martes, 2 de febrero de 2021

Samplegorio

Samplegorio

 

En aquella época llegaron los chimbangleros, los sambeniteros y los sanviteros, todos con ese merequetén de bailar al santo para auyentar la peste. No era loca ni era la de las bestias, quizás por eso, años atrás, vos los veías descender desde el Cerroeloscachos y del Nuevomundo, de los Altos de Jalisco, de la Pomona, de por La Limpia, desde La Curva y por las Playitas, se dejaban rodar por la CañáeMorillo y hasta del Empedrao allá por Santa Lucía se acercaban y hechos los Willymais venían todos con la cantaletica aquella de "San Benito cayó, en la puerta mayor, se rompió la cabeza, con un plato de arroz".

Arroz con leche y arroz con coco. Venían más sucios quelsiruyo, cubiertos de cenizas, ¡cargaban una pintaelocos!, vestidos con bartolas y suplicando perdón, mesándose los cabellos, jalándose y tironeándose las parraguerras como si estuvieran de huevito, emollejaitos de bola se veían, como si el coco les patinara, con chivo o con iguana, pero siempre con coco. Venían con sogas en el pescuezo, curricanes en el cuello, pitas en el cogote, más sucios que braguetaeloco. Con velas chorreando sebo y con relicarios, azotándose hasta sacarse la chicha, correazos sobre ellos mismos y dándoles a los demás. 

Querían expiar las culpas creyendo que el mal era un castigo del cielo, venían repartiendo, que si dame, a mí, ¡dame dame más!, dale más duro, ¿queréis maduro?, y juápiti y zácata, y así por las calles, largando el forro, levantando un polveroloco, y con ese pocoteeperros que se les pegaban atrás. Venían esgañitándose, cantando, perdoná a tu pueblo, vai pues señor, misericordia, perdonanos, no estéis eternamente enojado. Arrecho como que estaba, y ellos por lo mismo, confiando tal vez en el Mesías que llegaría pronto, venían en un verdadero rebullicio, parecido al que mantenía el barón Giles a su alrededor. ¿Mengiles? Mesie Giles, sí, el sirviente del Señor... Vos sabéis. 

Los clérigos de la colegiata, los diáconos, los coadjutores, los vicarios, capellanes y hasta los monaguillos, corrieron; realmente se esmachetaron, y era que la paloma estaba ya en las alturas. Venid y vamos todos, ninguno parecía saber nada, pero todos estaba prestos para con sus rezos proteger y defender del fuego las almas de sus fieles, ¿y Giles? ¡Como el Esculapito! Hecho el Vallejos polismán, vos sabéis. Ellos eran unos barones santificados, ¿varones decías vos?, ¡No! Barones te dije, son las vainas del poder, B de burro no de vaca okei… ¡Ellos defendían el pellejo de sus allegados!, eran como doscientos fieros caballeros. ¡Igación! ¿Los felices decís? Felinos te dije… ¡Fieles chico! 

Con sus respectivos criados, pajes, alabarderos altimarinos y con sus respectivos espalderos, ¿perdón?, ultramarinos te entendí, o sea, lo que digo, es, escuderos… ¡Los doce del patíbulo se quedaron pendejos! Al anochecer el castillo de Champtocé se bañaba en sangre. ¡Es plash! Miraflores menstrual. ¡Guácatela! Entonces fue cuando aparecieron los flagelantes. ¡Juápiti, flíquiti y zuácata! Venían en un solo cardumen, embartolaítos aparecieron, y aquello era como una onda epidémica, ellos eran… ¡Ve que locura!, eran la propia peste, una miasmita, parecían verdaderos mamarrachos, y, ¡de bola que contagiaban! Al más pintao y sin estornudar.

