¿Un O V N I?…
Iba manejando en mi camioneta, desde Ciudad Guayana hacia Puerto Píritu, una tarde hace ya unos cuantos años, cuando me sucedieron varias cosas que siempre creí que era mejor no relatarlas ya que me dije, es que quizás no me las van a creer…
A pesar de lo dicho antes, finalizando el mes de enero del año pasado (2019) me animé a relatar esta historia como una “Curiosa aventura” y aclaré que le haría modificaciones puntuales para proteger a los protagonistas. No obstante, es decir, a pesar de aquello, -“el jaoever” de quienes “espikean” el idioma de Shakespeare-, pues resulta que hoy, en 2020, el año de la pandemia denominada Covid-19, y estando encerrado en casa, en Maracaibo, voy a nuevamente echar el cuento”. En aquellos días, cuando relaté en 2019 la historia de mis extraterrestres, estábamos sobreviviendo en Mississauga, en las afueras de Toronto, pasando el frío hereje, pero hace un par de días, me he enterado de que, quizás por ese no tan pequeño detalle climatológico, entiendo que el cuento (si algún desapercibido lector lo entendió como tal), pasó como un “foul al stand”. Ayer, virtualmente estaba hablando (es decir, conectados por wasp), mientras me tomaba una cerveza con mis hijos (los afortunados que esperan el triunfo de Trump en Miami) cuando me enteré que mi cuento del OVNI no lo habían leído… Por tales motivos (y no es la rosa pintada de azul de Pizolante) relataré nuevamente la historia.
Veníamos viajando desde Puerto Ordaz. Mi camioneta, era una Chevrolet Blazer, que nunca había “dado que hacer”. Manejaba ya enfilando la larga autopista tras cruzar el puente sobre el Orinoco e iba más allá de El Tigre, cuando súbitamente la luz del aceite se encendió. Viajaba con mi mujer y dos hijos y con Maite, una amiga, en el asiento trasero pues traía de copiloto a un compañero voluminoso que lucía el pelo largo amarrado (casi una coleta como la del actual chavista español, cuyo nombre no quiero ni mentar). Aunque el personaje es donostiarra, y buen amigo, llamémoslo Eddy y entendamos que dado su regusto por la música, él cantaba con o sin la radio, de manera que al ver en el tablero la luz (ON), él sencillamente se calló la boca, y yo detuve la marcha de la Blazzer. Me orillé, como dicen y tras abrir la capota comprobé que, el aceite estaba completo. Es una broma. Sacamos una conclusión: debe ser algún bombillo loco que se encendió pero hay aceite para rato… Si fuera de oliva haríamos ensalada dijo él…
Comprobamos que según el mapa (acostumbraba a llevarlo siempre que viajaba y eso era muy frecuentemente) estábamos muy cerca de la población de Anaco. Al arrancar de nuevo, la camioneta ya no era la misma, redujo su velocidad y rodaba con una pasmosa lentitud. Estaba yo bastante atemorizado, la máquina fue avanzando lentamente hasta salir hacia la derecha, a la izquierda del mapa, y vimos la señal de que pronto entraríamos en Anaco. Al preguntar por una gasolinera nos indicaron que en la parte más alta del pueblo, había una, la mejor, pero que no esperara hallar por allí un mecánico pues era sábado y todos debían estar bebiendo “desde hacía rato”… La camioneta lentamente se acercó hasta la bomba de gasolina y efectivamente, nos dijeron que el mecánico estaba en el pueblo, pero que seguramente ya andaba borracho.
Eran las cuatro y media de la tarde y a las 3 “mataron a Lola” me dije… Todo aquello nos parecía anormal. Afortunadamente desde la gasolinera iríamos bajando, y la Blazer parecía menos torpe pues ya rodaba descendiendo y llegué a pensar que estábamos en lo que prometía ser un “sábado sensacional”, o sea, que, ¡nos tocaría quedarnos a dormir en Anaco! Eso, si acaso hallábamos posada, y la perspectiva de dejar la camioneta abandonada me atemorizaba. Así estábamos, cuando vimos un tipo que a lo lejos parecía estar reparando su auto. Lucía enfundado en un mono de mecánico, grasiento, estaba metido de cabeza en su máquina y allí nos detuvimos. No hermanito, nos dijo, yo uso el mono de mi hermano en los fines de semana porque es muy cómodo. Le pregunté por un taller mecánico… ¿Mecánicos que sepan? Los del pueblo deben estar ya “rascaos”, pero pruebe bajando y cruce por entre aquellas casitas y siga derecho, ruede, y como a medio kilómetro de allí, está la casa del señor Serafín. Él es buena gente y tiene un hijo que, ese si es mecánico de verdad. La Blazer gemía, la luz del aceite en rojo parecía una fresa encendida, yo me atreví a volver a medirle el aceite, y estaba full.
