sábado, 17 de octubre de 2020

Taller de Narrativa en el 93 (1)

Taller de Narrativa en el 93 (1)

Bajo tierra, por el Metro, venía entre un gentío, sin atenderle a nada. Ensimismado en la idea de asistir por vez primera a un taller literario, y no logré distraerme entre todas aquellas gentes del subsuelo. Ya en la escalera eléctrica, me sentí bien al dejarles atrás. Subí a la superficie y tras caminar un par de cuadras, casi corriendo, he llegado hasta el sitio.


Asciendo paso a paso, los escalones de mármol de la biblioteca pública, ¿mármol del pueblo?, siempre me han impresionado las vetas blancas sobre el gris opaco, tal vez por ese no sé qué de “mi país saudita”. Me detengo ante una urnita de vidrio en la pared; alberga una condecoración, son Bolívar y Bello. Simón Antonio y Andrés en una morocota, contrahechos gracias al moderno arte de nuestra Marisol. Siento que los rostros deformes de las cuasimódicas figuras esculpidas por la afamada artista, desdicen de lo hermoso de este sitio. La biblioteca pública ha sido organizada piso sobre piso, para la lectura apacible de nuestros ciudadanos en esta ciudad capital. La medalla es un galardón otorgado a la biblioteca y pienso que bien merecido lo ha de tener. El edificio en suma es de una singular belleza. Me retiro de la urna y atisbo desde arriba los pasamanos de caoba y hacia el centro, abajo, puedo ver el piso de mármol reluciente y el entrar y salir de las gentes, todo brillando, con el reflejo del vitral de Arte Deco, a todo lo largo y lo alto de la escalera, polícromos cristales, brillan con el atardecer en ocre amarillento, en siena y en magenta.  

Asciendo hasta el cuarto piso diciéndome que la hora ha llegado y pienso, son las cinco clavadas y luego me pregunto... ¿Por qué nadie habrá hecho acto de presencia? De pronto retrocedo sintiéndome un extraño, con una vibración de miedo, o de inseguridad, algo curioso está revoloteándome en las tripas y me detengo meditando sobre esta anormal actitud muy personal, compulsiva manía de aparentar una impasible impaciencia, constrictiva, pero impertérrita... Nada que ver con el título del libro del cura Borge el nica, ni prójimo del genial invidente... Me excuso y a la vez me acuso por este lío de mi compulsión por los horarios y con cierta repulsión noto que ando escudándome en introspectivas explicaciones. Sí, debe ser por los años, cosas del alma naque, eso me dije, es la costumbre, sin lugar a dudas, son tantos días de llegar al trabajo a las siete, y ni que decir de esas reuniones, todas las citas y los seminarios, que lo mantienen a uno todo el tiempo cual Gary Cooper, a la hora señalada, siempre on time, como dicen los gringos y ¡bang bang! Viro en redondo. Nadie está presente. Estoy solo, tiros al aire, afortunadamente, entonces vengo y soplo displicente el humo del cañón de mi Remington.

Decidí en el momento, con un supremo esfuerzo lo confieso, irme al recinto de los libros. Allí encontré a Roa Bastos, a Carpentier y a unos cuantos amigos, entre cientos de ejemplares estornudantemente apretujados, ¡tan comprimidos!, ni me atreví por miedo a despertarles a acariciar sus lomos empolvados, leía en sus amarillos cantos aquel sartal de autores, cuando escuché un lejano cucú. El tic tac solapado de mi Casio preciso me señaló, las cinco, ¡ahora sí!, entonces decidí desplazarme hasta el auditorium del tercer piso.  

De las cosas que conversáramos los escasos, éramos pocos a eso me refiero, asistentes puntuales al taller, recuerdo algunas. Charlamos sobré médicos y sobre enfermedades, hablamos sobre juicios, demandas judiciales, jueces venales y esos horrores naturales de la vida cotidiana. Me dolió en la antesala del taller, conocer la historia del amigo de Omar, descerebrado en un quirófano del Vargas, un accidente de anestesia, puede leerse error de anestesiólogo; vale lo mismo el llanto de su madre y la espera angustiosa de dos días por el cuerpo cadáver, desconectado de este mundo dieciocho días antes para ser finalmente desenchufado de la máquina. Absurda, injusta y cruel siempre será la muerte de un muchacho, ya no habrá de jugar más al béisbol con sus amigos...

El dolor y otras voces fueron interrumpidos por Eduardo, nunca es tarde, ¡dicha al final!, él llegó y todos le excusamos aquellos quince minutos de retraso, porque para un escritor, siempre será justificable una cerveza y más aún si el trago es compartido con dos poetas, uno de Mérida y otro de Maturín, ¿o fue de Tucupita que nos dijo? Ahora si voy yo mismo a disfrutar de estas próximas dos horitas, aunque fallas. Eso me dije. Voy ahorita a saber, al fin, por vez primera, lo que es en realidad un taller de narrativa; o sea, estoy en la antesala, en el pórtico, en un tris, de averiguar en unas horas, que diantre es esta lavativa a la que denominan taller sin autos ni repuestos. Entusiasmado estaba, en realidad andaba henchido de curiosidad, por saber si era aquello, lo que esperaba yo que fuese...  