Algunos llegaron disfrazados hasta de curas, pa simular vos sabéis, otros de gorra militar, había mancos, quebraítos con su popora atrás, enanos, tuertos virolos, tullíos, escrofulosos, machetepandos, se colearon algunos leprosos de contrabando. Unos venían con la chingolita y otros con la pata coja, varicosos, maricosos, mocosos, ociosos y bastantes morbosos. Eran los simuladores. Les convenía el disfraz. Ya viene la plaga, cantaban unos, nos gusta bailar aullaban otros. Venían bailando al son que les tocaban, unos parecían ser víctimas de una piquiña loca, por el rascabucheo, digo… Se estremecían brincando, parecían tener la sabrosita, e iban con movimientos desesperados, exagerados, eran una propia turba e locos. Pobres si eran, y suplicantes, esguañangándose para lograr el perdón divino… ¿Del vino dijiste?

Algún iluso, probablemente soñando con acceder a la torcaza del Señor, muchos religiosamente convencidos de que con la penitencia lograrían algún subsidio… Epa, tenéis que entender que lo que te digo ahora aconteció antes de la plaga chavista… ¿Okey? Así estamos más claros. Ajá, ¿y antes del coronavirus también? Entiendo la jaiba de los suicidios... ¡Ñú!... ¡Ñó chico, no! Sub si dios, fue que te dije, ¡Dios mío! Aunque fuese de la Beneficencia, o del pote sin fondo del hipódromo, o manque sea un pisito en el complejo Juan Veintitrés, ¡que de valor!, había que verle la cara a esa remollejamentasón de locos, hasta cienmil, bueno, como unos quinientosmil más o menos, e iban de pueblo en pueblo, y de casa en casa, repitiéndole las mismas vainas a todos, eran pelabolas ¡pero con una ilusión del carajo!   

¡La torcaza nos sacará de abajo!, ¡y ese tambor!, dale que dale, los chimbangles sonando, culoepuyas, kukurbatas, minas y hasta bongós. ¿Y los látigos? No te me vayáis a olvidar de los bejucos, con agujetas, corozos, cascajos, con alfileres, hasta con alpitas los arreglaban y juqui y juaqui, con pepas de guásimo, los más suaves, ¿vos me entendéis?, ¡dándose fleje mano!, y de vez en cuando a cualquiera le daba un patatús… ¡Era por el sol!, y es que era lógico, por lo menos un soponcio, o hasta un tabardillo les podía entrar a esos pobres cristianos. Como te digo, yo los vi llegar, venían envueltos en aquella ola de calor, pero ellos palante con el entierro y se sacaban los  chisguetes a pedazos, eran trozos, estrozaos iban quedando. Venían en una sola lamentadera, suplicando y pidiendo perdón, querían los cobres y pedían misericordia ¡Es que era mucha la necesidad mi hermano! 

Bueno, daban más funciones que el Variedades, y fuete y fuete. En realidad, se quejaban más que camión de cochinos, y ni que decir de aquel perfumito, puro berrenchín, a butacón de tullío era el aroma, y es que era lógico porque, ¿cómo se iban a bañar?, vos te podéis figurar el olorcito tropical, sin cambiarse los sayones, durante semanas, viejos y viejas, a pleno sol, escuchando letanías y sermones, en aquel sofoco. Soñado con er mesi-mesías digo…  Terminaban por llegar al sitio. ¡Resplandeciente y fulgurante les esperaba la sultana del lago! ¡Ve que molleja! Arribaban a la ciudad de fuego. Eso sí, debajo de las matas de mango, de nísperos y de mamones, estaban todos como si fuera un hormiguero, los vendedores de cepillado, los chicheros, el de la horchata y el de la vitamina, los buhoneros…

Maginate que habían puros tipos raros, unos con cucuruchos en la cabeza, con boinas terciadas, con cachuchitas y pañuelos de colores, pal sol sería vos sabéis, algunos lucían cristinas, otros con chisteras, venía el empanadero, el cafecero, un mandoquero, el proveedor, el distribuidor, el vendedor de pitillos, el de mafafa, un montón de poleros, por el calor ya sabéis, aquello era una ventolera, parecían venir del mismísimo cipote viejo, sin ton ni son. Tuvieron que llegar los señores banqueros a tomar cartas en el asunto, y murmuraron entrellos, hay cobres y a todos los compraremos. Así fue como les dijeron realmente, en el fondo vos sabéis lo que creían. Gendarme necesario maifren.   

