martes, 20 de abril de 2021

Del comer…

 

Del comer…

Desde hace un tiempo largo, vivimos en un país de hambruna… Sabemos que el hambre se aplaca parcialmente para quienes tienen la fortuna de contar con familiares que desde el exilio, trabajan para enviarles alimento, y no faltan algunos otros, escasos sí, que por estar “enchufados” (…los pusieron “donde haiga”) gozan visitando bodegones y sosteniendo antojos gourméticos. Desde hace muchos años que en este país, mi país, tú país, el ciudadano común, pata en el suelo, o lo que es igual llamarlo “el de a pie”, o sea: la gran mayoría de los venezolanos, pasan mucho trabajo para llevar comida a sus hogares… Por ello aunque suene triste, mostraré como en algunas de mis nueve novelas publicadas y en los relatos inéditos de TRÍPTICOS, me complací años atrás hablando sobre  comida…


“Trastabillando aún, se incorporó de su cama y se dirigió hasta el baño. Allí estuvo un rato orinando. Luego se lavó la boca y se colocó su prótesis dental parcial. Avanzó hasta la pequeña cocina y llenó una olla con agua. Se entretuvo regando unas plantas que se estremecían con la brisa en su ventana hasta que vio hervir el agua. Abrió una lata de café y le colocó a la olla dos cucharadas. Así esperó un rato hasta que el brebaje comenzó a hacer ruido por la ebullición. Entonces inhaló con fruición el aroma y lo fue colando en una manga de tela. Se sirvió el café en un pocillo de peltre recordando la próxima visita de su amigo”… (de Para subir al cielo…)

“Él masticaba con fruición los brotes tiernos de cuernos de ciervo fragmentados en minúsculos trozos, sazonados con laurel, ruda y comino. En el centro de la mesa, el jabalí asado se regodeaba entre los dátiles y setas que rodeaban la bandeja de plata. Sus ojillos parecían atender el movimiento de los cubiertos dorados... Él sí pudo captar la sonrisa meliflua de los colmillos curvos y creyó ver una especie de terror vidrioso en la mirada de la bestia. Era indudable que estaban fijos en la hoja y notaban como palidecía su mano, crispada, empuñando el cuchillo ante el silencio que orquestaba la escena. Con verdadero arrojo, hendiendo el aire espeso y ambarino de la tarde él se lanzó a la carga y lo atacó de frente, puñal en mano. De un solo tajo, sin demostrar temor alguno tasajeó sin detenerse la aromática carne del jabalí trufado. Lo hizo sin inmutarse, con suculentos cortes que bañó en un instante con una espesa salsa de limón y pimienta de Egipto, impregnándolos con extrañas especies de la lejana Alejandría, los perfumó con azafrán de España y grandes cantidades de mostaza con salsa de ajos y claro está, con mucho perejil. Él colocó en el plato de ella las rodajas de carne bañadas en la salsa entre perdices tiernas rodeadas por coles y tocino y le añadió amoroso y sonriente unas lonjas de manzanas salteadas”… (de TRÍPTICOS-La cena.)

“La mesa rectangular de caoba, lucía en el centro un plato con dos piñas rodeadas de mangos pintones. Estaba servida para tres. Por la ventana se metía la mañana en el comedor llenándolo de luz…- Marito está en la cocina preparándonos un revoltillo, o, ¿usted prefiere los huevos fritos?, o, ¿en tortilla? Y sin dejarlo responder le acercó una pequeña taza diciéndole.- Tómese su cafecito negro antes de que se le enfríe, ¿le gusta con azúcar? … Ya les traigo sus raciones y me perdonan porque hoy no hay tocino, se me terminó la semana pasada y vaya pero, ¡el huevo lo acompañarán con un chorizo muy bueno! … Arrastrando los pies, Marito se acercó con los platos y luego trajo una fuente con boniatos y una cesta con pan. Después de regresar con una jarra de vidrio repleta con mango licuado, se sentó en el puesto que esperaba por la doctora y se dispuso a conversar. - Yo ya me desayuné muy temprano y si la doctora no sale, se le va a enfriar el café. Prueben el mango, ya en el refrigerador tengo preparada otra jarra con guayaba, para que ustedes puedan beber y refrescarse cuando gusten. Es muy saludable la fruta. Óigame, y, ¿ustedes son de verdad venezolanos?” …( de Escribir en La Habana)

