lunes, 15 de febrero de 2021

Managua del 88… ( 1 )

Managua del 88… ( 1 )

Ella lo miró sonriendo y le dijo. Parecés de Guaco vos... Él a su vez se rio pensando que decirle guaqueño era casi como llamarlo gocho y no le faltaba razón a Vilma; aceptó entonces que desde su tierra él no podía saber ese y otros detalles del país centroamericano. ¿Cómo podía él estar informado de como andaban las cosas en Nicaragua? Él vivía tranquilo en su país, y recién llegaba de hacer un año sabático en Europa; su pasión era la investigación científica y su mundo la universidad. Lo habían invitado a dar unas charlas, pero de momento, iban ambos en la parte trasera de un camión de volteo.

 

Él nunca quiso creer que era cierta la guerra de rambos y metralletas que relataban algunos periódicos y que distorsionaba la televisión al antojo de cada canal. Le tocó conocer Nicaragua porque lo habían invitado a hablar de sus trabajos de investigación y su viaje, sencillamente  coincidió con una de las arremetidas de “Los Contra", con todo el apoyo logístico de los Estados Unidos. Ahora estaba conociendo como los hombres y mujeres de aquella nación sobrevivían a una guerra cruenta que aniquilaba a sus ciudadanos más jóvenes y desestabilizaba el país entero. Visitó algunos hospitales, pero ni los civiles, ni los de campaña estaban bien dotados. Había hambre y necesidades, aunque más grande le pareció que era la voluntad de los nicas empeñados en una lucha titánica, siempre soñando con la gigantesca figura del pequeño y esmirriado Sandino. 

Vilma estaba permanentemente sonriendo, con sus cabellos negros sueltos agitándose al viento y él disfrutaba de su charla incesante. Metida en su uniforme verde oliva, no perdía su aire de feminidad. En ese instante un bache en el camino les obligó a aferrarse con fuerza a la barandilla del camión y su delgado cuerpo de casi adolescente se le acercó para decirle. Agarrate bien fuerte profe. Casi me caigo, le respondió él, mientras sintió rugir el motor en primera y luego el cambio con un trepidar de engranajes metálicos y con la sacudida percibió el golpe de la cruceta trasera. Gruñó la máquina y se apretaron todos los viajeros del volteo.

Él miraba como a los lados del camión, avanzaba una hilera de hombres y mujeres que iban caminando, cargados con enseres de sus casas. Marchaban con borricos atiborrados de peroles. Ancianos, mujeres y niños que escapaban de una aldea destruida por el fuego después de un ataque aéreo. Todos avanzaban en una larga fila, cubiertos de polvo y a él le pareció impresionante la cantidad de niños que las mujeres llevaban en brazos. Entre la nube de tierra que flotaba, él los miró hasta verlos desaparecer tras un recodo de aquel camino que no era otra cosa que una trilla de arena y piedras grises. 

 

Entonces él pensó que esa sí era de verdad una guerra, pero de una desigualdad pasmosa. Un nuevo un grupo de desharrapados indígenas marchaban en fila, e iban portando armas. Eran unas escopetas recortadas, armas caseras que recordó haber visto cuando de niño estuvo en las montañas de Betijoque. Entonces en medio de los brincos del camión donde iban con una veintena de jóvenes armados con algunos fusiles, él siguió mirando desfilar a los lados a la gente del pueblo, y se preguntaba sobre la dotación en armas del ejército sandinista. Le parecían precarias y decidió preguntarle a gritos a Vilma. Ella trató de explicarle algunos detalles sobre la procedencia de las armas, pero los saltos del camión en medio de la nube de polvo les impedían hablar coherentemente. 

De nuevo el camión se emprimeraba para ascender una cuesta pedregosa y él aprovechó para comentarle… Todo es nuevo para mí niña, yo no sé nada de nada, pero no creo que sea por ser de Guaco, más bien será porque soy maracucho. Ella se volteó para preguntarle sonriendo. ¿Maracuchio decís vos? La respuesta de él intentaba explicarle que vivía en una ciudad con ese nombre. Si de Maracaibo. No sé si te suena a algo, añadió. El camión se detuvo y Vilma aprovechó para responderle. Sabés que me recuerda, algo como de aventuras y de piratas, una vez leí unas cosas, no sé, como de allá... Él sonrió admirando  como iba agitando la cabecita al hablarle mientras entornaba sus ojos de gacela. 

Sí, quizás fue el Corsario Negro, le dijo él y continuó… Maracaibo es una ciudad grande, y estuvo asediada por piratas, es la segunda ciudad de Venezuela y tiene un lago con palmeras y palafitos que le dieron el nombre al país, pero nosotros nos decimos maracuchos y somos muy regionalistas; además, también hablamos de vos, como ustedes. Vilma lo miraba sonriente entornando sus ojos rasgados de almendra tostada, mientras sus manitas continuaban aferradas a la barandilla del camión. Entre la polvareda destacaban a los lejos algunas montañas…

Él se acercó más a ella para decirle casi al oído. ¿Sabéis una cosa? Nunca creí conocer a una comandante guerrillera tan bonita como vos. Sois una linda nica y solo por conocerte ha valido la pena venir a tu patria. Se lo dijo galante tratando de enfatizar su acento vernáculo y ella echando hacia atrás su cabeza soltó una carcajada. ¡Ay mamita santa! ¿Qué decís Maracuchio? ¿Yo, una comandante guerrillera? Pero no había oportunidad para muchos comentarios pues saltaban como locos en la parte trasera del camión que en ese instante ascendía por una ladera pedregosa envolviéndoles en una nube que los iba cubriendo poco a poco con una capa de arcilla, transformándolos en estatuas de gres.

Al fin se detuvieron en un promontorio de piedras y al disiparse toda aquella neblina densa y blanquecina, él pudo otear en la distancia la mole humeante del volcán Masaya y frente a él, divisó un cráter inmenso rodeado de vegetación en cuyo fondo había una laguna de color azul índigo. Sus aguas se veían irisadas por la brisa vespertina. Este lago es uno de los muchos que tenemos en Nicaragua, le dijo Vilma señalando el cráter. Se formó en un volcán apagado, está así, dormido, desde hace siglos; un volcán que duerme, como dormíamos muchos de nosotros antes del triunfo de la revolución.

Él le ofreció la mano para ayudarla a descender del camión. Entonces el comandante Moncayo con su lugarteniente Vigarny y varios soldados les invitaron a acercarse hasta unas tiendas de campaña donde un contingente de hombres de uniforme verde oliva ya había acampado. Vilma y el profe, se encaminaron hacia la orilla del lago. Iban por una playa llena de piedras y sombreada por arboles retorcidos de ramas muy bajas que los obligaban a agacharse, hasta que llegaron a una zona con arena gris, muy pedregosa y sin vegetación donde el agua llegaba rítmicamente, lavando las piedras blancas, grises y rosadas.

(Continuará mañana)

Maracaibo, domingo 14 de febrero, del año 2021

 

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