viernes, 10 de julio de 2020

Amigos


Amigos
He decidido hoy escribir sobre mis amigos, y quiero hacerlo porque en ocasiones me ha asaltado la idea de que casi no tengo amigos, o de que no he sabido cultivar mis amistades. Para quien le tocó vivir casi 30 años lejos de su suelo natal, esa percepción, digamos que es, por lo menos, incómoda. En el fondo puede que exagere un poco, y no es que quiera andar diciendo como Roberto Carlos “Yo quiero tener un millón de amigos y así por siempre poder cantar”, pues al concretar mis ideas sobre este tema, termino por pensar que exageraba un poco... Quizás debo rectificar. Sí, he tenido amigos, fueron, o son, muchos. 

Una vez, cuando era director del IAP en la UCV, pegaría en mi oficina el recorte de una “mancheta” de El Nacional que decía “Amigo: el ratón del queso” y fui criticado por mi aparente escepticismo. Supongo que vivíamos tiempos difíciles, complicados, como para no creer en “pajaritos preñados”, pero acepté las observaciones de mi acertada administradora MariaFelicia, y quité el aviso de la oficina de la Dirección. Este recuerdo me lleva ahora a pensar que las épocas o las circunstancias pueden influir mucho en esto de considerar o de tener la percepción sobre quienes son en realidad “los amigos”…

He decidido separar, no en categorías, sino por épocas este asunto; igualmente quise excluir de mi relato a los familiares. Tampoco usaré el apellido de los personajes, pero sí le daré a cada cual su nombre propio. “Voy a comenzar”, como decía con su acento muy maracucho nuestro profesor de Historia de Venezuela en el cuarto año: “por el principio”. Regreso a la educación primaria cuando con El Pepe y con Roberto creía que estábamos destinados a ser jesuitas para salvar las almas a la mayor gloria de Dios (amdg)... Unos años más tarde, con Pablo, apodado “el viejo”, dibujábamos febrilmente compartiendo la ilusión de crear ciudades, pero el temor a las matemáticas desviaría mi interés arquitectural, el un famoso arquitecto ya fallecido, y yo terminaría siendo médico. Con demasiada frecuencia me llegan los refranes de Antonio, cuando todos estudiábamos en mi casa y Pablo tocaba en el piano a Rachmaninoff, ya casi listos para terminar el bachillerato. Ellos fueron grandes amigos. 

Después comencé Medicina y tuve dos compañeros amigos, ambos Alfonso y Alfonzo, quienes llegaríamos en el 5to año a compartir juntos las guardias de maternidad y de emergencia, con muchas-muchas anécdotas… En el postgrado mantuve mi conexión con Alfonso y ya de vuelta, años más tarde y tras mi escape del suelo natal, perdimos el contacto. Hace años que Alfonzo falleció y ya muchos años después de un largo periplo y viviendo la odisea de regresar a mi tierra, volví a conversar y compartir con mi gran amigo, el brillante patólogo, abogado y filósofo Alfonso de Jesús quien también perdería la vida en un disparatado accidente. 

Debo destacar que inicialmente, al regresar de mi postgrado en Norteamérica a Maracaibo, tuve la gran suerte de trabajar haciendo investigación en mi terruño, gracias a la arrolladora personalidad de mi padrino quien dirigía su hospital-sanatorio, y en aquel entonces, mis dos mejores amigos fueron los más fieles y directos colaboradores en mi trabajo: Chucho el técnico de microscopía electrónica y Enrique nuestro fotógrafo. Las aventuras que nos tocó correr juntos son historias increíbles, donde nuestra sólida amistad prevalecía entre muchas voces disidentes, pero tras siete años, el contacto se interrumpió por mi escape hacia la capital, aunque con Enrique en Caracas mantuve estrechos lazos durante muchos años; él era en el exilio, mi conexión con el Maracaibo que había dejado atrás… Ambos, Chucho y él lamentablemente, ya no están con nosotros.

