En la Capital…(1)
Espero me excusen por atreverme a descubrir este texto, perdido en la maraña de mis neuronas con escritos que nunca terminarían por publicarse; ahora, en mi blog, lo hago…
Llovía sin parar, torrencialmente, a cántaros. Era la noche de tu llegada a la Capital, y cuando vos te apareciste en aquel autobús atestado de pasajeros, era evidente que andabas en una sola borrachera. Descendiste a trompicones y enfrentaste el gentío en El Terminal. Vahos de fritanga y níspero pasado te rodearon , fueron envolviéndote y te acompañaron al merodear los botiquincitos de la Avenida de las Fuerzas Armadas. Sabías muy bien que la cosa iba en serio, que la vaina era a beber, a beber y a olvidar... Te lo decías vos mismo. Te lo repetías internamente. Había que bebérselo todo. Supiste de la Avenida Urdaneta, por el cartel de la esquina, y fue entonces cuando caíste en cuenta de lo que pasaba, era que andabas en la mera capital de la república, y pensaste en Linda…
¿Una papa?, ¡para ofertas estabas!, ¡no!, comer no... Era a beber, eso sí… ¿De dónde?, de allá, de muy lejos… ¡Ay que muelero!, la miraste… Era una morenaza, debías intentar un final rápido. Yo no he visto a Linda; ella te atisbaba. ¿La Chinga? Era lo más adecuado, y te lo repetías para vos mismo, y, ¡parece mentira! Fundirte, eso era todo, y vos lo considerabas como una medida sanitaria. Lo peor de todo eran los espacios lúcidos, los instantes de calma, los pedazos de minutos, los ratos entre las horas, y en el ínterin, ¿o era en el infait?, eran litros y botellas de caña anisada… ¿Para qué pensar? Habías cifrado en ella ¡tantas esperanzas! ¿Para que ir de aquí para allá? Era igual, tan solo deambular, eso era lo importante y a beberse todos los cuarticos del mundo, acabar con la caña, vos tenías que buscar la fórmula, llevabas una alquimia alcohólica, dobleú, en el bolsillo trasero, era la sangre de Cristo en el backstop.
Para apagar las chispas de sus recuerdos, la razón para olvidar, estaba en tu pasado, eso te lo decías vos mismo y tan solo te bastaba con dar la vida entera sin morir, pues ella, no dejó una huella y a ellos, ¡sebillúos!, pues sencillamente, ¡vos no les entendías un coño!, no eran tu gente… Aquel sonsonete, era un ritornello en tus oídos, todo el tiempo, ¡ay vale!, y trago tras trago, si vale, y regresabas a los recuerdos, gua vale, ¿a los gestos de ella?, no vale, ¿Linda?, ni una sola huella, no las dejó… ¿Nstá la vaina mi papa? Entonces vos le mirabas sin comprender un coño. ¡Guá! Arrugas y verrugas, ¿silencio el de ellos?, y otra vez ¡guá, guá! Murmullos, grietas y hendiduras, ¡guá, ¡síva ale!, pliegues e intersticios, guá vale…
Ahí valesón, gua, ¡sás lolas! Eran como fresas, mazanitas… Era que vos sabías de las ciruelas rojas, de la acidez de los semerucos, de los ásperos corozos pero ¿de esta vaina? ¡Nada! Estabas más pelao que rodillaechivo, andabas nada más recién llegando… Sencillamente, todo era nuevo para vos, menos la cañandonga, ¡debola!, y estaba burda de fina, ahí nada más, y vos veías y veías, mucho pan viejo, ceniza en las cabezas, pasas, sí, y farfullaban pero vos no les entendías. Es que eran rumas, mollejeros de gentes, y todos decían palabras y más palabras, y vos como sordo, e iban cayendo, apilonadas, se amuñuñaban, en las esquinas, puro níspero pasado, y te iban tropezando por las calles, con aquel berrenchín a puro miaoegato… No dejó una huella, vos lo decías y te lo repetías, e ibas y les preguntabas, ¿no le ha escrito a nadie?, y ellas se reían, de vos sería, pero se te carcajeaban, al cerrar los ojos las veías echadas, panzarriba o bocabajo, en los zaguanes, algunas eran muy viejas y hasta las había gordas, allí entre los cartones, y te llegaban, vos las dejabas, y te sobaban para reírse con vos mismo…
Otros, serían-argunos pensaste, los menos, ellos eran casi todos de apariencia caquéctica, tras las puertas de los botiquines, a vos como que se te escondían… ¿Linda?, entre el humo se te aparecían, ¡mierda!, y las flacas se deslizaban, entre el alcohol y el humo se te chorreaba el mundo, se te oscurecían los mendigos, algunos de verdad pedigüeños esperpénticos. Quizás por eso, a veces vos ibas a parar a los pipotes, buscando sí, y te dejabas arrastrar con ellos, y todo era entonces aroma fino, a pura rata muerta, comidas pasadas, con algo de suerte si vos caías en los charcos de parchitas, eran plastas amarillas con sus semillas un moquero oloroso. Los tipos que te llegaban para montarte la cotorra eran de los peores, casi siempre picaos de viruela, lagañosos, y con sus miradas oblicuas, ellos te veían de reojo, y vos te sentías flotar entre el amoníaco y el pachulí de las mujeres que también te agüaitaban pero se reían...
