En 1729, en Scandiano un pueblo cerca de Reggio, al noreste de Italia nació un personaje hijo de un abogado quien desde muy joven decidió hacerse sacerdote. No habría de ser un simple cura, se llamaba Lazzaro Spellanzani y su interés primigenio siempre estuvo centrado en la biología. Le apasionaban los misterios sobre el origen de la vida y de la generación espontánea, le impresionaba ver experimentalmente cómo ciertos reptiles y anfibios son capaces de regenerar partes perdidas de sus cuerpos. Él llegaría a descubrir que los murciélagos orientan su vuelo en la oscuridad comunicándose por el oído.
Lazzaro Spellanzani fue profesor de física y matemáticas en la Universidad de Reggio donde enseñaría griego, latín y metafísica. Durante años dirigiría el Museo de Historia Natural de Pavía. En aquella época, tuvo que realizar muchos experimentos con animales, en particular con sapos, particularmente con el sapo que Carlos Linneo había denominado Bufus marinus. Algunos de sus experimentos con los sapos sonarían muy crueles en estos tiempos…
Hallar a nuestro personaje abate ya mencionado en el título de una novela policial, puede sonar muy extraño, pero el escritor brasileño Rubem Fonseca(1925-2020) -galardonado en 2003 con el Premio Camöes y en 2012 con el premio Iberoamericano de Narrativa “Manuel Rojas”-, publicaría en 1985 una novela en Seix Barral, Colección Biblioteca de Bolsillo, con el título original de Pasado Negro, la cual luego se denominaría “Bufo & Spallanzani”, novela que es reconocida como “novela negra, con matices biológicos que suscitan una reflexión humana”. Habla de la complejidad que en un organismo vivo guarda cierta correspondencia con su capacidad para sobrevivir y resistir, tanto como los sapos a los experimentos de Spallanzani.
En Bufo & Spallanzani, Rubem Fonseca aprovechó para reflexionar sobre la escritura de las novelas, a través de un narrador-personaje, denominado Gustavo Flavio -como tributo a Gustave Flaubert-, y él hablará sobre “la maldición de la novela”. Algunos de sus personajes discurrirán sobre el ejercicio de la escritura, las problemáticas del escritor, y de cómo se piensa una novela desde sí misma. Con un particular sentido del humor, Rubem Fonseca tomará distancia frente a la escritura para hablar de lo que va a ocurrir, ya que según él, toda novela sufre una maldición, la de terminar siempre de mala manera.
Si regresamos al naturalista italiano Lazzaro Spallanzani, ya dijimos que había nacido en Escandiano en enero de 1729; él estudiaría en el colegio de los jesuitas de Regio. Años después se matriculó en la facultad de Derecho de la Universidad de Bolonia, siguiendo los deseos de su padre, que era abogado. Un amigo de la familia logró convencer a su padre de la auténtica vocación científica de Lazzaro y finalmente pudo inscribirse en la Facultad de Ciencias.
Las dotes intelectuales de Spallanzani eran tan vastas y diversas que sus maestros temían que las malgastase. A los 25 años había traducido obras de poetas clásicos, redactado un Tratado sobre Mecánica y discutía con facilidad sobre complejas cuestiones matemáticas. Antes de los 30 era profesor de Lógica, Metafísica y griego en la Universidad de Regio, y se había ordenado sacerdote, aunque siempre mostró mayor afición por la biología experimental que por los estudios teológicos.
En 1769, Spallanzani confirmó que los organismos unicelulares son seres vivos y refutó la generación espontánea, anticipándose a Pasteur. El sacerdote católico inglés Needham había hecho una serie de experimentos en favor de esa teoría pero Spallanzani repitió los experimentos prolongando el periodo de calentamiento y sellando con más cuidado los recipientes evitando que aparecieran las colonias, lo que contradecía la teoría de la generación espontánea. En un experimento de trasplante, Spallanzani implantó con éxito la cabeza de un caracol sobre el cuerpo de otro. Estudió la circulación de la sangre a través de los pulmones y experimentó con los jugos digestivos que, según observó, están especializados en la digestión.
En la página 254 de mi novela La Entropía Tropical me referí a los Cuentos de Hoffman de Jacques Offembach, y luego a la barcarola de Carl Maria von Weber transportándome a recordar épocas de escolar, bajo la gran lámpara facetada de vidrio y barras de plomo en el centro del techo de multicolores retazos Art Déco del Teatro Baralt, y creí volver a ver a Zizi JeanMarie, bailando, ballet vestida de rojo sangre… Ella giraba, y luego regresaba en puntas de pie, mientras Hoffman sonaba profundamente…-yo lo escuchaba con unos audífonos-...
Pero no era la barcarola de Carl Maria von Weber, la que el músico escribiera para su ópera Oberón, ni era la famosa Barcarola en fa sostenido mayor para piano de Frédéric Chopin, lo que sonaba en mis audífonos -pues en eso estaba escuchando apaciblemente- era la música de Jacques Offembach de los cuentos de Hoffman, basados en una obra que Barbier y Michel Carré habían escrito sobre cuentos de E. T. A. Hoffmann quien aparece como personaje de la ópera, como él mismo acostumbraba a hacer (https://bit.ly/3lsbywT) en muchas de sus historias, mientras yo creía ver bailar a Zizi con sus zapatillas rojas…
Sí, allí, en el mismo teatro Baralt donde no recordaba cuando pero ya la había visto antes bailar representado a Doro y había sido en un filme sobre Hans Christian Andersen protagonizado por Dany Kaye… Tampoco estaba la bailarina francesa en el filme “Las zapatillas rojas”, del año 48, donde sobre un cuento de Andersen quien bailaría incansable sería Moira Shearer bajo la dirección de Michael Powell quien para confundir más aun mis recuerdos, sí que dirigiría en 1951 otro film, uno de factura inglesa precisamente titulado “Los cuentos de Hoffman”.
He viajado con ustedes, amables lectores, llegando hasta aquí en lo que puede parecer un zaperoco de sapos y de música, para recordar como en ésa ópera cómica -Los Cuentos de Hoffman- podemos ver aparecer nuevamente a nuestro personaje: Spallanzani. No será como un aplicado abate biólogo, más bien lucirá como un brujo, como siempre interesado en la ciencia, pero aquí será un brujo que construye muñecas mecánicas y curiosamente, sí: se llama Spalanzani, pero así, con una sola ele. De modo que este señor Spalanzani con la ayuda del malvado Copelius, orquestado por la música de Jacques Offembach crearía a Olimpia, un maniquí mecánico y dice la historia que Copelius le vendería unas “gafas mágicas” a Hoffman para que vea en su amada Olimpia a un ser humano.
Bailando estaba Olimpia, y cantando, aunque de pronto se detuvo y Spalanzani tendría que correr a darle cuerda. Olimpia cantaba y bailaba sin parar pero Hoffman perderá las gafas y comprenderá entonces que Olimpia de quien él está enamorado perdidamente, no es humana. Cuando Copelius decide destruir a Olimpia, los invitados de Hoffman se burlarán de él por el engaño y así llegaremos a el Acto Tercero, cuando se escuchará “Belle nuit”, la barcarola de Offembach que me transportó a la infancia en el teatro Baralt de Maracaibo y valió para que les relatara esta historia que una vez -once upon a time- medio les conté un 31 de agosto del año 2015 en este blog lapesteloca.
Maracaibo, martes 19 de octubre de 2021
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