Recordé al maracucho en el aeropuerto al preguntar por las maletas en su idioma, cuando le decían “no sé dónde están”… (I dont understand). Nada, nos sale Serafín. Lo dije en voz alta y pensé… No creo que sea Masparrote. Se lo dije a Eddy quien comenzó a entender que yo estaba enloqueciendo. La Blazer rodó lentamente por una tortuosa trilla hasta hallarnos frente a un par de casas en un terreno cercado, rodeadas por frondosos árboles. Eran las 5 y media de la tarde y todavía el sol picaba. No he dicho nada, pero mis hijos menores de edad y mi mujer comenzaban también a preocuparse. Estaban enterados de que venía desde hacía varios días padeciendo por una crisis hemorroidal severa y sabían que aquello que nos sucedía no era lo mejor para mi salud mental y física. Descendimos de nuestra también enferma camioneta para peguntar por don Serafín y un señor mayor, muy amable apareció para decirnos que teníamos muchísima suerte… ¡Al fin!, me dije, sin saber a qué se refería. Mi hijo el mecánico debe llegar en un ratico, porque hoy le toca visitarnos. Él viene cada dos semanas y lo esperamos con ansiedad…
Llegó el hombre. Freddy. Era un tipo joven, quien había estudiado mecánica automotriz en la Universidad y tras hacer las preguntas necesarias: ¿Desde hace cuánto tiempo están en esta situación?¿Cuánto ha rodado la camioneta así?, y mostró su cara de preocupación. Procedió a encender el motor, a medir el aceite y diría: ¡Es el lápiz! La pregunta que vino a mi mente fue: ¿Prismacolor o Mongol? Al decirme Freddy con toda seriedad: El problema será conseguir un sitio donde comprar un lápiz a esta hora. Eddy se imaginó que las librerías estarían cerradas, pero peor nos sentimos al escuchar que el problema era que los dueños de las ventas de repuestos seguramente andaban todos “echándose palos”. Era el consabido sábado sensacional en Anaco. Aprendí entonces que “el lápiz” es: el vástago de la bomba de aceite y que no dejaba bajar el aceite porque se había fracturado. Serían muchas las vueltas que dimos, a que fulano y donde perencejo, por varios botiquines y entre humo, cerveza y aguardiente, llegó la noche. Afortunadamente nos movíamos en el auto del hijo del señor Serafín, porque ya sinceramente mi trasero no daba para más, hasta que al fin, un viejito aceptó abrir su almacén, y nos mostró 2 lápices que nos los cedió para ver cuál podía servirle a la pobre camioneta.
Acortaré el asunto (porque ya estarán pensando que los extraterrestes brillan por su ausencia) señalando que al cambiarle el lápiz, ponerle aceite nuevo y encender el motor, Freddy tomó un vaso lleno de cerveza y lo colocó sobre la máquina. Esperó que el tremor de la capota fuese nivelándose con su ajuste y al estar la superficie de la cerveza como un plato, nos dijo. Ahora hay que probarlo. Lo lógico es que la máquina haya sufrido, así que vamos a correr para ver qué pasa… De nuevo sentado, esta vez, Eddy iba atrás y Freddy era mi copiloto. Salí como un bólido en la Blazer y después de correr unos diez minutos y probar el nivel del vaso de cerveza, el comentario fue: ¡Es un milagro! La Blazer estaba “como una uva”. No quiso aceptar dinero, solo las gracias y el señor Serafín se veía dichoso cuando nos vio partir. Enfilamos rumbo al norte. Puerto La Cruz era nuestro destino más cercano. Eran ya las once y media de la noche y todos estábamos muy cansados. Eddy ya no sentía ganas de cantar. Así fue como enrumbamos por una vía buscando la autopista principal, pero rumbo al norte…
Ahora que existe Google-earth he visto cual fue nuestro error. Hay una carretera, que cruza Anaco de cabo a rabo de sur a norte, y corre paralela a la autopista, pero solo tiene una conexión con la misma, que si “se pela”, hay que rodar hasta San Mateo por una carretera que es como la del filme de Viggo Mortensen. Una vía estrecha, e íbamos por “una boca de lobo” confiando en retomar la vía rápida. Así fue como en aquella noche sin luna, en una total oscuridad, de repente, encima y delante de nuestra Blazer apareció una luz muy intensa que fue expandiéndose y creciendo en luminosidad, yo reduje la velocidad hasta detenerme. Todos nos mirábamos, medio encandilados y asustados sin saber qué hacer, y así tras varios larguísimos segundos, como había aparecido, un momento después desapareció ascendiendo en segundos hasta dejarnos en la más completa oscuridad…
Todos nos miramos, y sí. Aquello no era una alucinación. Coincidimos todos en que lo que nos asombró era lo que llaman “un OVNI”… Fue el lógico comentario. Mis hijos no podían creerlo, habíamos sido todos de los pocos seres afortunados que pudieron vivir aquella experiencia. Seguí marchando cada vez más rápido y comenzó a caer en aguacero de los mil demonios que me llevó a detectar la autopista más lejos de lo debido, pero así fue como, en medio de una especie de diluvio universal, llegaríamos a la ansiada salida hacia la autopista y por ella hasta Puerto La Cruz y a nuestro destino final. Aquel sábado cuando arribamos a Puerto Píritu, que estaba sin energía eléctrica, ya era domingo. Sobrevivimos en aquella noche horribilis…
Finalizo esta historia ya demasiado larga, recordando que después de regresar aquel domingo a Caracas, el lunes tuve que ser intervenido por complicaciones peores que las vividas por el Martín Romaña de Brice Echenique y padecería un postoperatorio (Setón incluido), de varias semanas de tortura de esas que uno ni es capaz de desearle a su peor enemigo, y supongo debe haber sido la razón de que durante tantos años ocultase lo sucedido por la realidad de haber tenido, la suerte de ver un OVNI, aun en aquellas terribles circunstancias,
Maracaibo, miércoles 1ero de octubre el año 2020 durante la pandemia…
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