Ambrosius Alfinger
Era un decir del común, y nadie lo dudaba, los Fugger de Alemania habían depositado cientotreintamil florines para garantizar las obligaciones del soberano, su majestad, el melancólico joven Carlos, quien en aquellos días era el nuevo rey de España y emperador de Alemania. Más cierta aún era la especie de que el poder económico de Los Fugger tenía una oposición muy grande por parte de la Casa de los Welsers, la de los ricos alemanes denominados por los españoles Los Belzares, unos señores banqueros de la misma ciudad de Baviera, quienes también estaban empeñados en lograr el apoyo del joven soberano. Así fue como resultaría que en tanto que Los Fugger se enfrascaron en empresas políticas, los Welsers recibirían el contrato de la Capitanía de Venezuela en tierras del Nuevo Mundo...
Fue precisamente por aquel entonces, cuando su serena majestad, el muchacho del rostro prognático, aquel joven a quien le decían don Carlos, les otorgaría a Los Belzares, “plenos poderes” para que gobernasen aquella provincia del Nuevo Mundo. Sucedió todo en muy remotos tiempos y no obstante, para la época, ya “La Pequeña Venecia del Coquivacoa” había sido visitada por don Alonso de Ojeda y el sitio sembarado de palafitos le había cedido su nombre a toda la Capitanía General. I micer Ambrosius Enhinger, primo de Jorge Enhinger, y socio de Enrique Sayler habría de llegar a la ciudad de Coro con el cargo de representante de los banqueros germanos. En aquella ciudad que era la cabeza del Obispado de la región, Ambrosius Enhinger a quienes los españoles comenzarían a apellidar Alfinger asistiría los oficios religiosos y tras empaparse sobre la vida y padecimientos de los pobladores de aquella ciudad, decidió marchar hacia el occidente para establecer su cuartel general en Maracaybo y desde allí lanzarse a su sueño, la búsqueda del oro que habría de hallar en la maravillosa ciudad de El Dorado...
Ambrosius Enhinger, el denominado Alfinger, había nacido en Ulm, a orillas del Danubio y había llegado desde Santo Domingo en aquella nao, la misma en la que estando ya en suelo americano, nuevamente zarparía desde la Vela de Coro y un par de días después, el ocho de septiembre del año 1529, desembarcó en la costa occidental del golfo, en una plácida playa bordeada de palmares en los linderos que dibujara Juan de la Cosa en sus cartas. Las arenas de aquel Golfo se leían como las tierras a la entrada del lago de Coquivacoa, de manera que Ambrosius exploró sus riberas hacia el sur y decidió levantar una pequeña fundación al lado de la ranchería de los indígenas, los palafitos que conociera don Alonso de Ojeda cuando descubrió aquel lugar casi treinta años atrás. No está claro si fue en lo que se conocería como “La Laja”, en punta Arrieta, según opinó Antonio Gómez Espinosa el primer director del Acervo Histórico de Zulia, en su “Historia Fundamental del Zulia, (Corpozulia,1992), o sería en “Salina ancha” lo que años después pasaría a ser “El Saladillo”, según consideró Orlando Arrieta Meléndez, en sus “Datos para la historia del Zulia” (Goberbación.delZulia,1992). Se sabe que la cuidad sería fundada por segunda y por tercera vez en 1569 por Alonso Pacheco (Nueva Ciudad Rodrigo) y en 1574 por Pedro Maldonado.
Ambrosius Enhinger, había sido nombrado Adelantado en Venezuela por su majestad Carlos V rey de España y emperador de Alemania, dueño y señor de aquel territorio que se extendía desde Maracapana hasta el cabo de la Vela en la Guajira. Enhinger el alemán pelirrojo quien vio transcurrir su infancia ante las aguas del Danubio, pasó a ser uno de los aguerridos conquistadores de los germanos Welser o Belsares. El arrojado micer Ambrosius, el temido capitán Alfinger, hizo edificar varias casas para proteger a las mujeres y los infantes que acompañaban su expedición, y se mostró alarmado cuando observó el trato que los indígenas varones les dispensaban a sus mujeres, y se dice que defendió airadamente a las indígenas del lugar, y quiso prohibirles el ejecutar los duros quehaceres que sus maridos les requerían, y sacudió de sus chinchorros a los indios quienes reposaban sonrientes, conversando y bebiendo chicha fermentada en medias taparas, descansando de sus labores tradicionales de caza y pesca. Cuando los indígenas de la ranchería de Maracaybo comenzaron a entender a micer Ambrosius y a quererlo y a plantear ante él las calamidades que se les venían encima, entonces el alemán pelirrojo se dice que transformó las edificaciones mayores en un hospital pues el clima ardiente y las aguas contaminadas habían enfermado a una buena parte de sus gentes, y dispuso que se tratase bien a los enfermos aunque fuesen indígenas.
