jueves, 12 de agosto de 2021

El tachón y Luisa

 El tachón y Luisa

Él siempre trabajaba con más ganas en la emergencia, y lo hacía cuando estaba inspirado, despejado, empepado o emperrado, era igual, pero es que él se volvía un alfandoque al estar cerca de Luisa y se encontraban los dos. Suspiró entonces y le dijo al guajirito... Vai, botá el aire…

Mientras auscultaba al tachoncito, él aspiraba el aire que envolvía a la enfermera. De esa manera, él hubiese podido pasar en vela madrugadas enteras, auscultar millones de pulmones oyendo el rumor del aire entrado y saliendo por los bronquios, ensimismado en ella, mientras chorrean los mocos, pringan los estornudos y las toses quintosas arrullan la sonrisa de Luisa.

Por eso, él la invita a tomar entre sus manos la cabecita, coronada con flechas de pelo negro, mientras él con paciencia revisa unas costras detrás de la oreja derecha y los berridos se hacen más agudos... No lloréis coñito, no lloréis. Ella lo abraza y le dice... Callate niñito. Pero se lo dice muy pasito, tal vez, de tan quedo que el tachoncito no le escucha o quizás no le entiende, Luisa no habla wayuú y el tachón sigue berreando con unos alaridos que hacen estremecer la emergencia.


Él está decidido, y le quita las costras, y lava la sanguaza y dejará que vayan brotando los pequeños gusanos. En un instante el tachón de los berridos se ha dormido. Cesó el dolor. Él se lo dice a Luisa sonreído y ella sin soltar la criatura le acerca la riñonera de metal para que él los vaya sacando uno por uno. Me da una grima, le dice ella al observar como reptan compactándose en una montonera.

El tachoncito ronca ahora. Él le va limpiando la brecha en carne viva hasta no ver más larvas, y entretanto se imagina donde estará la mosca que decidió poner sus huevos en una roncha, tal vez una picada de zancudo, ¿un rasguño?, quién sabe cómo comenzaría esta gusanera. Él piensa entonces… Vale la pena este trabajo, y respirar su aliento, sentir a Luisa tan cerquita, casi escuchar su corazón, latiendo y lo hará rápido, pero no creo que sea por mí, quizás será por los gusanos del carajito…

Tampoco sabe Luisa que él vive derritiéndose por ella, que muere por ser abrazado como el tachoncito, con ternura, con el mismo cariño con que como a un tequeño, ella lo ha envuelto en la toalla deshilachada que le entregó su joven madre, la guajirita que los observa desde el quicio de la puerta y el niño ronca mientras Luisa canturrea al son del himno nacional...

“Que tengo que hacer, lavar los pañales y hacer de comer, duérmete niñito... Ella le mira con ternura y en ese momento vos levantáis tu rostro y te percatáis que estáis en un fanguero y te restregáis los ojos ya casi sin vista, pues te encontráis de nuevo frente al muro de mosaicos amarillos y de malaquita con pedacitos de lapislázuli. Otra vez, decís vos mismo… 

Entonces es cuando vos te percatáis de que tenéis que estar frente al palacio o por lo menos ante el zigurat de Marduck. Vos mismo te podéis fijar como hacia un lado está la gran avenida bordeada por gigantescos leones de cerámica que relucen bajo los rayos de la luna y más allá entre las columnas y sobre los muros podéis ver como se alzan y descienden los jardines que cuelgan y que desaparecen en la oscuridad de la noche, ahora que la luna está otra vez detrás de espesas nubes. 

Entonces, vos queréis levantarte, porque ya casi habéis comenzado a decirte que esta vaina es el colmo, que no puede ser, pero no veis a Clavelo ni a los demás, aunque percibís, eso sí, el resplandor de unas antorchas que se acercan, y notáis que son tres mujeres que se cubren con túnicas, ellas las recogen con una mano y no se tapan la cabeza por lo que vos les podéis ver el rostro y todas llevan un hombro afuera, son altas y elegantes… 

Ellas lucen cintas y cuentas que adornan sus cabellos, tienen collares y brazaletes, finas sandalias y vos, te digo, las hubieras reconocido rápidamente, porque vos sabéis que así solo andan las vestales, las del templo de Ishtar. Cuantas veces yo a vos mismo te he echado el cuento de las prostitutas, las finas vírgenes de la diosa luna, expertas en la recaudación de oro y plata a través de sus habilidades, ellas son instruidas desde muy jóvenes, por las mujeres de templo, las viejas sacerdotisas. ¿Te acordáis?...  

 

Bueno vos sois el que sabéis, y así pues, podeis ver que todo gira con el brillo resplandeciente de las antorchas, cuando el parpadear del aviso en luces de neón te recuerda que estáis nada menos que en "El León Dorado" el sitio preciso de la zona, donde los hombres acuden desde todos los confines del país, llegan para satisfacer los más rebuscados deseos en el templo de Ishtar, allí donde las putas acrecientan su dote con el goce de los hombres y según dicen son las mejores del pabellón del pueblo, pues todo está amparado por ella, por Ishtar…

La diosa Ishtar es la que controla los demonios, es quien regula el acceso de los guardias de caqui y de los tombos azulencos, lleva el control en la zona, porque ni Gula, ni Ninázu, ni Ninib pueden darles el talismán para protegerte de esos seres con cabeza de ave de rapiña y plumas que dominan a los Siriushy y los Mushrus, los mismos que vos habéis tenido la suerte, o tal vez la desgracia, de conocer en tu momento y recordareis entonces cuando ascendiste hasta lo alto del zigurat con el sumo sacerdote...

Mientras en tus oídos retumba un ruido cada vez más ensordecedor y vos, de seguro, te volverías completamente loco con el estruendo que sale de la monstruosa e infernal máquina, trepidante, llena de reflejos de colores. Así en un instante, te encontraréis calculando tus posibilidades. Vos pensáis en Luisita y consideráis que la mejor manera de sacarte el cansancio de la emergencia, de sacudirte el marasmo de la guardia, de olvidarte de todo, hasta de los gusanos del tachoncito, será beber con tus amigos toda la cerveza helada que se pueda.

Hasta que finalmente llegaréis a ubicarte allí en tu esquina y ante ellos que parecieran estar más prendíos que arbolitos navideños, aunque organizados, eso sí, vos estáis frente a los demás, ante aquel botellero, y todos como si el ruido de la máquina les pusiera otra vez en sus sitios, haciendo un círculo, están como vos, sobre sus taburetes de cuero de chivo, en tu taguara más conocida, y ya con los demás, te encontráis opinando lo mismo. Al fin estamos todos muy de acuerdo en algo; Vértica, es que nos parece infame y a esta hora, con todas las cervezas que llevamos, tener que dejar de escuchar a Lila y a Estelita para calarnos a la Sonora Matancera que arranca de nuevo con estridor furioso desde la rockola multicolor.

Nota: texto extraído de mi novela “La Entropía Tropical”(Maracaibo 2003).

Maracaibo, jueves 12 de agosto del año 2021

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