viernes, 1 de noviembre de 2019

Las Ordalías

Las Ordalías


Bocanadas grises de vómito descendían del cielo salpicando la tierra e impregnando las piedras porosas del campanario. Los prebendados en el refectorio pugnaban por olvidar las siete cabezas de la bestia asomadas entre la espuma del mar y se entretenían saboreando las aceitunas rellenas, husmeando las lonjas de carne de ovejo, revolviendo con sus manos desnudas los palominos al salmorejo y dispersando descuidadamente los granos del arroz con ají, pimientos, almendras y perejil. El ventanal empañado por el aroma burbujeante de la espesa salsa que hervía en el caldero, trepidaba con los embates de la lluvia”... Así comienza un relato que hace años titulé como “Las Ordalías” y que está en “Trípticos” (aun sin publicarse) y también es uno de mis “Doce relatos siniestros”… Hoy quiero decir algo sobre Las Ordalías.

El origen de las ordalías se pierde en la noche de los tiempos. El significado etimológico proviene de la palabra inglesa “ordeal” que significa juicio o dura prueba que debe atravesar aquella persona para poder demostrar su inocencia. Esta manera de fallar juicios es de origen remoto; se conocía en la antigua Grecia, los hebreos, por otra parte, tenían una forma de ordalía para justificar los celos de un marido y demostrar si una mujer era adúltera: se le hacía beber el "agua amarga de la maldición", un brebaje preparado por el sacerdote con agua y ceniza. Los romanos, tenían la leyenda de Mucio Escévola, quien dejó arder su mano ante sus enemigos etruscos como prueba de que decía la verdad. Estas prácticas se veían como algo corriente en los pueblos primitivos, pero sería en la Edad Media cuando tomaron importancia, al permitir que fuerzas superiores se hicieran cargo del asunto.

 “Ordalías” es sinónimo de los “juicios de Dios” y existieron especialmente en la Edad Media occidental. En el lento camino de la sociedad hacia una justicia ideal, todavía en el medioevo imperaba la ley del más fuerte, y si bien, con “la ordalía” la prueba de la fuerza continuaba, la misma se colocaba bajo el signo de potencias superiores a los hombres. La ordalía por medio del veneno era poco conocida en Europa, pero se utilizaba a veces la prueba del pan y el queso, que ya se practicaba en el siglo II en algunos lugares del Imperio romano. El acusado, ante el altar, debía comer cierta cantidad de pan y de queso, y los jueces decidían si el acusado era culpable, ya que Dios enviaría a uno de sus ángeles para que el culpable no pudiese tragar aquello que comía. La prueba del hierro candente, muchas veces sustituido por agua o aceite hirviendo, o incluso por plomo fundido, era también muy practicada. El acusado debía coger con las manos un hierro al rojo por cierto tiempo y se prescribía que se debía llevar en la mano el tiempo necesario para cumplir siete pasos, y si en las manos había signos de quemaduras era culpable.
La ordalía por el agua fue muy utilizada en Europa para absolver o condenar a los acusados. Bastaba con atar al imputado de modo que no pudiese mover ni brazos ni piernas y después se le echaba al agua de un río, un estanque o el mar, y si flotaba era culpable, o si, por el contrario, se hundía, era inocente.  Siempre existía el peligro de que el inocente se ahogase, y quizás  por ello, en el siglo IX Hincmaro de Reims, arzobispo de la ciudad, recomendó mitigar la prueba atando con una cuerda a cada uno de los que fuesen sometidos a esta ordalía para evitar, si se hundían, que “bebiesen durante demasiado tiempo”. Esta prueba se usó mucho en Europa con las personas acusadas de brujería.

En 1215, en Estrasburgo, numerosas personas sospechosas de herejía fueron condenadas a ser quemadas después de una ordalía con hierro candente de la que habían resultado culpables. Mientras iban siendo conducidas al lugar del suplicio, lo hacían en compañía de un sacerdote que les exhortaba a convertirse. Se dice que la mano de un condenado curó de improviso, y como los restos de la quemadura habían desaparecido completamente en el momento en que el cortejo llegaba al lugar del suplicio, el hombre curado fue liberado inmediatamente, sin ninguna duda posible, Dios había hablado en su favor. En algunos sitios se hacía pasar al acusado caminando con los pies descalzos sobre rejas de arado generalmente en número impar. Fue el suplicio impuesto a la madre del rey de Inglaterra Eduardo el Confesor, quien superó la prueba.

La pena correspondiente al juicio de Dios más antigua que se usó en España fue la “pena caldaria” o prueba del agua hirviendo. Eso se presume leyendo algunas leyes, como el Fuero de León. En este fuero se habla de dos leyes diferentes con esta prueba, que se aplicó a las personas acusadas de homicidio, robo, etc. Se dieron abusos y para paliar esto, Alfonso VI, en 1072, mandó que solo se realizase la prueba en la catedral de León, pero no hubo una observancia total de esta disposición. Esta pena se siguió aplicando y sancionando en los fueros locales. Cuando la Iglesia asumió junto a su poder espiritual parcelas del poder temporal, tuvo que cargar con la responsabilidad de una costumbre que no pudiendo prohibirla bruscamente trató de modificarla para hacerle perder su aspecto mágico y demasiado vecino a la brujería. 

Inicialmente, la ordalía fue practicada como una apelación a la divina providencia para que ésta pesase sobre los combates o las pruebas en general, y algunos obispos se esforzaron en humanizar lo que en ella había de cruel y arbitrario. Durante la segunda mitad del siglo XII el papa Alejandro III prohibió los juicios del agua hirviendo, del hierro candente e incluso los “duelos de Dios”, y el cuarto concilio Luterano, bajo el pontificado de Inocencio III, prohibió toda forma de ordalía a excepción de los combates. Pero, no obstante estas prohibiciones, la ordalía continuó practicándose durante la Edad Media, por lo que sería doce años después, durante un concilio en Tréveris, cuando tuvo que renovarse su prohibición.

Para finalizar esta historia, les muestro otro breve fragmento de mi relato ( con dibujo incluido ) sobre ordalías, donde… “Foete en mano el anciano inquisidor aullaba vociferante, él estaba persuadido de que ese era el día y esa la hora, pues la luna llena tenía que estar saliendo roja como una inmensa gota de sangre y las ordalías se estaban dando sin detenerse y no importaba que vientos de galerna parecieran agitarse por encima de la abadía encrespando el incienso de los aquelarres”.
En Maracaibo, sábado 2 de noviembre 2019

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