domingo, 10 de octubre de 2021

La decadencia

La decadencia


“La decadencia” es el título de uno de los capítulos de mi novela “La entropía tropical” (Maracaibo, Ediluz 2003) y ya me referí en el blog a este tema el 20 de octubre del año 2015, o sea hace seis años, por lo que siento que puedo recrearlo con mínimas modificaciones, otra vez, para mis lectores...

 

¿Te acordáis Ernesto de aquel libro de tapas verdes? El Consejero Médico del Hogar, y estaba allá arriba, escondido, en lo alto del closet de papá. Allí me encontré también aquellos dos volúmenes amarillentos, sarmentosos, de hojas quebradizas, dos libracos que decían Editorial Elite, año 1937, ellos también estaban ocultos, muy altos, en todo lo alto, del closet de papá, pero yo los había detectado...

Cuando me dejaban solo en casa, me encaramaba en una silla y los bajaba, los ponía sobre la cama de papá y cuidadosamente iba hojeándolos. Algunos de aquellos volúmenes amarillos tenían en la mitad fotografías y mostraban lo que fue la Rotunda, un edificio con un plano lleno de cubículos que lucían pequeños, de paredes muy sucias, apegostradas y se veían los grillos, que eran montones de hierros, usados en las piernas por unos señores, casi todos de espaldas, con pantaloncitos cortos.

Allí vi fotografiado al general Gómez y a un señor que se llamaba Nereo Pacheco, era como el jefe de aquel presidio, además había fotos del Castillo de Puerto Cabello y el libro decía muchas cosas que ocurrieron en mi patria, relatadas por el autor, un tal José Rafael Pocaterra. Yo era solo un niño pero ya sabía que él, José Rafael, había vivido en Maracaibo y había sido amigo de mi papá… Eso lo supe cuando luego de preguntarlo insistentemente, al fin mi papá nos relató, en voz baja, las historias de cuando su amigo había estado confinado en varias prisiones de Venezuela.

Los cuentos de papá sobre sus amigos de juventud, me hacían creer que todo cuanto aparecía en aquellos dos volúmenes sarmentosos tenían que ser cosas rigurosamente ciertas y lo que no comprendía bien, era porqué estaban arriba, en el closet, por qué no eran lectura para niños... Por todo eso, me imaginaba que era muy peligroso hablar del general Gómez, pero entendía que él ya se había muerto, eso ocurrió muchos años atrás, me decía yo, ¿y entonces? 

Más extraño me resultó el hallar otro libro, con tapas gruesas y una cubierta protectora, se llamaba, “Una aureola para Gómez”. Las cosas se confundían en mi mente de niño de seis o tal vez de siete años... ¿Sabéis Ernesto que era lo que decía Pocaterra sobre la decadencia de nuestra patria? Allí, leí unas frases suyas, en una carta, al comienzo del primer volumen. Era algo que había escrito el señor Pocaterra el año 1937, desde el Canadá, unas frases que a mí se me grabaron. Eran sus palabras impresas, las releí hasta casi aprendérmelas de memoria, unas líneas que decían... “La Patria, andrajosa, enferma, negada, poseída, abandonada en el fondo de una barranca aragüeña”.

 

Yo nunca pude entender bien por qué tenía que ser aragüeña la barranca, pero, querido Ernesto, a mí me parece que aunque seamos primos, aunque crecimos juntos, no sé por qué pero tengo la impresión de que los dos vemos a la patria de una manera muy diferente, no lo sé, pero dudo mucho de que vos te la podáis imaginar desbarrancada...

 

Seguí leyendo:...”Apuñase los pezones martirizados, estrecha los muslos dilacerados y con la voz rota de angustia y muy débil y muy tímida, para que no vuelvan sobre ella los que la emascularon de asalto; está cantando desde su corazón, en la moza del rancho, en la obrerita de la alcabala, en “la niña” de la ciudad, el arrullo del porvenir, ese “duérmete mi niña que tengo que hacer”... 

 

Muy seguro estoy, querido primo, que a vos, que te gusta escribir, estas cosas, cuando las leéis, no te agradan mucho. Para vos la patria tiene que ser algo menos sensiblero y más pragmático, casi puedo jurar que en tu opinión, nunca vivió momentos que ameritaran la creación de una prosa, ¿tan, cursi?, o quizás tan ¿populista? ¿Es así como vos la llamarías?... Imaginate…

 

...No lava pañales porque no los hay y si los hay, están sucios de sangre y de lodo; no hace de comer, porque le dejaron vicio y se llevaron el pan. Pero ella tiene que hacer. Nutrir, formar y educar el futuro que pernea en la cuna, aún mal lavado de adherencias placentarias, la boca en queja, los ojitos nublados. Por la carretera se fueron los trúhanes con las armas al cinto, jugando el botín y la paternidad a cara o cruz”...  

 

¿Verdad  Ernesto  que son muchos los trúhanes que han exprimido y saqueado a la patria? A tu patria, a la mía, a nuestra patria y se han ido, a disfrutar sus usufructos afuera, o se han quedado para digerir en silencio su botín. ¿Cuantos no viven de eso? ¡Y como lo disfrutan! Con fruición... Pero nadie dice nada...   Estoy seguro de que a vos, estos comentarios míos, no te van a gustar, porqué sé, me consta, que vos preferís ver a la patria de otra manera, sin tanto melodrama, sin populachos, y yo te entiendo, desde que éramos niños, te puedo jurar que yo te entiendo.

 

Pero de todas estas cosas, querido Ernesto, de cuanto hube leído en aquellos dos volúmenes de hojas quebradizas, había allí una escena especial, una vivencia que guardo en mi conciencia y que yo la llamo, la del bravo pueblo. Cuando tengáis tiempo, echale un ojo, revisala Ernesto  por favor, ve que está al final de segundo capítulo. Leétela y tal vez entenderéis, de niño a niño, por qué fue que yo aprendí, bajando esos libros de lo alto del closet de papá, a querer a una patria que aprendí a ver maltratada, a sentir amor con dolor por ella, siguiendo línea tras línea, en la lectura, aquellas palabras escritas por Pocaterra, con los compases del “Gloria al Bravo Pueblo” sonándome en mi conciencia.

 

Maracaibo, domingo 10 de octubre del año 2021

 

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