martes, 16 de julio de 2024

Una novela de 1997



La intención de esta breve reposición de unos retazos de mi primera novela publicada, por cierto, en Maracaibo y por la Dirección de Cultura de la Gobernación del Estado Zulia en 1977, lo que inesperadamente para mí, se logró gracias al apoyo de Jesús Ángel Semprún Parra quien para aquella lejana fecha la agradó la trama y opinaría que la novela tenía un protagonista y que este no era otro más que, el lenguaje.


La novela de un barroco inusual para la época, serviría para inaugurar una colección de libros que se esperaba creciera con el título de “Madreporas” recordando al Rector Jesús Enrique Lossada; yo me enteraría de su existencia cuando unos colegas, cirujanos que habían asistido a un Congreso en Maracaibo, recibieron la novela como regalo y uno de ellos se acercó hasta el instituto Anatomopatológico de la Facultad de Medicina de la UCV, donde trabajaba, para mostrarme… Un ejemplar de “La Peste Loca”.


Las vicisitudes de tres protagonistas, se relatan a través de un médico joven –Emidgio- que quiere hacer investigación sobre las encefalitis que al afectan a los equinos que le dicen “la peste loca de las bestias”, y hay otro médico investigador –Crisanto-experimentado que le dará apoyo al frente de un Instituto de investigaciones y además hay un compañero, periodista –Lucidio- quien ilusionado se va al monte con las guerrillas, caerá preso y al salir luchando por “su gente” llegará a ser diputado.

La razón de venir en este blog a tocar el tema de la novela homónima (La Peste Loca) es también para celebrar su presencia en la plataforma editorial de Amazon y en dos versiones, en castellano y en portugués, traducción muy laboriosa que ha llevado delante de un modo brillante, una venezolana experta en literatura quien habita en Rio Grande del Sur, en Brasil: Teresa Cabañas Mayoral, a quien felicito por este logro.

Finalmente, la portada de esta tercera edición ( accesible a los lectores a traves de la plataforma editorial de Amazon)es un óleo del autor (JGT) que pintaría hace unos años sin pensar en mis personajes, pero que se adapta a la conjunción de amistades, principios y propósitos de Emidgio, Lucidio y Crisanto, en el país, cuando podían juntarse en los cuestionados años de nuestro complejo sistema democrático, que ya es de otro siglo…

Algunos han interpretado la novela como una crítica amarga al presidencialismo y a las fallas de aquel sistema que es añorado por todos los venezolanos, particularmente por muchos de los 8 millones de exiliados

El relato que se incluye en este blog es ya del final de la novela cuando Emidgio ya mayor, recuerda algunas de las cosas que le han tocado vivir…



*                                                  *                                                *



Un vapor de tierra húmeda lo impregnaba todo. Los guásimos, los aceitunos y hasta los caimitos de la plazoleta dormían bajo la llovizna. Más allá, los almendrones lavados mostraban tiznes rojizos entre las hojas verde tierno tremolando altas bajo el soplo de la lluvia fina.

Los goterones fueron pesando cada vez más, desgajándose de las nubes. Arrastrándose casi, los uveros se retorcían bajo el peso del aguacero. La lluvia se había precipitado antes de que él decidiera regresar a la casucha y no había tenido más recurso que refugiarse bajo un alero.

Hacia el poniente se notaba desleída una banda oleaginosa, color caramelo. Como la mirada de la gringa... Los reflejos ambarinos siempre le revolvían la bilis y regresaba inexorablemente a los ojos seductores de Paulina. Es por la humedad, pensó y estremeciéndose cerró sus párpados.

Al sentir las gotas salpicando su rostro desde el alero los abrió de nuevo para ver hacia abajo como su pantalón iba empapándose con el escupiteo pringante desde las charcas grises. Oía el repiqueteo saltarín, agudo, asincrónico y mirando a lo lejos imaginó como brincarían las gotas de lluvia en el techo de zinc.

La llovizna arreciaba lavando la plaza. Fue entonces cuando recordó los tiempos de su vida rural, en Casigua, con aquella pluviosidad inclemente de las tierras al sur del lago, la corriente encrespada del Gran Catatumbo, grandes troncos flotando río abajo, una curiara, cargada de plátanos verdes...

Las gotas reventaban como piedras en el techo de latón corrugado y para no mojarse, él se incrustaba bajo el alero en el vano de la puerta. Nadie le abría. Ni una hendija. Si por lo menos se hubiera podido refugiar en un zaguán. Su mirada se perdió borrosa muy lejos y entonces suspiró.

De nuevo percibía la presencia de Natalia. Como quisiera poder amanecer abrazado a ella, se había acostumbrado a escuchar el rumor de la lluvia en la madrugada, tantísimas veces, abrazados. Suspiró muy hondo, queriendo creer que ella regresaría y se extasió admirando los hilos de agua que espiralados descendían del alero. Chorritos, se dijo a sí mismo e intentó sonreír.

Añoraba el calor de su piel morena. ¡Oh Nata! Me he vuelto un viejo, musitó, pensando en sus adoloridas coyunturas e imaginó que sus huesos eran unas esponjas que absorbían y acumulaban la lluvia, una garúa helada de siglos y siglos. El agua lentamente había disuelto el color de las cosas.

Comenzaba a soplar una brisa gélida cuando él salió de su refugio. Emergió entumecido y se dirigió a su casa sintiendo cuchilladas de frío en las costillas. El rumor del viento creaba aullidos entre los vidrios rotos de las casas vacías. Cuando entró en el jardincito del frente a pesar del chubasco y de la lluvia prolongada, percibió el vapor de los nardos. Huele a muerto, rezongó para sí mismo y luego guiñando los ojos miró por última vez hacia la plaza. Entonces se dijo en voz baja. Estas son las vainas de llegar a viejo.

Maracaibo martes 16 de julio del año 2024

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