Escribir y traducir…
El lenguaje puede ser comunicado por vía oral o escrita, y sirve para que los seres humanos podamos expresar nuestras ideas, pensamientos, emociones y sentimientos. El idioma es la manera como los seres humanos se comunican en las distintas regiones del mundo, con sonidos o con signos gráficos.
El lenguaje escrito es un medio de comunicación que puede alcanzar a muchos destinatarios aunque no estén presentes y puede ser transmitido de manera perdurable, facilitando su lectura en cualquier momento. Escribir en la lengua de cada grupo humano conlleva las diferencias que implican los idiomas ya que hay cerca de 7.097 idiomas distintos en el mundo. La lengua con estatus de “idioma oficial” en más países es el inglés (59), seguido del francés (29), el árabe (27), el español (20) y el portugués (10). Según el Instituto Cervantes, hay unos 560 millones hablantes de español en el planeta. En los Estados Unidos con el inglés como “idioma oficial” hay más de 40 millones de personas que tienen el español como lengua nativa.
En lo relativo a las variables del idioma de cada comunidad y en particular a lo relativo de poder acceder a la literatura universal, es posible llegar a ella en su lenguaje escrito, a través de las traducciones y las traducciones, precisamente pueden distorsionar la imagen real que el escritor seguramente tenía al imaginar su obra.
Cuando se publicó mi novela “Escribir en La Habana” muchas personas se acercaron para preguntarme que: ¿Por qué el título estaba en infinitivo? “Escribir”. No estoy seguro si convencía con mi respuesta… Les decía que se trataba de eso, de escribir, pero en La Habana del año 1969. Parafraseando a mi colega y amigo Ildemaro Torres en el Prólogo de la propia novela, repetiré que: “Escribir en La Habana no es lo mismo que hacerlo en cualquier otro lugar del mundo, o al menos de América latina”. Siempre habrá que mirar lo escrito desde varios puntos de vista, no solo el del “escribidor” sino también el de sus personajes que en este caso eran por cierto, dos mujeres, ambas maracuchas como también lo es “el escribidor”.
Más de 30 años después y a propósito de la afortunada circunstancia de estar siendo mi novela traducida a otro idioma, escribo hoy esta crónica para tratar un tema que desde hace tiempo me ha preocupado, el de “la traducción al español” de obras literarias. Tengo un ejemplar de “El guardián en el centeno”(The Catcher in the Rye), que tiene una traducción tan recontra española -del español de España- es decir, repleta de modismos que te obligan a pensar que es otra la persona quien vive la historia relatada. Ese detalle, es uno de los problemitas de la traducción.
Puedo poner otro ejemplo con las novelas de Paul Auster. De este escritor norteamericano pueden leerse sus novelas en las versiones traducidas al español de la Editorial Anagrama. La primera de sus novelas que leí, se trataba de un escritor viviendo en Nueva York (Broklyn Follies) y era una maravillosa novela, a pesar de que me costaba trabajo ubicar al personaje en su ambiente por culpa de la traducción de Benito Gómez Ibañez. Me parecía cuesta arriba leerlo diciendo: -¿A qué tanto jaleo?-Eres un guarro, zafio. Hemos pillao al gilipollas.-¿Que te apetece granuja?-Vete a tomar por culo… Revisando otras de sus novelas halle mi comentario (escrito al margen con un lapicito donde débilmente decía…!Qué bien que el traductor no habló “en gallego”!). La traductora era Maribel De Juan y la novela “La trilogía de Nueva York” de 1986. Tampoco en la traducción de “El palacio de la luna” en 1989 se le perciben modismos a Maribel, cosa que se resiente un poco al leer traducida por ella misma, Leviatán de 1992. Así pues,como ven, no es fácil traducir perfectamente.
Todas las traducciones requieren un conocimiento excelente de los idiomas fuente y destino, así como la comprensión de los antecedentes culturales y del contexto en el cual se está desarrollando y se va traduciendo la obra. Sin embargo, en el caso de la traducción literaria, diversas preocupaciones, como la interpretación subjetiva del texto original, son muy necesarias para distinguir este proceso de traducción que no es igual al de cuando se participa en traducciones no literarias.
La mayoría de los traductores conocen la expresión “traduttore: traditore” que significa “traductor: traidor”; expresión que tiene su origen en experiencias personales al enfrentar las dificultades de la traducción. La expresión, es popular y se utiliza mucho, aunque no siempre adecuadamente. La idea de que los traductores en ocasiones no saben hacer su trabajo, que son traidores como una cualidad inherente a esa profesión, suponiendo que siempre “traicionan” tanto al emisor del texto de origen como al receptor, pudiese ser exagerada y pareciera deberse a que los traductores (y aquí va directamente el peso sobre las Editoriales que producen los libros y los emplean) pueden sonar como incompetentes, o que sean pérfidos y desleales. Esto no es habitualmente así, pero puede dar da una idea muy clara de que la tarea de un traductor, es muy compleja, de manera que traducir un texto… No es fácil.
El cambio de código o la alternancia de código (code-switching), también llamado cambio de códigos o mezcla de códigos, es un fenómeno que compete al estudio de la variación lingüística. Los referentes culturales y el uso del lenguaje son las dos principales características por medio de las cuales el autor expone la negociación cultural y de identidad de su comunidad. En el momento de traducir, siempre se debe tomar en cuenta que el texto meta, debe intentar representar los valores culturales del autor. Por esta razón los comentarios expuestos inicialmente sobre las traducciones del inglés al castellano plagadas de “españolismos” -y que me excusen quienes de sientan aludidos quizás por ser hijos de “la MadrePatria”-.
Entre las habilidades requeridas por el traductor, se cita un buen conocimiento del idioma de origen, su experiencia como escritor si es posible y particularmente entender que “la traducción literaria no es una labor de autómatas, hay que preservar el ritmo de la obra, el registro idiomático, y la atmósfera que envuelve la historia”. El traductor debe tener una cierta intuición y concederle valor al factor lúdico en su trabajo. Se ha señalado que: “Las mejores traducciones son esas en las que, aunque sudes tinta para desentrañar giros dialectales, jerga o lo que toque, no dejas de divertirte como lector, porque también lo eres”.
Debo confesar que, a pesar de que Escribir en La Habana, la novela premiada en 1994 tiene ya 3 ediciones y que la tercera de ellas es una “Edición especial”, con 812 citas como pie de páginas, lo que implicó una reteque-relectura de la misma. Ahora, al compreender la detallada labor de quien actualmente trabaja en su traducción, se me está desvelando lo “maracuchamente” escrita como fue creada la novela. El própio autor-escritor es quien hace esta revelación, pues es ahora, al hacerse necesária la traducción de dichos, juegos de palabras, refranes y toda uma variopinta gama de expresiones que resultan ser locales pero que nacieron espontaneamente hace años bajo el siempre reiterado afán de “escribir como hablamos”, siento estar ahora captando, casi 30 años después de haberla escrito, que ciertamente mi novela es “muy maracucha”.
Maracaibo, jueves 13 de mayo, del año 2021
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