Managua del 88… ( 2 )
En la orilla misma de la gran laguna azul, Vilma no había cesado de hablar desde que el camión se detuviera al lado del campamento. Ya mirando aquel lago volcánico, ella le explicaría al profe cosas que eran nuevas para él, sobre el abastecimiento, la ubicación del destacamento, y cuál era su posición personal en el regimiento, mientras él la escuchaba con arrobamiento, fingiendo atenderle a sus señalamientos. En realidad el profesor iba repasando cuidadosamente con el pensamiento los detalles y las expresiones de la jovencita, su boca, su tibio aliento, sus orejas pequeñas, los huesos de su rostro, los gestos con el movimiento de sus manos, su sonrisa permanente, mientras escuchaba su voz que no cesaba de hablarle...
Su dulce acento, pensó él. Entretanto ella iba narrándole las vivencias de su infancia, la adoración por su padre quien le había inculcado sus sólidos ideales patrios; el sandinismo como norte, meta, religión y vida, frente a Somoza y ante el yugo del imperialismo que siempre pesó sobre su país en aquel perenne afán de sacudirse de las cadenas de los dictadores de turno usualmente impuestos por los intereses de compañías explotadoras. Y él escuchó sobre los volcanes, el canal planificado, Walker, los Somoza y Sandino, siempre Sandino. Después, ella le habló más pausadamente relatándole cosas de su infancia y de su pubertad en Granada, ahora vivían en medio de la guerra desatada por la subversión. Le relató cómo vivió el terremoto y le dio detalles sobre las acciones guerrilleras en las selvas de Zelaya norte.
Vilma estaba muy orgullosa del papel que había cumplido en las campañas de alfabetización. Más recientemente, todo era guerra y la muerte llevándose a los amigos más queridos, y a sus familiares. Le comentó sobre sus estudios de Medicina en Granada y en Managua, la deserción de muchos conocidos, el servicio médico en guerra y su entrenamiento en la costa Atlántica. A él le parecía increíble que aquella endeble mujer-niña hubiera sido capaz de lanzarse desde un helicóptero en paracaídas para descender en una zona de combate. Se lo exigía la patria y era una tontería para una joven médico quien solo aspiraba ver a Nicaragua libre, así le dijo ella.
Patria o muerte, era su consigna. La luna es roja en Puerto Culebras… Ella se lo decía entornando sus ojos rasgados como almendras y él pensó en que esa luna sangrienta que ella le describía, la luna roja de Puerto Culebras en el país de la bandera rojo y negra, era la misma luna de plata que rielaba en los palafitos de Santa Rosa y de Sinamaica, la plácida luna de su lago gentil, la luna de Maracaibo, la fúlgida luna del mes de Enero de la pacífica Venezuela, la de la pequeña Venecia del Lago de Udón Pérez y de Yépez y entonces meditó un momento sobre la suerte de no tener una guerra en su país, desde hacía tanto tiempo… La Federación, la Independencia, guerras muy lejanas, sí, que suerte…
Pero ella insistía en que la luna era roja como la sangre cuando emergía en Puerto Culebras y allí, ante las aguas tranquilas del lago volcánico le relató una masacre vivida en aquel pueblo de la costa Atlántica. Habían sido sencillamente cosas de la guerra, cuando la contrarrevolución estaba avanzando con todo el apoyo del gobierno de los Estados Unidos. Era la CIA… Vilma fingió estar muerta entre los cadáveres de la población civil asesinada. Pudo haberse movido, le dijo. Pudo delatar su presencia, hubiera sido capturada, si hubieran llegado a saber que ella era ya doctora, quizás todavía estuviera sirviéndole a los contras, le dijo. La hubieran hecho presa. Me dieron por muerta los contras y escapé después hacia la playa y por el mar.
Aquí estoy, ¿me ves? Después del triunfo, la vida ha sido dura. Nuestra generación, nosotros, somos muy jóvenes, como nicas digo, siempre tenemos al terremoto como punto de referencia, pero con la guerra, ya hasta eso hemos perdido; la guerra ha sido tan larga, tan agobiante. Difícil la situechion, como decía un amigo australiano que combatió con nosotros en la Quinta Región... Es difícil sí, pero aquí estamos muchos y seguiremos aquí de pie hasta el fin. Yo desde que era una chavalita siempre he luchado por mi patria. Mi padre me enseñó desde chavala a querer a mi país. El viejo, ¿sabes?, él es un hombre que sabe mucho sobre nuestra historia, fue maestro durante años y en Granada y en León todos le conocen y lo respetan mucho...
Moncayo con el teniente Vigarny se acercaron hasta ellos. Llevaban terciadas en el pecho las balas de mauser como si fueran ristras de ajos. Héctor el comandante del grupo guerrillero se acercó a saludar al profesor invitado. Queremos mucho a Venezuela, le confió. Ustedes han ayudado mucho a nuestra revolución. Luego sugirió la conveniencia de regresar lo antes posible a Managua. Tenemos que entrar en Masaya antes de que sea de noche…
-¿Ideay? Él lo preguntó con una naturalidad tal que hizo reír a Vilma. ¡Con ese lenguaje repellado parecés pueta, maracuchio! Entonces Héctor le dijo. ¡Fijate vos que el profesor no pierde su humor a pesar de la guerra! Él sonriente les respondió. A eso, los maracuchos lo llamamos, la mamadera de gallo. Vilma se llevó las manos a la cara, ocultando su linda sonrisa. ¡Mamita santa! ¿Qué decís vos? Después, todavía riéndose le confiaría. -Mirá profe, de aquí vamos a Masaya y allí nos vamos a tomar esas cervezas que andás pidiéndome, allí cenaremos gallo pinto y antes de que vos podás darte cuenta estaremos de regreso en Managua. Te lo prometo. El profe sonriente tan solo le dijo. ¡Chica, con mucho gusto!, ¡va pago!
Fin de la segunda y parte final de Managua del 88
Nota: Texto extraído de mi novela LaPesteLoca(Maracaibo, 1997) con algunas modificaciones puntuales.
Maracaibo, lunes 15 de febrero del año 2021
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