domingo, 1 de agosto de 2021

Haticos por abajo

Haticos por abajo

En noviembre de 2018 me tocó acercarme hasta el “Terminal de pasajeros” de la ciudad de Maracaibo. Acompañábamos a un buen amigo portugués, que habría de transportar en un par de cajas con algunos enseres hasta la ciudad capital y como no consiguió un boleto aéreo, dada la urgencia y las dificultades para conseguir puesto en los autobuses de transporte -los llamados “expresos”-, llegaríamos con él hasta “el Terminal de Pasajeros”…

La prolongación de la Avenida Las Delicias estaba bloqueada con patrullas y fiscales motorizados, por quien sabe cuál razón, por lo que la necesidad de desviarnos del curso normal nos llevó por callecitas y callejones hasta el Mercado de Santa Rosalía y más allá, sorteando calles con múltiples cráteres e íbamos fluyendo entre personas y automóviles destartalados y gente que se veía tan maltratada como los autos y las calles y las casas mismas parcialmente derruidas, hasta que logramos acercarnos a la parte trasera del Terminal que pudimos reconocer por la cerca que era una pared pintada de color azul pastel. El auto no logró penetrar al estacionamiento ya que “estaba “prohibido entrar por detrás”. Así nos lo dijo un vigilante mal encarado y dejamos al viajero en la calle confiando en que habría de llegar hasta un autobús y finalmente –nos enteramos luego de 48 horas- arribaría a su destino capitalino.


Desde el sitio donde dejamos al amigo, detrás del Terminal, se veía la Iglesia de La Milagrosa, de color amarillo pues eran las cinco de la tarde y con el sol radiante, lucía hermosa. En ese momento pensé que devolvernos con el merequetén aquel de policías y autos buscando salidas, sería muy complicado... Entonces decidí regresar a casa, pero “rumbo al sur” atravesando el territorio de Los Haticos en aqulla que era una doble vía paralela al lago y que me habría de traer recuerdos de mi lejana infancia y juventud. Si seguimos por aquí, terminaremos por llegar hasta el zoológico y más allá hasta “el Sanatorio” le dije a Julia, mientras venía a mi mente el sitio donde había trabajado 8 años -del 68 al 75- cuando lo vi crecer y transformarse en lo que es ahora, el hospital General del Sur. Pensé igualmente que aquel viaje me serviría paso a paso para revivir recuerdos de mi infancia, y regresé a rememorar la Cervecería Regional con el olor a cebada, la casa del “santo Lückert” por arriba, el jardín zoológico por abajo y la pequeña iglesia casi en frente, y sin pensar llegar hasta la fábrica de cemento, hasta recordé una tagüara, también por abajo, donde con Enrique escuchábamos tangos de Gardel…

La desilusión comenzó a embargarme desde que dejé atrás a La Milagrosa, pues la doble vía no funcionaba, existía la carretera pero era de un solo canal. ¿Cómo? Es que “el otro”, me lo explicó un sonreído peatón. -Desde hace años, apuuuff e hizo un gesto explícito, muy sonreído, antes de pasar a informarme que la vía se destruyó al reventarse unas cloacas y nunca más fue reparada… Aquello transformaba el viaje dentro de una nube de polvo rodando por una sola vía con frecuentes obstrucciones y cruces para pasar de derecha a izquierda y viceversa y yo pensaba en aquello que decía el morocho del Abasto, de “que veinte años no es nada”… ¿Nada? Entonces… Naiboa como dicen… Por lo menos nosotros sí que sobrevivimos a pesar de estos años de destrucción masiva… Febril la mirada… Seguimos hacia adelante como si fuésemos errantes en las sombras. Atardecer rumbo al sur…Vino a mi mente entonces un fragmento de mi novela “Ratones desnudos” en su Capítulo 9 donde relataba una historia de “un restaurante en Los Haticos”, que dice textualmente así:

“Recordar es importante. Algunas veces es necesario mirar las aguas del lago para evocar los tiempos pasados… En ese sentido, me encantan los poemas que han proclamado las bellezas de esta tierra... También otros, nos han mostrado cómo se ha venido corrompiendo todo Escuchaba hablar a Ágatha sin perder una sílaba, mientras notaba como su mirada verde parecía disolverse en la reverberación del mediodía. Algo había leído yo en esos días sobre el poeta Udón Pérez, y a través de la ventana observé cómo se fundía la calle en un resplandor intenso. Ella volvía sobre el tema de la poesía, y pensé en el poeta Udón, también nativo de la ciudad de fuego... Una estrofa del himno que le compusiera a la calurosa región llegó a mi memoria…“…La hoguera que deslumbra, cuando al zénit se encumbra la cuadriga del sol.” Ágatha parpadeó y me sacó de mi ensueño. Me diría…

–¿Sabéis una cosa?, ahora que hablamos del lago y de la poesía, te informo que sus riberas hacia la parte sur de la ciudad, estaban sembradas de mansiones, de grandes casas... Eran los hatos. ¿Te cuento? La casa de los Roncajolo en Los Haticos, era uno de esos caserones... Figurate que durante el año 1913, la alquilaron y se volvió la sede de la Caribbean Petroleum Company. Estas casas que te digo, al comienzo, eran habitadas por los alemanes, por muchos alemanes. La mayoría eran comerciantes. Se vestían de dril blanco, inmaculado, y allí vivían con sus familias. Aquellas casas situadas a orillas del lago estaban en el sector de Los Haticos, sí. Ojalá y pudieras conversar con María Antonia Polanco y me gustaría que ella lograra conversar con vos sobre la época cuando vivió por allá con su madre, en su infancia, en Los Haticos, o más allá... En el tiempo, digo. Aquella época más lejana, cuando su madre Chela Polanco conoció al chino Chón. Mirá si que me gustaría contarte esa historia, pero primero quisiera que te leyeras, por lo menos una parte de un verso que me gusta mucho. Este es de un poeta nuestro, Don Elías Sánchez Rubio, tomá, leé aquí…

Recibí de sus manos un libro amarillento aparentemente muy trajinado. Ella lo tenía abierto y solo me dejó ver la última parte de un poema que al final curiosamente, decía, “… versos dedicados a Udón Pérez” Leí las dos estrofas de corrido:… “Hoy todo es diverso: nuestro mismo lago ya no es la guitarra de nuestra canción, cruzan por sus aguas con ruidoso estrago cien hélices raudas, en trepidación. Nuestro antiguo cielo, de un azul tan vago,  está envuelto en hoscos vahos de carbón y hay en nuestras ruas un humor aciago de tropel, y voces de extranjero son…” Voces de extranjero, parecía repetirme en la mente un eco. Me resonaba el final del verso y pensé en las ruas, y de momento no supe si era aquello un deja–vù o si de veras significaba algo importante”.

Hasta aquí llegó este recuerdo con un retazo de la novela y sobre lo que eran “Los Haticos” que ya no veía en 2018 y antes, había podido recordar todo, estando lejos de Maracaibo, en un exilio temporal en el helado clima del Canadá, un 20 de noviembre, cuando traje el retazo de una de mis novelas, sobre ratones y maracaibeños, que ahora en 2021 regreso a compartir con ustedes…

Maracaibo, domingo 1 de agosto del año 2021

 

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