Amanuense gratuito
Para poder escribir sobre la vida elíptica de un muy estimado amigo, acordamos comenzar en la época cuando los dos estábamos por pasar de la escuela primaria al bachillerato. Siendo menores de edad ambos, en aquel entonces, él me explicó cómo llegó a comprender algo que aunque a duras penas conocía, en el fondo le preocupaba. Me refiero a lo que podríamos denominar la sinrazón de la singular idiosincrasia de su gente, que dicho sea de paso, es igualmente la mía.
En realidad vos quisiste enfatizar algunos detalles que llamaste peculiarmente vernáculos y me dijiste parodiando a Jack el destripador, “para empezar vamos por partes”. Me explicaste que había algo que veías como un asunto que si se quiere, podíamos considerarlo geográfico. Guardé silencio para escucharte. “No se te puede olvidar que vivimos en un pedazo del país que se pierde hacia el norte en las áridas planicies de la Guajira y que hacia el sur, las montañas de la serranía de Perijá y los Montes de Oca demarcan los límites con el hermano país y terminan en las estribaciones andinas las que de cierta manera circunvalan al gran lago.
Somos habitantes de un Estado fronterizo especial, continuaste diciendo, porque tiene como corazón el lago de Coquivacoa”. Un lago con vista al mar, te dije utilizando una frase que me sonó cinematográfica, y vos inmediatamente me interrumpiste para enfatizar que la presencia indígena nos ha aportado una biotipología característica. “Nuestro pueblo ancestral”, así te expresaste, “son los wayúus, paraujanos, yupkas, añús y los motilones baris, que habitan en las montañas, o en las riberas del lago en sus palafitos, viviendas lacustres sobre estacas de madera que según algunos cronistas valieron para darle nombre a la nación”.
Detuve tu disertación para decirte. No te me pongáis retórico y regionalistón. Lo dije, al imaginar que tal vez intentarías regresar a la expedición de don Alonso de Ojeda y Juan de la Cosa con Américo Vespusio en una carabela añorando la Venecia del Adriático. “Está bien”, me respondiste, aceptando mi comentario. Sin embargo insistirías al decir. “Nuestra ciudad capital, Maracaibo, fue tres veces fundada, así que, para muestra un botón. Hablamos entonces sobre su nombre que según algunos significaba un sitio de muchas culebras cascabeles, o tierra de serpientes, pero otros lo asocian con el nombre del cacique Mara”. Te interrumpí de nuevo para como un detalle adicional recordarte que en el siglo XX, otro Américo, el doctor Negrette, en su autobiografía denominó a la capital de Zulia, “la ciudad de fuego” y vos remataste el asunto confirmando como un par de siglos atrás, nuestro historiador y poeta Rafael María Baralt había bautizado a toda esta región como “la tierra del sol amada”.
Creo que recapacitaste, decidido ya a dejar el tema de la historia regional para comenzar el relato de tu historia personal. Para mi sorpresa te remontaste a tu infancia para recordar cómo, sería fuera de tu casa donde descubrirías en los curiosos habitantes de tu ciudad de fuego ciertas peculiaridades, en el hablar y en su comportamiento, las cuales me dijiste, los hacían diferentes a quienes constituían el entorno de tu infancia hogareña. Me comentaste, intentando ejemplificar tu interés, que irías a un asunto concreto que te ofrecía meridianas diferencias.
“Los choferes”, dijiste y yo me quedé expectante. Vos podías remitirte a detalles específicos, como el hablar de tu o de vos, y hasta el tono vocinglero o susurrante, y era válido pues te apodaban “el silencioso” o “el murmurante” y te venía al pelo. Decidiste que mejor te explicarías centrándote en todo un gremio, y me aclaraste que te referías a los conductores de los llamados “carritos por puesto”. Me enteré entonces que ellos, conocidos como “los choferes”, habrían de transformarse para vos, niño aún, en una especie de escuela viva. Los recordaste dubitativo, y luego sonriente me dirías que sí, confirmándome que algunos eran tan solo, unos jodedores. Así, me fuiste explicando cómo te tocó lidiar con ellos, cuando iniciarías informalmente tu aprendizaje del lenguaje autóctono.
