domingo, 25 de abril de 2021

Ernesto en “La Alquería”

 

Ernesto en “La Alquería”


El pasado 19 de abril se cumplieron dos años de la partida definitiva de mi primo hermano Ernesto García MacGregor, de quien (https://bit.ly/2xXs52e) dijera en este blog en Julio 2019, que esperaba lo recordásemos antes de que la memoria que es imperfecta, intentase evaporar en el tiempo tantas inolvidables vivencias. Hoy quisiera de nuevo escribir sobre Ernesto, pensando en los días cuando éramos niños y vivía con mis tres hermanos como los vecinos de “la casa de al lado” de La Alquería.

En la avenida Santa Rita todavía recién asfaltada, en el terreno que había al lado de nuestra casa, Los Arrayanes, mi tío José construyó La Alquería que puede verse en la fotografía de aquella época como una casa muy grande de dos pisos. Recuerdo cuando llegó, casi a inaugurarla, nuestro primo, Ernesto. Sus vecinos éramos nosotros los 4 varones García Tamayo, apodados por mi padre “los báquiros” y era que Ernesto, destacaba por ser un  carricito muy educado, y me parece verlo, de pantalón corto, quien venía de haber vivido en Norteamérica y por supuesto sabía hablar en inglés. Nos pareció genial y esto lo demostraría hacia adelante por sus iniciativas, y encajaba a la perfección entre mis dos hermanos menores, Carlos y Lorenzo y los dos mayores que éramos Fernando y yo, Jorge. 


 

La Alquería sería testigo de incontables aventuras protagonizadas por nuestro recordado primo hermano. Su habitación personal estaba en la planta baja, y se ve su ventana en la fotografía, debajo de un balconcito que hay en el segundo piso, pero eran otros los escenarios donde Ernesto con sus primos inventábamos cosas que ahora suenan irreales. Existía un “oratorio” (así se llamaba) y se observa en la fotografía con tres ventanas rectangulares que eran vitrales y quedaban justo encima de la entrada principal donde por una elegante escalera de caoba oscura se subía al piso superior.

En el espacio frente al oratorio se abría un gran salón y nosotros lo veíamos con una sala de teatro donde decidiríamos hacer representaciones. Con Ernesto íbamos inventando dramas donde las aventuras de piratas y espadachines eran frecuentes y los actores -nosotros mismos- debían aferrarse al texto de guiones que creábamos y que en ocasiones por falta de ensayos las actuaciones terminaba en puras carcajadas… Aún recuerdo un dramón sobre el pirata Henry Morgan y la frase de “¿Así que el perro de Morgan tenía un hijo? Este disparate da una idea de nuestro “teatro”… En ese mismo piso de La Alquería, estaba el cuarto con los libros de Medicina abandonados e íbamos a reunirnos allí con Ernesto para ir mirando las fotografías más que leer los textos, unidos todos en una entrañable cómplice amistad.

Ya he relatado como en la planta alta, había una terraza que daba al “cuarto de jugar” de Ernesto, que era de su total propiedad y donde se le ocurrió que deberíamos crear un área de misterio para aterrorizar a quien se atreviese a entrar. “La casa del terror”, tenía luces que se encendían y apagaban simulando relámpagos, arañas de goma y telarañas que debían enredarse en los futuros atrevidos visitantes, donde lo esencial era crear miedo y para eso contábamos con máscaras  y con los huesos humanos, y dos cráneos, todos procedentes de un costal, herencia de su hermano mayor Ricardo, quien había abandonado la carrera de Medicina en la Universidad Javeriana y en sus macundales se los había traído desde Colombia.

También he relatado ya, aquí en este blog, de cuando operábamos iguanas con Ernesto y las soltábamos luego con “la barriga cosida con sedalina”, e igual hablé también sobre el “listolante” chino y los cueros de gato al sol, y hasta les eché unos cuentos sobre nuestra estadía en Nueva York donde Ernesto desplegó sus dotes de cicerone en la gran manzana y comenzó a enseñarme inglés formalmente. Pero creo que con frecuencia las ideas tan originales que planificábamos con mi primo eran estimuladas por el cine. Nos poníamos de acuerdo, seleccionábamos la película en el Panorama y nos íbamos, de día, pues había funciones de matiné en el Baralt y en el Victoria.

Recuerdo que estábamos viviendo una fiebre sobre la Antártida, estimulados por las aventuras del almirante norteamericano Byrd y nos llevamos un chasco al seleccionar equivocadamente un filme sobre “escaladores en el polo sur”(¡), al leer “escalando” por  Escándalo en la Costa Azul en el que resultó ser un filme musical en colores con Danny Kaye. Pero Ernesto nos invitaba y le seguíamos para deslizarnos por la pendiente del jardín frontal de La Alquería donde a pesar de ser de grama, -y era mejor si estaba seca-, uno ascendía dificultosamente ayudado por unas estacas y usando nuestro cuero de las cotizas-que pulíamos concienzudamente para que resbalase mejor-. Así, también, metidos en una caja de cartón, descendíamos empujados a la velocidad de trineo, sin perros ni nieve bajo la canícula del solo maracucho…

En ocasiones decidíamos dormir al descampado y montábamos una “tienda de campaña” que era grande -parecía un desecho de US Army- en el patio de la casa (de Los Arrayanes) e invitamos a Ernesto para acompañarnos en la aventura. Mi padre que era también muy ocurrente, se las ingenió para conseguir en una bolsa de fique a unos 5 gordos sapos, que en la oscuridad de la noche-no había luna y la casa permanecía en total oscuridad- fueron apareciendo en la puerta de la tienda con sus croar y su brincos para terminar en carreras y un gran susto aquella aventura nocturna compartida con nuestro primo hermano el inolvidable Ernesto.

Maracaibo, domingo 25 de abril del año 2021, en pandemia…

2 comentarios:

Unknown dijo...

Increíble Jorge !
De verdad disfrutaron de una época y sobretodo tenían una imaginación única fomentada por la lectura ...
Que de cuentos Ernesto me refería de la " casa embrujada "
Gracias ! Una de las cosas que más disfrutaba con Ernesto ; eran sus historias ...

beatriz dijo...

Que gozadera
No es casual que salieran tres medicos de todas esas intervenciones iguanisticas, ademas escritores incansables. Me encanto