lunes, 3 de febrero de 2014

De la creación literaria y de las novelas



DE LA CREACIÓN LITERARIA  Y  DE LAS  NOVELAS

Me quiero referir a varios temas relacionados con la creación literaria, y de la escritura como oficio, especialmente sobre el ejercicio de escribir: novelas.

El escritor – lector
Un buen escritor tiene que ser un buen lector. El proceso de creación literaria no puede completarse eficientemente si el escritor no ejercita permanentemente la lectura. Todos los escritores han sido grandes lectores. Ya lo hemos dicho antes “para escribir bien hay que leer bien”. La condición de ser lector es algo fundamental para quien se interese en el oficio de escribir literatura y citaré algunos ejemplos de esta afirmación: fue enfatizada por Juan Nuño, hace años ya desaparecido. Él escribió una vez que: “La clave de todo buen escritor es la buena lectura”. En una reflexión similar, Jorge Luís Borges dijo en una ocasión: “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”. Rosa Montero dice que “para aprender a escribir hay que leer mucho”. Finalmente citaré algo expresado por el novelista venezolano contemporáneo Eduardo Liendo. “Sin lectura mucha lectura, siempre lectura, no hay escritor posible”. Adicionalmente haré otra afirmación que he repetido por ahí: “la literatura no se hizo para leerla, sino para releerla”. Se ha insistido en que la lectura y más allá, la re-lectura es obligatoria para el escritor. "Solo la relectura salva al texto de la repetición (los que olvidan releer se obligan a leer en todas partes la misma historia)". Esta es una cita del ensayista francés Roland Barthes (1915-1980)
Sobre esta premisa de leer bien para escribir, bien pueden surgir en ustedes algunas preguntas. ¿Cómo puede un escritor ser auténtico? ¿Cómo puede ser capaz de sustraerse de cuanto ha leído? Si el escritor es buen lector, tendrá algunos escritores favoritos, o preferidos. ¿Cómo hace el escritor-lector para no imitar a esos autores? Si Jorge Luís Borges, o Carlos Fuentes son los escritores favoritos de un lector, y él está dispuesto a escribir literatura, es lógico que le guste escribir como ellos. Al imitar a Borges, ¿se verá lo que redacte como una parodia en su intento de novelar como el brillante invidente? Otra pregunta que puede surgir sobre este asunto puede ser muy directa. ¿Cómo se puede ser original? Hallar un escritor que pudiese ser absolutamente original tiene que ser muy difícil. Sobre esta situación he citado en otras ocasiones a Eduardo Liendo, quien parafraseando a Federico Amiel se ha preguntado si todos los escritores no somos más que “copia de copias, reflejo de reflejos”. García Márquez, premio Nóbel de literatura, en su novela “Cien años de soledad” repitió modalidades de forma y estilo ya usadas por Rebelais muchos años antes y eso no desmerita las novelas de El Gabo. Mijail Bajtín había denominado realismo grotesco a la manera de enfocar la vida en la obra escrita de Rabelais, y éste autor existió bastante antes del realismo mágico. Pueden estas reflexiones llevarnos a hacer otra pregunta, si se quiere de corte shakespeariano, como el príncipe de Dinamarca, tal vez uno puede preguntarse entonces, “leer o no leer, he aquí el dilema”. Pero no hay tal dilema, porque definitivamente para poder escribir literatura, es necesario leer.

