En el sector norte de Bella Vista en Maracaibo, existía un gran pozo; era un hueco hondo y rojizo, redondo, parecía no tener fin y el agua fluía desde su seno. En 1879 se pensó en crear un acueducto y darle el nombre del barbudo autócrata Antonio Guzmán Blanco, pero la gente lo rebautizó como La Hoyada. Las aguas cedieron y la intentona potable se olvidó. Más tarde, se construiría un colegio al lado de La Hoyada y una Iglesia, de La Merced. Se denominó “La Hoyada”, a una “Fuente de Soda” creada por el Sr. Andrés Ángel Montenegro quien falleció en 1964, y su familia le alquilaría el negocio a Alfredo Sánchez, un cubano enamorado de la gaita, y así al lugar nunca le faltaría la música en vivo. Con platos regionales, nacionales e internacionales, el sitio permanecía abierto hasta altas horas de la madrugada, en Bella Vista. Fue uno de los primeros sitios donde servían con una bandeja en el carro. Cerró sus puertas en mayo de 1996, pero poca gente ahora recuerda que desde antes de la fuente de soda, al pasar la calle y al lado estaba un pequeño abasto con techo a dos aguas rotulado como “La Mariposa”, y era allí donde JT Núñez Montiel se detenía a conversar como lo haría con el personaje que aparece identificado como Rodrigo, en la novela “La EntropíaTropical”. (Maracaibo, Ediluz, 2003).
Era un mediodía maracucho de un sábado cualquiera, con el sol cayendo vertical sobre el techo de tejas acanaladas en dos aguas, y el verde intenso y el amarillo incandescente brillando en las paredes. Ellas lucen así, chillonas, desde la acera de enfrente. Las puertas respiran fresco, son dos rectángulos de sombra, altos, azules, y más atrás está el mostrador con las cavas llenas de cerveza, sudando frías, y el medio de mantequilla y la docena de huevos frescos están escondidos en una bolsita de papel de estraza, ya vos sabéis, y oís, andá, vení y vendeme un cepillao, el mío dámelo rojo, ¿vos no tenéis leche condensada?, ve que te llama Rosita, de allá al fondo, ¡si mialma!, y Cheo con su cabeza canosa va y viene atendiendo a todos sin perder ni por un instante el hilo de la conversación entre los dos colegas, JoséTrinidad el veterano ginecólogo y Rodrigo un joven patólogo.
-Mirá, decime Rodrigo. ¿Vos sabías que Venancio Pulgar hasta un cónsul tenía en Nueva York? ¡Ah! ¡No lo sabías! ¡Pues paque vos veáis! Esa si fue una época bien jodía, cuando ya casi íbamos a ser una República Independiente. Venancio tenía unas ideas muy originales; bueno en realidad se parecían a las del gobernador aquel, don Fernando Mirayes, un tipo que siendo español tenía unas tendencias separatistas muy particulares; yo me imagino que era por algo, algo tenían que sentir aquellas gentes en tiempos tan remotos para ya estar queriendo a esta tierra con ese desespero, de esa manera tan compenetrada, tan exagerada, excluyente de todo lo que no fuese nuestro de verdad y tan abierta a la vez. Algo muy especial tenía que ser para que les hiciera ver toda la región como una cosa muy de ellos, para ser querida. Por eso, era lógica la reacción contra el centralismo de Guzmán Blanco. Venancio decía: “allá manda Guzmán pero aquí mando yo”. Imaginate vos lo que pensaría el presidente caraqueño, el que denominaron “El Ilustre Americano”, él mismo que insistió en que iba a transformar a Maracaibo en una playa de pescadores. Que te conste, que toda esta jaiba no es un invento mío... ¡Epa Cheo!, hacenos la caridá danos una Zulia y una Regional. Fijate Rodrigo, vos tenéis que tomar en cuenta ciertas vainas. ¿Cómo creéis vos que llegó Venancio a la presidencia del Zulia? ¡Llegó como político! Salió a flote en la ventolera de la politiquería, en aquello que dijeron llamarse la revolución de los azules, esa especie de chubasco que azotó a la nación durante la segunda época Monaguera. Pero Venancio era un arrecho. ¡Tanta vaina como le echó a tanta gente! Vos no lo sabréis, pero a los ricos de Maracaibo, los puso a trabajar con las manos, les obligó a ser albañiles y a echar pico y pala en el embaulamiento de la Cañada Nueva. Él se iba de paseo por los mercados y andaba chequeando los precios, los rebajaba a su antojo, y más vale que no chistara nadie. Le tenían miedo. ¿Quién le iba a poner coto? ¿Y a donde me dejáis lo que les hizo a