Posiblemente, también en aquel entonces fue cuando escuchó Ambrosius, de boca de algunos indígenas, la historia quizás del país de los Chibchas, de salvajes que fundían el oro en fraguas especiales, quienes tenían su reino en lejanas serranías, más allá de unos picachos nevados, y comenzaría a vislumbrar los destellos de las riquezas que le prometía El Dorado, hacía el oeste de Maracaybo. Entonces Ambrosius tomaría la decisión de organizar a sus hombres y partiría al frente de 130 soldados de a pie y 40 a caballo con la ilusión del oro y marchando hacia el oeste para adentrarse en la selva. Quizás habrían de cruzar montañas y ríos, pero él se sentía seguro porque iba en pos de algo muy grande. Marcharía persiguiendo un imperio dorado fuera de la comprensión de quienes le rodeaban, algo jamás soñado por sus amigos, allá lejos, en el mundo civilizado, quienes vivían cruzando la mar oceána, en su patria …
Desde aquel entonces, Alfinger no dejaba de pensar en la ciudad del oro e indagaba sobre su paradero, preguntaba por las rutas para llegar hasta ella, averiguaba entre los pobladores de aquellas tierras bordeadas de palmeras quienes habitaban en casas sobre las aguas de la laguna que los indios llamaban Coquivacoa, la misma que don Alonso de Ojeda y Américo Vespucio descubrieran a la entrada del golfo de Venezuela, pero solo historias inverosímiles escuchadas por algunos indígenas a los ancianos de la tribu logró extraer de ellos micer Ambrosius; relatos confusos sobre ciudades en lejanos y montañosos parajes, señalados siempre hacia el sur, o hacia el brumoso y relampagueante poniente ignoto. Así un mal día decidió micer Ambrosius Alfinger seleccionar cientochenta hombres de armas y dejar aquellas tierras para internarse en las montañas y serranías hacia el sur y hacia el oeste.
Sudoroso, Ambrosius recapitulaba sus andanzas a través de la intrincada selva, vadeando ríos, chapoteando en las ciénagas, aguijoneado por nubes de mosquitos en las orillas del caudaloso Magdalena… Cuando partieron, él esperaba llegar al menos hasta los fértiles valles que le habían descrito en la región de Upar. Sería en el año de 1531 cuando Alfinger, el conquistador y sus hombres cruzando los valles y de nuevo en la selva, se aproximaron hasta las riberas del gran Magdalena.
Los zancudos, las fieras, las diarreas y las fiebres, en aquel calor sofocante ya había diezmado a más de la mitad de la expedición. Alfinger resuelve enviar a Coro el oro recogido hasta entonces y pedir socorro de gentes y armas. El botín enviado a Coro valía 24.000 pesos de oro. Alfínger abandonó a Pauxoto, y el 10 de abril de 1532 en el pueblo de Cimpachey, y ya en territorio de los indios cindaguas le dan noticias sobre la riqueza de los pueblos Cimití y Coyandía. El 24 de junio enviará a Esteban Martín hacia Coro y a finales de julio llegará a Maracaibo con 50 hombres de refuerzo, y con un total de 82 soldados, Esteban Martín encuentra a Alfínger en Comizaca, un pueblo de cindaguas. Con los recién llegados intenta Alfínger seguir por las orillas del Magdalena pero ciénagas se lo impiden, de modo que resuelve iniciar el regreso a Coro, buscando salida a través de las montañas, pero siguen sufriendo continuas escaramuzas con los indios. En un paso en la cordillera morirán ocho hombres. Ya en el valle de los Chinácota, súbitamente son rodeados de indios, que cayeron sobre los jinetes. Hieren a Esteban Martín en una mano, los atacan con flechas envenenadas. Ambrosius Alfinger, allí va a morir el el 31 de mayo de 1533, tres días después de ser flechado en el cuello...
El dolor de aquella flecha que le atraviesa el cuello de un lado a otro es espantoso, pero aún respira y suda frío, piensa en serpientes y en los indios que se acercan de nuevo y en tantos hombres como ha visto caer en su peregrinación, en su búsqueda infructuosa, su obsesionante ciudad del oro, mas él no la ha visto nunca, tal vez estaba oculta entre la enmarañada selva, o detrás las montañas, en los fríos páramos, lo piensa pero él nunca ha vislumbrado los destellos dorados, y escupe sangre el alemán pelirrojo y maldice su suerte en silencio, guturalmente. sus ronquidos semejaban los estertores de una fiera herida de muerte. Tres días después, su cuerpo se ha hinchado por el veneno de la flecha. Tres días después todavía se retuerce de dolor pero ya ha dejado de gritar micer Ambrosius quien agoniza mientras quienes le sobreviven decididos a regresar serán diezmados por los animales, la enfermedad y el hambre. El historiador hermano Nectario María Pralón dará detalles sobre el único sobreviviente de la expedición de Alfinger y del tesoro recaudado…
Transcurrirían diez años cuando ya había muerto también el Adelantado Jorge Spira, y el Señor Obispo Rodrigo de Bastidas en su condición de nuevo gobernador de Venezuela, precisamente él, habría de ser quien le daría a Pedro de Limpias la orden de acabar con todos los indios del sector. Mas esta parte oscura y triste de la historia no había acontecido aún… Después de la masacre de Pedro de Limpias, con el correr de los años, llegaría don Alonso Pacheco en 1569 y luego Pedro Maldonado en 1564 para refundar otra vez la ciudad Rodrigo, en aquel poblado con unas casas y una iglesia, sobre el mismo sitio donde dejara micer Ambrosius Alfinger había dejado a algunos de sus hombres y enfermos antes de irse desesperado a buscar la ciudad del oro.
Estas son cosas de las que dice la historia, sobre los orígenes de la ciudad del fuego frente al lago de cristal. Muchos años después, quizás la mañana del día veintiséis de junio de 1607 fue cuando los españoles lograrían por fin dominar a los caribes que poblaban la laguna y las inmediaciones de Maracaybo. El capitán Urtiazola tras las dunas y en la oscuridad de la noche cercó a la tribu de los indios zaparas por orden de su jefe el capitán Pedro Maldonado y tras la señal fue un solo griterío y humo de mosquetes y sangre hasta la salida del sol. Desde ese triste momento, culminarían las guerras con las tribus indígenas de la gran laguna.
NOTA: artículo parcialmente publicado ya en el blog lapesteloc.blogspot.com el 15 de junio del 2016.
Maracaibo 9 de septiembre 2020
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