Una pregunta adicional surgirá entonces… pero… y, ¿Qué debemos leer? Con la masificación de la información es imposible leerlo todo, y por lo tanto será indispensable hacer algún tipo de selección. La mayoría de los escritores lee todo cuanto les cae en sus manos. Hay que leer “los libros buenos”, los que son realmente literatura, pero también puede ser útil leer los “libros malos”, es decir libros mal escritos. Cuando el escritor es un buen lector, le será fácil sumergirse en las historias y percibir el espíritu de quien narra, captar en detalle sus diversos puntos de vista, igualmente deberá detectar las variables que funcionan para cada personaje creado por el autor. El escritor-lector, puede disecar el lenguaje, deberá hacerlo y ese será un ejercicio de gran utilidad para aprender sobre lo bueno y lo malo, de lo que está escrito. Otra pregunta interesante podría ser. ¿Se puede imitar, y hasta plagiar la manera de decir las cosas que ya están escritas? Ya dijimos que al ser exégeta de un escritor preferencial, el lector-escritor puede sentirse llamado a imitarlo. Esto puede ser visto como una especie de “espionaje literario” que podría llevar a malas artes, o a pésimas consecuencias. Algunas veces el temor a caer en el plagio puede frenar la intención del escritor. Existe algo que se ha denominado la re-escritura de una historia, desde otra óptica más personal y esto puede ser un peligro, pero a la vez pudiese representar un arma poderosa para intentar alguna creación literaria. Hay quien ha señalado que la pretensión de no plagiar, el deseo de soñarse absolutamente original, no es otra cosa que más una declaración de soberbia y de ignorancia. Pero hay que entender y aceptar que estos fenómenos re-escriturales pueden darse inconscientemente en el escritor-lector. Sabemos que la escritura se nutre de lo vivido y de la imaginación, así pues  muchas veces también el escritor puede ser influenciado por lo leído, o por lo que ha visto o ha percibido en su vida, o que ha captado por otros medios como el cine, la televisión, o por la información verbal, en ocasiones el desarrollo de situaciones históricas y todos estos elementos que constituyen la vida misma del escritor-lector los cuales estarán siempre relacionados con lo que él guarda en su subconsciente.  Rosa Montero ha opinado sobre la escritura de las novelas lo siguiente: “Cuando te encuentras escribiendo una novela, en los momentos de gracia de la creación del libro, te sientes tan impregnado por la vida de esas criaturas imaginarias, que para ti no existe el tiempo, ni la decadencia, ni tu propia mortalidad. Eres eterno mientras inventas historias”.

La voluntad de crear
Con el bagaje de todas las experiencias provenientes de la lectura de textos, con las variables que los autores de los mismos nos ofrezcan, sumadas a lo que nace de la introspección y de las experiencias adquiridas, amén de las habilidades personales de cada cual, todavía puede ser que la creación literaria se vea restringida si no existe una firme y decidida voluntad de trabajar seriamente para crear una obra literaria. La memoria literaria de cualquier texto siempre tendrá algún elemento autobiográfico, aunque sea inequívocamente ficcional, el escritor alimentará sus relatos con la memoria personal. Roland Barthes dijo una vez que “toda autobiografía es ficcional y toda la ficción es autobiográfica”. Podemos decir que la ficción unirá los retazos de momentos que han resultado ser significativos para quien escribe, aunque parezcan hechos banales, esos instantes serán con instancias imaginadas, los que conducirán hacia la creación de la escritura para cualquier relato novelado o no. Rosa Montero afirmaba que “la ficción es la manera de sacar a la luz un fragmento muy profundo del inconsciente”. Al narrar, usualmente se recrearán escenas, algunas veces imitando secuencias cinematográficas como si estuviésemos en el cine y no importará que sean reales o imaginarias, cualquier situación llegará con el recuerdo de algo visto, o leído, de alguna ficción o de algún suceso históricamente real. La literatura, decía Oscar Wilde, “es el arte de mentir”, y esta frase resume la gran verdad sobre el escritor quien tendrá la opción de ser él y ser otro. Por eso la literatura puede verse como el ejercicio práctico de eso denominado, “la otredad”. Lo más interesante de todo este asunto, es que en esa búsqueda de cuanto se tenga que decir, el escritor solo contará con un instrumento, y éste será el lenguaje. Según Goethe, todo ya está dicho, lo difícil es saber cómo decir las cosas otra vez. Por estas razones, sobre el tema del escritor y del escritor de novelas en particular, el planteamiento de cómo escribir y específicamente de cómo escribir literatura, no es tan sencillo, pues no basta con repetir historias, no se trata de volver a decir ciertas cosas, hay que escribirlas y hay que cumplir ese cometido de cierta manera, de un modo especial que conlleve siempre un nivel de excelencia en el lenguaje. No se trata de “echar un cuento”. El asunto es más difícil de “como decirlo”, el asunto está en “como escribirlo”. Por eso repetimos que escribir es un oficio y que este no es fácil, requiere mucho trabajo y en particular en el caso de las novelas, el cometido debe ser cumplido con paciencia, resistencia y mucha pasión. 