Ese hiato, de casi 30 años, fue también determinante para alejarme de otros dos compañeros de estudio y trabajo en la Facultad de Ciencias Veterinarias de LUZ. Víctor y Nelson quienes me acompañaron cantando y musicalmente parrandeando hasta donde pudimos en mí tierra del sol amada, y aunque mantuve de lejos mi conexión con LUZ, la distancia nos separó. No fue “el olvido” como dicen Los Panchos, pero afortunadamente  nos tocaría poder recuperar la amistad y las canciones tras mi regreso a Maracaibo, muchos años después, y de esto hace ya más de quince años...
En la capital, me vi obligado a aprender que el lampazo era coleto, que ni “las cholas” o el “recao de olla” existían como tales, y tuve que entender que debería hablar siempre en serio; fue un duro aprendizaje. Medio traumático sí, y quizás por eso, tras mis situaciones personales y viendo a cada quien en su asunto, el de sus propias vidas, no me quedó sino hacer lo mismo, e introspectivamente dedicarme a mi casa y a trabajar en lo que había decidido hacer: la investigación. Fue en aquella época cuando inventamos “la patología ultraestructural”. Desde allí, nacerían las circunstancias, y creo entender ahora de dónde provenía mi sentida impresión de la ausencia de reales amigos. Ante los patólogos de país, en la reunión anual de la SVAP en 1991 me atreví a decir que tras 13 años de exilio, creía estaba llegando el momento de regresar. “Es tiempo de que vuelvas, es tiempo de que tornes” les dije queriendo parafrasear a Lazo Martí pero mis numerosos amigos colegas protestaron, e insistieron… Todavía debería seguir…

En el IAP de la UCV donde residí académicamente en aquellos casi 30 años, tuve la fortuna de conocer muchos colegas jóvenes médicos a quienes tratamos de formar como especialistas en la difícil tarea de hacerlos patólogos integrales y puedo asegurar que a la gran mayoría de ellos los percibiría más que como amigas y amigos, casi como hijos. Nunca analicé si acaso existía una reciprocidad en aquellos sentimientos… Fueron muchos años y tantos egresados, que por ello, supongo se me hace difícil catalogarlos en este breve recuento, de amigos. Así pues, mencionaré a, muy pocos nombres, solo como ejemplos: Antonieta, Sindy, Mirian, Ilvia, Cathy, Yanina, MariaElena, para nunca dejar por fuera al más brillante de mis discípulos Eduardo, y ¿que podría decir del talento de Ricardo?, y así de algunos otros, como JuanCarlos quien ya también nos dejó…
Debo destacar un detalle especial que va más allá de una gran amistad. Cobijadas bajo el manto del amor de Saudy, ambos criamos dos hijas, quienes nacerían de nuestro muy bien formado personal técnico; ellas, AnaRita quien vive tan lejos como en Australia y Ayarit, quien es la heredera de mis conocimientos y esfuerzos dedicados a enseñar inmunohistoquímica desde finales de la década de los años 80, se desenvuelve luchando en la capital para continuar la tarea de ayudar a los pacientes a través de mejorar el diagnóstico de los patólogos. He aprovechado esta oportunidad de revivir amistades para mencionarlas. ¡No faltaba más!; si son mis hijas… 

He tenido grandes y entrañables amigos patólogos quienes no eran venezolanos. Cuando digo de verdad amigos lo digo sintiéndolos en el corazón y comenzaré nombrando a dos que ya nos dejaron y cuyo recuerdo permanece inalterable, Hernando y MarioArmando. Me ha tocado escribir el obituario de ambos, personalidades sencillamente geniales, famosos destacados patólogos latinoamericanos. Otro quien con MarioArmando compartió luchas y proyectos conmigo, y algunos hasta pudimos sacar adelante, es el gipuzkoano vasco-canario Eduardo. Su estentórea risa no se corresponde con su fama de cantar como un colibrí en “el viejo San Juan”. No quiero dejar por fuera a otro Eduardo, brillante patólogo de Guayaquil, tan degustador de ron como coautor con Rosai y de una humildad extrema, quien ahora con Dani y su chamo viven felices admirando las montañas nevadas de Colorado.