los perijaneros? Todavía en San Ignacio y en la Villa del Rosario, vos solo tenéis que nombrarlo para que la gente tiemble de rabia, y es que no pueden olvidarse de la manera tan cruel, brutal e inhumana como castigó a esa gente... ¡Cheo!, danos dos más. Mirá Rodrigo, poco tiempo después de lo de Venancio, el Zulia se llenó de “mochistas”. Eran los colorados del Mocho Hernandez en pleito con los amarillos de Castro. Los liberales amarillos, sentían al Cabito como al redentor, él era la encarnación de sus nuevos ideales, él, supuestamente venía a acabar con el centralismo... ¡Ve que molleja! Por eso, mientras en la capital estaba, como en el Olimpo, el llanero Crespo apuntalando a Ignacio Andrade en la presidencia, aquí en Maracaibo la mochera llegó a tener un auge inusitado. Pero le tocó el turno a Don Cipriano. Llegó el Cabito al Olimpo y allí fue cuando se prendió el vainero. En esa época fue cuando apareció en las aguas del lago una cañonera y comenzó a descargar su artillería contra la ciudad. ¡Figurate vos lo que significa ver a Maracaibo bombardeada desde el lago! Hasta por aquí cerquita, en lo que llaman Los Valles Fríos, llegó el fuego de los cañonazos, y, ¡de bola!, la lucha fue corta, brevísima, los mochistas se pintaron de colores. Dicen algunos que perdieron porque se les enfrió el guarapo. ¡Cheo!, dame otra Zulia, que lo que yo me tomo es el golletico no más, y una Regional palcatire. Ajá. En aquel mes de diciembre, la gente que confiaba en el milagro del Cabito, celebró la Navidad con gaita, furro y tambora para cantar la derrota del Mocho. Había una gaitica muy conocida que celebraba el acontecimiento diciendo. “¿Vos no veis la cañonera como se va haciendo alarde?, los mochistas por cobardes se pusieron en carrera”. ¡Con La Restauración, si nos llevó quién nos trajo! Había esperanzas en la gente, pero nos encasquetaron todo lo malo. Se nos vino encima una avalancha de chácharos, capacheros de ruana y peinilla. Se produjo el cierre de nuestra Universidad, la prisión para todo el que no estuviera de acuerdo con el gobierno, rasparon a medio mundo, militares en el poder, te digo, La Restauración si nos desmadró de verdad verdad.
-Vai, JoséTrinidad, ahora poneme atención a mí, a ver si vos conocéis esta que creo que nos viene al pelo. “Ya tengo el potro ensillado, dijo Miguelón Contreras / el que quiera que me siga, que me voy para la guerra. / Me ha llamado Don Cipriano y le cumplo mi promesa”. ¡Ah! ¿No veis? Es que yo me sé algunas de memoria, vos ¿qué te creéis? El autor era un tío mío… ¡Ah vaina Trinidad! ¿Vos no sabías que yo tuve un tío que era poeta? Él era gocho, un ingeniero de minas, graduado en la Universidad de Colorado, peleó en la Guerra del Catorce, fue guionista de cine en Hollywood, si te digo que le dieron un Oscar menos me lo vais a creer, el tipo era un romántico perdido. ¡Era un poeta de verdad! Se llamaba Fernando y escribía versos y ese que te dije es sobre la época de La Restauración, la misma que nos trajo a nosotros tantas calamidades, tanto atraso, tan solo con referirnos a lo de nuestra Universidad tenemos... Mi tío escribió versos sobre un personaje muy pintoresco, Miguelón Contreras, un gocho de tantos como fueron aquellos que se lanzaron a cruzar Venezuela detrás de Castro y sus sesenta, otro de los entusiasmados con las consignas de “nuevos ideales, nuevos procedimientos, nuevos hombres”, uno de esos hombres del Táchira que dejaron en lamparones de sangre, toda una estela, como para que se les pudiese seguir el rastro de sus hazañas, en Tononó, Las Pilas, San Cristóbal, Cordero, El Zumbador, Tovar, Parapara, Nirgua y al final en la sabana de Tocuyito, allí cayó Miguelón, ya para ese momento, el coronel Contreras, quien no viviría para ver la llegada de Castro a la capital, tal vez para suerte suya porque en el decir de mi tío: “... en Caracas seguiría la nefasta camarilla/ de genuflectas espinas, bastoneros sin honor,/ crápulas de la codicia; los áulicos que de antaño/ a Venezuela oprimían,.../ y el Cabito fue confiado a entregarse a la jauría...” Ya sé Jotaté, que toda esta época que le abrió paso a la dictadura de Gómez tuvo graves consecuencias para el Zulia, pero y decime, y desde entonces para acá... ¿Qué nos ha pasado?
