lunes, 12 de julio de 2021

De La Pomona

 De La Pomona… 

La Pomona es el nombre de un barrio de la parroquia Cristo de Aranza en Maracaibo. Su nombre se relaciona con el mercadeo de frutas desde aquel sector hacia la ciudad iniciado ya en la época colonial. Es una barriada popular y aquí se destaca tan solo para precisar el origen de la familia de los personajes mencionados en el relato.

Pomona en la mitología romana, era la diosa de los árboles frutales, los jardines y las huertas. El nombre de la diosa deriva claramente de pomum “fruta” y Ovidio la describe con una hoz en la mano derecha... Pomona, aislada del mundo, solo consentía que algunas personas pudieran acercársele, y Vertumno, divinidad de las estaciones y de los árboles frutales, estaba perdidamente enamorado de ella. Se valió de un ardid y disfrazado como una vieja mujer, fue a felicitarla por las frutas de sus árboles, la abrazó y luego le contó la historia de amor de Anaxárete, una muchacha chipriota de la sangre real que fue amada en demasía por el joven humilde Ifis; tanto, así que éste acabó ahorcándose a la puerta de su casa por el dolor que sentía del rechazo de la princesa. Viendo a Pomona fascinada por la historia, Vertumno le mostró su verdadero rostro, resplandeciente de juventud y salud, Pomona no pudo resistirse y aceptó su amor.  


Abraham Cuello tomó una ruta que a todos nos pareció de lo más extraña, ciertamente era medio jodía, ¿judía?, era prosaica, ¡tamaña idea!, ¡irse a vivir a un kibutz! Su familia después de darle el visto bueno, lo esperó, durante meses, creían que no iba a aguantar, nunca llegó. Sus amigos, nosotros, lo esperamos durante varios años. ¡Se jodió!, servir a “la madre Israel”, eso quería, siendo natural y procedente del barrio de la Pomona… ¡A la lona!, es que… ¡Hay que ver! 

Encaramarse todo el tiempo en las matas, montados allá arriba, a comer mamones y después la sal con el mango verde, lanzar los guásimos negros, y hacer jalea de las cotoperices; no era posible que a él se le olvidase todo aquello. El olor de los nísperos y de los limones, o la miel del hicaco, y el dulce de limonsón, pero es que ni pepas del tamarindo o semillas de almendrón. ¡Es que tenía que estar de mollejón! Le gustaban las frutas criollas, pero le dolía no haber vivido el holocausto europeo. ¡Si él era tropical de bola! Pero bien lindo que le quedó… Un absurdo desvarío por una sangre que para nosotros era ajena. ¡Ni me lo discutáis! Nos daba pena, de verdá verdaíta, y vos, decime…

 ¿Hallaría las llaves? ¡En el Arca de la Alianza vendría a ser! ¿Vos que querías? Él siempre se consideró super hebreo, aunque fuese maracucho. ¿Qué peo! Quería dizque vivir con Jetzabel. Ya circunciso estaba, y en confianza pretendía soñar con Deborah o con Raquel… ¡Que te puedo decir? Era mi amigo de la infancia. ¡Cómo se enrolló de feo! También su hermanito Roberto. Aquí muchos creían que él era medio bolsiclón, en realidad no lo asociamos nunca con las hurís del profeta, ella, pudo llamarse en vez de Ercilia, Rita, o ser una cualquier Yulexis, tal vez Sara, sin la hache intercalada, si, ¡de bola!, así eran por acá, eran más bien jodías...

A propósito, te digo como sin querer la cosa, que Clara Rosa la madre de Robertico y de Abraham, nunca pudo disimular el perfil de don Jacobo. César, su marido que era criollito dicen algunos cristianos que de puro vivito se dejó circuncidar. ¡Se anegó el Jobo! La verdad sea dicha, eran muchos los cobres, valía la pena aquel casorio, no tan solo el cuerito, era la dicha, dizque él lo dijo, y lo repite ahora que ya está viejito, pero los que disfrutan de aquellos cobres son, hijos y nietos. ¡No hay pelasón! David el primogénito, buen negociante, multiplica los cobres, ¿y de los otros? ¡La gran vida! Pero ellos gastan poco, así van, de a poquito. Abraham, nos parecía el más bolsa, a mi modo de ver, lo comentamos, se las dio de romántico y se largó, a Israel fue a parar y por allá quedó... 

Fue a tener dicen otros. ¿Y el más joven? ¡Robertico! Ese si tiene bien puestos sus riñones, será de La Pomona pero él le dará matarile a esos millones. Robertico es doctor, también se fue al kibutz, pero no lo aguantó. No me la calo dijo, y es que él es inteligente, sabe gozar la vida. De repente fue a parar a Nueva York, es su hermano, y dice, “somos gente”. Si lo necesitáis, te consigue querida, rápidamente, tiene un auto, ¡belleza de motor!, aquí si están las llaves, tiene cobres parrato, más que el rabino Samuel, más que el viejo Gugenheim, él es Estrada y es Cuello, ¿Rossellestrada?, ¿tal vez EstraRossell, o ¿es un Belloso?, quizás es Kublic, o, ¿Fornefeld?, ¡CuelloRossell! Muy estirados ellos, son los judíos con hijos bien, ya vos sabéis…