…”Iñigo pensó en los chipirones. Algo así debería prepararle a Jacobo. Son los mismos calamares le decía él en una ocasión. Sí, pero no es lo mismo cuando tú los recibes en el muelle, acabados de llegar y los sacas de entre las redes. Existen los de anzuelo, pequeños, los cortas en trocitos y allí mismo puedes saltearlos en dos cucharadas de aceite hirviendo y cebolla picada. Cuando estén en su punto les añades un cuarto de litro de agua hasta que hiervan. Si los sirves con aceite y vinagre es un rico entremés. Iñigo con los ojos cerrados imaginó los chipirones clásicos, los que él asociaba con Euskadi, con su tierra lejana, en su tinta... Su abuela depositaba las bolsitas con tinta en una cazuela y poco a poco las iba rompiendo, apretándolas contra las paredes de la vasija. Cuando tenía formada una crema oscura, le añadía a esta pasta un par de cucharadas de caldo de pescado, la agitaba con una cuchara y allí estaba la salsa, la tinta en la que terminarían bañándose los chipirones cortados en trocitos”…(de Para subir al cielo…)

“Los prebendados en el refectorio pugnaban por olvidar las siete cabezas de la bestia asomadas entre la espuma del mar y se entretenían saboreando las aceitunas rellenas, husmeando las lonjas de carne de ovejo, revolviendo con sus manos desnudas los palominos al salmorejo y dispersando descuidadamente los granos del arroz con ají, pimientos, almendras y perejil. El ventanal empañado por el aroma burbujeante de la espesa salsa que hervía en el caldero, trepidaba con los embates de la lluvia. Silenciosos, los clérigos escanciaban botellas de licor de toronjil y garrafones de vino de ciruela de hueso, sin prestarle mucha atención a las monsergas que desde la cabecera de la mesa repetía el obeso prelado envuelto en el muaré purpurinoescarlata de su fino balandrán… Rebosante en las jícaras, el manjar blanco era cuchareado y degustado con deleite por los calóndrigos que se chupaban los dedos empingorotados de grasa y volvían a meter la mano en el vientre de los corderos rellenos con pasas y picadillo de carne de cerdo y esculcando el interior de los cabritos de carapacho rosado y humeante desbordaban el guiso con desparpajo desparramándolo sobre las bandejas”... ( de TRIPTICOS-Las ordalías-)

 …”Sus manos sarmentosas ahora no podrían fracturar las costras calcáreas de los percebes. Sus uñas, tal vez las hendirían, pero habría de estrujarlas, tendría que romperlas entre los dedos para extraer los trocitos de carne rosada, anaranjada, turgente, una delicia con sabor marino, fruta exótica del Cantábrico. No había vuelto a comer percebes en su vida, ¡pero como los recordaba! Los percebes y su abuela. Iba ella colocándolos en agua hirviendo y le decía al oído, basta sólo con un minuto niño, para los más grandes y solo medio minuto para los pequeñines, pero atiéndeles bien, porque si hierven mucho, pues pierden toda la gracia. Pierden la gracia se repitió a sí mismo”… ( de Para subir al cielo…)

“Azúcar prieta, levadura, agua y tienes que dejarlo tranquilo, eso sí, en reposo total. Después, ¡coñooó! Mi negra, ¡escomotú! El asere volvía con el brete de sus explicaciones, e insistía en que el chipedrín era menos dulce, que era alcohol de noventa, ¡vaya!, como de cientoquince grados y tú sabes compañero, con un solo cañangazo, ¡Ave María!... Eso es pura chiringa. Así decía el ecobio con su cháchara cada vez menos inteligible. Los aseres con el ron, los rubios ahí bien pegados al vodka, pero los hombres y mujeres del pueblo estaban como yo en un desespero tratando de acabar con la cerveza. De izquierda a derecha. Todos degustaban el son percibiendo el sabor del ron y chupando las frutas tropicales, bebiéndolas en jugo, mezclándolas con ron, de derecha a izquierda, suspirando por el aroma de las masitas de puerco y del quimbombó”…( de Escribir en La Habana)

“La fe, nunca la perdería, la fe sólida e inquebrantable de su abuela. A ella le debía su educación religiosa y quizás también su afición por la cocina. Le parecía verla, cuando vivían allá en Guetaria. El puchero de agua debería estar hirviendo ya con la sal. Le añades una cucharada de aceite y una hoja de laurel. Él le atendía a sus instrucciones con emoción. Aquellos monstruos de conchas rosadas llenos de prominencias con un aspecto extraño eran los Xangurros. Años después él se enteró de que eran los mismos cangrejos llamados en Galicia los Centollos”… (de Para subir al cielo…)

Al agradecer por la lectura, o relectura en el mejor de los casos, confío en que se avecine ya la hora del día, cuando tras la pandemia y habiendo sido todos inteligentemente vacunados, podamos los venezolanos volver a comer, “como Dios manda”. Amen.

Maracaibo, martes 20 de abril del año 2021

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