-Mirá Rodrigo, dejame que te diga una cosa… La época de los gobiernos de gendarmes andinos para algunos fue un período de paz, de nacionalismo y de victorias para el país, pero para muchos otros solo hubo cárceles, persecuciones y desgracias, esas que transforman los llamados “días de Cipriano Castro” en una dictadura llena de vergonzosos sucesos. ¡Nada de poesía! Para el Zulia fue una temporada larga, años de oscuridad, ¿Te podéis imaginar cómo relampaguearía el Catatumbo? Cuando todo acabó te podéis referir al escudo de nuestra Universidad que habla de cómo salió el sol cuando se fueron las nubes. Sin duda alguna, muchos zulianos esperaban que durante el gobierno de Castro renaceria la provincia, después del maltrato de Guzmán. ¿Quién podía pensar que el pequeño gocho se iba a voltear de esa manera? ¿Cómo saber que el brillante orador que defendía la provincia y sus tradiciones, volvería a caer en el esquema del centralismo? ¡Fue terrible! Aunque hubiese cambiando tan solo a algunos hombres, ¡hubiera podido hacer tanto!, pero sin duda alguna nadie lo hará jamás utilizando los mismos oprobiosos procedimientos. ¿Cómo puede calificarse el proceder de quien no más se sienta y de una vez manda a cerrar nuestra Universidad? Apagó el sol con negros nubarrones... ¡Pero Cheo!, ¿qué te pasa? ¡Ve que nos tenéis a pan y agua!
-JoséTrinidad. ¿Vos sabéis una cosa?... Con frecuencia, a mí me preocupan las injusticias de esta vida. Cuando yo te oigo hablar a vos de nuestra Universidad, con ese amor y ese entusiasmo que le ponéis, a mí me enferma por dentro al pensar que han sido algunos de los que se dicen tus amigos, al saber que han sido algunos de tus colegas los que no te han permitido que ingreséis a nuestra Universidad. Vos sabéis quienes son esos que todavía te bloquean, los conocemos, y se hacen los locos para que vos no podáis estar dentro de nuestra máxima casa de estudios. Vos no habéis podido ser un profesor pagado por la Universidad, pero tenéis más discípulos, más credenciales y más méritos que todos ellos juntos… ¡No juegue!, y además, tus méritos te los reconocen internacionalmente. Quizás por eso... Seguramente por eso, o precisamente por eso…
-No vamos a hablar de esas tonterías Rodrigo. Acordate que como decía aquel cartel que estaba por allá por El Principal, “Los perros ladran pero la caravana pasa”. Eso mismo fue lo que pasó en mil novecientos cuatro, cuando cerraron la Universidad del Zulia. La gente siguió siendo la misma, viviendo en nuestros pueblos y ciudades, empeñada en hacer progresar a esta región que tanto queremos. Años más tarde, Marcial Hernández diría en un discurso muy repetido por allí, que las insignias se podían marchitar, las campanas podían enmudecer y hasta podía extinguirse el fuego sagrado, pero que ni un huracán podía apagar el fuego del Catatumbo porque es el símbolo de la región zuliana. Entonces fue cuando pronunció su famosa frase, “El Zulia por las noches relampaguea”. Y te dejo dicho que en realidad, a pesar del cierre de la Universidad por el dictador, ella continuó funcionando en lo que se llamaba El Colegio Nacional de Varones, y también existían otros Colegios, y escuelas privadas, eran dirigidas por personas muy conocidas, maestros de generaciones y por si fuera poco, había una treintena de escuelitas municipales y estadales que eran muy pobres pero donde también enseñaban buenos maestros y maestras. Los tiempos eran muy duros y por eso quizás, cuando se supo que Gómez se haría cargo del mando, la gente se alegró. Seguramente pensaron que el compadre tenía que ser mejor que el Cabito. ¡Pero qué va! Pronto todos conocerían la realidad y vendrían épocas todavía peores. En mil novecientos diez, el general Gumersindo Méndez puso presa a toda la directiva del Consejo Municipal de Maracaibo. Los metió en el Castillo de San Carlos. Después, en mil novecientos catorce, coincidiría la muerte del Gobernador con la guerra europea y el descubrimiento del oro negro en nuestra región. Allí si se iniciaría una nueva era para el Zulia, pero esa es una historia diferente, muy larga, de la que podemos conversar en otra oportunidad. ¡Cheo!, ¡por vida de Cristo Padre!, danos dos más...
NOTA: este artículo fue publicado en este blog el viernes, 4 de septiembre del 2015, lo reproduzco hoy para recordar al insigne ginecólogo zuliano JT Nuñez Montiel.
Maracaibo, domingo 3 de octubre, del año 2021
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