miércoles, 24 de febrero de 2021

Percepciones(2)

Percepciones(2)
Lorenzo García Tamayo

Dicen que quienes no logran dormir profundamente tampoco logran el descanso completo, o por decirlo de otra manera, solo descansan a medias. Yo creo ese es mi caso. Afortunadamente no padezco de insomnio. Tengo lo que se dice en criollo, un sueño ligero. En cambio, el que suele alterarse en determinadas épocas, causando efectos sobre todos mis estados de ánimo, es mi reloj biológico. Por temporadas adolezco de un cansancio excesivo. Despierto con el cuerpo adolorido y cargado de sueño. Yo nunca practiqué el ritual de la siesta hasta muy entrado en años. Digamos que no recuerdo con exactitud cuándo empezó el organismo a exigirme esos descansos reparadores. Se me ocurre que aquello fue dictaminado probablemente por el propio organismo como un mecanismo de defensa. Algo así como una compensación para liberarme parcialmente de aquellos estados de agotamiento a través del sueño. Lo cierto es, que durante esos lapsos vespertinos tras las siestas, volvieron a reaparecer las visiones.

Casi siempre despertaba sobresaltado y sudoroso. Y allí estaban de nuevo, ellas. Desde la cama, las observaba con más interés que tranquilidad. Permanecían al acecho, unas veces estáticas y otras con sigilosos balanceos. Era esta una particularidad nueva. Como si quisieran pasar inadvertidas. Semiocultas, semejaban esconderse de mí... La palabra lascivia suele decirme mucho. Creo ser lascivo. Siempre lo fui. Tengo un apetito inmoderado por la sensualidad. Si no lo han percibido aquellos quienes me rodean, ha sido porque entendí que era preferible controlar esas vehemencias manteniéndolas al resguardo, sin perturban la intimidad ajena. Así venían esos sueños, cargados con una furia libidinosa increíblemente real. Yo que nunca tuve sueños húmedos, podía estar saltado toda una noche de uno a otro marasmo vehemente sin dificultad.

A propósito de esto, quisiera citar una característica especial que lograba controlar a mi antojo cuando apenas era un niño. Si algo interrumpía algún sueño agradable, yo era capaz de despertar y ocuparme en la vigilia de cualquier tarea, para luego, sin ninguna dificultad hilvanar la continuación del mismo. Mis hermanos se reían cuando les explicaba esta especie de fenómeno que yo podía controlar con facilidad. Con sorna a veces me preguntaban por el color de mis sueños. ¿Acaso los tienes también en blanco y negro? Sin saberlo estaban en lo cierto. También podía regular el color de mis sueños por venir. Yo disfrutaba a placer, la posesión de esa cualidad que guardaba para mí como un valioso tesoro escondido. Creo tener el control sobre una capacidad exclusiva y eso me hacía sentir cómodamente bien… Si superas el miedo controlas la enfermedad. Quienes sucumben ante el delirio, lo hacen por temor. El pánico, muchas veces atávico, los excluye socialmente convirtiéndolos en enfermos recurrentes y asilándolos definitivamente de sus entornos, tanto familiares como sociales. Recuerdo el incidente del tren y por ello insisto en que yo pude superar esos miedos. Podría ser más explícito si digo que no solo los superé, sino que llegué a controlarlos.

Ahora sé con certeza que esas voces no son sino ruidos rutinarios, transformados por la imaginación en palabras. La cura de este mal radica simplemente en una ecuación racional: la lógica. Analizar y comprender nuestras percepciones esquizoides sin temores, permite que el pánico desaparezca. Vencido el miedo, te posesionas de la verdad. Llegas a comprender que todas esas figuras y esas voces que distorsionan la realidad, no son sino solo eso, distorsiones reales. ¿Cómo logras diferenciar unas de otras? ¿Cuáles son reales y cuales son imaginarias? Sencillo. Aun cuando debo reconocer que puede resultar complejo entenderlo así, la respuesta es una sola. Por deducción lógica. Todo aquello que me aparte de la verdad, debe ser irreal, debe ser imaginario. Es una suerte de escogencia preferir todo aquello que no me induzca al miedo ni a la incertidumbre. De allí que es preferible aprender a ser tolerante con todas las visiones y con todas las voces, sin excluir a ninguna...

