martes, 28 de julio de 2020

¿Escribir novelas?


¿Escribir novelas?

Cuando en el mes de marzo del año 2014 el Movimiento Poético de Maracaibo me ofreció la oportunidad de protagonizar el programa de la Semana Zuliana de la Narrativa en el Museo de Artes Gráficas, quise aprovechar haciendo un ejercicio de retórica, para atreverme a relatar cómo y por qué, un médico-anatomopatólogo llegó a transformarse en “escribidor” de novelas. En aquel entonces conversando, dije públicamente que…

“Es un hecho raro, ciertamente, por eso quiero explicarles como he venido cumpliendo ininterrumpidamente, una actividad que para mí ha sido muy satisfactoria. Durante 31 años he redactado, corregido y borroneando palabras para escribir varias novelas, ocho en total, y quiero informarles que disfruto este trabajo como un verdadero oficio.

Escribir literatura, no obstante, no ha significado para mi abandonar el ejercicio de mi especialidad como patólogo investigador de enfermedades y diagnosticador de neoplasias, ni he dejado la redacción y la publicación de manuscritos de carácter científico; los llamados, trabajos de investigación. Aunque alguien pudiese plantear paralelismos o similitudes entre redactar artículos de ciencia y escribir literatura, quiero enfatizar que existe una división marcada entre esas dos formas de escribir.

La literatura es algo totalmente diferente a la pasión por la verdad que implica el ejercicio de mi especialidad. Cito a Don Pío Baroja, escritor gipuzkoano quien también era médico y una vez señaló que “…en literatura, el rigor científico no puede existir”.  Escribir novelas no tiene mucho que ver con la verdad, escribir novelas siempre será un reto a la imaginación, es querer ser invencionero de cosas que asedian los muros de nuestra conciencia. Escribir una novela puede parecerse a componer música, la novela debe poseer un tono, y un ritmo, al final deberá acoplarse todo lo planeado en palabras como si fuese una sinfonía, solo que el instrumento no viene a ser otro sino, el lenguaje.

Comencé a escribir relatos inventados cuando era niño. En aquel entonces, es bueno decirlo, leía bastante. Entre los 9 y los 16 años escribí muchas cosas y aún guardo algunos cuentos y esbozos de novelas de esa época. ¡Hasta poesía escribí! Al revisarlos, compruebo que no me traiciona la imaginación. Existieron. Puedo volver a verme, en mi casa, en Maracaibo, sentado, niño, o casi adolescente, leyendo a “Miguel Strogoff” de Verne, a “El último de los Mohicanos” de Fenimore Cooper, o ”Los verdes años” de AJ Cronin, al “El Corsario Negro” de Emilio Salgari, o releyendo a “David Coperfield” y a “Oliver Twist” de Dickens, y recuerdo que en esos años, me ilusionaba pensando en que cuando fuese grande, sería escritor...

El amor por la literatura se afianzó en mi infancia. Mi padre era comerciante con el negocio en la Plaza Baralt y mi mamá era de SanCristóbal. Ambos estimularon el interés por la lectura y nos llenaron de libros. Ella leía de todo, tocaba el piano, y hace muchos años, de niño, en mi casa la recuerdo escuchándola interpretar La Polonesa de Chopin, en los tiempos cuando la avenida Santa Rita aún era de tierra. En mi habitación compartida con mi hermano mayor existía una biblioteca presidida por los 12 tomos de la Historia Universal de Espasa Calpé y una colección de libros de Monteiro Lobato un escritor brasileño (https://bit.ly/3foCVm5), “El libro de Oro de los Niños”, y muchos otros libros y novelas algunas de las que leía mi madre y creo que todas estas cosas despertaron en mí el amor por la lectura.

Debo añadir que desde antes de los 8 o nueve años iba mucho al cine. Teníamos de un lado de la casa en la avenida Bellavista al CineLandia y del otro lado estaba el cine Venecia, solo a una cuadra. El cine fue un estímulo creativo desde mucho antes de que llegase la televisión. Bajo el cielo estrellado del Venecia pude admirar las películas de la Nouvelle vague del cine francés y el neorrealismo italiano, películas que estoy convencido de que llenaron muchos recovecos de mi subconsciente. Estudié desde primaria en el Gonzaga y en la secundaria tuve la suerte de tener como profesor de literatura a Mariano Parra León, un obispo siempre combativo, muy recordado por todos en Maracaibo y con él aprendí desde La Ilíada, la Odisea de Homero, hasta El Ramayana de Valmiki y mucho más”….

Pero hasta aquí llegaré para los efectos de mi blog, porque estoy regresando a repetir historias del pasado y de cuando, como dije al comienzo, “ya eché este cuento”, aquí, en Maracaibo, hace unos cuantos años...

Maracaibo, martes 27 de julio, 2020


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