lunes, 30 de noviembre de 2020

Pablo Lasala Ferrer

Pablo Lasala Ferrer 


Escuchando el Concierto No 2 para piano y orquesta de Sergei Rachmaninoff, regresó a mi mente la imagen de Pablo Lasala, mi compañero y gran amigo de primaria y del bachillerato a quien veía sentado en el piano Wurtlizer de mi casa, Los Arrayanes, en la avenida Santa Rita, en el Maracaibo de mi juventud… Éramos varios compañeros y nos juntábamos para estudiar y rememoro a “el viejo”, tecleando sin acompañamiento orquestal y de puro oído el concierto de Rachmaninoff, ese que aprendimos a escuchar admirando varias veces la película de Marilyn “The seven year itch”, la comezón del séptimo año.

Pablo y su hermana Aurora, -Aurorín le decía su mamá-, ambos eran los hijos del doctor Ángel Lasala, un brillante odontólogo, profesor de la Escuela de Odontología de la Universidad del Zulia, quien había llegado a Maracaibo con su esposa la Señora Pablita y sus dos hijos, exiliados de la España de Franco, cuando recién nosotros estábamos terminando la escuela primaria. Recuerdo como ayer, el primer día cuando lo vi ingresar en el autobús, de lentes, flaco y con una apariencia desvalida, de pantalón corto y tirantes. Pronto nos hicimos grandes amigos. Después aprendí de él cosas tan interesantes como saber que sus crisis de asma mejoraban corriendo alrededor de la casa, según los datos aprendidos de su padre, él me explicaba, que corría para producir adrenalina y provocar la dilatación de los bronquios por un efecto directo sobre “el árbol bronquial” y nosotros veíamos como increíblemente él se mejoraba corriendo.

Bastante antes de oír sobre “el arcano”, ya conocía la bruma que en Maracaibo resplandece en algunas madrugadas, y recuerdo haber percibido esa misteriosa bruma, una madrugada cuando estudiaba, al final del bachillerato, en 1955, con Pablo en el balcón de su casa-apartamento, (https://bit.ly/31HvlMk) situada en diagonal al Colegio de los Maristas. En la bruma del arcano en la aurora maracucha, un cuadro pintado hace muchos años trajo a mi mente la poesía de Yépez… Me estoy refiriendo a una época cuando queríamos ser capaces de captar todas las imágenes que veíamos y que luego, nos atrevíamos a reproducir en carboncillo o al óleo… 

Pablo, quien en casa, cuando nos reuníamos para estudiar con el Pepe y Antonio, se sentaba en el piano y tocaba  a Rachmaninoff, o lo que se nos ocurriera, fue mi mejor amigo. Cuando me iba a estudiar en su casa, dibujábamos las ciudades del futuro, cada uno por separado para discutir sobre como las habíamos planificado, quizás el germen de la arquitectura estaba floreciendo en mí, puesto que en él era algo innato, y yo, confieso que por miedo a los números,-tenía muy mala formación en matemáticas-no quise acompañarlo en sus estudios universitarios de arquitectura. 

Me entero ahora que de Pablo, se ha dicho que en el buen sentido de la palabra, que era un adicto a los concursos de arquitectura. “El gusto que tenía por medirse en este tipo de competencias lo llevaba desde muy joven”. Como dibujante no sólo gozaba de un indudable talento, sino de una ejercitación constante que desarrolló desde niño y lo acompañaría donde quiera que se encontraba. Su excepcional dominio del dibujo en perspectiva proviene de allí, y durante muchos años fue profesor de geometría descriptiva en la UCV, sin olvidar que su trabajo de ascenso a la categoría de agregado en 1990, fue: Perspectiva para arquitectos. Su hija Isabel Lasala ha dicho: Sus dibujos a lápiz o a tinta tienen una base técnicamente dibujada con lápiz 4H, en la que luego, por medio de distintos tonos de sombra, se da forma a la imagen, a fin de que las aristas no estén definidas mediante líneas, sino con la intersección de dos tonos distintos de sombra”. 