 


 

El tren se detuvo en la estación Parque Urbano y aun cuando no tenía previsto apearme allí, una nostalgia necesaria y condicionada por los bancos del parque, me obligaron a descender. Caminé aspirando profundamente el aire caliente del mediodía. Iba ensanchado mi caja pectoral imitando largos suspiros. Saltando las normas, pisando el césped, busqué un atajo en procura de algún banco solitario donde poder echar a andar a la imaginación que me reclamaba con urgencia una explicación sobre todo lo que me estaba ocurriendo. Me detuve bajo la sombra que dejaba un frondoso algarrobo. Lugar apropiado para el descanso, y desde allí pude apreciar los movimientos sigilosos de todas esas formas amorfas tratando de escudarse tras los árboles y quienes evidentemente me seguían.

El tipo raro del tren, también había descendido, en la misma estación. Venía acompañado del sarnoso animal, pero este, paulatinamente empezaba a mostrar su forma real. Un pequeño niño, arrastrando consigo un viejo y grande muñeco de felpa. Una señora mayor, un tanto regordeta vestida de marrón con una pañoleta del mismo color sobre su cabeza, le acompañaba. Halaba una pequeña valija, de esas que llevan diminutas ruedas y sirven para transportar viandas. Ellos dos habían sido el instrumento de mi cerebro para otorgarme la alucinación. Allí estaba, junto al niño. Ya no percibía los olores nauseabundos. El prolapso era una bolsa de papel oscuro que la señora movía nerviosamente entre sus manos y de lado a lado, constantemente. Sin embargo, allí mismo, tras superar la terrible alucinación, decenas de rostros con pómulos filosos empezaron a escudriñarme desde todos los ángulos y recovecos posibles entre el follaje de los árboles. Lo describo así, crudamente, porque así fue exactamente como lo percibieron mis sentidos en aquel momento crucial.

¿Cuánto tiempo duró aquella terrible alucinación? No lo sé. Tal vez fueron minutos. Sé que existen una serie de circunstancias y hechos perfectamente analizables que me inducen a creer, con más o menos cierta exactitud, de que aquel fenómeno alucinante inicial fue largo. Y digo inicial, porque con aquella esquizoide visión, rompí los patrones de lo que había sido hasta entonces la constante de mi mundo alucinatorio. Con ella abandoné la intimidad que siempre había acompañado mis perturbaciones emocionales.

Abandoné repentinamente todo el confort que representaba tener aquellas visiones fantasmales solo en cama. Abandoné mi cuarto. Abandoné todo y me fui lejos de casa. Transpuse las barreras imaginarias de los sueños y desperté al fantasma en un lugar común sin estar preparado, ni mucho menos avisado para ello. Poco a poco, fui asumiéndolo con calma y creí tomar el control de la situación. Me dije a mi mismo. “Disfruta el momento, observa con calma y analiza con cuidado y detenimiento todas las formas y colores de tu alucinación” . Después me repetí. “Esto es tan solo obra de tu imaginación”. Algunas percepciones que ocurrieron en la vigilia durante el curso de mi vida, me resultan difíciles de precisar en el tiempo.

Una de ellas es el desuso de los espejos. Tanto, que tampoco recuerdo el porqué de esta determinación. Creo que no me agradaban las depresiones y protuberancias que deformaban mi rostro. Hace poco, frente a un escaparate del Pasaje Ferroviario Páez, al verme reflejado en un inmenso espejo, noté que mis pómulos habían adquirido una rara apariencia, filosa... Mis carnes estaban adheridas al hueso y un asqueroso prolapsos me colgaba entre los pellejos que habían sido mis nalgas. Estuve ocupado la mitad de la noche tratando de volverlo a su lugar común, con mis propias manos. De los olores no quiero ni hablar porque estoy totalmente convencido de que son imaginarios... ¿Y el miedo? De tanto aprender a despreciarlo, ahora resulta que me siento encadenado a su jurisdicción. Es decir, yo soy el propio miedo. Soy el terror. Me he convertido en el pánico de los demás. Me he convertido en una alucinación. Por eso me han encerrado entre estas cuatro paredes donde solo me permiten escribir. I eso es lo que hago, mañana, tarde y noche. Escribir, solo eso. Escribir, escribir escribir...

 

(“Percepciones” (1 y 2) : es un ejercicio narrativo de Lorenzo García Tamayo; publicado originalmente en internet el domingo 21 de Marzo del 2004 a través de “El gusano de luz”).

 

Maracaibo, miércoles 24 de febrero del año 2021

 

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