Por esa misma razón era por la que vos, cabizbajo regresabas a la basura, y te detenías en las esquinas, allí era fuerte la pestilencia, la caña te mantenía envuelto en una vaporosa manta etílica y ¡yapaqué! Nada importaba. ¡Cartelúo stá! ¡Por favoó!, un favorcito, los pliegues, solo para comer algo, el sudor, y vos extendías la diestra. ¡Nseas gallo vale! Entonces, pensativo, volvías a los tugurios, regresabas a que la culona, la Niche del beso con sabor, bemba de la negrita, la flaca, babeaba, manteca… ¡Esto ela muelte guá! En aquellos ratos sin final, vos eras capaz de recapacitar, y hasta te atrevías a pensar seriamente en Linda, y vos te decías que ella habría de aparecer, parece mentira, pues vos estabas tan lejos de tu casa, demasiado, y además, no le ha escrito a nadie, eso vos ya lo sabías muy bien…
Besabas a la
flacuchenta, y pensabas en la lengua en arroz, le decías que sí, vos le
hablabas a ella, para explicarle, ¿veis?, es que no dejó una huella, y el
estridor de la música no te dejaba escuchar sus respuestas. Fatalidad, mis recuerdos,
agonía en las noches, lo pensabas y te gritaban. ¡Se diablo!, y volvías al
tema, doquiera que tú vas. No se sabe de ella, ¿y noesveldá?, reía la dulcera,
¡el mío! Se volteaba el cafesero, ¿caliente sí? Vos ibas a llorarle al gallego
y el billetero solo te replicaba, ¡no vale!, gua vale… Cuando vino el portu y
te interrogó, ¿tú eres canario sí? Vos pensaste en los pajaritos, y no había
mucho chance, vos no trinabas, y todo el tiempo te mortificaba aquel chirrido,
pitido, no eran canarios. ¡Te toqué la colneta! Aquello no era murmullo, ¡balurdo!,
era un run run dentro de tu cabeza, era una bulla, como un reverbero, pero te
gritaban, y vos les oías y siempre era como estar bajo un cují inmenso con
miles de chicharras trepidando en un atardecer sangriento, todo eso y más dentro
de tu cabeza, mientras todos vociferaban al unísono ¡coñoelamadre! Rebotaban
los ecos en tus oídos, ¡ponte mosca vale!, llegaban los buhoneros, la música estaba
retumbante y entonces…
Son lecos, te decían, solo es eso, ¿por qué andas en pata?… Te vendo unos pisos, solo un par de lucas, anda vale. Vos regresabas otra vez. Te sentías un señor, flotando entre mendigos desarrapados, ¡en aquel mosquero! ¿Y el marchante? ¡Misia por vidaeCristo! Esostá burda e cartelúo… Entonces les observabas poniéndoles más atención, les veías, en las aceras, y para vos eran extraños, lucían como bojotes humanos… De pronto con la lengua seca, te extasiabas en un muñón, iba chorreando, en el toconcito, era llaga en el tobillo, y las moscas zumbando, todas siempre girando, y eras capaz de coordinar y decirte, es un miembro amputado, y la mano extendida, suplicante, anda vale, ¿sí?, como las moscas, todo giraba, ¿dar la vuelta?, frente a Santa Teresa, la media vuelta, con un solo ojo y el mundo seguía circulando hasta detenerse, ¿estático?, mirabas al tuerto virolo, ¡manita de mujer!, una limosnita, la barba apegostrada y las pupilas blancas…
Allí ante el gran templo vos respirabas el incienso, y te sentaste en el quicio, vos escupiendo; vos en las escaleras, esgarrando, mientras el templo oscuro a tus espaldas, transpiraba un hálito frío vos no entrabas, estaba tan oscuro allá adentro, vos no querías… ¡Ay vale!, vos tenías que caminar, irías sin rumbo, debías regresar y poder escuchar el estruendo de El Silencio, pitos, bocinas, gritos y carcajadas, que se apagasen tus chicharras endemoniadas. Vos pensabas a ratos, si serán las cornetas, escupen, son las trompetas, ¿acaso sus miradas?, ubicuas, el juicio se acerca… Vos llegaste a pensarlo mientras embriagado por aquella tufarada entre dulce y ácida, que llegaba en bocanadas desde los botiquines, te atraía, te envolvía y te hacía desear más aguardiente. ¿Otro palo? Cartelúo, ¡Stá bandera!, la caña, ¡que coños!, ¿y queslotuyo poldiosero? Vos sabías que las cosas habían cambiado, que habrías de sobrevivir y que era mejor hacerlo sin añoranzas, sin pajaritos en el aire, pues dolería menos… En eso estabas claro, y deberá de ser bajo el puente, sí, al menos no te lloverá, así te decías pensando que allí, te serviría para dormir un rato, de repente y tal, hasta para reponerte, pues te lo pedía el cuerpo…
NOTA: “En la capital…” es un texto que en los 80 fue escrito, más no incorporado a “La Peste Loca” (novela-Maracaibo,1997): continuará y finalizará mañana domingo.
Maracaibo, sábado 24 de octubre de 2020, el año de la peste.
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