jueves, 17 de octubre de 2019

Adiós Sefarad…


Adiós Sefarad…

Alrededor de 20.000 solicitudes de aspirantes a la nacionalidad española llegaron desde México, 15.000 desde Venezuela y 10.000 de Colombia, al Ministerio de Justicia y el Consejo General del Notariado del Reino de España. Los firmantes eran todos descendientes de judíos sefardíes españoles y portugueses que padecieron tras la expulsión de los judíos de España firmada por los Reyes Católicos el 31 de marzo de 1492 en Granada. La odisea vivida por este grupo de españoles arrastró a mujeres, hombres y niños a lugares donde fueron esclavizados, perseguidos y, en algunos casos, expulsados de nuevo a otros territorios.

El edicto español de 1492 establecía que los judíos tenían un plazo de cuatro meses para abandonar el país. Les estaba permitido llevarse bienes muebles, pero les prohibía sacar oro, plata, monedas, armas y caballos, lo cual complicaba mucho que los judíos españoles pudieran iniciar nuevos negocios en otros territorios. El elevado volumen de refugiados era tal que difícilmente algún país estaría dispuesto recibirlos con los brazos abiertos. Los judíos representaban el 5% de la población de sus reinos con cerca de 200.000 personas. De todos estos afectados por el edicto, 50.000 nunca llegaron a salir de la península pues se convirtieron al Cristianismo y una tercera parte regresó a los pocos meses alegando haber sido bautizados en el extranjero.

La mayoría tomó la desafortunada decisión de dirigirse a los reinos cercanos de Portugal y Navarra, donde sufrieron otra vez el oprobio de nuevas expulsiones en 1497 y en 1498, respectivamente. Desde Portugal, un gran porcentaje se dirigió al Norte de Europa, evitando la matanza de Lisboa en 1506 o las deportaciones masivas a Santo Tomé y Príncipe en el golfo de Guinea reservadas para los judíos que omitieron las órdenes de la Corona portuguesa. 

Los refugiados de Navarra se instalaron en su mayoría en Bayona, desde donde también serían expulsados poco después. Los que decidieron dirigirse a Italia, gozaron de suerte dispar según el lugar elegido. En Nápoles, a punto de integrarse completamente a la Corona de Aragón, su permiso de residencia fue muy limitado y, en 1541, fueron desplazados definitivamente del territorio. Génova, que ya había prohibido el acceso a este grupo en el pasado, procedió a vender como esclavos a los que accedieron sin permiso a su república. Paradójicamente, los Estados Pontificios, donde se encontraba la sede de la Iglesia católica, no tomaron el camino de la expulsión hasta finales del siglo XVI.

La fortuna de los europeos fue mejor que la de los que viajaron al norte de África. La historiadora Béatrice Leroy relata cómo,,, “En el Magreb, en particular en Marruecos, muchos de ellos encontraron la muerte en la travesía, o la esclavitud en los barcos de los moros, que les habían hecho creer que tendrían un viaje sin problemas”. Solo los que se refugiaron en el Imperio otomano, acostumbrado a sacar rédito de sus tratos con esta comunidad, pudieron gozar de cierta estabilidad. El sultán Bayaceto II permitió el establecimiento de los judíos en los dominios de su imperio, enviando navíos de la flota otomana a los puertos españoles y recibiendo personalmente a las figuras más ilustres de los emigrantes sefarditas. “Aquellos que les mandan pierden, yo gano”; así afirmó el sultán, según recoge la tradición, como reproche al error cometido por los Reyes Católicos.

El odio inicial que hacia España habrían desarrollado los sefardíes –llamados así en referencia al territorio de Sefarad, el nombre que recibe la Península ibérica en lengua hebrea– dejó paso con el transcurso de los siglos a una especie de añoranza por la amada tierra de sus ancestros. Todavía hoy, España es sinónimo de nostalgia para la comunidad sefardí, que ha mantenido vivos sus lazos con la cultura ibérica a través de sus costumbres y de su lengua. A modo de ejemplo, se pueden encontrar lugares, como algunas zonas de Bulgaria, donde aún se habla el ladino, un idioma procedente del castellano medieval. En la actualidad, la comunidad sefardí alcanza más de dos millones de integrantes, la mayor parte de ellos residentes en Israel, Francia, Argentina, Estados Unidos y Canadá.

Maracaibo,  viernes 18 de octubre 2019

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