La realidad y la ficción
La escritura como oficio requiere un estricto régimen de disciplina, el cual puede ser variable en sus formas pero que sin duda alguna, es indispensable, especialmente para quien se decide por la tarea de escribir novelas. Hay escritores rigurosos, quienes por su cuenta fijan horarios y hasta número de páginas a ser escritas en determinados períodos de tiempo; algunos de estos, trabajan como jornaleros, piensan posiblemente como decía Miguel Ángel Asturias que el escritor de novelas es “la araña de la literatura”, los insignes trabajadores quienes a veces resultan ser, como dijera Carlos Fuentes que “no creen en la inspiración sino en las nalgas”. También existen otros escritores, más lentos, quienes se toman su tiempo, al estilo de algunos cuentistas como fueron Julio Garmendia o Augusto Monterroso, quienes produjeron sus obras literarias pausadamente. Lo importante del tema es que para crear, para sentarse a escribir lo más importante es tener la voluntad de hacerlo. Alejo Carpentier le confesó una vez a Antonia Palacios su sistema para haber creado esas sus obras de largo aliento, y decía él, que “el único secreto es la página diaria”. Cada una, sumada, va a hacer 365 páginas al año. Evidentemente, que hay que tener disciplina para cumplir diariamente con esa tarea pautada. Todo lo dicho, viene a reforzar lo antes expuesto y ratifica que para decidirse a escribir una novela, es muy importante la voluntad de querer hacerlo. Estos datos los obtuve hace ya unos años a través de Eduardo Liendo.

El éxito de un escritor dependerá de su capacidad de convicción. Para esto, será importante la manera de enfocar el asunto que se tenga en mente, bien sea fantasioso o realista, la verdad personal de quien escribe deberá prevalecer en el texto. Esta premisa puede sonar extraña pues cualquiera se preguntará ¿Cuánto de verdad y cuanto de ficción puede haber en un relato, o en una novela? El escritor, y en particular el escritor de novelas, debe estar muy atento, pues el camino para la creación de las mismas estará sembrado de trampas. No se debe escribir para relatar la vida, se tiene que escribir para inventar la vida. Así pues, el éxito de quien escribe dependerá de sus poderes para involucrar al lector, persuadirlo de lo que dice y para ello, repito que solo cuenta con las armas del lenguaje que habrá de usar para transformarlo en escritura. Citaré de nuevo a Eduardo Liendo sobre el tema de lo real y lo ficticio. “El escritor no puede dejarlo todo al capricho de su imaginación y saqueará constantemente la realidad real”. Así, con esa redundancia pareciera recordarnos que la realidad prevalecerá e igualmente refrendará su idea al expresar. “Podría decirse que la calidad de la imaginación es la levadura que puede producir una transmutación poética de la realidad”. Paradójicamente John Updike, escritor y periodista estadounidense, quien escribió 20 novelas, decía en Conversaciones de escritores. “Repudio cualquier conexión esencial entre mi vida y lo que escribo.” 

