A C V ( 2 )
Con el desarrollo de los acontecimientos, él se persuadió, llegó a la conclusión y sentía tener toda la seguridad del mundo, de que no estaba viviendo una horripilante pesadilla. Allí, ante él, se encontraba la cortina verde que se desprendía plegada desde un tubo blanco y además revoloteaban ellas… ¡Coño! Un cortejo de mujeres almidonadas de blanco, con sus rostros que se acercaban y se retiraban, con sus olores y sus colores y sus volúmenes y sus texturas y el tono de sus voces, todas tan diferentes, flotando, alrededor de su cama, mujeres que iban y venían y lo movían y lo manoseaban y le decían pendejadas y lo lavaban y lo volteaban, a su edad era un irrespeto, y él, tan solo podía lograr que brotara alguna lágrima tibia que él percibía hirviendo de la arrechera que lo embargaba, porque… ¡Carajo! Lo punzaban y lo palmeaban y le metían sondas y termómetros, y le ponían chatas y almohadones, y le decían estupideces en los momentos más inoportunos, los menos adecuados, ¿cuáles serían los más inútiles?, los más inesperados, los instantes insospechados, dentro de lo interminable de su incontrolable situación ante la cortina verde plegada y a su vez dentro de él mismo, percibiendo su propia respiración, profunda en ocasiones, con períodos de calma para recomenzar, aspirando una vez tras otra y el bun dum, bun dum internamente, como un reloj, que parecía no querer detenerse nunca para no dejarlo escapar de aquella maldita prisión interior.
¡Era éter! Era eso lo que él olía, desde hacía un rato aquel aroma de antisepsia, ese perfume malévolo, le pegaba en la nariz y ahora cuando ellas estaban revoloteando sobre él, lo aspiraba, aunque tratara de olvidarse del olor, de no pensar en ese hálito hospitalario, no se le iba de las ñatas. Timpánico, escuchó decir, y le palparon el abdomen, le hundieron unas manos, garras sintió él, en el bajo vientre y después cuchichearon en derredor. Alcohol y jabón, ahora, duele y siguen estrujándolo hasta que se le confunden las voces y siente el frío entre las piernas, le han colocado otra vez el artefacto. ¿Qué dicen? Le molesta, duele, siente que puede estallar y le tiemplan y hay dolor. Es la negra de la cofia, ella huele a jabón Las Llaves. ¡Se lo agarra! Lo está acomodando, canturrea, casi con toda seguridad le meterá un tubo y eso le dolerá mucho, y él sin protestar, ¡sin poder decir un carajo!, ni pío y al cerrar los párpados todo es opaco, siente las manos jurungándolo, quiere pensar en ella y aprieta los ojos, duele y solo ve culebritas rojas y verdes y todo se torna rojo y luego hay como flores anaranjadas…
Con el canturreo de la negra, viene el chorro tibio y se va desinflando el globo, con un nuevo olor, como a comida pasada, fermentada, ¿o es a vómito?, y se le mezcla con un sabor casi olvidado, ese gusto. ¡Si es eso! Es ella, otra vez, piensa en su lengua. ¡Oh la humedad! ¡Ah! Como gotas resbalando y el sabor que es de frío y de cristales y siente el mismo vaivén del aquel chinchorro… ¿Lo estarán volteando? Pensar en ella, a horcajadas, los dos desnudos, los separan pero les quedan las lenguas, late sí, bun dum bun dum y el canturreo, huele a talco y lo están moviendo de nuevo, de un lado y ahora al otro lado. Desnudo, así él está, y ella, su cuerpo tibio... Ha descubierto que puede percibir el correr de la sangre en sus venas. Lo han desinflado y late, bun dum bun dum, y él lo siente, es mucosidad, moco con sabor a cobre, a centavito, almeja lejana, pero llega, lo percibe, es su perfume, ella debe estar cerca, como no poder ahora explorar su geografía, recorrer los ríos y las cumbres de su cuerpo, otra vez y quedarse allí, unido a ella para siempre, en la muerte chiquita, sin poder entender si es la gran muerte este cansancio...