Eso fue lo que les propusieron, y lo fueron regando como pa que floreciera entre aquel vainero, y entretanto ellos inocentones les hacían carantoñas a las gorritas, en realidad les habían prometido todo el dinero del mundo, money vos sabeis, para tenerlos tranquilos, dólares para las cúpulas, ¿Las cupu qué? ¡Las Pústulas chico! Vai pues, no véis que ya aplacados ellos, todo se les haría más fácil. ¡A organizar la fiesta! La cosa cambió radicalmente. Llegaron los timbaleros, tamboreros, charrasqueros, furreros, la tambora y el cuatro, ¿cómo es?, el güiro vos sabéis, guapachosos, con una rochelita, merecumbiando y al ratico aparecieron unos vallenatos, llegaron con sus porros musicales y mafafosos, acordoniando, siempre con la cumbiamba, con un verdadero samplegorio montado.

Aquello era como que si todo lo que estaba aconteciendo fuese una sola mamaderitaegallo. Los doctores, los expertos, los investigadores, los que examinaban el humor colérico y el flemático, el sanguíneo y el melancólico, solo decían "parchos". Ponémele parchos porque ya le llegaron al serote. Parchos sí, y no vulcanizados, parchos porosos, en la barriga, en las costillas, de caraña en el ombligo o de tacamahaca, pero parchos. Todavía no habían inventado la marisquerita de las gotas sublinguales. Algunos con más interés en la madre natura, olían las brisas para interpretar lo que les llegaba desde las fosforescencias del lago. ¡Calculá vos si no estaban de huevito! 

Era que los vivitos juraban que con la paloma emparejada podrían contar, ya que con el Esculapito de parejo, estaban bien dotados, pero ¡queva mijo!, vana ilusión, amor de lejos, eneaconrinquicalla, les caería hasta coquito. Como era de esperarse, pelaron gajo. ¿Panes y peces? Humo color zapote venido del Tablazo y pescados con más mercurio que un termómetro, eso era lo que obtenían los ilusos flagelantes en la ciudad de fuego. Los galenos les hubieran recetado sanguijuelas, sangrías para el desaguadero, pero, ¡pobre Hipócrates!, se fueron por la línea de los purgantes. Un delicioso, de tamarindo sin pepas, aceite de ricino, un kiloesulfato, y si la gusanera era muy vermichélica les daban leche de Higuerón. 

Así andaba la gente, regresando a las hierbas aromáticas porque ya, ¡ni con las lavativas!, telas de araña tenían obstruyéndoles el tracto gastrointestinal, y si veían un hinchón, ¡sangría y cauterio!, no conocían del tratamiento quirúrgico de los bubones, puro emplasto caliente, sinapismos, azufre, vinagre, miel de abejas, cuernoeciervo, polvo de unicornio, al del cachito torneado me refiero, e igualmente usaban polvos de antimonio del que espanta al diablito, los otros polvitos, los blancos, de lavar y de aspirar, que tampoco era polvoJuan, penetraban a raudales sin récipe médico. Se había arreglado aquel jaibero. La medicina simplificada y la familiar como la botella grande, estaban fuera del perol, pero de la prevención ni hablar del peluquín. Naiboa, que es la misma ensaimada. Por eso es que yo digo, estimado diputado, concañebrio. ¿Qué más queréis?

 

NOTA: con unas pocas modificaciones, el texto es extraído de mi novela “La Pesteloca” (Maracaibo, Secretaría de la Gobernación del Zulia 1997)

 

Maracaibo, martes 2 de febrero, del año 2021

 

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