¿Escribir novelas?
Cuando en el mes de marzo del año 2014 el Movimiento Poético de
Maracaibo me ofreció la oportunidad de protagonizar el programa de la Semana
Zuliana de la Narrativa en el Museo de Artes
Gráficas, quise aprovechar haciendo un ejercicio de retórica, para
atreverme a relatar cómo y por qué, un médico-anatomopatólogo llegó a
transformarse en “escribidor” de novelas. En aquel entonces conversando, dije
públicamente que…
“Es un hecho raro, ciertamente,
por eso quiero explicarles como he venido cumpliendo ininterrumpidamente,
una actividad que para mí ha sido muy satisfactoria. Durante 31 años he redactado, corregido y borroneando
palabras para escribir varias novelas, ocho en total, y quiero informarles que
disfruto este trabajo como un verdadero oficio.
Escribir literatura,
no obstante, no ha significado para mi abandonar el ejercicio de mi
especialidad como patólogo investigador de enfermedades y diagnosticador de
neoplasias, ni he dejado la redacción y la publicación de manuscritos de
carácter científico; los llamados, trabajos de investigación. Aunque alguien
pudiese plantear paralelismos o similitudes entre redactar artículos de ciencia
y escribir literatura, quiero enfatizar que existe una división marcada entre
esas dos formas de escribir.
La literatura es algo
totalmente diferente a la pasión por la verdad que implica el ejercicio de mi
especialidad. Cito a Don Pío Baroja, escritor gipuzkoano quien también era médico
y una vez señaló que “…en literatura, el
rigor científico no puede existir”. Escribir novelas no tiene mucho que ver con la
verdad, escribir novelas siempre será un reto a la imaginación, es querer ser
invencionero de cosas que asedian los muros de nuestra conciencia. Escribir una
novela puede parecerse a componer música, la novela debe poseer un tono, y un
ritmo, al final deberá acoplarse todo lo planeado en palabras como si fuese una
sinfonía, solo que el instrumento no viene a ser otro sino, el lenguaje.
Comencé a escribir
relatos inventados cuando era niño. En aquel entonces, es bueno decirlo, leía
bastante. Entre los 9 y los 16 años escribí muchas cosas y aún guardo algunos
cuentos y esbozos de novelas de esa época. ¡Hasta poesía escribí! Al revisarlos,
compruebo que no me traiciona la imaginación. Existieron. Puedo volver a verme,
en mi casa, en Maracaibo, sentado, niño, o casi adolescente, leyendo a “Miguel Strogoff” de Verne, a “El último de los Mohicanos” de Fenimore
Cooper, o ”Los verdes años” de AJ
Cronin, al “El Corsario Negro” de
Emilio Salgari, o releyendo a “David
Coperfield” y a “Oliver Twist”
de Dickens, y recuerdo que en esos años, me ilusionaba pensando en que cuando
fuese grande, sería escritor...
El amor por la
literatura se afianzó en mi infancia. Mi padre era comerciante con el negocio
en la Plaza Baralt y mi mamá era de SanCristóbal. Ambos estimularon el interés
por la lectura y nos llenaron de libros. Ella leía de todo, tocaba el piano, y
hace muchos años, de niño, en mi casa la recuerdo escuchándola interpretar La
Polonesa de Chopin, en los tiempos cuando la avenida Santa Rita aún era de
tierra. En mi habitación compartida con mi hermano mayor existía una biblioteca
presidida por los 12 tomos de la Historia
Universal de Espasa Calpé y una colección de libros de Monteiro Lobato un escritor brasileño (https://bit.ly/3foCVm5), “El libro de Oro de los Niños”, y muchos
otros libros y novelas algunas de las que leía mi madre y creo que todas estas cosas
despertaron en mí el amor por la lectura.
Debo añadir que desde
antes de los 8 o nueve años iba mucho al cine. Teníamos de un lado de la casa
en la avenida Bellavista al CineLandia y del otro lado estaba el cine Venecia,
solo a una cuadra. El cine fue un estímulo creativo desde mucho antes de que
llegase la televisión. Bajo el cielo estrellado del Venecia pude admirar las
películas de la Nouvelle vague del cine francés y el neorrealismo italiano,
películas que estoy convencido de que llenaron muchos recovecos de mi
subconsciente. Estudié desde primaria en el Gonzaga y en la secundaria tuve la
suerte de tener como profesor de literatura a Mariano Parra León, un obispo
siempre combativo, muy recordado por todos en Maracaibo y con él aprendí desde La Ilíada, la Odisea de Homero, hasta El Ramayana
de Valmiki y mucho más”….
Pero hasta aquí
llegaré para los efectos de mi blog, porque estoy regresando a repetir
historias del pasado y de cuando, como dije al comienzo, “ya eché este cuento”,
aquí, en Maracaibo, hace unos cuantos años...
Maracaibo, martes 27 de julio, 2020
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