viernes, 17 de julio de 2020

Un aniversario


Un aniversario…

El 8 de septiembre del año 2016, el Poder Municipal de Maracaibo, me otorgó el privilegio de poder hablar en el Teatro Baralt cuando se conmemoraba el 487 aniversario de la fundación de la ciudad. Aprovecho hoy para repetir algunas palabras de aquel “discurso de Orden” que se dio con mucho protocolo en un teatro lleno de gente, donde imaginé que todos nos sentíamos henchidos de orgullo por eso que llamamos, la zulianidad. Pero el tiempo ha trascurrido y nuestra situación ha empeorado hasta límites de llegar a ser una muestra para el mundo del desastre. “La catástrofe humanitaria de la crisis venezolana”, diría el diario Abc.es hace unos días, donde la gente con sueldos míseros se muere de hambre y la carestía de agua, de electricidad, y de los servicios públicos más elementales ha terminado por hacer estragos en la población que depauperada, ahora es presa de terror atravesando la pandemia del Covid-19. Aunque sea para hacer catarsis, he querido traer de nuevo palabras, dichas hace tan solo unos cuatro años.

El año 1529, venía navegando desde Santo Domingo Ambrosio Alfinger, un alemán que había nacido a orillas del Danubio y para aquellos días contaba tan solo con 29 años. Ambrosio Alfinger, había sido nombrado “Adelantado en Venezuela” por su majestad Carlos V rey de España y emperador de Alemania para aquellos días en 1528, era un rey muy joven, de 28 años, y para saldar una deuda con los banqueros alemanes les había otorgado a los Welser el territorio que se extendía desde Maracapana hasta el cabo de la Vela, en la Guajira…

Cuando el día ocho de septiembre, Ambrosio Alfinger,  decidió desembarcar en una playa bordeada de palmeras, en los linderos desdibujados años atrás por Juan de la Cosa, en lo que aparecía como la tierra firme, a la entrada del lago Coquivacoa,“el cacique de carne desde el vecino cerro, vio salir de las aguas unos hombres de hierro”. Así relataría estos hechos Andrés Eloy Blanco unos cuantos siglos después...

Allí, Alfinger, ya en tierra firme, decidió levantar una pequeña fundación al lado de una ranchería e hizo construir varias casas frente a los palafitos de los indígenas, con la intención de proteger a los hombres que acompañaban su expedición. Se  ha dicho que defendió a las indígenas, y que les prohibiría a las mujeres que ejecutasen los duros quehaceres que sus maridos les requerían, y dizque los sacudió a ellos para que se movieran saliendo de sus chinchorros donde reposaban, conversando y bebiendo chicha en medias taparas.

Casi treinta años antes de estos hechos, el 24 de agosto del año 1499 don Alonso de Ojeda, de 31 años, había descubierto ese lugar. Udón Pérez nuestro poeta, varios siglos después nos diría:“al hallarse de pronto con un lago de seda se quedó sorprendido don Alonso de Ojeda”. Así lo relató Udón, y cuentan algunos, que Américo Vespucio quien venía en la expedición de Ojeda, admirado ante los palafitos recordó a la Venecia del Adriático, aunque hay quienes opinan o sospechan que Venecuela le decían los indios a la gran laguna… Como sea que quieran verlo, de todos es conocido que aquí, en nuestro lago, nació el nombre de Venezuela. Nuestro poeta Rafael María Baralt bautizaría la ciudad como “la tierra del sol amada”, y otro poeta, Américo el doctor Negrette, en su autobiografía denominó a la capital de Zulia, “la ciudad de fuego”. Así somos, con mucho sol y calor, sol y fuego los hijos de esta tierra amada por el sol, hoy que he querido recordar algunas de estas cosas, cuando ya han transcurrido 487 años de la fundación de Maracaibo.

Luego de hablar un rato sobre nuestra ciudad y sus logros, finalmente intentando visualizar el futuro, allá en el teatro Baralt y quizás con un optimismo inocente, transcribiré aquí, tan solo mis palabras finales de aquel entonces, el año 2016.  “Debo concluir, ante estas realidades, regresando para reflexionar y a pesar de todo, creo sentir con ustedes, que no hay que perder las esperanzas”… En aquel no tan lejano momento me atreví a imaginar…

“Quizás deberíamos comenzar a pensar desde ya, en la construcción de paneles solares para no quemar nuestro petróleo buscando generar electricidad. Son millones los que se invierten quemando gasoil en plantas termoeléctricas para generar energía en vez de utilizar nuestro sol. ¿No somos acaso la “tierra del sol amada?”, o mejor aún, ¿Por qué no, soñar hacia el futuro, con un puerto de aguas profundas? Les invito a imaginar un gran puerto, ubicado en una orilla del Golfo de Venezuela. Un puerto que deberá valer para que el petróleo le llegue a los barcos, a los taqueros petroleros desde el sur del lago y desde la costa oriental, por tuberías… Así habrá de ser, para que desde ese puerto en el golfo, puedan zarpar los tanqueros que irán por los mares del planeta para que volvamos a ser líderes en la producción y distribución de hidocarburos. Así será, y tal vez, al funcionar desde el Golfo, ya no necesitaremos el dragado de la barra, y regresará el lago de Coquivacoa, a ser el de nuestros abuelos. Volverá nuestro lago, a ser el reservorio de agua dulce, más grande de Latinoamérica, y la flora y la fauna lacustre paulatinamente se recuperarán, y podremos ver brillar el cielo relampagueante por las noches, y volveremos a decir, como Marcial Hernández, que “ni aun el ímpetu de los huracanes puede apagar el simbólico Faro del Catatumbo”, porque “El Zulia entre la noche relampaguea”
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Maracaibo, sábado 18 de julio, 2020


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