Esto del lenguaje de la región, del léxico, y lo de tu aprendizaje, realmente me sorprendió y debo aceptar que no era una nimiedad. Nosotros, vos y yo, logramos un acuerdo para relatar tus andanzas y todo cuanto pudiésemos conversar, usando los naturales morfemas y las formas fonéticas comunes de quienes nacimos y vivimos en esta región. Acepto que esto es consubstancial con toda la historia, y obligadamente trataré de hacer del lenguaje una parte importante de tus andanzas alrededor de las mujeres, de los choferes, o del otro tema que desde siempre te obsesionó, la investigación científica.
Parecerá un disparate, pero debo destacar que el asunto del lenguaje oral, o la plática de nuestros conciudadanos la consideramos crucial en lo de trasladar tus vivencias al papel. En tu casa, no se usaba el voseo, es decir, sencillamente, no se hablaba en maracucho. Tu padre, Ezequiel, curiosamente pensé en el profeta hebreo de los tiempos de la cautividad de Babilonia y de momento recordé que era el mismo nombre bíblico del difunto padre de “el cachorro”, un niño recreado por Garmendia en su “Capitán Kid”.
Pues bien, el señor Ezequiel, como ciudadano de la tierra amada por el sol, era culto, y muy estudioso. Un señor de antaño, bibliófilo, algo esmirriado, sí, casi etéreo insististe vos al recordar que usaba un léxico impecable de tonalidades neutras. Tu madre, doña Eufrosina, era andina y en su hablar era fácil apreciar ese dejo característico de la gente de las montañas tachirenses. Aquella mezcla llevada al lenguaje oral resultaba perfecta para que en tu hogar se hablase de “usted” y no de “vos”.
Hago esta aclaratoria para enfatizar el asunto de nuestro lenguaje, éste que ahora es el utilizado por nosotros para conversar, el que acordamos para que yo plasmase en letras tus vivencias, el doméstico, el cual ciertamente no fue el de tu hogar, pero evidentemente terminarías con el paso de los años, a pesar de las vueltas y revueltas que tuviste que dar por diversas regiones del mundo, aceptándolo gustosamente. De esta manera, el coloquial voseo de nuestra región, te ganaría en cariño y vos me permitirías utilizarlo para relatar con los dejos de tu tierra tus elípticas vivencias.
Regreso a tus comentarios de cómo y cuánto, te interesó la pintoresca manera de hablar de los choferes de los “carritos por puesto”. “Concretamente los de la ruta de “Las Delicias”, me puntualizaste. Finalizarías tus días de infancia, los de viajar en transporte de autobuses escolares, siempre vigilado, pasando a moverte utilizando por tu cuenta y riesgo los carritos. Eras al fin, estudiante de bachillerato y al ser más independiente podías irte a tu casa desde el colegio en carritos por puesto. Los choferes, ciertamente eran en aquellos días un gremio muy pintoresco. Si algo les caracterizaba era ser expertos relatores de cuentos colorados. Esto lo aclaraste para confirmar como muchas de aquellas historias, en su momento quizás eran verdaderas, pero por su abigarrada adjetivación, ni vos mismo las entendías.
Tan solo eras un carajito cuando te tocaba regresar a tu casa desde tu colegio en carrito por puesto, y no obstante según me relataste, sería en las noches, en tu cama, cuando al recordar algunas de las cosas vistas y escuchadas comenzarían a transformarse en un oscuro estimulante de tu imaginación y de deseos que en ocasiones terminaban por mortificarte al retornar la claridad del día. Te pregunté entonces si acaso sentías temores relacionados con aquello de los rescoldos del fuego del infierno, y de otras ideas que sé que ya estaban tempranamente inculcadas en la primaria de nuestro religioso colegio. Me respondiste afirmativamente. Considerabas ahora, haber tenido un verdadero mezclote de historias religiosas acicateadas para la época por firmes convicciones e ideas inculcadas en tu mente de adolescente núbil aún y muchas otras cosas que irías descubriendo en las lecturas y más aún en el cine. Parecerá algo extraño y se te haría difícil relatarlo…
NOTA…esto lo encontré por allí, olvidado, quizás pretendía ser el inicio de una novela, y quien escribe parece ser el gratuito amanuense de su amigo…
Maracaibo, miércoles 12 de octubre (día de la raza) del año 2021
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