“La oración por todos”
Voy a iniciar este relato recordando mi lejana infancia y, “la poética”. ¿Suena raro?; de acuerdo. Es decir, hay fragmentos de poesías que están impregnados en recuerdos que surgen en mi mente con su sonoridad rítmica, sin ningún esfuerzo y si se detienen sus líneas, es porque debo precisar alguna palabra que quizás equivoco, y usualmente hasta ahí llegan... Quizás son producto de lo que he calificado antes como “la ociosidad del caletre”, pero me llevan a asociar algunos poemas con momentos reales de mi pasada existencia.
De estos recuerdos sonoros, casi ninguno es tan marcado como el de “La oración por todos” que va complementada siempre con la coletilla de: “imitación de Víctor Hugo”. Mi padre, fue un comerciante maracaibero nacido a finales del siglo XIX, y recitaba este poema. Yo debo habérselo escuchado muchas veces, para explicar que regrese con sus imágenes siempre que alguna palabra o frese despierta en mis recuerdos algún fragmento del mismo, así: “Ve a rezar, hija mía, que ya es la hora de la conciencia y del pensar profundo: cesó el trabajo afanador y al mundo la sombra va a colgar su pabellón. Sacude el polvo el árbol del camino, al soplo de la noche; y en el suelto manto de la sutil neblina envuelto, se ve temblar el viejo torreón”.
El asunto de Víctor Hugo, siempre llamó mi atención porque creía que don Andrés Bello había hecho algo como lo que Juan Antonio Pérez Bonalde magistralmente logró con “El cuervo” de Edgar Alan Poe: una traducción. Confieso que no me cuadraba la idea del autor de “Los miserables”, y de “El Conde de Montecristo”, escribiendo algo tan sentido y tan perfecto como “La oración por todos”… Quizás por eso estoy relatando ahora, a mis casi 81 años cuando estoy dilucidando el que no es lo mismo una “imitación” que “una traducción”, y quisiera regresar al poema de Andrés Bello, con algún otro comentario adicional.
Surgen de memoria y casi que recorro mentalmente el paisaje del cerro en el atardecer… “¡Mira su ruedo de cambiante nácar el occidente más y más angosta; y enciende sobre el cerro de la costa el astro de la tarde su fanal”, y seguidamente la bucólica escena del campesino y su prole, mientras…“la tarda vuelta del labrador la esposa aguarda con su tierna familia en el umbral”. Resulta que no estoy yo “descubriendo el agua tibia”; se ha afirmado rotundamente que “La Oración por Todos” es el poema que refleja, limpia como un cristal, el alma de Bello”. En los versos de “La Oración por Todos”, Bello derrama en estrofas de exquisita pulcritud su amor de apretada intimidad por los seres humildes, quizás en el recuerdo de su padre un hombre que nació y vivió en la mediocre vida íntima de la modesta Caracas, su ciudad natal a la que no habría de regresar jamás.
La intimidad de Bello es siempre intelectual, y en esto difiere de los poetas criollistas. En Bello nunca se sorprenden regionalismos. Sus palabras tienen el color del lejano terruño porque aun cuando se halló muy distante, Venezuela estuvo siempre en él. Según Fernando Paz Castillo (1893-1981) Bello encontró el momento más alto de su inspiración lírica en “La Oración por Todos”. El crítico literario consideró en 1950, que el “Canto Fúnebre”, de José Antonio Maitín (1804- 1874) el poeta romántico de Venezuela tiene como ascendiente a Bello. Por ello quizás, el recuerdo memorioso trae siempre a mi mente el final del poema. ¿Perdonarás a mi enemiga estrella, si disipadas fueron una a una, las que mecieron tu mullida cuna, esperanzas de alegre porvenir? Sí, le perdonarás; y mi memoria te arrancará una lágrima, un suspiro que llegue hasta mi lóbrego retiro, y haga mi helado polvo rebullir.
Andrés Bello (Caracas, 1781-Santiago de Chile, 1865) durante el proceso de Independencia de las Américas propició la creación de nuevos cánones literarios y es un perfecto ejemplo de la doble condición de poeta-traductor. Su juventud se desarrolló en Caracas (1781-1810) donde recibió la influencia del pensamiento europeo; vivió luego el exilio en Londres (1810-1829); para finalmente radicarse en Chile (1829-1865). Su autonomía literaria se manifestó en sus poemas originales, la Alocución a la Poesía (1826) y Silva a la agricultura de la Zona Tórrida (1826) donde proponía ya el proyecto de su ideal poético.
Andrés Bello se trasladó a Europa en 1810 por razones diplomáticas y como intelectual y hombre público del período independentista. Ayudaría a construir las nuevas naciones recién emancipadas, mientras lo que en principio sería una estadía provisional, terminó convirtiéndose en un exilio de varios lustros en Londres, donde vivió hasta 1829, año en que se trasladó a Chile. André Bello siempre se planteó la búsqueda de una autonomía literaria que condujera a crear una nueva literatura americana. La traducción seguramente era uno de los puntos de encuentro en estos intercambios literarios. En este sentido, se puede admirar su labor como traductor de poesía francesa, entre tantas otras actividades literarias.
En la época de la Independencia, traducir era copiar textualmente e imitar un poema no implicaba “traducirlo” sino crear, pues el propósito de la imitación no era lograr fidelidad con respecto al original sino más bien usarlo como un modelo para la producción de una nueva obra. Andrés Bello era de esta opinión y la imitación que era una de las tantas maneras de crear un texto que puede también considerarse como un proceso creador proveniente de un modelo que le servía de inspiración.
En 1829 cuando Andrés Bello llegó a Chile desempeñaría una vasta labor educativa y jurídica por medio de su prolífica y variada obra intelectual, la cual influiría en el desarrollo cultural de aquella joven nación donde residiría hasta su muerte. Su labor traductora y su importancia en la gramática destacan en su fructífera obra y está plasmada en numerosas colaboraciones para revistas y periódicos chilenos. En lo que se refiere a las traducciones literarias, las imitaciones de Víctor Hugo, ha venido a constituirse en el motivo de este artículo a propósito de “La oración por todos”.
Maracaibo, jueves 29 de octubre, 2020
1 comentario:
Coincido muchísimo con las ideas que comparte el autor de este escrito. Me hizo revivir el interesante hilo del discurso que siguió el recordado profesor Edoardo Crema, hace muchísimos años, en el auditorium del Colegio San Francisco de Sales (Colegio Salesiano de Sarría, Caracas).
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