Abrimos las acciones con un cuento intitulado “El pobre Juan”, lo había escrito Abraham y el mismo repartió unas copias, se ve que había venido preparado. Nos leyó el cuento, cuidadosamente, una preciosa joven a quien Eduardo presentó como una veterana tallerista. Sufrió un par de tropiezos al enfrentarse con más de cuatro fallas gramaticales las cuales saltaban a la vista, zapateaban del texto por elementales. Elogiosos comentarios circularon. Hubo quien dijo. ¡El cuento me pareció una fábula de Esopo! Se comentó lo simple de la anécdota y lo sencillo del lenguaje. Yo, inexperto, salí opinando sobre lo pintoresca que me parecía la construcción gramatical estructurada como poesía, y luego de protestar por los horrores de la ortografía terminé criticando ciertas indefiniciones no muy bien afirmadas en el cuento. Eduardo atento riposto al instante: “es el espíritu del texto lo que debe prevalecer”.  

Me sentí cual odioso cazador de gazapos, quise decirles que no era mi intención el asumir el rol de corrector de manuscritos, pero ya no había tiempo para disquisiciones, Eduardo nos hablaba sobre el ritmo, la puntuación y como percibir las emociones y las cadencias cuando se lee en voz alta. La puntuación se escucha, se evidencia, se siente, cuando te escuchas a ti mismo en la lectura. Atiéndele a la rima y a la métrica, deja volar tu esencia, mas recuerda, lo que cuenta es el texto. Poeta, examina tu sólida presencia, acércate a ese encuentro espiritual, vale cualquier pretexto. ¡La poesía como la religión precisa de un ritual! El escritor es la memoria de su tiempo, testigo de su época. Cualquier persona puede en un momento imitar a un fulano, a un autor de su gusto o preferencia; ten tu punto de vista y cuídate, no sea que te conviertas en un exegeta Borgeano, ese riesgo lo corres en ocasiones buscando una prosa efectista...

Aquí el estilo es libre y soberano, hay quienes gustan de textos hiperbólicos, tú mi hermano, expresa lo que sientas, escribe con el alma en la mano, muéstranos ese mundo interior. No te enajenes Jorge, tú, ¿quieres ser escritor?, ¿tú quieres ser poeta?, responde de una vez, hazlo muy francamente vamos, ¿conoces el secreto?, no es otra cosa sino la sencillez, la clave está encerrada en llevar al extremo la economía de los medios de expresión.

Un día oirás a la gente decirte, mira chico, no me vayas a meter en tus cuentos. Te lo dirán y tú serás el escritor y se estarán allí, mirándote cual un malvado bicho, esperando en silencio, con el deseo larvado de hallarse algún momento al manuscrito incorporados. ¡Es la pura verdad!, no son patrañas, ¿ustedes se emocionan con el realismo mágico? Rebelais utilizaba esos recursos hace unos cuantos años, muchos antes de nacer Alejo, y Aracatá tampoco había visto balbucear al Gabo, y si tú quieres puedes considerarlos trucos, decir, son artimañas, o quizás artilugios, pero tienen su valor, tienen sentido, hay todo un bagaje cultural en las palabras, las letras, las frases sueltas, son ¡el lenguaje! Los comentarios más banales pueden mostrarnos a un Felisberto Hernández transformando en lápices afilados puñales. Robbe Grillet por el contrario se la pasaba deshumanizando los objetos. Quizá lo que pensemos los humanos puede ser obsoleto. ¿Cómo entender al perro que a pasear saca a su amo? Amiel muy inspirado siempre nos decía, lleno de sentimiento y con profundo dejo, que solo somos “copia de copias reflejo de reflejos”.

Entonces alguien viene y lo interrumpe y le pregunta, si no es posible que el lenguaje por abigarrado se transforme en una cosa obtrusa. El barroco nace precisamente de aproximaciones, crece como la verdolaga, hay quien espera siempre hallarse ante una prosa llena de destellos, fulgurante, cada vez más llena de matices, más brillante, luciendo sus excesos. Pudiésemos decir meditabundos y con un cierto tono franciscano, desconfía de aquellos que sus aguas enturbian haciendo intentos por parecer profundos. No es tan niche ese pensamiento prusiano...

Del taller en el ángulo oscuro, pensando en Segismundo me he detenido en el recuerdo de los girasoles de la Madre Rusia de zoviets y de zares. Al anciano Tolstoi rememoramos, tal vez el viejo aspiró en sus jardines con el aroma de azahares y jazmines aquel genial secreto de la difícil sencillez. Tolstoi atrapaba las palabras precisas. Sencillo, más no simple. Diafanidad de un Borges o la de Mallarme, quien siendo un poeta misterioso pudiera compararse con aquel muchacho de Fray Bentos, Funes El Memorioso. ¿Tú ves? Se diáfano mi hermano, empátate en una de claridad absoluta, cual Borges meridiano, sumérgete en la profunda sencillez del creador del Aleph y de tantos espejos, usa un lenguaje llano, no te compliques en circunloquios pretendiendo expresar las horruras del pensamiento humano, la intelectualidad entonces te arrebata escotero, como en Madrid, en aquel Chicote postrimero y barajo a la crem de la cream.

Taller de Narrativa continuará y finalizará mañana domingo.

 

Maracaibo, sábado 17 de octubre, 2020

 

 

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