Para mí, personalmente, prefiero pensar que quien escribe debe sentir que está viviendo lo que relata. Si el escritor no se sumerge en su historia, sino la siente y la padece, le sucederá como al niño cuando su barco pirata zarandeado por un huracanado temporal se le trasforma en la realidad de su cama. Asediado en una trinchera, él deberá padecer como su personaje las consecuencias de sus actos. El lenguaje textual de una novela revelará un estado consciente e inconsciente del escritor, los símbolos y las metáforas que habitan en su mente habrán de transparentarse en su escritura. Por eso es que no habrá grandes diferencias entre las historias, bien sean reales o imaginarias, no podemos sustraernos al hecho bien conocido de que en ocasiones, la realidad supera con creces la ficción. ”Escribir novelas en una actividad increíblemente íntima que te sumerge en el fondo de ti mismo y saca a la superficie tus fantasmas más ocultos”. E insiste Rosa Montero en afirmar que “Los fantasmas de escritor son aquellos personajes o situaciones que persiguen al autor como perros de presa a lo largo de todos sus libros”. Cuando nace la creación literaria, emerge en un espacio transcisional, lo cual implica que el escritor para lograr convencer al lector debe percibir la situación que describe como si fuese real. Una novela puede parecer el resultado de una suma de historias, pero en el decir de Rosa Montero, “aunque cada autor tiene su ritmo, la redacción de una novela es un proceso muy lento”. Ella afirmaba cómo, “…yo suelo tardar tres o cuatro años y de ese tiempo, la mitad lo empleo en desarrollar la historia dentro de mi cabeza, tomando notas a mano en una infinidad de cuadernillos”. En este sentido puede ser interesante escuchar lo que al discutir el tema de la mujer como escritor y de lo que ella piensa sobre el oficio de escribir, opina Lucía Guerra, profesora de literatura en la Universidad de California al entrevistar a Stefanía Mosca y a Ana Teresa Torres en una publicación de Monte Ávila Eds. Latinoamericana, del año 1997 (Escritura y desafío. Narradoras venezolanas del siglo XX). Ellas conversan sobre la literatura y la mujer-escritor, y Lucía Guerra dice. “…como escritoras, estamos insertas en un contexto preñado de metáforas masculinas acerca del llamado oficio del escritor y de lo que muchos hombre llaman, “el parto de la escritura”… En mi caso, la mayoría de mis libros los he escrito en la cocina mientras cuidaba a mis hijos y nunca, en realidad, me he identificado con esa aureola solemne y sublime que se le atribuye al oficio del escritor”. Stefanía Mosca replicará. “…yo si creo que existe el oficio del escritor, en el sentido que plantea Pavese, como la búsqueda de un estado de gracia que pasa, que se te da y que uno trata de explicarse aunque sea inútil”. Ana Teresa Torres concretará al final.  “…en cuanto al oficio del escritor yo no sé, porque me imagino que no es igual para todo el mundo, dando por descontado el factor del sexo. …lo que yo pienso cuando estoy escribiendo es que estoy construyendo un mundo que es un mundo de ficción, pero que, para mí, tiene una cierta realidad y que yo me construyo en ese proceso”.

Variaciones metodológicas
Para lograr  el trabajo de una creación literaria eficiente y sostenida, puede que el peor enemigo exista dentro del escritor mismo y tal vez éste puede ser, precisamente, el factor tiempo. ¿Cómo lograr las condiciones óptimas para concentrarse?, ¿de dónde sacar el tiempo para que la rutina del diario vivir no interfiera con la creación literaria? Escribir en general puede requerir un esfuerzo especial y las variables individuales serán múltiples, por eso volveremos a repetir que para escribir literatura como oficio, es necesario sacrificarse. Luego de que ya estén escritas docenas de páginas, estas han de sufrir un proceso de depuración, de relectura, de tachaduras, de borrones y de terminar muchas veces, aunque nos duela, haciendo una bola de papeles que irá al cesto de la basura hasta no querer recordar lo que con tanta emoción habíamos escrito. Si Hemingway escribía de pie ante su máquina de escribir y otros lo han hecho a mano, acostados en la cama, sentados ante una mesa por las mañanas al levantarse, con pluma estilográfica, con bolígrafo o con lapicito, o en las noches, directamente en una computadora, durante los viajes, solos y en absoluto silencio, en las madrugadas, con música de fondo, en fin habrá un centenar de opciones para hacerlo, y sin duda cada cual en su momento habrá de buscar el espacio de tiempo más conveniente y el horario más favorable… Citaré a Ednodio Quintero quien ha escrito sobre este tema: “Puedo escribir en muy diversas circunstancias, me basta con tener a mano un lápiz de grafito bien afilado, más bien blando, un sacapuntas, un cuadernito y un borrador… …El ritual es sencillo, incluso sobrio, podría decir que austero y monacal. Escribo con una letra menuda y enrevesada que a veces semeja un desfile de hormigas que hubiesen consumido LSD y que a menudo no logro descifrar. Luego, días o meses después, vacío el contenido de mis cuadernos en la computadora y comienza allí un proceso de revisión, depuración y arreglo de los materiales… Los cuadernos contienen la esencia de la narración y lo demás es coser y cantar”.

