritor plasme en letras lo que atraviesa por la región del inconsciente. En el fondo, estos procedimientos del escritor al crear secuencias de palabras que son reflejos de su inconsciente, se pueden semejar a lo que es la creación poética, o lo que se logra expresar en una pintura. Es poner por escrito la parte más de artista con poner en palabras el yo interior, ese que comenzó a vislumbrarse con el psicoanálisis. El oscuro territorio de los sueños es atisbado desde el monólogo interior y puede transformarse en una especie de escritura automática. Otros escritores también como Joyce han utilizado con excelencia esta técnica, Luís Martín Santos, William Faulkner, Miguel Delibes, Virginia Wolf y algunos otros han usado la técnica con grandes ventajas, no solo de la mayor verosimilitud que se le da al texto, sino que logra crear una especie de nexo entre el escritor y el lector a través de los personajes cuya vida interior es cada vez mejor conocida por la existencia de curiosos registros lingüísticos utilizados adecuadamente. Cito nuevamente Rosa Montero quien en “La loca de la casa” dice: “Estoy convencida de que por las noches cuando nos dormimos y empezamos a soñar, entramos en realidad en otra vida, en una existencia paralela que guarda su propia memoria, su causalidad enrevesada”…”ambas cosas, los sueños y las novelas, surgen del mismo estrato de la conciencia”.
 
Es importante recordar la novela  “Tiempo de silencio”, ya que ésta viene a ser  el primer intento sólido de ruptura con la estética realista en la literatura de España, entendiendo que en la novela de Martín-Santos hay una profunda reflexión sobre la realidad socio-cultural española, desde el hombre humilde e inculto hasta las clases sociales profesionales y ésta todavía conserva en su interior el germen de una atmósfera naturalista que viene de la posguerra. “Tiempo de silencio” fue publicada en 1962 con veinte páginas censuradas por el franquismo, y la edición definitiva salió en 1981. El autor innovaría en esta novela, utilizando tres personas narrativas, el monólogo interior, la segunda persona y el estilo indirecto libre, procedimientos narrativos que venían ensayándose en la novela europea desde James Joyce pero que eran ajenos al realismo social usado en la época. Todo ello contribuye a lo que el propio Martín-Santos llamaría "el realismo dialéctico". La novedad de “Tiempo de silencio” parece estar más en su forma y su estructura, en la técnica narrativa y en particular en su lenguaje, todas éstas cosas y bastante menos en su contenido”. Es novelística en español, por ello, es necesario señalar que la irrupción de Vargas Llosa, va a ser, sin duda para la novela de habla hispana, más determinante que la ya comentada novela de Martín-Santos. Vendrá a acontecer lo que Emir Rodríguez Monegal en 1972 denominaría “el boom”, un fenómeno que obedeció a una corriente que creo una especie de desintegración del canon novelesco que se daba en aquellos años sesenta. La concesión en 1962 del Premio Biblioteca Breve a Vargas Llosa, dará, en gran medida su inserción en el panorama de la novela peninsular. En detalle, es interesante entender que hablamos de un peruano Vargas Llosa, dos cubanos Cabrera Infante y Carpentier, un argentino Cortázar, un colombiano García Márquez, un mexicano Fuentes, un chileno Donoso y un venezolano González León. Estos ocho novelistas rellenaron un segmento que va desde 1962,  hasta 1969, el cual viene a cerrar José Donoso con su novela Coronación.

Además del estilo, puede ser necesario para precisar el tono de lo que se relatará profundizar en el entorno de los personajes, en la psicología del personaje principal, en saber quién narra y como quiere hacerlo. En fin hay otra serie de búsquedas que ayudan a concretar un tono adecuado a lo que se está relatando, pero está claro que este proceso no es siempre fácil, por lo que puede ser que quien inicia la escritura de un texto le toque enfrentarse al llamado “dragón del escritor”, también denominado “el dilema de la página en blanco”, y que puede representar una especie de bloqueo mental para la escritura. Esta situación puede darse en el escritor, y para algunos en ciertas circunstancias puede hacerse casi irreversible. De producirse, diría yo que para quienes se inician en los avatares de la escritura, puede ser aconsejable no darle mucha importancia al fenómeno. Mi consejo se debe a que como una consecuencia del bloqueo, se puede caer en la tentación inicial de darle larga al trabajo para luego finalmente abandonarlo. Esto sería ceder a la presión de “el dragón” y hay que entender primordialmente que si se quiere escribir, tiene que realizarse por el placer de hacerlo. Escribir debe ser un acto consciente y agradable donde inicialmente no debemos querer ver de inmediato el producto de lo que estamos elaborando, debemos aceptar a la escritura como parte del juego que constituirá todo el proceso  de lo que se estamos denominando “el oficio de escribir”.
Para llegar a un feliz término en la creación literaria, será necesario conciliar tres cosas fundamentales: paciencia, confianza y tiempo. Estas tres palabras tienen que ser realidades básicas y fundamentales. Ellas solo se asimilarán con el ejercicio de otra virtud capital, la disciplina. Estas virtudes que deberán irse consolidando en el tiempo, tendrán que ser examinadas concienzudamente y finalmente aceptadas si se quiere emprender la tarea de escribir como oficio. Quien se propone a escribir una novela debe entender que él se ha de trasformar en un creador. Él tendrá que poseer una imaginación fértil que logre inventar situaciones y episodios de los que él mismo estará consciente, pero de los que puede ser que no tenga muy claras las motivaciones de su creación, estas usualmente le llegarán desde muy adentro de si mismo, y representan la voz de su inconsciente. Como hacen los buenos actores cuando tienen que representar a ciertos personajes y para poder hacerlo magistralmente entran en un estado de concentración muy particular, un trance que podría verse como de locura puesto que deben dejar de ser ellos mismos, así como quien padece una especie de rapto de esquizofrenia transitoria, durante la creación literaria el escritor deberá lograr un estado de búsqueda entre ser él mismo y ser a la vez otro, u otros, los personajes de su obra. El escritor necesita vivir dentro de sus personajes, pensar como ellos, sufrir, amar y hasta morir con ellos. Lograr esto y ponerlo por escrito con niveles de excelencia no es tarea fácil. Hay algo especial que diferencia al escritor del actor, es su pasión por la palabra escrita, por el lenguaje literario. La creación literaria es una labor individual, y ella va a depender de procesos introspectivos personales que a su vez deberán ser extrovertidos en palabras escritas, algo más difícil aún. Ante los miedos y las dudas pueden muchas cosas querer emerger del inconsciente, y el escritor necesitará dejar que fluyan, que los fantasmas afloren, que broten esas ideas ocultas hasta comprender que la novela, no es tanto de quien la escribe, deberá ser más bien de los personajes que por ella transitan, y el escritor como amanuense gratuito, irá traduciendo y plasmando en letras sobre páginas en blanco o rayadas, lo que sus personajes les muestren al ir viviendo. Al final el producto deberá ser más de los lectores que de sus autores… Esta es una opinión personal mía.

Jorge García Tamayo                                    
Maracaibo
2014