A VilmaIsabel la conocí en la patria de Sandino cuando ella era una jovencita residente de Patología y desde entonces ha sido mi más querida amiga, con quien he compartido un cariño en la distancia durante casi 40 años. Vilma me enseñó en tiempos de guerra y de paz la importancia de una amistad sincera. Compartí en tantas oportunidades y en diversas ciudades con Vilma y con mis amigos mexicanos quienes llegaron con MarioArmando como “el taco team”, Leonor, Minerva, Memo y Alfredo, con ellos, y con Hernacito brillante colega guatemalteco, y otros buenos amigos cuates quienes como Adelita, aún en la distancia resumen muchísimos recuerdos gratos…   

No todo es un jardín de rosas, hasta en esto de los amigos puede haber cardos y he acuñado un dicho que está escrito en mi novela “LaPesteLoca”: “…a los amigos hay que quererlos no con sus defectos, sino por sus defectos”. Es mi opinión una vez refutada por Pedro Grases, con la cual yo planteaba que los defectos los hacían especiales, diferentes... He vivido algunos ejemplos. Uno a quien mientras podía le ayudé a posicionarse en su negocio, pero cuando se hizo rico y famoso me diría sonriente, “ahora tú estás en la vacas flacas”. Otro quien aspiraba continuase ad libitum la promoción de sus aspiraciones publicitarias hasta cuando me pareció que le había ayudado lo suficiente, y él, hizo mutis, “por el forro”… Hubo otro y muy querido a quien ayudé a consolidarse en su profesión y a posicionarse en la universidad, pero su amistad fraterna flaqueó cuando cambió de status civil, y eso suena casi como una venganza pues yo le había presentado a su adorada mujer. En estos amigos, quizás su interés cedió y se distanciaron, digamos que, inexplicablemente, pero es por ello que he denominado esas características como “sus defectos”, y por ello, es que los quiero por igual y los respeto como amigos. 

Terminaré, refiriéndome a dos colegas patólogos, quienes profesionalmente se destacan y con ellos comparto profundas convicciones sobre la grave y precaria situación sociopolítica del país. Simón y Enrique, no egresaron del IAP, pero me tocó acompañarles en un viaje (el único de mi vida profesional como patólogo que me financiaría un laboratorio farmacéutico) a un gran Congreso de Patología en Vancouver, oportunidad ésta donde pudimos compartir y conocernos mejor. Un viaje tan increíble que del cielo flotando me llegó en la calle con el aire y la brisa, un billete de 20 dólares. Esto es muy cierto. Allá confrontamos a “el Papa” de la patología cubana, sin lograr extraerle el diagnóstico secreto de la biopsia de difunto malvado presidente quien justamente le había entregado nuestro país a los cubanos. Era Israel, (el Papa) y el papá que visitaba una hija quien vivía en el Canadá…

Vancouver fue toda una experiencia, y hablo inicialmente de Simón, quien lucha en su trinchera de San Cristóbal y es experto en artes marciales. Simón quien nacería en Chile tras el exilio de su padre, un tenor de voz melodiosa. He disfrutado de los relatos de Simón vividos durante sus viajes al Japón, y compartimos vivencias durante los intentos que hiciéramos años atrás para buscar una posición académica en la Universidad de Pamplona en Colombia. Son muchos los puntos donde converge nuestra amistad, la que en Vancouver compartiéramos con Enrique el mejor presidente que ha tenido la SVAP, quien la supo llevar los eventos de nuestra Sociedad a una calidad nunca antes vista. Un falconiano, cuya familia hizo historia venezolana en la serranía de San Luis y es ahora presidente de la Academia Nacional de Medicina, uno de nuestros brillantes médicos especialistas en patología. Hasta aquí llego, pues me parece que es ya bastante para conversar hoy sobre los amigos. Gracias por aguantar la perorata.
Maracaibo, viernes 10 de julio, 2020

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