Especialmente, sobre la novela
Es necesario preguntarnos ante todo: ¿Qué es una novela? A continuación les diré algo que he leído por allí, en alguna parte: “Una novela no se parece a nada, ni siquiera a otra novela”. Escuchemos nuevamente a Ednodio Quientero quien  ha definido a La Novela como: “esa forma de prosa que explora hasta sus últimas consecuencias las posibilidades del lenguaje, a fin de examinar algún aspecto de la condición humana”. Ednodio ya había escrito también: “La novela no es el lugar apropiado para la prédica, ni púlpito ni cátedra ni tarima, es un espacio abierto, desolado tal vez, abismo a la intemperie, donde el escritor, acompañado de su cómplice, puede desplegar los múltiples registros de su voz, donde le es permitido expresar su ansia por reconocer lo que aún resta de humano, donde acepta, al fin, su parentesco con los dioses muertos, con el agua que corre y con el polvo estelar”. 

¿Cómo deberá funcionar la creación literaria para una novela? En todo texto tiene que existir una fuerza que se perciba intensamente, un espíritu que esté vigente, algo esencial que tiene que prevalecer y que estará expresado en el lenguaje particular del escritor. Esta fuerza interior será lo que en cada escritor de novelas vendrá a transformarse en su propio estilo. Quien se inicia podrá sentir evidentemente las dificultades de la indagatoria sobre lo que se tiene en mente y de cómo trasladarlo al texto para crear una novela. Quien se decide a escribir una novela, generalmente ha escrito relatos, o especie de cuentos breves. Estos no valen para darle cuerpo a una novela, pues se necesitará haber tomado la decisión previa de escribirla con un plan definido. Un pintor no se lanza a pintar un cuadro sin tener una idea aproximada del mismo, sin hacer un boceto, por lo que de manera similar, una novela puede llevarle al escritor meses o años mientras la planifica y antes de acometer esa tarea puede que sea necesario saber cuánto tiempo, cuanta dedicación y constancia, requerirá para llevar adelante esa tarea. También hay que entender que un relato no es una novela corta, ni una novela es un relato largo, son dos cosas muy diferentes. Ambos, si bien pertenecen al ámbito de la Narrativa, su ritmo, su estilo y los recursos que se emplearán en ambos son muy diferentes. Se pueden ofrecer datos cuantitativos sobre estos distintos géneros. Existe el MICROCUENTO, de menos de cien palabras. El CUENTO CORTO, que tiene entre 100 y 2.000 palabras, el CUENTO que deberá tener entre 2.000 y 30.000 palabras, la NOVELA CORTA de 30.000 a 50.000 palabras y la NOVELA que contará con más de 50.000 palabras. Estos son detalles matemáticos que poco se aplican en la creación literaria. Para Cortazar el cuento es “un texto continuo y cerrado sobre si mismo que exige un alto grado de perfección para que sea eficaz”. En otras ocasiones he dicho que me parece más difícil escribir un cuento bien logrado que una novela. Sobre la novela Pedro Beroes ha dicho. “En verdad la novela es un género de saqueo que deliberadamente se nutre de los elementos propios de otros géneros literarios; del diálogo, que toma del teatro, de la capacidad razonadora del ensayo, y de la atmósfera lírica de la poesía”. El cuento se lee de un tirón, la novela se suele leer por etapas y sus historias se mezclarán con las vivencias diarias del lector. Quizás por estas características es que las novelas parecieran quedar grabadas en la memoria de los lectores con mayor intensidad que los cuentos. En el mes de mayo del año 1943 Enrique Bernardo Nuñez escribía: “La novela en nuestro país necesita una renovación. En otros términos, necesita nuevos novelistas que nos ofrezcan temas distintos de la vida venezolana”.