Pablo a quien cariñosamente apodábamos “el viejo”, recién graduado en la Universidad del Zulia, se fue a la capital y ganaría el concurso para diseñar el emblemático edificio capitalino de La Previsora. De su consuetudinaria participación en concursos, desarrollada en colaboración con su esposa Silvia Hernández, destaca la obtención del primer premio en 1974, del Concurso para el Edificio para las Oficinas Administrativas del Congreso Nacional y Sede del Ministerio de Relaciones Exteriores que le permitió abrirse paso de manera independiente en el mundo de la profesión.  Su condición de excelente dibujante la fue cultivando a lo largo de toda su vida y lo convirtió en referencia dentro de este tipo de certámenes a nivel nacional.

En el Concurso Nacional de Arquitectura “Sede de la Asociación de Ejecutivos del estado Carabobo” en 1998, Pablo fue distinguido con el primer premio. Colaboraron en la participación los arquitectos Carolina Díaz, Isabel Guerrero e Isabel Lasala y los bachilleres Ana Lasala y Claudio Ruiz. Pablo Lasala tuvo la oportunidad de constatar, en este como en otras situaciones, sumados su dominio de la técnica de la perspectiva, y sus conocimientos de geometría descriptiva. Ya Pablo había consolidado su fama de arquitecto y cuando volví a encontrarme con él, era el Decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela (UCV) donde habría de dejar una huella imperecedera. Me tocó la suerte de estar en la dirección del IAP de la UCV cuando me enteré de que Pablo era el Decano de Arquitectura y me acerqué a él para pedirle ayuda y asesoramiento. Teníamos un problema con el asbesto.

En Venezuela los techos de asbesto-cemento fueron usados en aplicaciones de vivienda, industria e institucionales hasta que se prohibió su fabricación hace más de 30 años al demostrarse que el asbesto era cancerígeno. El asbesto posee una serie de minerales fibrosos constituidos por silicatos de hierro, aluminio, magnesio y calcio entre otros, y su presencia en la constricción puede deberse a que un edificio se hizo o se reparó empleando asbesto o materiales que lo contienen, o porque se exista materiales conteniendo asbesto en edificios nuevos. Determinar su presencia o no es fundamental para la salud del personal que ocupe los locales, y para quienes intervengan en su reparación, remodelación o derribo por la elevada contaminación ambiental que se puede producir al manipular materiales que contengan fibras de asbesto.

Detectamos asbesto cubriendo los techos de algunos de los espacios del IAP-UCV y se hizo necesario detectar esta situación en otros de los edificios de la Universidad, los cuales lo mostraban  como superficies aislantes de asbesto, especialmente en los techos, con frecuencia ya deshilachando fibras colgantes en techos ubicados en edificios y laboratorios de la UCV. Teníamos en el IAP un gran auditórium con un techo muy alto y desde abajo divisábamos las peligrosas estalactitas de asbesto. La única manera de reparar aquello era creando placas que aislaran el techo, una tarea difícil por la altura del mismo, pero no había otra manera de hacerlo. El tema se tornó controversial en la UCV, hasta que finalmente se consideró como una necesidad y con el apoyo de mi amigo de la infancia, el Decano de Arquitectura, Pablo Lasala, quien como siempre, resolvería el complicado asunto del auditórium y cumplimos nuestra labor de medicina preventiva.

Pablo Lasala falleció el año 2001 y su trabajo ha tenido una gran influencia en las nuevas generaciones de arquitectos en Caracas. Sus dos hijas, Isabel y Ana son también profesionales graduadas en la Facultad de Arquitectura de la UCV y prosiguen la encomiable labor de su padre.

NOTA: una parte de lo escrito fue ya plasmado en este blog, desde Misissauga, Toronto, un lunes 19 y martes 20 de diciembre del 2016, buscando, a varios grados bajo cero, percibir recuerdos tibios de Maracaibo y de Caracas...   

Maracaibo lunes 30 de noviembre del año 2020

 

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