Tardes en la Sinagoga, con los Henríquez, Domínguez, los Lerner y los Benaim, ¿Los Sefarditas? Mirá decime y ¿vos, a cuál Sinagoga vais? Sé que lo miraban de reojo. Todas aquellas historias, de los campos de exterminio, y escuchar lo mismo siempre, vos sabéis, sí, nos salvamos. ¿Fue de vainita? Ya vos entenderéis… ¿Escapaste de los rojos? ¡De los hornos crematorios! Mis historias son más tristes, no me gusta hablar de aquello, mi hermanito, mis abuelos, ¿te acordáis?, ¿de la marca en la muñeca?, Ruthie y Clara, ¿Blumenfeld?, o es acaso Blumerfel, Blumerson tal vez... ¿Pero blumer no es pantaleta? ¡Que jareta! Su marido es Raymond Morris. ¿Morrisón? Son familia de Jacobo, llegaron vendiendo telas, dizque eran pobres, pasaron de la maleta al almacén, ahora tienen los telares y cobres, como cascajos…

¡Sí, él es doctor! Él era un asiduo del ghetto. ¿Será por sangre materna? El olor de los pepinos, col agria, con mostaza y un buen vino. Ajos y la cebolla sempiterna, pan de centeno y el aroma rancio de la tía Elvira, por la línea materna. ¡Diréis vos! De La Pomona a Nueva York. Allá en el Bronx, estaría residenciado. Allá vos podéis ver danzar las hojas secas, miríadas de ellas, se apilan en la calle, se mueven con la brisa, amarillo y naranja, es siena y son de un verde jade, ellas se deslizan y son tonos ocre y rojizo, van cayendo de los árboles, se agitan en el cielo que eternamente va a estar luciendo un gris plomizo. No es la Pomona, ni de jaiba, es el otoño, aquí si pega el sol, no es Nueva York... 

Vos podréis caminar por los alrededores, vivir a un par de cuadras, blocks les dicen, cerca de un hospital, el Montefiore, así lo denominan, como la flor del monte, y te lo aclaro porque te siento que vos andáis como el hijo de Lindberg. Robertico, vivía en el Bronx. A míster Morris, su protector, el tabaco en la boca le cuelga, adherido a su labio inferior, fresa con crema sobre una blanca mancha leucoplásica, la saliva es marrón, las comisuras muestran un sepia burbujeante, mueve el tabaco, se lo traga y reaparece, lo asoma al exterior, ese su gesto, las palmas de sus manos hacia arriba mientras la entonación afásica de su inglés neuyorkino, difícil de entender mientras fabrica mil arrugas, sonríe, encoje los hombros y protruye su giba, usa los zapatos de Charlot y el pantalón está manchado. Es su tío, eso creo… Es un típico judío de Nueva York.

Conocerte Roberto ha sido un gran honor, esto le dijo, pero aquello, nunca lo quiso creer el doctor Cuello. Recién llegado, como un familiar de La Pomona, completó la cuestión al decirle: no tengo cobres, la mala situación, ¿vos sabéis? Dont worry. Así le respondió. Judío pelando esféricas, recién llegando… Dont worry, y él se rio.  Aquel pariente tan solo alzó sus hombros y la cara arrugó. Roberto muy pronto se instaló. Desde su cuarto se observa el elevado. Ya Paulina ha llegado. Ella se despoja de su cofia de enfermera, relampaguea con destellos dorados, brillan las ventanillas del tren, el elevado, chisporroteante  pasa haciendo ruido, chas tras, tras tras... Él está entre los libros, en la penumbra amarillenta de un rincón. Allí sentado, arropado en la cama, bajo las sábanas estudiando la espera. 

Cesa el rítmico estruendo del elevado y ella lo mira leda, sus medias blancas las va desenrollando y él se queda extasiado admirando sus piernas que parecen de seda, de un blanco transparente, de rosado cerúleo, las coloca sobre la silla donde desordenada  está la ropa de él, ella las pone encima, y sobre el tibio radiador con ceo, deposita su sweater de lana virgen. Luego, muy suavemente sus ropas se deslizan y quedan en el suelo. Roberto mira a Pauline en la bañera, mientras escucha las malditas cañerías que resuenan anunciando el sabath, trompetas que pregonan todo el año que es ese el día del baño. Roberto observa con un dejo de ternura como se va enjabonando su judía, es solo suya, es su enfermera, una ricura... 

¿Vos fuiste el elegido? ¡Yes my Baby! Vos así le dijistes a Polin. Oh sweet heart, llevo en mis venas sangre del Rey David, puedo probarte que era latino Salomón, vení, te lo demostraré. Matarile en el Bronx. Roberto es un experto. Calculó siempre todas las pisadas, las cosas más precisas, tipo culto y buenmozo. ¿Qué más queréis? Inteligente… ¿Quizás un poco delicado? Resabios de su infancia, si tal vez, un pelo, será quizás por ser muy educado, ¿un exceso de celo?, el de su madre, la preciosa Clara Rosa, a ella no le hubiese gustado saber de la Polin. Robertico empatado con una enfermera gringa, seguramente menos mona será que LiviaLuisa la de La Pomona… 

¡Una judía enfermera! Para ti Clara lo soñado precisamente eso no era, pero es la suerte, quizás mala, ¡hace juegos curiosos!, suerte rima con muerte. ¿Para qué piensas esas cosas? Eres un ser ocioso, Roberto, ¿y tus amigos? ¿Qué dirán ellos? Tan lejos, por allá. ¿Cerca del Ecuador?, en tu país lejano, tú patria tropical reverberante, solo por un instante, si acaso, ¿piensas en ellos? Entre estos rascacielos, estoy bien lejos de mi tierra, me formé en el kibutz, pero allá en casa, en La mera Pomona tengo muchos amigos, y son machete… De mí siempre murmurará la gente, nada puedo yo hacerle, soy y muy inteligente, esperaremos y el tiempo lo dirá, soy un pasao, jajaja...

NOTA: Con unas cuantas modificaciones puntuales (sin el detalle de la Pomona), el texto es absolutamente ficticio y extraído de mi novela “La PesteLoca” (Maracaibo, 1997)

Maracaibo, lunes 12 de julio, del año 2021

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