Cada novela debe responder a una intención muy personal, la de investigar algo, de querer decir algo. Ese algo, tiene que expresarse poniéndole mucha imaginación. No creo exagerar si digo que cada novela debe reflejar de alguna manera el inconsciente del escritor. No se debe escribir sin antes hacer una profunda investigación, sin sumergirse a fondo, sin margullirse en determinado asunto, ese que revolotea en la mente del escritor y que le lleva a batir las alas de su imaginación. Esas inquietudes deberán ser plasmadas en letras, puesto que la novela es obra escrita y no puede ser un simple relato, no debe ser, tiene que constituir algo que salga del alma, que surja del interior, de lo más profundo de quien escribe y con una dosis abundante de imaginación. Eso, la imaginación que Santa Teresa llamaba “la loca de la casa”, según lo expresara en su brillante novela homónima, la escritora española Rosa Montero, la imaginación que fuera denominada por Baudelaire “la más alta y filosófica de nuestras facultades”. Cada escritor tendrá su estilo. No estoy muy seguro, como decía Bufón, de que “el estilo es el hombre”. De lo que si estoy perfectamente seguro es de que, el estilo es esencial. No hay un escritor verdadero que no haya creado su propio estilo, su forma personal de expresión literaria. Importará la solidez de estilo que vaya adquiriendo el escritor con su experiencia. Ya hemos dicho que la historia puede no ser tan relevante sino la manera de plantearla, la manera de decir las cosas será lo que constituya el estilo del escritor. Después ya surgirá el tono de lo relatado que no será otra cosa que la manera como se narrarán los hechos. Más que un asunto de técnica narrativa, el tono vendrá dado por al interpretación subjetiva de la historia que se escribe. De tal manera que la originalidad de la obra residirá en el imaginario, en la memoria inconsciente y en la conciencia misma del escritor, esos serán los pilares y conformarán un estilo propio. Quien escribe, buscará el tono que se adapte a los requerimientos de la historia relatada en lenguaje literario. La trama de la novela se vinculará con la organización estructural de la misma. Será como una urdimbre donde la manera de cruzar los hilos, enfrentar nudos e inventar el laberinto por donde transcurrirá la historia, será potestativo del escritor. Algunas veces los episodios podrán aparecer anticipados, en prolepsis narrativa, o contados hacia atrás, en analepsis, especie del llamado flash-back del cine, y así él podrá iniciar una historia por su final, de atrás hacia adelante, de manera circular, por la mitad… "La Odisea", se inicia al desembarcar Ulises en Itaca, para retroceder luego la narración unos diez años atrás y finalmente llegar a su encuentro con Penélope. Quien no ha leído lo de: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. A partir de esa frase, García Márquez retrocederá hasta la fundación de Macondo para regresar con la historia de “Cien años de soledad”. El narrador en primera persona de “Corazón tan blanco”, novela de Javier Marías, no ha nacido aún, cuando la novela se inicia con el suicidio de una jovencita ante un espejo con la pistola de su padre, mientras su familia está almorzando. En “Para subir al cielo…” la historia transcurre un día domingo en Caracas, pero los personajes viven situaciones que giran en torno a una autopsia en la morgue el día viernes y entretanto, se relata la vida del pintor flamenco Hyeronimus Bosch.