Los ojos lagañosos son como una herida supurada, hendidura de luz, grieta, brecha y desgarro que le deja entrever en un filo la humanidad almidonada de la negra con su cofia blanca terciada sobre el pan quemado y ese canturreo, discurriendo, fluyendo de sus carnosos labios que brillan. Él los observa fragmentados, blandos y violáceos, todo velado por sus propias lagañas. Evanán Jesús mira su boca, de oreja a oreja y nota como aflora un tuqueque, sale de ella, es pardo, y asoma su cabeza entre la cuarteada línea de luz, su blanca dentadura, no siente miedo, ¡le da risa!, un tuqueque con estriaciones transversales, una lagartija enfranelada, y él la ve iniciar un proceso lento de deshabillé, se va quitando su cubierta de celofán escamado, transparente, se escapa fuera de su traje, ahora luce tornasol, brilla con lentejuelas, y sabe que el pequeño reptil lo ha mirado, notó sus ojos antes de desaparecer, ha caído en el abismo que se abre entre las grandes tetas de la enfermera y él se lo imagina viajando hacia une vaho de peces, algas y mariscos, cree ahogarse…
Aspira y siente el bum dum, bun dum, percibe la humedad de su aroma, bum dum, bun dum, es ella, sal del amor de auroras, el sabor y los recuerdos le provocan un estremecimiento que lo recorre todo y sabe que se ha llenado de fosforescencias hasta sentilos, cree rodearse de cientos de machorros, temblorosos, lagartijos celestes, lemniscatus, canaguaritas atornasoladas, unas azules, otras verde turquesa, sauria teidae, corren sobre las sábanas, y el olor no se va, permanece, ese perfume sabroso, lo toman entonces del brazo y crece en él una presión que le provoca hormigas en una mano, la que no puede mover, debe ser por la tensión arterial, lo piensa y dice que se se la están registrando, o tomando, ¿bebiendo?, sorbiendo, escuchando, atendiendo, indagando, esculcando, ¿requisando? ¿Hasta cuándo?
Él cree estar en una estación, escucha el ronroneo, se imagina conocer a quien canta, le atiende, es el Memo, sí, si vas a Calatayud, ¡que dolor en el brazo!, tenéis que preguntar por ella, el dolor, el brazo, la Dolores, mirar al techo, se entreabren grietas, no hay iguanitas ni canaguaras, solo unos rostros cetrinos, ¡estos jóvenes!, hombres y mujeres de blanco, curiosos, así le miran, escépticamente y conversan, entre ellos, debe ser sobre la hora, o sobre la estación, ¿el tren que parte o el que llega?, se irá pronto, huele a mango, siente que están cerca los guayabales, los copudos aceitunos, cotoprices y mamones, él sabe que se aproxima y flota, sobre cientos de miles de matas, al bosque de mangos y entre ellos, asoleados los rieles se le pierden de vista.
Absurdamente con un ronroneo irrespetuoso suena la risa, ellos conversan, uno tiene el perfil de Coronado, otro de bigotes, se parece, ¿a quién?, ¡ese olor!, y a comerse un mango entero, ahora con esta falta de aire, bun dumm, bun dumm, llega ese sonsonete, ese, tralalá que tralalá, pero lo que más me gusta, bun dumm, bun dumm, ¿y dejar luego el reguero? Se escucha el silbato, se acerca el tren y él está seguro de que es la hora, ya le toca, a comerse un mango entero, él espera desnudo y ahora si está seguro pues siente que está embadurnado todo su cuerpo de mango, cubierto de hilachas húmedas, hebras anaranjadas, ¡amiga de hacer favores!, desnudo y oliendo a trementina, le dará lo mismo si ha de dejar luego el reguero, con un frío estremecimiento en la piel, se siente tranquilo, ¿por el viento será?, el que le llega, ¿de dónde?, o es el alcoholado tropical, ¿será loción Marazul?, hasta cuando tendrá que esperar por ese tren.
Fin de: ACV 1 y 2.
Maracaibo, viernes 5 de febrero del año 2021
NOTA: ACV 1 y 2 corresponde a fragmentos del Capítulo IV de mi novela “La Peste Loca”(Maracaibo 1989) Secretaria de Cultura de la Gobernación del Estado Zulia. Segunda Edición en 2011, por International Windmills Ed. California, EUA.
http://www.amazon.com/La-Peste-Loca-Spanish-Edition/dp/1257833790
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