Un aniversario…
El 8 de septiembre del año 2016,
el Poder Municipal de Maracaibo, me otorgó el privilegio de poder hablar en el
Teatro Baralt cuando se conmemoraba el
487 aniversario de la fundación de la ciudad. Aprovecho hoy para repetir
algunas palabras de aquel “discurso de Orden” que se dio con mucho protocolo en
un teatro lleno de gente, donde imaginé que todos nos sentíamos henchidos de orgullo
por eso que llamamos, la zulianidad. Pero el tiempo ha trascurrido y nuestra
situación ha empeorado hasta límites de llegar a ser una muestra para el mundo
del desastre. “La catástrofe humanitaria de la crisis venezolana”, diría el
diario Abc.es hace unos días, donde la gente con sueldos míseros se muere de
hambre y la carestía de agua, de electricidad, y de los servicios públicos más
elementales ha terminado por hacer estragos en la población que depauperada,
ahora es presa de terror atravesando la pandemia del Covid-19. Aunque sea para
hacer catarsis, he querido traer de nuevo palabras, dichas hace tan solo unos
cuatro años.
El año 1529, venía navegando
desde Santo Domingo Ambrosio Alfinger, un alemán que había nacido a orillas del
Danubio y para aquellos días contaba tan solo con 29 años. Ambrosio Alfinger,
había sido nombrado “Adelantado en Venezuela” por su majestad Carlos V rey de
España y emperador de Alemania para aquellos días en 1528, era un rey muy
joven, de 28 años, y para saldar una deuda con los banqueros alemanes les había
otorgado a los Welser el territorio que se extendía desde Maracapana hasta el
cabo de la Vela, en la Guajira…
Cuando el día ocho de septiembre,
Ambrosio Alfinger, decidió desembarcar
en una playa bordeada de palmeras, en los linderos desdibujados años atrás por
Juan de la Cosa, en lo que aparecía como la tierra firme, a la entrada del lago
Coquivacoa,“el cacique de carne desde el vecino cerro, vio salir de las aguas unos
hombres de hierro”. Así relataría estos hechos Andrés Eloy Blanco unos
cuantos siglos después...
Allí, Alfinger, ya en tierra
firme, decidió levantar una pequeña fundación al lado de una ranchería e hizo
construir varias casas frente a los palafitos de los indígenas, con la
intención de proteger a los hombres que acompañaban su expedición. Se ha dicho que defendió a las indígenas, y que
les prohibiría a las mujeres que ejecutasen los duros quehaceres que sus
maridos les requerían, y dizque los sacudió a ellos para que se movieran
saliendo de sus chinchorros donde reposaban, conversando y bebiendo chicha en
medias taparas.
Casi treinta años antes de estos
hechos, el 24 de agosto del año 1499 don
Alonso de Ojeda, de 31 años, había descubierto ese lugar. Udón Pérez nuestro
poeta, varios siglos después nos diría:“al hallarse de pronto con un lago de seda
se quedó sorprendido don Alonso de Ojeda”. Así lo relató Udón, y
cuentan algunos, que Américo Vespucio quien venía en la expedición de Ojeda,
admirado ante los palafitos recordó a la Venecia del Adriático, aunque hay
quienes opinan o sospechan que Venecuela le decían los indios a la
gran laguna… Como sea que quieran verlo, de todos es conocido que aquí, en
nuestro lago, nació el nombre de Venezuela. Nuestro poeta Rafael María Baralt
bautizaría la ciudad como “la tierra del
sol amada”, y otro poeta, Américo el doctor Negrette, en su autobiografía
denominó a la capital de Zulia, “la
ciudad de fuego”. Así somos, con mucho sol y calor, sol y fuego los hijos
de esta tierra amada por el sol, hoy que he querido recordar algunas de estas
cosas, cuando ya han transcurrido 487 años
de la fundación de Maracaibo.
Luego de hablar un rato sobre
nuestra ciudad y sus logros, finalmente intentando visualizar el futuro, allá
en el teatro Baralt y quizás con un optimismo inocente, transcribiré aquí, tan
solo mis palabras finales de aquel entonces, el año 2016. “Debo concluir, ante estas realidades,
regresando para reflexionar y a pesar de todo, creo sentir con ustedes, que no
hay que perder las esperanzas”… En aquel no tan lejano momento me atreví a
imaginar…
“Quizás deberíamos comenzar a
pensar desde ya, en la construcción de paneles solares para no quemar nuestro
petróleo buscando generar electricidad. Son millones los que se invierten
quemando gasoil en plantas termoeléctricas para generar energía en vez de
utilizar nuestro sol. ¿No somos acaso la “tierra del sol amada?”, o mejor aún,
¿Por qué no, soñar hacia el futuro, con un puerto de aguas profundas? Les
invito a imaginar un gran puerto, ubicado en una orilla del Golfo de Venezuela.
Un puerto que deberá valer para que el petróleo le llegue a los barcos, a los
taqueros petroleros desde el sur del lago y desde la costa oriental, por
tuberías… Así habrá de ser, para que desde ese puerto en el golfo, puedan
zarpar los tanqueros que irán por los mares del planeta para que volvamos a ser
líderes en la producción y distribución de hidocarburos. Así será, y tal vez,
al funcionar desde el Golfo, ya no necesitaremos el dragado de la barra, y
regresará el lago de Coquivacoa, a ser el de nuestros abuelos. Volverá nuestro
lago, a ser el reservorio de agua dulce, más grande de Latinoamérica, y la
flora y la fauna lacustre paulatinamente se recuperarán, y podremos ver brillar
el cielo relampagueante por las noches, y volveremos a decir, como Marcial
Hernández, que “ni aun el ímpetu de los huracanes puede apagar el simbólico Faro del
Catatumbo”, porque “El Zulia entre la noche relampaguea”
.
Maracaibo, sábado 18 de julio, 2020
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