El uso del llamado monólogo interior puede ofrecerle al escritor una capacidad intimista que lo conecte psicológicamente con el lector. Si el escritor habla consigo mismo establecerá una especie de soliloquio y esto puede parecerse más bien a un monólogo, pero en el monólogo interior nadie habla. Si hablamos del llamado monólogo interior, o corriente del pensamiento, esta riada de ideas pueden ser traducidos al lenguaje escrito y las palabras y frases pueden ser vistas como ideas dispersas, sin sentido o caóticas, sin embargo, la traducción del mismo servirá para señalar que este discurso interno estará siempre dirigido por el inconsciente y se rige por asociación de ideas. En realidad lo que se pretende es escribir en palabras un fenómeno normal de la mente humana. No hay que olvidar que el cerebro es como una máquina que mientras estemos vivos, hasta donde conocemos, nunca deja de funcionar, no cesa de trabajar ni siquiera cuando dormimos y una prueba de esto son los sueños. El cerebro estará siempre hablando y no podremos hacerlo callar. Dujardin en “Han cortado los laureles” fue el primero en usar la técnica del monólogo interior que luego en el siglo XX Jamen Joyce lo haría magistralmente en el “Ulyses”. La lectura de un monólogo interior puede resultar inquietante e incómodo, y es que precisamente por ello, escribirlo es pasearse por el lado oscuro, posiblemente inhóspito de la mente pues se trata de que el escritor plasme en letras lo que atraviesa por la región del inconsciente. En el fondo, estos procedimientos del escritor al crear secuencias de palabras que son reflejos de su inconsciente, se pueden semejar a lo que es la creación poética, o lo que se logra expresar en una pintura. Es poner por escrito la parte más de artista con poner en palabras el yo interior, ese que comenzó a vislumbrarse con el psicoanálisis. El oscuro territorio de los sueños es atisbado desde el monólogo interior y puede transformarse en una especie de escritura automática. Otros escritores también como Joyce han utilizado con excelencia esta técnica, Luís Martín Santos, William Faulkner, Miguel Delibes, Virginia Wolf y algunos otros han usado la técnica con grandes ventajas, no solo de la mayor verosimilitud que se le da al texto, sino que logra crear una especie de nexo entre el escritor y el lector a través de los personajes cuya vida interior es cada vez mejor conocida por la existencia de curiosos registros lingüísticos utilizados adecuadamente. Cito nuevamente Rosa Montero quien en “La loca de la casa” dice: “Estoy convencida de que por las noches cuando nos dormimos y empezamos a soñar, entramos en realidad en otra vida, en una existencia paralela que guarda su propia memoria, su causalidad enrevesada”…”ambas cosas, los sueños y las novelas, surgen del mismo estrato de la conciencia”.
 
Es importante recordar la novela  “Tiempo de silencio”, ya que ésta viene a ser  el primer intento sólido de ruptura con la estética realista en la literatura de España, entendiendo que en la novela de Martín-Santos hay una profunda reflexión sobre la realidad socio-cultural española, desde el hombre humilde e inculto hasta las clases sociales profesionales y ésta todavía conserva en su interior el germen de una atmósfera naturalista que viene de la posguerra. “Tiempo de silencio” fue publicada en 1962 con veinte páginas censuradas por el franquismo, y la edición definitiva salió en 1981. El autor innovaría en esta novela, utilizando tres personas narrativas, el monólogo interior, la segunda persona y el estilo indirecto libre, procedimientos narrativos que venían ensayándose en la novela europea desde James Joyce pero que eran ajenos al realismo social usado en la época. Todo ello contribuye a lo que el propio Martín-Santos llamaría "el realismo dialéctico". La novedad de “Tiempo de silencio” parece estar más en su forma y su estructura, en la técnica narrativa y en particular en su lenguaje, todas éstas cosas y bastante menos en su contenido”. Es novelística en español, por ello, es necesario señalar que la irrupción de Vargas Llosa, va a ser, sin duda para la novela de habla hispana, más determinante que la ya comentada novela de Martín-Santos. Vendrá a acontecer lo que Emir Rodríguez Monegal en 1972 denominaría “el boom”, un fenómeno que obedeció a una corriente que creo una especie de desintegración del canon novelesco que se daba en aquellos años sesenta. La concesión en 1962 del Premio Biblioteca Breve a Vargas Llosa, dará, en gran medida su inserción en el panorama de la novela peninsular. En detalle, es interesante entender que hablamos de un peruano Vargas Llosa, dos cubanos Cabrera Infante y Carpentier, un argentino Cortázar, un colombiano García Márquez, un mexicano Fuentes, un chileno Donoso y un venezolano González León. Estos ocho novelistas rellenaron un segmento que va desde 1962,  hasta 1969, el cual viene a cerrar José Donoso con su novela Coronación.

Además del estilo, puede ser necesario para precisar el tono de lo que se relatará profundizar en el entorno de los personajes, en la psicología del personaje principal, en saber quién narra y como quiere hacerlo. En fin hay otra serie de búsquedas que ayudan a concretar un tono adecuado a lo que se está relatando, pero está claro que este proceso no es siempre fácil, por lo que puede ser que quien inicia la escritura de un texto le toque enfrentarse al llamado “dragón del escritor”, también denominado “el dilema de la página en blanco”, y que puede representar una especie de bloqueo mental para la escritura. Esta situación puede darse en el escritor, y para algunos en ciertas circunstancias puede hacerse casi irreversible. De producirse, diría yo que para quienes se inician en los avatares de la escritura, puede ser aconsejable no darle mucha importancia al fenómeno. Mi consejo se debe a que como una consecuencia del bloqueo, se puede caer en la tentación inicial de darle larga al trabajo para luego finalmente abandonarlo. Esto sería ceder a la presión de “el dragón” y hay que entender primordialmente que si se quiere escribir, tiene que realizarse por el placer de hacerlo. Escribir debe ser un acto consciente y agradable donde inicialmente no debemos querer ver de inmediato el producto de lo que estamos elaborando, debemos aceptar a la escritura como parte del juego que constituirá todo el proceso  de lo que se estamos denominando “el oficio de escribir”.
Para llegar a un feliz término en la creación literaria, será necesario conciliar tres cosas fundamentales: paciencia, confianza y tiempo. Estas tres palabras tienen que ser realidades básicas y fundamentales. Ellas solo se asimilarán con el ejercicio de otra virtud capital, la disciplina. Estas virtudes que deberán irse consolidando en el tiempo, tendrán que ser examinadas concienzudamente y finalmente aceptadas si se quiere emprender la tarea de escribir como oficio. Quien se propone a escribir una novela debe entender que él se ha de trasformar en un creador. Él tendrá que poseer una imaginación fértil que logre inventar situaciones y episodios de los que él mismo estará consciente, pero de los que puede ser que no tenga muy claras las motivaciones de su creación, estas usualmente le llegarán desde muy adentro de si mismo, y representan la voz de su inconsciente. Como hacen los buenos actores cuando tienen que representar a ciertos personajes y para poder hacerlo magistralmente entran en un estado de concentración muy particular, un trance que podría verse como de locura puesto que deben dejar de ser ellos mismos, así como quien padece una especie de rapto de esquizofrenia transitoria, durante la creación literaria el escritor deberá lograr un estado de búsqueda entre ser él mismo y ser a la vez otro, u otros, los personajes de su obra. El escritor necesita vivir dentro de sus personajes, pensar como ellos, sufrir, amar y hasta morir con ellos. Lograr esto y ponerlo por escrito con niveles de excelencia no es tarea fácil. Hay algo especial que diferencia al escritor del actor, es su pasión por la palabra escrita, por el lenguaje literario. La creación literaria es una labor individual, y ella va a depender de procesos introspectivos personales que a su vez deberán ser extrovertidos en palabras escritas, algo más difícil aún. Ante los miedos y las dudas pueden muchas cosas querer emerger del inconsciente, y el escritor necesitará dejar que fluyan, que los fantasmas afloren, que broten esas ideas ocultas hasta comprender que la novela, no es tanto de quien la escribe, deberá ser más bien de los personajes que por ella transitan, y el escritor como amanuense gratuito, irá traduciendo y plasmando en letras sobre páginas en blanco o rayadas, lo que sus personajes les muestren al ir viviendo. Al final el producto deberá ser más de los lectores que de sus autores… Esta es una opinión personal mía.

Jorge García Tamayo                                    
Maracaibo
2014

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